Las minorías religiosas como sujetos de derechos en España: un sistema de desigualdad

AutorJosé María Contreras Mazario
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Páginas117-172

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1. Introducción

En el momento actual el «factor cultural» se ha convertido en el elemento bajo el que analizar la realidad de la sociedad, tanto nacional como internacional. Es más, dentro del «factor cultural» en general, el elemento «religioso» aparece como central y catalizador del juicio de valor en la solución de los conflictos. Todo parece poder abordarse o analizarse desde la perspectiva de «lo religioso»: el nuevo orden internacional, las relaciones internacionales, los derechos

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fundamentales, la inmigración, los modelos de integración..., sin darnos cuenta que «lo religioso» puede y debe ocupar su espacio, y que por lo tanto no puede ni debe ser desconocido -como en muchas ocasiones sucede-, aunque tampoco debe ser sobrevalorado. En este sentido, me muestro cercano a quines señalan que «la invocación de la religión, la cultura o la civilización como argumento al mismo tiempo defensivo y ofensivo no hace más que reforzar la niebla intelectual en la que el mundo se ve envuelto desde hace una décadas y que nos hace perder de vista cuestiones profanas que están en el juego en cada situación concreta».

Así, por ejemplo, las relaciones internacionales han dejado de plantearse desde el binomio Este-Oeste, incluso Norte-Sur, característico de gran parte del siglo XX1, para pasar a ser enfocadas o analizadas desde la perspectiva cultural, ya sea mediante la doctrina del choque o conflicto entre culturas o civilizaciones, ya desde el diálogo entre esas mismas culturas o civilizaciones, concretados en el binomio Islam-Occidente. Incluso los conflictos internacionales o internos tienen o se les dota en muchas ocasiones de un componente religioso. Piénsese a este respecto en los conflictos, entre otros, de los Balcanes2,

Cachemira3, Tailandia, Filipinas, Indonesia, palestino-israelí4o el del Cáucaso, y en concreto Chechenia.

Todos estos elementos han llevado a que, en la actualidad, la identidad religiosa parezca que lo envuelve todo, y así se habla del Occidente judeo-cristiano, del mundo musulmán o UMMA, del Israel judío o, incluso, de la India hindú; al tiempo que parecen haber desaparecido elementos de identidad que hasta hace poco eran utilizados, ya

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nadie habla de liberales, socialistas, comunistas o nacionalistas con todos los colores que estas etiquetas podían componer. Ahora somos, en primer lugar, laicos «a la francesa» o multiculturalistas «a la anglosajona», o bien judíos, cristianos, musulmanes, hinduistas o budistas. Cuando no mezclamos términos que resultan irreconciliables como puede ser musulmán frente a occidental.

Con todo, -opinamos que- el retorno de «lo religioso» lejos de ser un fenómeno natural, una reacción casi biológica frente a los posibles excesos del laicismo, es un importantísimo fenómeno político que de religioso tan sólo tiene el nombre. Cuando en Occidente se recurre a la religión, ya sea invocando los denominados «valores judeo-cristianos», ya sea arrimándose a los distintos fundamentalismo de las iglesias americanas, lo que hace no es tanto retornar a lo religioso como echar mano de la religión con el fin de dotar de legitimidad a una acciones políticas que de otra manera carecerían totalmente de ella en el orden internacional5. Y otro tanto cabe decir respecto del auge del fundamentalismo islámico que sirve a menudo colectivamente en el mundo árabe como matriz identitaria para una reacción política antioccidental de características profundamente profanas.

En todos estos casos lo que se detecta es una confusión o mezcla inextricable en conceptos como pueblo, raza, nación, civilización, cultura y religión. Todos ellos se convierten en intercambiables según el público al que uno se dirija o según los nuevos sistemas de valores políticos, o incluso económicos, que se pretenden establecer. Y es verdad que en momentos concretos de la historia algunos, o todos, de los citados términos se han confundido, pero en la actualidad las sociedades son el resultado de realidades heterogéneas, tanto desde un punto de vista racial como cultural o religioso.

