El modelo orgánico de sociedad no totalitario en la sociología jurídica de Giner

AutorDelia Manzanero Fernández
Páginas281-298

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1. Polisemia y ambigüedad de la metáfora orgánica

La idea que en rigor viene a dar unidad al pensamiento sociológico del krausismo español es su concepción orgánica y dinámica de la realidad como un todo, de la sociedad y de cada una de sus determinaciones como un organismo. Lo que interesa destacar de estos conceptos de Estado y Sociedad, tal y como han sido desenvueltos en varios de los textos krausistas, es la comprensión implícita de la «sociedad total humana» como compuesta de «sociedades parciales» relacionadas orgánicamente con el todo, con el ideal de la Humanidad. Un organicismo social que reconoce la pluralidad de fines del hombre, la asociación de los individuos para perseguir esos fines en distintos tipos de asociaciones y su relación con el cumplimiento del destino total de la humanidad. Esta tesis viene principalmente respaldada por la doctrina organicista de la sociedad formulada por la escuela armónica krausista, cuyo clave de bóveda es la propuesta de Krause de distintas alianzas o sociedades humanas, según la cual, toda sociedad es una auténtica persona y, en cuanto tal, es un verdadero Estado; véase al respecto el completo estudio sobre Krause, educador de la humanidad. Una biografía de Menéndez Ureña1. Como expresa Adolfo Posada, uno de los más destacados discípulos de Francisco Giner de los Ríos, la ascendencia teórica del organismo puro y simple de Giner se encuentra «dentro de la tradición filosófica orgánica de Krause y Ahrens»2; un precedente doctrinal que alcanza en Giner un gran desarrollo facilitado, de un lado, por el movimiento positivista que permite la Sociología, y de otro, por la amplia consideración del carácter psicológico de las relaciones humanas, lo cual permite hacer una doble consideración y

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distinción entre lo orgánico social (universal) y su diferencia con respecto a lo orgánico psicológico. Así lo hace ver Posada, para quien «la sociología abarca a la vez la consideración de la sociedad y de lo psíquico social, como ocurre con Espinas, Giner, Azcárate»3. Estos conceptos ginerianos del organicismo y de la persona social luego van a resultar centrales a los estudios de la psicología social, merced al doble (y heterogéneo) influjo de Schelling y Herbart, por una parte, y por otra, a los estudios de los protosociólogos franceses y alemanes, en particular, del «semi-krauseano» Schäffle, Spencer, Wundt, Tarde, etc.; una doctrina que fue también muy útil a los propagadores de las teorías organicistas de la sociedad tan en boga en los años finales del XIX.

A diferencia de muchas teorías organicistas de la época –que estaban más relacionadas con la biología y las metáforas fisiológicas de autores que, como Schelling y Spencer, equiparaban la sociedad a un cuerpo físico o un sistema nervioso donde la sociedad aparecía reconocida como entidad superior a los individuos–, por el contrario, el organicismo krausista tiene que ver más con un organicismo de carácter metafísico, donde el hombre ocupa la clave de bóveda de todo su sistema. Baste considerar la amplia significación que para Giner tiene la idea de organismo, y su consideración de la Sociedad como un cuerpo social (que Posada equipara al corpus mysticum suareciano); donde la sociedad es un organismo moral del cual, conviene recordar, el Estado es tan sólo un órgano social más:

en otro lugar, Giner dice: “no sólo es el Estado social una comunidad, un todo, una persona, sino que por serlo es también un ‘organismo’ (Ídem [La persona social], I, pág. 33)”. En manera alguna un organismo físico, “que el concepto de organismo no implica la idea de organismo ‘material’, fisiológico”, es de orden metafísico. En Giner, la idea del organismo social es más vecina de la del “cuerpo místico” que de la de un Works o de un Lilienfeld4.

En efecto, para Giner, la realidad social es un organismo o, mejor, es orgánica y persistente; pero no por ello se le debe confundir sin más con un adepto al organicismo biológico. En Giner hallamos un organicismo que entronca con la Metafísica de Krause y su sistema de alianzas, y –como muy

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bien advierte el propio Giner–, se hace de todo punto conveniente y necesario distinguir entre el carácter biológico y el orgánico que se imprime a la sociedad, pues no son lo mismo:

“En Krause, por el contrario, asevera Giner el paralelismo entre ciertas formas del Espíritu y su vida y las de la Naturaleza viene de la unidad del Principio Absoluto. Y así, aquel concepto, que no pertenece a la ciencia natural, sino a la filosofía general, a la Metafísica (como reconoce el Sr. Santamaría de Paredes), se aplica luego con diverso carácter a cada una de esas esferas; sin tener por tanto que buscar, v. gr., cuál es la célula, o el tejido conjuntivo, o el cerebro, o el aparato secretor, en la sociedad como la sociología naturalista contemporánea, ni concluir con el Estado la serie de los tipos de la historia natural, como hacen Carus o Jäger”5.

