Entre Minerva y Temis: Magistrados y poetas en la España de la Ilustración

AutorSantos M. Coronas
Páginas59-95

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Introduccióon

En la segunda mitad del siglo XVIII se dio una singular floración de magistrados poetas como no se conocía en la historia de la magistratura española. Aunque su aparición pudiera atribuirse a la vocación literaria del siglo, una comprensión más profunda de su obra, marcada por un componente político fundamental, la vincula más bien a la filosofía de la libertad que caracteriza la Ilustración. Jovellanos, Meléndez, Forner, Quintana, Posada y Soto, Vaca de Guzmán (...) representan esa generación de magistrados humanistas que recuerda los antecedentes clásicos de Cicerón y Plinio el Joven o, en la tradición española, los modernos de Crespí de Valdaura y Solórzano Pereira, por más que en el siglo de las Luces se cite con especial predilección el ejemplo de Montesquieu 1.

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Pese a la rápida evolución de las ideas culturales y jurídicas que simbolizan los nombres de Feijoo y Mayans, no resultaba fácil para un magistrado de la época superar el antiguo anatema contra la poesía. Una poesía hinchada y escabrosa, llena de artificio y extravagancia, como la divulgada por Góngora, Vega o Paravicino, ejemplos supremos de mal gusto poético para Jovellanos 2 y los neoclásicos, no parecía adecuada a la gravedad de la toga. De aquí que la mayor parte de los ilustres magistrados que al estilo humanista quisieron romper el círculo del Corpus iuris civilis no fueran más allá de la Historia, de la Filosofía Moral o de la nueva Economía Política, sin aventurarse por los campos impropios de la Poesía 3. Para ello hubo que esperar a una promoción de jóvenes magistrados nacidos ya bajo el signo de la reforma que, animados por el ejemplo literario de las hispanas musas renacientes, no tuvieron empacho en continuar las antiguas relaciones del Derecho con la Poesía. La fuerte impronta jurídica de la épica medieval y de la literatura moderna 4, alentada por la comunicación poética de los legistas de todas épocas 5, contribuyó asimismo a anudar más estrechamente los lazos de la alta magistratura con una poesía ajena en principio a su mundo de valores austeros.

Esta magistratura poética tiene en común el ejemplo y guía de Jovellanos, aunque también, en muchos casos, el vínculo universitario salmantino trabado en la etapa estudiantil de Cánones y Leyes. A excepción de Jovellanos, estos magistrados afamados por su obra literaria han sido recordados más por su afición a las bellas letras que por su obra profesional. En ello ha pesado, sin duda, la escasa atención prestada a estos prohombres de la Ilustración por los historiadores del derecho frente a la activa labor de los historiadores de la literatura propensos a destacar esta última faceta de su personalidad. Sin embargo, en la medida en que unieron en su propia vida la obra literaria y jurídica, parece oportuno armonizar de nuevo en ellos la herencia de Minerva y Astrea.

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1. Jovellanos, magistrado y poeta

Jovellanos, el joven magistrado que en 1767 accede a la alcaldía de crimen de la Audiencia de Sevilla, fue el primer eslabón de la cadena que unió Justicia y Poesía. Representante de esa magistratura letrada, independiente y experta que pausadamente se ha ido gestando a lo largo de los siglos bajo medievales y modernos, fue el primero de su siglo en cohonestar la vieja imagen del juez austero e íntegro, de porte juicioso y conducta irreprensible con una poesía que, por ser todavía mayormente amorosa, parecía "poco digna de un hombre serio" 6. De la mano de Cadalso, el "ilustre Dalmiro", había osado trepar al Parnaso durante su estancia como colegial en el de San Ildefonso de Alcalá de Henares 7. Después, tras tomar posesión de su plaza en la Audiencia de Sevilla (abril, 1768), mantuvo esta afición, para siempre querida, como un rasgo más de su vivaz personalidad.

En la Sevilla de Olavide, una ciudad convertida en centro experimental de toda clase de reformas, desde las meramente urbanísticas a las sociales y culturales del teatro y la Universidad, Jovellanos vio alentada su vocación poética en el seno del grupo ilustrado que se reúne en los salones del Alcázar donde tiene su residencia casi principesca el intendente de Andalucía y asistente de la capital 8.