Permítanme también señalar que para muchos el fanatismo, el integrismo o el fundamentalismo son consustanciales al hecho religioso, descalificándolo sin más de manera genérica. Y es verdad que a lo largo de la historia y hoy mismo pueden encontrarse situaciones o realidades en que las propias religiones hayan contribuido y sigan contribuyendo a confirmar dicha afirmación. Pero también es cierto que muy a menudo se viste como «religioso» actitudes fanáticas que son de índole distinta a la estrictamente religiosa. A este respecto,

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tampoco debemos obviar la responsabilidad que corresponde a los líderes religiosos en esta labor, así como a los lugares de culto. Y dado que ninguna de las grandes religiones enseña que el exterminio de seres humanos sea un camino de salvación, deberían trabajar de manera conjunta por la paz.

2. Diversidad religiosa en españa

En el ámbito estatal, y por poner el ejemplo de España, afrontar la temática de la diversidad religiosa en España nos sitúa ante una realidad muy concreta y específica, próxima temporalmente con la actualidad. No obstante, esta afirmación debe ser precisada, ya que de lo contrario parecería que el pluralismo religioso es algo del momento presente y que está conectado con el fenómeno de la inmigración, cuando ésta última lo que ha hecho es ponernos sobre una realidad que ya existía, aunque de manera «invisible» en la sociedad española.

Desde el punto de vista sociológico, la sociedad española ha tenido a lo largo de estos treinta años una transformación que resulta igualmente significativa. De especial interés son los resultados que comparan la religiosidad en 1970, en 1980 y en la actualidad. Si en 1970 un 87% de los españoles se declaraba católico practicante y otro 9% católico no practicante, en los años 80 esos porcentajes se ven reducidos al 66% y 19%, respectivamente, mientras que el de indiferentes alcanza el 10% de la población. Por su parte, en una encuesta realizada por el CIS, en febrero de 2008, sobre Religiosidad en España, los datos son los siguientes: el 73,5% de los españoles se declaran católicos, aunque sólo un 26,7% se manifiestan practicantes; al tiempo que un 14,5% se declaran no creyentes y un 9,6% dice ser indiferente.

El crecimiento de las minorías religiosas también resulta significativo a lo largo de estos años. Por señalar sólo algunos datos cuantitativos, basta con reseñar que en la actualidad hay en España más de un millón de personas que son evangélicas y otro que son musulmanas; que más de 700.000 personas son ortodoxas, o que más de 100.000 son testigos cristianos de Jehová.

Todo ello ha tenido lógicamente su reflejo en el proceso de implementación y asentamiento institucional de este pluralismo religioso.

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A este respecto, cabe mencionar que si en 1980 el número de entidades religiosas pertenecientes a minorías religiosas alcanzaba la cifra 300, en este momento, y son datos de hoy mismo, dicho número alcanza la cifra de 2.323. Y otro tanto cabe decir respecto a los lugares de culto, los cuales en 1980 alcanzaban el número de 1.102 y en la actualidad superan los 4.000.

Sin embargo, debemos señalar que si a nivel normativo, o al menos constitucional, el discurso clericalismo-anticlericalismo (católicos-ateos) pareció superarse, el mismo sigue estando presente, en muchas ocasiones, a la hora de la gestión de la pluralidad religiosa en España. Una pluralidad que, como se ha puesto de manifiesto, es hoy un dato sociológico incuestionable, y es desde esa perspectiva desde la que se deben adoptar las posibles soluciones a la gestión de la misma por parte de los distintos gestores públicos.

Junto a ello, debemos destacar asimismo que la quiebra del modelo de sociedad unitaria y uniforme en lo social, cultural y religioso producido en España, como consecuencia fundamental-mente de los movimientos migratorios, ha dado lugar a que el mismo haya sido sustituido por un modelo abierto de sociedad multi-intercultural y plurireligiosa, en la que la defensa de los derechos de las minorías se convierte en una exigencia de la convivencia democrática. Ello se ha visto reforzado, en su dimensión cualitativa, por una nueva concepción de los derechos humanos, que ya no toman exclusivamente en consideración al individuo en forma abstracta y aislada, sino también de forma concreta y posicionada, que obliga a valorar igualmente su entorno y las señas de identidad del grupo en el que esos mismos individuos se insertan.

Desde esta perspectiva, la respuesta del Estado ante el fenómeno de las minorías no pude ser el solo reconocimiento de un derecho a la no discriminación, exigiendo además bien la adopción...

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