Como puede apreciarse en este fragmento perteneciente a un relevante artículo de Francisco Giner sobre “La ciencia como función social”, en el que explica que su concepto de organicismo no pertenece a la biología sino a la metafísica, esta distinción se traza no de una manera arbitraria o casual, sino que Giner pone gran cuidado en desligarla de cualquier biologicismo naturalista como enfoque explicativo de las relaciones sociales. Y ello, porque quizá Giner ya atisbaba o empezaba a vislumbrar algunos de los problemas que podrían derivarse de este concepto biológico de la sociedad, en cuanto suponía una amenaza para la individualidad. Un problema que tomará su cariz más agresivo con las dictaduras totalitarias en la primera mitad del siglo XX que le tocó vivir a sus discípulos –magistralmente retratado en los estudios sobre la Gran Guerra de Adolfo Posada– y que fueron objeto de reflexión en varias de sus obras. Este último alcanzó a expresar su temor de que “en el supuesto paralelismo de la sociedad y el organismo natural, perezca la libertad ante la absorbente dictadura de los centros nerviosos, representados por el Gobierno”6. Son también interesantes sus reflexiones sobre los gobiernos totalitarios y la distinción con el modelo de organización social que propone el krausismo, que opone dos conceptos de Estado antagónicos:

“(…)el Estado dominador, potencia de imperio, máquina opresora dentro, para “su” pueblo, y absorbente, sin reparos jurídicos ni morales, en la expansión exterior; y de otro la del Estado comunidad moral, libre, autónoma, democracia expansiva, con anhelos sentimentales de fraternidad universal; un

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Estado basado en el respeto a los derechos de la personalidad, tanto en el hombre como en las naciones.”7.

Los krausistas españoles son pues conscientes del posible uso a que puede desembocar una teoría organicista de la sociedad que lleve a cabo este sincretismo malsano de lo sociológico y jurídico con lo biológico, y no dudan en criticar este sentido biológico o animal que dota al Estado del papel coactivo y represor de la vida de individuos y de diferentes colectivos. Por esta razón –aclara y enfatiza Posada– que su doctrina krausista parte

“de la concepción del organismo social, que no debe, sin embargo, equipararse al animal: la posición de las células en este implica una sumisión absoluta a la dirección unitaria del organismo, que no existe en la sociedad; “las partes del animal forman un todo concreto: las partes de una sociedad, las de una sociedad un todo discreto,… en el uno la conciencia está concentrada en una pequeña parte del agregado; en la sociedad, está difundida por todo el agregado””8.

No están demás estas aclaraciones que Giner y Posada hacen de su interpretación del término ‘organicismo’ en sus obras, pues la polisemia y ambigüedad del mismo es manifiesta. La metáfora orgánica apunta, en efecto, a la idea de un todo organizado, a una totalidad compuesta de órganos que persigue ciertos fines inherentes a su naturaleza. Por esta razón, y con mayor frecuencia de lo deseado, en la Filosofía social la doctrina del organicismo ha tenido habitualmente una aplicación y un uso que ha sido resultado de una interpretación más o menos biológica y literal de este término y, por eso, se le ha asociado casi siempre como más o menos sometida a un naturalismo que ha dado en concepciones autoritarias de la sociedad. Así pues, la metáfora orgánica apunta la idea de un todo organizado, de una totalidad compuesta de órganos que persigue ciertos fines inherentes a su naturaleza.

En este sentido, no han faltado autores que han reprochado a la filosofía de Krause su vinculación a estas corrientes de pensamiento de base biológica

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de la escuela organicista, y que han considerado como una asociación muy poco afortunada la relación de la filosofía krausista con cualquier intento de descripción organicista de la organización social:

“Dada la equivocidad de la filosofía de Krause, se verá siempre en él un precursor de todas las nuevas corrientes organicistas de base biológica o naturalista. Incluso se establecerá una relación entre la sustantividad del organismo social y la caracterización de la sociedad como un corpus mysticum, a la manera como, entre los escolásticos, lo hizo Francisco Suárez”9.

De acuerdo con Gil Cremades, se manifiesta en la concepción krauseana del derecho una ambigüedad y una indecisión muy grandes, algo que desde luego no es transferible a sus discípulos españoles, quienes no sólo distinguen perfectamente la teoría social de Krause de cualquier interpretación biologicista, sino que consideran que, si se hubiera seguido precisamente la interpretación moral y metafísica del organicismo de Krause y se hubieran evitado esos intentos de asimilación naturalista y mecanicista de Schelling y Spencer, se hubieran salvado...

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