La novedad de la obra de Carmelo Lisón Tolosana

AutorBernard Traimond
Páginas57-66

Traducción del francés de Ramon Gabarrós y J.A. González Alcantud.

Page 57

Poner La Santa Compaña como modelo del conjunto de la obra de Carmelo Lisón Tolosana me va a permitir mostrar por qué este libro, que fue traducido al francés en 2007, me parece una de las expresiones más logradas de la antropología que se hace en la actualidad. No es necesario recordar las capacidades subversivas de Lisón, quien, desde su tesis, hizo explotar los marcos de los «Communitary Studies». En vez de considerar como objeto de estudio una comunidad como totalidad, de imponer la determinación económica de donde derivan los otros ámbitos según los paradigmas de la época, él «problematizaba» su propuesta preguntándose sobre los valores promulgados en su ciudad natal (a los que evidentemente, en tanto que autóctono, se tuvo que adaptar).

Casi cincuenta años más tarde, sigue con su planteamiento de subversión según un escenario que no me parece muy diferente. Tomar la doxa del momento, presentar sus apariencias para abrir nuevas vías, tal me parece su programa de trabajo, sea o no plenamente consciente de ello. Innovar, incluso en investigación, no es lo más fácil, ni tampoco lo más reconocido. Durante toda su vida Lisón no ha hecho más que esto y en este inicio del siglo XXI forma parte del grupo de los antropólogos más novedosos, aunque a veces tengan algunas muchos años menos que él. La tradición española que, en vez de mantenerse en el éxito establecido prefiere ir a la aventura, le ayuda en este proyecto. Ni Goya ni Picasso dirían lo contrario. Quisiera mostrar cómo esta obra en evolución presenta los problemas y también las soluciones más actuales de la antropología.

Page 58

Quisiera apoyarme en el libro que me parece como su obra maestra, La Santa Compaña, para mostrar como su producción es de lo más significativo que se hace hoy en antropología. No me parece ilegítimo proceder de esta forma que es la de su disciplina. Investigar sobre un ámbito microscópico permite asentar sus demostraciones sobre informaciones precisas y circunstanciadas dejando al lector la posibilidad y el riesgo de extender los resultados a un conjunto más amplio. Esta prolongación de las direcciones observadas por Lisón la voy a tomar del ejemplo de trabajos recientes de algunos antropólogos franceses, que no son necesariamente los más conocidos.

Lisón se interesa por lo que podría llamarse una «situación minimal» (en el sentido de arte minimal): la Compaña, procesión de las almas que salen del cementerio para ir a la casa del que va a ser el próximo difunto. Pone así a prueba el «positivismo» no en el sentido de la filosofía de Auguste Comte sino en el de las ciencias sociales que pretenden describir el mundo independientemente de las condiciones en las que ha sido observado. Que éste existe es una evidencia pero nosotros no accedemos a él más que a través de las mediaciones, por las informaciones nacidas en contextos precisos que determinan en gran parte su forma y contenido. Lisón afirma, pues, en la página 159 de su libro que podemos acceder «al fascinante mundo de la Compaña no por experiencia personal nocturna sino a través de la narración oral de los videntes». El objeto estudiado no puede, pues, servir de pretexto para la observación o para la fabricación de cifras. El investigador no encuentra más que discursos. No hay una realidad positiva o pretendidamente tal que pueda autorizar la descripción de una realidad inmediata, no hay más que palabras.

Pero examinar solo los discursos tiene tres ventajas inestimables. En primer lugar dispensa de intentar en vano sobrepasar el infranqueable obstáculo del paso entre la realidad y el discurso, ruptura que yo he llamado «salto peligroso» (Traimond, 2004: 42) que Dominique Rabaté designaba como «grieta» (Rabaté, 2006: 34) y que Roland Barthes intenta acotar tomando de Jakobson el término de Shifter (Barthes, 2002: II, 906). En segundo lugar, así es posible poner ante los ojos del lector la totalidad del recorrido de la demostración desde el punto de partida, desde el proceso hasta las conclusiones. De esta manera la antropología puede finalmente escapar a esta lepra que la corroe desde hace demasiado tiempo, «la afirmación sin prueba» por la cual el investigador propone observaciones e interpretaciones sin más argumento que el famoso «yo estaba allí». A menudo da al lector informaciones y avisos que no provienen más que de sí mismo con la única justificación de su propia autoridad. Por el contrario, Lisón apoya sus propias afirmaciones de que algo queda probado con citas de los testigos, con la presentación del contexto y con la explicitación de su propio punto de vista. Finalmente, una última ventaja nada pequeña es que para realizar este trabajo de crítica de las informaciones, disponemos del saber hacer desarrollado por los historiadores a partir del Renacimiento para las fuentes escritas que Jean Norton Cru amplió a los ámbitos de la oralidad. Los «secretos, silencios y mentiras» (Viswerwaran, 1994: 60) alteran los discursos de los testigos pero nosotros los sabemos detectar y por tanto sobrepasar.

Con los materiales recogidos de su investigación, las palabras y los instrumentos de análisis presentados más arriba, Lisón trata de explicar por qué hay personas incluso razonables que le o nos llevan a reencontrar las procesiones de almas de muertos y a hablar de ellas para convencer al entorno de la realidad de su visión. La apuesta es esencial para la antropología. Se trata de legitimar el discurso natural (en el sentido de lengua natural), de reflexionar sobre «lo ordinario», de comprender estos puntos de vista de abajo, de acceder a estos «saberes reprimidos» (Foucault), estos saberes que no son científicos» (De Certeau) habitualmente pasados por alto, ocultados, despreciados o condenados por los dominadores bajo el apelativo peyorativo de supersticio-

Page 59

nes. Lisón se propone explicar por qué las clases subalternas siguen teniendo propósitos inconfesables, utilizando categorías vituperables. Para reencontrar estos discursos y estas prácticas, va hasta el fondo último de una España en la que determinados linajes célticos hablaban una lengua extraña -cercana al portugués- para encontrar lo más común, el trato con las almas de los muertos, y lo más específico, las formas locales de estas relaciones.

Lo esencial de estos materiales consta en los discursos naturales cada vez expresados en un contexto determinado. Trata de comprender estos inverosímiles relatos de procesiones nocturnas. Para él se trata de mostrar la evidencia de estas descripciones, su racionalidad, la fuerza que transmiten, incluso si son narrados de manera abreviada siguen siendo el pálido reflejo de las emociones de sus interlocutores. Para Lisón, la tarea de la antropología consiste en explicar los propósitos que se descubren a través de la reconstrucción de su lógica interna a partir de las categorías de los hablantes, de su retórica y de sus maneras de hablar.

Por eso Lisón no se puede apoyar en un corpus debido a la heterogeneidad de los datos y a la imposibilidad de fijar fronteras «que va desde los cuentecillos más inverosí-miles hasta las fantasías reales más maravillosas y creídas» (p. 159). En desquite, estas informaciones expresan valores esenciales y «un círculo oral dinámico y sorprendente». Desde entonces, en vez de poner marcos a priori que volvería a encontrar al final del análisis, prefiere partir del análisis meticuloso de las palabras de sus interlocutores. Para ello utiliza la pragmática del lenguaje -«el presente enunciativo emplea el modo temporal del pasado» (p. 173), afirma una perspectiva nominalista- ya que «las creencias [...] preceden a la visión» (p. 261) pero sobre todo considera que «lo que oyen es una realidad estructurada según sus propios esquemas conceptuales...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR