La educación y el mito de la diferencia sexual: avances, retrocesos y nudos críticos del caso español

AutorLaura Nuño Gómez
Cargo del AutorProfesora Titular de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos

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Pero ¿qué puede esperarse de las mujeres, si se reflexiona que en el mundo entero no ha podido producir este sexo un solo genio verdaderamente grande, ni una obra completa y original en las bellas artes, ni un solo trabajo de valor duradero, sea en lo que fuere?... Excepciones aisladas y parciales no cambian las cosas en nada: tomadas en conjunto, las mujeres son y serán las nulidades más cabales e incurables

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Schopenhauer A. (1851) El amor, las mujeres y la muerte. Edición de Edaf (2007):p67

1. Introducción: educación, diferencia sexual y ontología

La educación ha sufrido una profunda transformación a lo largo de la historia. De ser un privilegio reservado a los varones pertenecientes a las élites, ha pasado a considerarse como un derecho universal. Su contenido ha ido adaptándose, a su vez, a los requerimientos de cada época. El estudio de la caza o los ritos fue sustituido por el saber filosófico, astronómico o mate-mático, para tener después un marcado carácter confesional asociado a los grandes relatos monoteístas y centrarse, con posterioridad, en las luces de la razón y del conocimiento científico. Dependiendo del interés que prime, ahora se intenta ajustar a las necesidades técnicas del mercado, cuando no a los requerimientos de las diferentes doctrinas religiosas.

Si hay un elemento que caracteriza la evolución de la educación es su carácter teleológico o instrumental. Es decir, se educa a quien se considera necesario para que adquiera unas capacidades con el fin de desarrollar una función social determinada. No en vano, educãre - en su acepción originaria- significa dirigir o encaminar y ese es, precisamente, su objetivo: asegurar la adquisición de las habilidades y valores que cada sociedad estima, en cada momento, que son las oportunas.

Pero además de éste contenido instrumental, tal y como se concibe en la actualidad, la educación pretende reforzar aspectos como la reflexión crítica o la autonomía de juicio; y esto, no siempre conviene. Por ello, entre lo uno y lo otro, el debate sobre los contenidos curriculares o el posible modelo pedagógico suele ser una polémica abierta sobre la que es difícil construir amplios consensos.

En la medida que la educación encamina los saberes hacia el cumplimiento de unos haceres o de una determinada función social, la educación femenina es un asunto estrechamente vinculado a esta última y al modelo de relaciones de género que se propugnan. Por ello, las sociedades, culturas y religiones adalides de la diferencia sexual y del esencialismo naturalista no suelen permitir que la capacitación común de mujeres y hombres desmonte el diseño sexuado respecto a dotes o habilidades y cuestione la consabida complementariedad sexual o promueva la autonomía femenina.

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La educación construye ontología. Y la ontología o la diferente naturaleza entre mujeres y hombres es el pilar sobre el que el patriarcado levanta su teoría sobre la diferencia sexual. Si se pretende su supervivencia es condición sine qua non aplicar un modelo educativo convenientemente sexuado y segregado y conservar la vigencia de la heterodesignación patriarcal.

En el reino animal la regla es: comed o sed comidos; en el reino humano: definid o sed definidos

(SZASZ, T. 1992) y la heterodesignación y la negación como sujetos de la razón son las reglas de oro de la sujeción de las mujeres. Como señala Celia Amorós, «sujeto es aquel que administra sus propios predicados y se los endosa a los demás. Pero para ello hay que tener poder» (AMORÓS, C. 2011). Y eso es precisamente a lo que no parecía estar dispuesto el pacto patriarcal; así que se controló su acceso a la educación y se intervino en ella con objeto de moldear su formación, su identidad y sus expectativas al estricto cumplimiento de una función social que otorgaría, en el mejor de los casos, sólo poder doméstico. Alejadas de la formación, las mujeres serían incapaces de administrar ni el poder ni sus propios predicados.

2. El consenso esencialista sobre el mito de la diferencia sexual y la teoría de las excepciones

La historia está poblada de filósofos, teólogos, médicos o literatos que han defendido con vehemencia la necesidad de educar a las mujeres sólo para el cumplimiento de la función social de esposa y madre. Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino, Erasmo de Rotterdam, Rousseau, Quevedo, Moliere, Kant, Schopenhauer, Freud, Gregorio Marañón y un largo etcétera de nombres ilustres engrosan la concurrida lista de promotores de la doble función social de mujeres y hombres y de una formación adaptada a ello.

La no aceptación del imperativo de la diferencia sexual se recibió con burla o frontal oposición y la producción femenina que puso en cuestión el esencialismo naturalista fue convenientemente ignorada. Porque la historia no sólo es el resultado de las acciones patriarcales, como señala Carla Lonzi (LONZI, C. 1978:30) es, a su vez, producto de la selección androcéntrica de los acontecimientos relevantes y, las aportaciones femeninas, no fueron consideradas como tal. Los contados casos de mujeres que consiguieron saltarse la afasia histórica tampoco invalidaron el esencialismo naturalista; entrando a formar parte de la dinámica de las excepciones, y asunto resuelto2.

Algunas aportaciones lograron entrar en los anales de la historia, es el caso de Safo de Lesbos, Diotima de Mantinea, Aspasia de Mileto3, el nutrido

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grupo de filósofas de las escuelas pitagórica, cínica o epicúrea (como Teano o Hiparquía de Tracia), entre otras; lo que no evitó que Aristóteles las considerara excepciones y mantuviera que las féminas estaban hechas para servir y que en ellas «el silencio es un ornato»4.

Tesis que suscribe, casi cinco siglos después, la Epístola I del apóstol Pablo a Timoteo en la que encomienda que «las mujeres escuchen en silencio las instrucciones y óiganlas con entera sumisión; pues no permito a la mujer hacer de doctora en la iglesia, ni tomar autoridad sobre el marido; más estese callada, ya que Adán fue formado el primero y después Eva como inferior»5.

Las propuestas encaminadas a irracionalizar el mandato de silencio y subordinación difundidas por Averrores, Poulain de la Barre o incluso por el universalismo inherente, inicialmente, a la doctrina cristiana no mellaron la solidez del pacto patriarcal en torno a la complementariedad de los sexos y a la necesidad de un modelo educativo orientado a garantizar tal fin.

El contenido de la educación, con sus múltiples vaivenes, mantuvo hasta fechas relativamente recientes tanto la prohibición de la educación no sexuada como la invisibilización de la producción femenina. La constancia histórica de filósofas como Sosípatra de Pérgamo, Asclepignenia, Edesia de Alejandría, Teodora, la mártir Egenia, María Egipciana o Hipatia de Alejandría, por citar solo algunas de sus predecesoras o coetáneas, tampoco impidió que Agustín de Hipona, más conocido como san Agustín, revalidara en «La ciudad de Dios» el mandato de silencio y sumisión.

La oposición y los impedimentos materiales a la formación de las mujeres, la ceguera ante la producción femenina y la teoría de las excepciones, fueron la pauta habitual de conducta. Y así, las aportaciones de Hildegarda de Bingen, Eloísa de Paráclito, Guillermina de Bohemia, Margarita Porete, Hadewych de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Juliana de Lieja María de Oignies, Beatriz de Nazaret, Lutgarda de Tongeren, entre otras muchas, tampoco desmontaron las tesis esencialistas de Santo Tomás ni su defensa sobre la inferioridad intelectual y moral de todas mujeres. El pacto patriarcal sobre el mandato de sumisión, obediencia y silencio contó con un apoyo unánime. La censura de la historia y la dinámica de las excepciones, prevista en caso de que la primera no funcionara, sirvieron para perpetuar durante siglos la teoría sobre la diferencia sexual de dotes y capacidades.

Durante el s. xvii «las preciosas» consiguieron visibilizar un modelo alternativo de feminidad y abrieron el debate sobre la educación y la función social de las mujeres. La reacción no se hizo esperar: la sátira sobre las pretensiones intelectuales de las mujeres fue una efectiva estrategia de choque; cuyo máximo exponente se encuentra en la obra «Las Mujeres sabias», una de las comedias más populares de Moliere.

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3. La pedagogía ilustrada: Emilio versus Sofía

A finales del s. xvii el racionalismo ilustrado emerge como un nuevo paradigma que invalida la legitimación tradicional precedente. Tras la estela de esta nueva racionalidad y sobre unas bases epistemológicas basadas en la razón universal como argumento igualitario, los revolucionarios franceses revocaron la lógica estamental y proclamaron que la libertad sería, en lo sucesivo, un derecho inherente al hombre. Más las mujeres quedaron fuera del conocido contrato social, los padres de la filosofía ilustrada negaron su condición de sujetos de la razón y los derechos supuestamente innatos a los hombres no tendrían tal consideración en el caso de las...

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