1500-1598. Observaciones y reflexiones de un flamenco de Flandes

AutorJacques de Bruyne
Páginas317-344

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Introducción

El título -bimembre- puede glosarse desde enfoques diferentes. La primera parte es cronológica. Abarca la casi totalidad del siglo XVI y las fechas indicadas parecen «signíferas», en cuanto en 1500 (como antes el año 1000 considerado «mágico») nace el futuro Emperador y en 1598 [¡un 98 avant la lettre! (con comparables implicaciones materiales y atentado al honor nacional)] muere Felipe II y con la subida al trono de su hijo empieza definitivamente la decadencia de la rama española de los Austrias. O con precisión lingüística diacrónica, la «declinación», puesto que el sustantivo «decadencia» no se utilizaba en el siglo XVI.

La secuencia «observaciones y reflexiones» comenta un aspecto metodológico: a la mención de hechos, de «historicidades», se juntarán determinados modos de evaluar y enfatizar, que posiblemente confieran a la exposición cierta nota subjetiva. Es que una situación esencialmente hispánica será juzgada por un extraño, vocablo que puede interpretarse combinando las tres primeras acepciones que facilita el DRAE:

  1. De nación (...) distinta de la que se nombra o sobreentiende (...).

  2. Raro, singular.

  3. Extravagante (p. 663).

Un extraño. O sea, un flamenco. Un flamenco de Flandes en el (ahora) sentido más estrecho de la palabra.Page 318

En la época a la que nos referiremos a continuación el gentilicio se utilizaba para gentes de origen bastante distinto (los Países Bajos, parte de Alemania, Borgoña...), pero les está hablando un individuo al que se aplica la segunda definición que da al topónimo el diccionario neerlandés de Van Dale. Traduciendo: «Flandes. Nombre de dos provincias de Bélgica, Flandes oriental y occidental.»1.

En el contexto ideológico y factual de su tiempo Michel de Notre-Dame (mejor conocido por Nostradamus) no tenía por qué vaticinar que en 1928 se concluiría el famoso pero ineficaz pacto de Briand-Kellog (que firmarían optimista si bien algo ingenuamente 62 estados), que consideraba la guerra ilícita como medio para resolver conflictos. En la Europa del Quinientos la res bellica proliferaba como nunca y España participaba en la mayoría de las contiendas armadas (sin olvidar las expediciones a África y las gestas del Nuevo Mundo).

Ya desde la época de Carlos (o incluso antes) España gozaba en Europa de una sólida fama militar originada fundamentalmente por la lucha contra los turcos y a los tercios viejos se consideraba invencibles. Los generales españoles como por ejemplo Alba y don Juan de Austria ya aplicaban una táctica peculiar, que siglos más tarde se llamaría Blitzkrieg2.

Si no se tiene en cuenta la presencia en el reino de Nápoles de una dinastía de origen aragonés desde 1443, los faits d'armes españoles en la península italiana habían comenzado en 1495, con el desembarco de Gonzalo Fernández de Córdoba. El «Gran Capitán», llamado así por ser el más brillante estratega de su época, tuvo como misión impedir que los franceses (del rey Charles VIII) se asentaran de manera definitiva en el citado reino. Poco después, la guerra se desplazó hacia el Norte.

Estos acontecimientos, aparte de constituir como una tarjeta de visita de España (-» ya contamos como potencia internacional), ilustran dos particularidades históricas:

  1. «Italia» [entre comillas porque así se designa a una docena de estados (rivales)] iba a convertirse en el siglo XVI en el campo de batalla de todos los ejércitos de Europa.

  2. Paradójicamente, el duelo francés-español [que en la centuria señalada se personalizó en el antagonismo entre Carlos I (o V) y Francisco I, en la lucha por la hegemonía en Europa] casi no se desarrollaría en la frontera común, sino en tierras italianas y -en menor proporción- en la frontera flamenca3.

    La hostilidad entre España e Inglaterra fue uno de los elementos constantes de la ultima tercera parte del siglo XVI. Esto después de un período de relaciones cordiales, como consagradas por el lazo especial que creó el matrimonio (en 1553) de Felipe con (la ya madurita y más bien feúcha) María Tudor, que le llevaba once años.Page 319

    Los episodios más espectaculares del desamor entre los dos países son sin duda:

  3. La invasión por sorpresa del puerto de Cádiz, en 1557, por Francis Drake.

  4. Las peripecias (en 1588) de las 130 embarcaciones con más de 18.000 hombres4que constituían la famosa Armada, llamada a veces oficiosamente -no sin cierto humorpostfactum- «Feliz» o «Felicísima» o «Invencible». Obsérvese que volvieron a España (entrando en el puerto de Santander) menos de la mitad de los navios y unos 3.000 hombres (es decir, aproximadamente, un 30 por 100 de la tripulación original). Significativo de una determinada visión político-teocrática de la época es que Felipe II consideraba a Dios responsable del desastre, lo cual debe explicar la actitud de resignada aceptación que el monarca mostró ante la catástrofe y que dejó perplejos a algunos de sus consejeros5. Sabido es que un proyecto presentado al Rey en mayo de 1589 para construir otra armada no se realizó.

