A MODO DE EPÍLOGO. Retomando el concepto de violencia estructural. La memoria, el daño social y el derecho a la resistencia como herramientas de trabajo

AutorIñaki Rivera Beiras
Páginas253-279

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1. Genealogía de la(s) violencia(s) La violencia estructural

Tras lo que se ha presentado hasta aquí, es hora de indicar el fundamento de todo este complejo edificio que pretendemos sostener y que, en el fondo, no es otro que el de la consideración de la categoría de la(s) violencia(s). A su reconstrucción histórico-conceptual se hará alusión a continuación.

La idea y noción de violencia puede entenderse de diversos modos. En un sentido etimológico, violencia proviene del latín vio.lentia que a su vez, retoma la raíz vis (fuerza) para añadirle el sufijo lentia (que significa un actuar constante). Así, la palabra violencia, desde este enfoque, significa el uso de la fuerza de modo continuado. Ahora bien, en otra dimensión gnoseológica, los estudios sobre la violencia remiten a su oposición, a la búsqueda o al estudio de la paz. Desde este otro lado, ricas acepciones completan el significado (v. Galtung 1969). Veamos un poco más este enfoque.

Desde un punto de vista estrictamente histórico, o aún mejor, mitológico, la expresión de la paz sugería sobre todo una armónica relación con la naturaleza, con la tierra, con las estaciones climáticas y el desarrollo de un mundo que debía ser respetado por la humanidad. Así, la idea de «fertilidad» era esencial para una vida comunitaria en paz, estado en el cual los seres humanos se servirían, respetuosamente, de los frutos de la tierra.1Posteriormente, la época griega clásica re-adaptó el voca-

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blo y, en el marco de la organización institucional de la polis, la paz ya fue entendida como un «contrato jurídico-institucional» que aludía, fundamentalmente, a un estado de suspensión de la guerra. Ese fue (y es) el significado de la expresión griega «Eire-ne», traducida al castellano como Irene, nombre de mujer que, como se ve, en realidad quiere decir paz. Más adelante, y ya en la Roma imperial, dicho concepto fue cambiado sustancialmente con el conocido como «pax romana», es decir, la tregua impuesta por el Imperio a los pueblos por éste sometidos.

Como es conocido, en la Edad Media la administración de la justicia fue de orden fundamentalmente privada y particular, manteniéndose el Derecho romano por obra de los Glosadores medievales que lo re-escribieron y lo compilaron dando lugar a las primeras legislaciones pre-Modernas. Y justamente en los albores de la Modernidad, la teorizaciones en torno al Leviatán de Tomas Hobbes, provocan algunas de las primeras reflexiones en torno a la violencia. En efecto, entendida ahora como la tendencia natural de los hombres (no se olvide que en realidad, el Leviathan es una figura de un dragón marino aparecido en La Vulgata del siglo IV), la única forma de poder frenar, regular y contener esa pulsión destructiva, es a través de la firma de un contrato social que dé nacimiento a un Estado que asumirá, monopólicamente, el uso de la fuerza. Ese Estado debe tener poder absoluto para ser capaz de infundir miedo a los súbditos y no cualquier miedo, sino un miedo de producir muerte, pues solo ese temor impedirá a los seres humanos expandir esa natural tendencia a la violencia de acuerdo a la concepción hobbesiana. Sobre esa base y con esa finalidad se habría entonces fundado el Estado, dicho sea aquí en extrema síntesis. El surgimiento del «ius puniendi» estatal Moderno, junto a toda la racionalidad de progreso que alimentó el siglo XIX convocaron a un optimismo en torno al desarrollo de la civilización, la cual debía caminar así hacia un camino imparable de mayores cuotas de humanidad y de progresivo desarrollo.

Sin embargo, y revelando su cara más brutal y oculta, el estallido de la Gran Guerra a principios del siglo XX, mostró por primera vez a escala planetaria la impresionante capacidad de destrucción que la humanidad había ido adquiriendo como consecuencia del desarrollo decimonónico, en especial, con el refinamiento de la industria armamentística (Hobsbawm 1998). La

