Nuevos territorios

AutorBeatriz Nates Cruz
Páginas35-53

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Planteamiento del tema

Lo nuevo no es necesariamente aquello que surge de una fuente primigenia, lo nuevo también es aquello que surge de «algo» que se replantea, se rehace, se repiensa. Este ejercicio con relación al territorio implica, bien vivirlo de manera diferente en el mismo espacio físico y social, o bien estudiarlo con nuevas inspiraciones epistemológicas, metodológicas o empíricas.

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Nuevos territorios se ocupa de ello. Por un lado, de hacer nuevas propuestas sobre el estudio del territorio y poner a consideración nuevas perspectivas. Esas nuevas perspectivas incluyen distintos problemas, disciplinas, lugares y tendencias.

Pensar el territorio hoy implica verlo en movimiento y a través de intereses transversales. La idea de un pueblo-territorio imaginándose con ello «gente quieta - entorno estable», ya no es posible. Quizá nunca lo fue, quizá sólo existió (o existe aún) en el ideal del investigador o de aquellos que colonizaron (colonizan) pueblos.

Que existan territorios estáticos no es posible, no sólo porque las sociedades sean dinámicas, sino porque los métodos de contacto social y de representación espacial son disímiles.

Pensar en las narraciones míticas es recordar que como método han servido siempre desde sus estructuras de larga duración para la inclusión y exclusión simbólica de lugares desde dimensiones políticas, económicas, religiosas... Referirse a otras metodologías como aquellas que estudian el territorio desde lo digital y evolutivo, las geopolíticas del conocimiento en torno al cambio climático, desde la macrocefalia urbana, desde metáforas como territorios que reptan, o desde territorios reticulares, puntos de acceso, regiones o movilidades digitales, desterritorializaciones o gentrificación, son ejemplos muy ilustrativos de por qué los territorios no deben ser vistos de manera estática. Pero no sólo son sus dinámicas sociales las que influyen sobre la vivencia y el análisis de los territorios, también lo son las denominaciones, esto es, las categorías y clasificaciones a través de las cuales se lo define, se lo narra, y las más de las veces, se lo ubica. Estas denominaciones pueden en un momento dado cambiar no sólo la naturaleza de la representación (posición y posesión) territorial, sino también cambiar la relación entre individuos, grupos y sociedades, y de éstos con su mundo, con su entorno.

No obstante, lo que sí es propio de esta época son los ritmos del tiempo. Esto hace sin duda que los análisis y las metodologías se ajusten a importancias simbólicas distintas, a énfasis de vida cambiantes, y con ello, a cotidianidades e institucionalidades que funcionan como una suerte de lugar-red.

Transversalidad teórica

Estudiar el territorio desde la imagen que figura «algo» transversal conlleva interesarse por cuestiones que se pueden elegir como poder, gestión, dominio, como superficie demarcada, posesión, soberanía, propiedad, apropiación, vigilancia y jurisdicción; pero también desde la construcción cultural con sus prácticas sociales, con intereses distintos, con percepciones, valoraciones y actitudes territoriales diferentes, que generan relaciones de complementación, de reciprocidad y de confrontación. Estas cuestiones pensadas desde el territorio bien pueden ilustrarse en lo que Giambattista Vico plantea en «la science nouvelle» al decir «la naturaleza de las cosas no es más que el comienzo de ciertos tiempos y bajo ciertas condiciones. Tal tiempo y tal condición forman la naturaleza de las cosas» ([1725] 1993: 71).

Así, la historicidad del concepto de territorio desfragmenta lo que a menudo aparece disgregado cuando se tratan las cuestiones enunciadas: hablamos del espacio y el tiempo. La concatenación del espacio y del tiempo de la vida cotidiana y de la vida extraordinaria, digámoslo de esta manera. Y esto es posible porque el territorio, más allá de ser el soporte de prácticas y discursos, es antes que nada el marcador en sí de ello. Las reglas, las convenciones y los valores, esto es, los modelos culturales de apropiación que marcan esas vidas, permiten ver que más allá de los universales del territorio (fun-

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dar, habitar, categorizar-clasificar y distribuir), su particularidad se encuentra en la dimensión cosmológica que le da sentido.

Lo que implica que el grado de conceptualización y de generalización debe estar enmarcado en un punto de vista comparado, moviéndose entre aspectos situados (en el sentido de locales) y aspectos universales.

En los textos de estos «Nuevos Territorios» aparecen referencias que ilustran y explican de manera pertinente lo que asumimos en esta «transversalidad teórica», especialmente desde las cuestiones iniciales y su relación con lo particular/universal, ideología/identidad.