  5. La toma de Cádiz (en 1596) que un dignatario de la catedral de Burgos calificó de «verguenca de nuestra nación»6. El hecho tenía importancia concreta pero asimismo casi emblemática: una poderosa flota bajo el mando de Lord Howard Effingham, que un testigo describió como «la más hermosa armada que se ha visto», capturó o quemó las embarcaciones españolas y los soldados (ingleses y holandeses) ocuparon, es verdad sin violencia personal (si bien quemando buena parte de la población para que de allí no pudieran salir más armadas), durante dos semanas una ciudad que, siendo el principal puerto español del comercio con América y el Norte de Europa era el símbolo del poderío marítimo de España. La humillación representaba un golpe serio al prestigio español7.

    Respecto de Alemania debe recordarse principalmente la victoria del Emperador en Mühlberg (1547) sobre la liga de los príncipes protestantes y donde parece Carlos soltó un pastiche del discurso de otro César: «Vine y vi y Dios venció.» En esta batalla los soldados españoles, aunque minoritarios, fueron los que decidieron el triunfo8.

    En la misma Península Ibérica hubo ruidos de armas con Portugal, entre otras tribulaciones, en 1580, la actuación del duque de Alba como capitán general del ejército invasor. Tenía entonces ya setenta y tres años y -según sus propias palabras- iba «de condición flaca y acabada»9.Page 320

    La reflexión al ilustre don Fernando Álvarez de Toledo forma un trampolín al apartado siguiente, algo más sustancial que los anteriores, cosa que parece justificarse por la condición sui generis del ponente.

El problemazo de Flandes

En una primera redacción se tituló este apartado «El problema de Flandes». En un segundo borrador podía leerse «problemón» y en la versión definitiva optamos por el morfema -azo, que en el DUE de María Moliner se califica de «sufijo aumentativo por excelencia»10. Problemazo ejemplifica bien lo que hemos llamado en otra ocasión el potencial plurisemantismo de los sufijos apreciativos. En el caso concreto -azo remite a un conjunto variopinto de implicaciones o complicaciones de tipo (por orden alfabético) cultural, económico, histórico, lingüístico, religioso, tal vez sentimental...

El así «formalizado» efecto de énfasis se corrobora por una serie de reflexiones de comentaristas autorizados. Entre otros ejemplos posibles citamos:

  1. (La cuestión de Flandes) se convertirá en el conflicto más grave de la Monarquía católica.

  2. El cáncer de la cuestión de Flandes (...) requería la operación quirúrgica que liberara al cuerpo de la Monarquía de aquel mal (ambos textos en M. Fernández Álvarez, Felipe II y su tiempo, pp. 74 y 552; el mismo autor habla del «disparate de Flandes» en la p. 488).

  3. Los Países Bajos (eran) el problema principal del Rey en el Viejo Mundo (H. KAMEN, Felipe de España, p. 115).

  4. (...) Las guerras de Flandes (...) iban a hipotecar toda la política española durante ochenta años (A. DOMÍNGUEZ Ortiz, Historia de España, tomo III, p. 302).

    Y el asunto se refleja también en unos dichos populares como:

  5. España, mi natura, Italia, mi ventura, y Flandes, mi sepultura.

  6. Poder pasar por las picas de Flandes y Poner una pica en Flandes [que el DRAE glosa respectivamente como «fr. (...) ponderativa (...) vencer toda dificultad», «ser mucha la dificultad para conseguir una cosa»11...

    El llamado período español en Flandes se extiende sobre siglo y medio largo: desde 1555 (cuando Carlos cede a su hijo Felipe el gobierno de los Estados de Flandes) hasta 1713 cuando los Países Bajos españoles12pasarán a llamarse «Países Bajos Austríacos».Page 321

    En 1555, en Bruselas, el Emperador -¡con increíble connotación quijotesca!- consideró su carrera política un fracaso, puesto que no había conseguido vencer definitivamente a los franceses y a los turcos y (sobre todo) el así llamado protestantismo prosperaba más que nunca. Con todo esto se había esfumado la utopía sublime de la unidad político-religiosa total, basada en un Dios, una verdad, un mundo, un monarca (o «pastor»)..., enunciado que parece de inspiración bíblica, remitiendo a la epístola a los efesios de San Pablo (4,5). La conciencia del fiasco, el desencanto, se evidencia sutilmente en dos retratos que pintó Ticiano en 1548, uno destinado al uso público con un Carlos a caballo, con la lanza en la mano derecha, soldado del Cielo que protege a la Iglesia; otro de carácter privado en que se ve a un anciano, sentado en una silla y con bastón que debe ayudarle a quedarse en pie13.

    La verdad es que las...

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