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destrucción provocada como consecuencia de la primera Guerra Mundial fue devastadora y sumió a gran parte de la intelectualidad más lúcida de entonces en una desazón imposible de ser asumida. Pero también provocó la humillación de naciones enteras (en especial, la alemana) y la aparición y exacerbación de las posturas totalitarias más reaccionarias que se hayan jamás conocido. Como señaló para siempre Hannah Arendt, el caldo de cultivo para que germinara y crecieran los totalitarismos, y en especial el nazismo, estaba preparado (Arendt 1951). La barbarie y la planificación genocida estaban a punto de asaltar los centros del poder en Europa. Ni siquiera el horror de la Gran Guerra y sus consecuencias, pudieron evitar la exacerbación del viejo antisemitismo (v. Bensoussan 2005), el inicio de las persecuciones nazis, la articulación de diversos regímenes fascistas y sobre todo, el Holocausto. La segunda Guerra Mun-dial, el asentamiento del mal extremo y la muerte de más de sesenta millones de seres humanos, hace solo setenta años atrás, (otra vez) en el corazón de la culta y desarrollada Europa, detuvieron la historia y la regresaron seguramente hacia el estadio más salvaje de la naturaleza humana aunque, paradógica o dialécticamente, semejante estado era en realidad la «culminación» del proyecto de la Modernidad burocratizada (Gandler 2009).2Tras todo ello, y sólo tras ello, surgieron con fuerza los estudios en torno a la paz, la guerra y la violencia. En 1958, en Oslo, Johan Galtung fundaba el Institute for Peace Research, convirtiéndose en el más autorizado referente mundial de los estudios a los que se alude. El citado autor, realizó diversas tipologías en torno a la violencia; aquí me interesa resaltar aquella que señaló

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la existencia de diversas formas. Una primera, que denominó como «violencia directa» y que puede ser física o verbal, que tiene efectos visibles y que, normalmente, consiste en un acontecimiento. Una segunda, a la que llamó «violencia estructural», que se verifica cuando «las estructuras político-económicas impiden a los individuos o grupos realizar el potencial de sus capacidades mentales o somáticas». Y una tercera forma de violencia que calificó como «cultural» constituida por aquellos «aspectos de la religión, opinión pública, ideologías, lenguaje... que justifican las violencias directa o estructural» (Galtung op. cit.).

Asimismo, Galtung, abundando en lo que se acaba de señalar, y en los específicos estudios acerca de la paz, distinguió siempre la llamada «paz negativa», la cual se verifica en ausencia de violencia directa; de la denominada «paz positiva», situación que solo será alcanzada cuando se logre la efectiva capacidad de desarrollo y ejercicio de las necesidades más importantes de las personas, léase cuando puedan ejercitar sus derechos fundamentales. De ahí que pueda afirmarse que no habrá una situación de paz plena (o «positiva») cuando las personas no puedan contar con, por ejemplo, vacunas, alimentos, vivienda, asistencia a la salud, educación... Si justamente, como ha dicho Galtung, las estructuras político-económicas impiden a los individuos o grupos realizar el potencial de sus capacidades, son esas mismas estructuras las que están actuando con violencia, denominada, estructural. Es esta una importantísima línea de trabajo que debo destacar por ahora y que más adelante será retomada, pues constituye uno de los ejes fundamentales sobre los que se asientan los trabajos del presente volumen.

Capella retoma el análisis que se ha presentado para caracterizar la época actual y afirmar, además, la sumisión final de las instituciones democráticas al diktat del capital: «Millones de personas han sido expulsadas de sus ocupaciones. Sus derechos como trabajadores han sido cercenados. El coste del despido se ha abaratado para los empleadores. Los puestos de trabajo tienden a ser vistos jurídicamente como provisionales. Las indemnizaciones y subsidios de desempleo se recortan. Las condiciones para el derecho a pensiones de jubilación se endurecen y las pensiones mismas se deterioran. También se recortan y precarizan los servicios prestados por las Instituciones públicas y se imponen a pesar de eso mayores cargas fiscales a la gente. Dicho

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en pocas palabras: el sistema de relaciones económicas ha impuesto un recorte drástico de la remuneración directa e indirecta de las personas que trabajan. Lo ha hecho ante todo mediante la violencia estructural. Mediante la potencia de la coerción económica [...]. Ese “imperativo económico” ha impuesto a las Instituciones políticas sus dictados. Ha sido escenificada la farsa mediante la cual las voluntades del capital aparecen como manifestaciones de la voluntad general. Han sido juridificadas y legitimadas como decisiones democráticas. O sea: el “demos”, la gente, ha querido la reducción de sus derechos, según el argumento de la farsa» (2013: 39-40).

Recuperar la tradición del paradigma de la violencia estructural resulta imprescindible para abordar la dañosidad social del presente. Esa es una de las herramientas fundamentales con las que trabaja esta obra, como se desprende de los trabajos que la constituyen. Pero, todavía, antes de abordar el tiempo contemporáneo, conviene seguir el hilo de otra herramienta que también considero imprescindible para el abordaje global que se propone: la categoría de la memoria colectiva.

2. La Escuela de Frankfurt y la categoría sociológica de la Memoria

Ya se ha hecho antes referencia a la tradición ilustrada que señaló a la Modernidad como el momento en que «las luces» alumbraron una nueva época que inauguró una racionalidad de progreso que había de guiar a la humanidad hacia mayores cuotas de...

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