El recuerdo que nos trae María García Alonso sobre cómo Unamuno describe a Francisco de Pizarro, trazando con la espada una gran raya en la tierra y diciendo: «Por aquí se va a Perú a ser ricos; por acá a Panamá a ser pobres; escoja el que sea buen castellano lo que más le estuviere», pone en división simbólica un territorio extenso en las únicas dos regiones posibles para el buscador de fortuna: la que le da la riqueza y la que perpetúa su pobreza, y con ello, acercándose a su primigenia definición latina. O aquel otro que se encuentra en el reemplazo de los nombres algonquinos por ingleses para denominar a los territorios cartografiados. Como dice la autora, Smith le presentó al príncipe de Gales un mapa con nombres indios, rogándole que tuviera a bien sustituir esos nombres bárbaros por ingleses para que la posteridad pudiera decir que el príncipe Carlos era su señor.

O aquel otro ejemplo de Pedro Tomé cuando nos cuenta que, después de la reunión que en 1977 promoviera Naciones Unidas, la «desertificación» se convirtió en el foco de las discusiones de instituciones y actores sociales implicados. Reconoce que aunque este concepto había sido usado por científicos desde finales de la década de los cuarenta y por la UNESCO desde comienzos de la década de los cincuenta, es la UNCOD (United Nations Conference on Desertification) la que lo divulga, de tal modo que se torna indiscutible tema de controversia en reuniones políticas y congresos científicos. Pero no sólo es la legitimidad del concepto y quién lo populariza, sino, como el autor lo señala, la generación de una ambigüedad categorial en su tratamiento que produjo un centenar de definiciones diferentes del concepto. Subraya que no es un asunto meramente teórico, se asume que tal indefinición teórica pueden afectar a miles de personas como consecuencia del inadecuado abordaje del problema de la «desertificación».

En otros casos menos clásicos, digámoslo así, como los sistemas expertos y los territorios digitales, se deja ver también la trascendencia de la transversalidad teórica en los estudios del territorio. Los sistemas expertos pretenden copar todo espacio de influencia pública, lo que allí no entre será visto como espacio vacío. De allí parte Honorio Velasco para sustentar que no están propiamente vacíos esos espacios, pero la denominación empleada dice mucho de su prevalencia. En dichos sistemas juega un rol central el concepto de «imagen», es el que se invoca para justificarlo. El autor sostiene que incluso las personas representantes de las entidades abstractas a menudo sobrellevan la carga de la «presencia» pública de ellas, de modo que su vestimenta, modales, etc., responda a la «imagen» que desean tener en la sociedad. Ellos se convierten también en cierto modo en «puntos de acceso» y, en todo caso, en personalizaciones o re-personalizaciones de las entidades abstractas. Podríamos decir que éstos son, en cierta manera, algo así como el lugar del sistema experto. Una ilustración que se muestra en el texto son los empleados de las empresas de transporte aéreo que atienden a los pasajeros, instados por ellas para desempeñar sus trabajos conscientes de su carácter de representantes.

Superando una evolución pre-evolucionista y lineal, Iliana Hernández muestra cómo los territorios digitales y evolutivos permiten adentrarse en la vida misma, en la cual tomamos el destino en nuestras propias manos, donde el tiempo no es ya un factor

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externo de nuestro devenir, sino un territorio vivo en el cual los seres humanos crean nuevos territorios y seres también vivos, a partir de procesos híbridos entre el carbono y el silicio, entre la biología, la mecánica y la electrónica.

Pero además, el territorio es multidimensional y multiescalar.

Lógica multidimensional

La multidimensionalidad de la que participa el territorio permite moverse entre la realidad geográfica, la psique individual y las representaciones colectivas. La realidad geográfica pone en evidencia cómo se registra la acción humana y se transforma por sus efectos. La psique individual y las representaciones colectivas, aparte de develarnos la emocionalidad, nos deja examinar la relación estrecha entre territorio, identidad e ideología.

El lugar como objetivación fundamental del territorio constituye el soporte y la marca (sello) de las relaciones sociales que se manifiestan en distintos momentos de la identidad, sea ésta nacional, local o global, o en otro sentido, religiosa, cultural, social o étnica. El lugar, bien puede venir de esa construcción metodológica que enunciamos al comienzo y situarse en un mito, en un paisaje natural, en un ciber-paisaje, en el ambiente, en la arquitectura, etc. Pero es imposible pensar en esta ubicación de lugares para la identidad, sin expresar que, desde luego, pasa por distintas morfologías ideológicas, sean éstas políticas, religiosas o de otra naturaleza.

La lógica multidimensional del...

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