La historia manipulando el pasado. América Latina, doscientos años de independencia

AutorDolores Juliano
Páginas86-94

Page 86

Una conquista por etapas

El proceso colonizador que comenzó España en el siglo XV y continuaron Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda creó en América una situación particular. La escasez relativa de recursos humanos y militares para dominar todo un continente, y el deseo de obtener riquezas de una manera inmediata, obligó a priorizar los enclaves más rentables y desentenderse de buena parte del territorio. Así se produjo una colonización periférica, centrada en puertos por donde se embarcaban mercancías y adonde llegaban recursos, y sólo se ocuparon las zonas interiores cuando había allí imperios previamente construidos que garantizaban la disponibilidad de mano de obra, como fue el caso de México y del imperio incaico. La explotación de las minas de plata y el cultivo de azúcar y tabaco dieron base a otros asentamientos. Fuera de estas zonas, el territorio se articulaba a través de centros de comunicación, defendidos por soldados, rodeados de vastos territorios donde el dominio era solamente nominal.

En los lugares en que la población indígena era seminómada o escasa, la estrategia consistía en hacer campañas puntuales para capturar prisioneros y alejar a los grupos belicosos, manteniendo la ficción que todo el territorio estaba bajo poder real, e incluso, en algunos casos repartiendo tierras sobre las que no se tenía dominio. Hasta la época de la independencia (primeras décadas del siglo XIX) todo el interior de Brasil, la llanura central de Argentina, la Patagonia, el Chaco paraguayo, el este de Bolivia, las zonas de selva de Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela y los llanos de este último país, se mantuvieron bajo el control de las poblaciones indígenas originarias. Ése fue también el caso de vastos territorios de América Central y de grandes zonas de México, además de todo el territorio de Estados Unidos y de Canadá, salvo la costa este y parte de Florida.

Durante los siglos XVII y XVIII se había mantenido cierta estabilidad en las fronteras, entre las zonas ocupadas por los conquistadores y las que permanecían en poder de las

Page 87

poblaciones autóctonas. En los primeros cien años de conquista, los europeos avanzaron a través de guerras y expediciones, al mismo tiempo que las enfermedades que diseminaban paralizaron la capacidad de resistencia de los pueblos agredidos. El resultado global de la empresa resultó la mayor catástrofe demográfica de que se tenga conocimiento en la historia de la humanidad, con una reducción de la población indígena a menos de la décima parte de su número en los momentos del primer contacto.

Pero a partir del XVII comenzó una lenta recuperación demográfica y se configuró América como un mundo bipolar. Por una parte estaban las poblaciones españolas, fundadas sobre capitales indias, en puertos o en puntos estratégicos de comunicación interna. Estas ciudades tenían sus áreas rurales pobladas por indios sometidos a servidumbre, de cuyo trabajo obtenían los recursos que les permitían sobrevivir, prosperar y enviar fuertes remesas a la corona. Por otro lado estaban los territorios de indios libres, ocupados por pueblos que habían resultado protegidos por una naturaleza hostil a los europeos -selvas de la Costa Atlántica de América Central, del Orinoco, del Paraná y del Amazonas, estepas árticas y antárticas y desiertos- o que como en el caso de los mapuches y los indígenas del centro de Estados Unidos habían sabido defender su independencia con las armas.

En estas áreas, que rodeaban como un mar las islas de poblados españoles, se refugiaban los esclavos fugados, los indios amenazados de ser reclutados para realizar trabajos en las minas y hasta los blancos caídos en desgracia. En casi todo el continente, los españoles debían viajar de una ciudad a otra bajo protección militar, para evitar que las caravanas cayeran en manos de los indios. Pero a pesar de que los indígenas que no estaban bajo control colonial ocupaban la mayor parte del territorio, se mantenía la ficción según la cual los virreinatos, diseñados sobre el papel, lindaban unos con otros y se repartían un territorio levantisco pero conquistado.

Con las reformas ilustradas del XVIII, la corona comienza a realizar esfuerzos para hacer coincidir los mapas de territorios colonizados con la realidad. La creación de nuevas unidades administrativas (como el virreinato del Río de la Plata) y el incremento del número de las unidades militares, así como el establecimiento de líneas de fuertes en las fronteras, hablan de un cambio de estrategia de la metrópoli. Pero los criollos que manejaban los resortes administrativos del imperio no tenían motivos para compartir los beneficios que se podían obtener del nuevo proyecto económico mundial con unas metrópolis que habían quedado rezagadas en el proceso de industrialización. Tenían la posibilidad de apropiarse sin interferencias legales de las nuevas tierras conquistadas y de las aún libres. Para materializar esta opción resultaba conveniente separarse del viejo imperio español y asociarse (como socios menores) con el emergente poder británico.

Estamos acostumbrados a ver, a través de las películas de vaqueros, cómo se realizó la expansión sobre los territorios norteamericanos durante el siglo XIX, sin embargo, nos resulta menos familiar la idea de que en el resto del continente también se realizó una segunda conquista (tan destructiva como la primera) después de la independencia. En realidad puede proponerse la hipótesis de que fue precisamente porque se daban las condiciones para emprender esa conquista y disfrutar autónomamente de los beneficios económicos que reportaría, que los criollos americanos consideraron conveniente culminar su separación de la metrópoli con declaraciones de independencia.

Los independentistas tenían un modelo al que imitar, el de Estados Unidos de Norteamérica, controlados por una burguesía de origen europeo (cuya Constitución se copió hasta la saciedad) y un contra-modelo que querían evitar, que era la asunción del poder por los sectores bajos de la sociedad, como había sucedido en Haití con las rebeliones de los esclavos negros, situación que podía ser imitada por las poblaciones indígenas. El bloqueo económico de Haití, su miseria y desamparo, mostraban los límites del juego independentista. La independencia de los viejos imperios coloniales era posible y

Page 88

deseable si se mantenían en el poder los descendientes de los conquistadores. Serían rebeliones de colonos asentados y no de poblaciones indígenas ni de esclavos liberados las que podían contar con la complicidad de los países europeos que buscaban ampliar sus mercados. Esta valoración era ampliamente compartida por los iniciadores locales de los movimientos independentistas. De hecho, éstos se iniciaron en zonas con escasa población autóctona, y donde ésta no implicaba grandes riesgos, como fue el caso del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR