Los moriscos como objeto de investigación histórica y cultural

AutorMaría Soledad Carrasco Urgoiti
Páginas3-50

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La naturaleza del enfrentamiento social entre cristianos y moriscos, niega radical-mente el derecho al ejercicio práctico de su diversidad, creencias y visión global de la vida.

La imagen del Abencerraje configura la visión del caballero, la fidelidad, la nobleza de espíritu y, la palabra abierta siempre a un humanismo plural e incluyente.

El resultado de todo este proceso político, literario y religioso termina en el exilio forzoso de una cultura diferente y un modo de vivir minoritario y distinto.

Contexto histórico-cultural del tema

Textos de un proyecto político excluyente

Esperamos que el futuro cercano brinde la opción de conocer otras lecturas y que aprendamos a convivir en la diversidad de una manera sana, respetuosa y armoniosa, mere-ciendo habitar este planeta [Roberto Santos Curvelo y Fabio Mejía Botero, comps., Mensajes de la Madre Tierra en territorio muisca, Bogotá, 2010, p. 11].

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Este tratado o tratamiento de la injusticia se acerca a la justicia escuchando la significación de las experiencias de miseria material o de humillación moral, como si en el sufrimiento de esas experiencias estuviera el secreto de la justicia.

Nadie duda de que la justicia sea un tema mayor de nuestro tiempo. [...]

Hacer hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad, dice Adorno. La verdad no es imparcial, ni impasible, tampoco partisana.

Eso vale para la filosofía, sobre todo cuando trata la injusticia [Reyes Mate, Tratado de la injusticia, Editorial Anthropos, Barcelona, 2011, pp. 9, 300].

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Moricos, los mis moricos, / los que ganáis mi soldada... [El Romancero viejo. Edición de Mercedes Díaz Roig, Editorial Cátedra, Madrid, 1982, p. 54].

1. Tesis e investigación histórica del profesor Américo Castro referentes al origen de la etnia hispánica y sus valores más peculiares

No interesa ejercitarse en tareas de posible convivencia.

La religión es tabú; lo son los moros, los judíos, los castellanos, los catalanes, los vascos, etc. Del dogmatismo católico-español se pasa al marxista o al anarquista. Lo único entonces posible es continuar esperando al Mesías más al alcance de la mano. Para unos Rusia, para otros China, o incluso una reorganización europea a favor de Mercado Común, o una Aurora anarquista, o un sistema férreo que silencie e inmovilice las voluntades. Sin el menor propósito político, me limitaría a emitir una opinión sumamente simple: mientras los españoles no se resignen a aceptar el hecho de haber sido como han sido, a percibir el latir de su pasado en su presente, y a rectificar heroica y serenamente lo nocivo de su pasado, las discusiones acerca de su futuro se basarán en vocablos y exclamaciones. La secular y falsa imagen del pasado es como una antigua arma de panoplia, inútil frente a las automáticas de nuestros días.

Hay que aceptar el hecho del no paralelismo de España respecto de Europa. [...]

Debajo y en torno de los factores económicos aparece el hecho realísimo de que la existencia humana siempre está enfilada hacia y para un futuro. [...]

Hasta el siglo XV los cristianos se habían mezclado con los judíos -no lo olvide el lector- y fue así posible que incluso cristianos de ascendencia regia amaran a judías, y que la madre de Fernando el Católico fuera de sangre hebrea. Lo normal del caso se revela en el silencio acerca de tales mezclas antes del siglo XV, y en el escándalo a que más tarde dieron origen. De ahí que bastantes conversos -no todos- se hicieran perversos, y que de entre ellos salieran los más atroces enemigos de los israelitas y de los mismos conversos, los cuales se hallaban por doquiera, y a veces a gran altura. Del célebre teólogo y dominico Juan de Torquemada, cardenal de San Sixto, dice Hernando del Pulgar: sus abuelos fueron de linaje de los judíos convertidos a nuestra santa fe católica, con lo cual el primer inquisidor, fray Tomás de Torquemada (pariente del Cardenal), resulta ser también ex illis. Hernando del Pulgar -un alma sutil y extraña- era otro judío converso, aunque las historias literarias no lo señalen como tal. Con motivo de haber prohibido los guipuzcoanos que sus familias entroncaran con conversos, y que éstos fueran a morar a su tierra, escribe Pulgar una irónica epístola a don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España. [...]

La realidad de la historia necesita de ambos extremos para hacérsenos inteligible: el exclusivismo de la España católica fue una réplica al hermetismo de las aljamas.

[...] Esa dimensión histórica, historiable, es lo que ahora me interesa. Un pueblo se la crea al ir enfrentándose con las circunstancias que su propio hacer le depara -como un personaje a la vez novelístico y dramático. Sus obras continúan existiendo como un durable presente, aunque los biológicamente descendientes de quienes las crearon lleguen a existir en formas de vida sin ninguna conexión con aquéllos, sin conciencia social de ser como ellos. Ya no hay sumerios, ni griegos como los del Ática y la Magna Grecia, ni celtíberos, ni cartagineses.

En la historia se realizan en múltiples modos las posibilidades humanas de crear algo valioso e irradiante, apto para mover a otros hombres a rebasar el nivel de la insignificancia cotidiana, para tensar la mente, la fantasía o el ánimo. Ahora bien: los modos de vida historiables no se difunden mediante la supresión de las barreras políticas que separan y singularizan a los pueblos, sino en la medida en que ciertos valores se generalicen. Las frondas de los árboles históricos se tocan en sus cimas, pero los árboles mis-

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mos no se entrelazan en la profundidad sin luz de sus raíces (a menos que un pueblo sea absorbido sin resto en la vida de otro). Lo que se difunde son ciertos valores, por ejemplo, la creencia hebrea en el Mesías, advenido ya para muchos creyentes; o las formas del pensar helénico. Se extienden muchas cosas, importantes o menudas, desde el uso de la rueda hasta ciertas clases de danzas. A pesar de lo cual los pueblos creadores o receptores de unos y otros usos y valores conservan su singularidad, aparecen como unidades dentro de la totalidad de la vida humana, siempre pluralizada.

Hay, pues, que dar por supuesta la existencia de una entidad social y de la conciencia de pertenecer a ella generacionalmente, antes de describir y de tratar de entender el proceso histórico de una colectividad humana. Los castellanos se sabían serlo desde el siglo X, y se esforzaron por hacerse valer como castellanos -no como celtíberos. El mero hecho de existir para que la vida elemental y uniforme prosiga subsistiendo en mejores o peores condiciones, no constituye historia. En todo caso, el caos confuso de hechos y acontecimientos fragmentados que el investigador del pasado o del presente saca a la luz, no es por sí solo historia, no es todavía historia. [...]

La conciencia de las posibilidades y de los límites de la futura morada vital de los españoles (de lo que querían, podían o les era menos grato o urgente hacer), comenzó a alborear al sentir la peligrosidad del mañana frente a los musulmanes de al-Andalus. Tomaron conciencia de sí quienes en el siglo XII serían llamados españoles en la medida en que se daban cuenta de cómo era su adversario, y de cómo eran sus rivales cristianos. Las acciones secularmente homogéneas de aquellos hombres (no hablo de su psicología, sino de su hacer) carecían de precedente en la Península.

[...] Un pueblo mantiene sus preferidas maneras de actividad historiable mientras le dura su ímpetu vital, o hasta que es modificado interiormente por otras gentes que vengan a mezclarse con él, o es aniquilado por algún cataclismo. Las invasiones germánicas acabaron por modificar la vividura del pueblo romano; los franconormandos cambiaron la estructura de los habitantes de las Islas Británicas; pueblos del norte de la Península Ibérica, entrelazados con visigodos, moros y judíos, forjaron la especial disposición de vida de los españoles, que no fue ya ni visigoda, ni mora, ni judía, sino española.

[...] El vivir humano (en cuanto a valor) es, en cambio, creación, imprevisible e incalculable según leyes naturales, objeto de la ciencia; lo humano frente a eso, se da en la conciencia (Bergson) o en la autognosis (Dilthey).

[...] Convendría fijar -o tratar de fijar- cuáles son las condiciones necesarias para hablar con fundamento de la morada vital, y para que ésta no sea confundida con las circunstancias empíricas que la hacen posible, ni flote a merced de cualquier subjetivismo psicológico. Partimos, ante todo, de la presencia de un grupo humano, consciente de sus dimensiones colectivas y territoriales, de un pasado sentido como vivo, como el hombre adulto siente ser suyas su niñez y su mocedad; consciente también de un futuro prometedor de bienes o preñado de males. La conciencia de ipseidad -de ser el grupo continuación de lo que...

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