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En ella tomó la decisión consciente de repartir sus días entre Minerva y Themis 9, dedicando sus ocios profesionales, sus delicta juventutis como los llamaría luego, a la Poesía y a la Literatura, una de las dos secciones en que divide, junto con el Derecho, su bien nutrida biblioteca 10. Que esta afición, incluso en la Sevilla ilustrada, no era comprendida por todos, lo indica el que Ceán, su familiar, amigo y principal biógrafo, se viera obligado a justificarla 11, y que el propio Jovellanos intentara ocultarla, especialmente en su parte lírica, aconsejando igual recato a su buen amigo Ramón de Posada y Soto, oidor de la Audiencia de Guatemala. Escarmentado por la experiencia que le ha hecho conocer el mundo en este punto, pide a su amigo que escriba cuanto quiera, le consulte y franquee sus composiciones a amigos discretos, pero sin publicarlas 12.

Ahora bien, ¿qué obra poética o literaria había publicado hasta entonces Jovellanos que suscitara tamaña reacción? A la altura de 1778, fecha de esta correspondencia, Jovellanos había redactado la tragedia Pelayo (Munuza) (1769); iniciado la composición de Los españoles en Cholula, tragedia en cinco actos de la que sólo redactó los tres primeros; terminado la comedia El delincuente honrado (1774); y, con todo, una menuda poesía amorosa y elegíaca que corría en copias manuscritas. Sin embargo, ninguna de estas obras se había publicado hasta entonces. En 1773, a instancias de sus amigos, había pensado en imprimir la tragedia Pelayo que terminara de revisar el año anterior. Para ello redactó un prólogo justificativo, veintidós notas explicativas y una erudita disertación sobre la existencia de Pelayo puesta en duda por Mayans en su Defensa del rey Witiza (Valencia, 1772). Pero finalmente, desconfiando del mérito de su primera producción dramática, no se resolvió a publicarla por más que algunos años más tarde dirigiera su representación por un grupo de aficionados en su Gijón Page 63 natal 13. Distinta suerte corrió El delincuente honrado que, bajo el seudónimo de Toribio Suárez de Langreo, vio la luz en Madrid, en las prensas de la compañía Ibarra, en 1787, después de haber sido impresa de manera desfigurada en Barcelona por los impresores aventureros Piferrer y Gibert sin fecha de publicación 14. Ceán, que ya había justificado con carácter general la afición poética de Jovellanos en la primera parte de su obra 15, se vio obligado a justificar en la segunda la composición y el nombre supuesto del autor "temeroso de la preocupación que había entonces, y que tal vez hay todavía en España, contra los magistrados que se dedican a hacer versos, y mucho más contra los que componen comedias". Recordando el ejemplo de Plinio y la antigua justificación de Cicerón, aducía su propio testimonio de no haber faltado Jovellanos "un punto a las obligaciones de su destino de alcalde de crimen" por la composición del drama; antes bien, de haber trasladado al argumento sus virtudes de aplicación, de pureza y de rectitud, reveladas en máximas tan morales, tan juiciosas y tan análogas a la judicatura 16. El temor de Jovellanos no nacía, pues, de una experiencia publicista adversa sino de un natural extremadamente sensible, inseguro y crítico que le llevó a desconfiar de la perfección de su propia obra literaria y aun de su adecuación al mundo grave de la toga.

Tragedias, comedias, dramas, idilios, elegías, odas y sonetos hubieron de pasar así por el doble filtro literario y moral de su autor que, en muchos casos, las condenó al fuego o al silencio. Así lo dice a su hermano Francisco de Paula en la carta dedicatoria de sus poesías de fines de 1779 o principios de 1780 en la que reflexiona sobre "las razones que me obligaron a entregar al fuego la mayor parte de mis versos y a sepultar en el olvido esos pocos" 17. Estas razones las centraba en la doble injuria que pudieran causar a su profesión la juventud y la pasión que animaran su poesía juvenil, especialmente en su parte lírica ("siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio"). Su profesión de magistrado le imponía una personalidad austera, "un porte juicioso y una conducta irreprensible", capaz de dirigir con la doctrina y de edificar con el ejemplo, pues el público premiaba la aplicación y la virtud de los buenos magistrados con su tributo de estimación y alabanza, "cuyo precio es inmenso", y Page 64 censuraba sus errores y extravíos con la mayor severidad, castigándolos con el odio y el desprecio. El elevado concepto del honor que tenía Jovellanos, un concepto a la vez personal, profesional y de estirpe al preciarse de pertenecer a una de las más antiguas familias de Asturias (cuyo linaje conocido remontaba a la fundación del mayorazgo García Jove a mediados del siglo XV 18), explica su preocupación constante por el buen nombre que defenderá hasta el fin de sus días como su mayor patrimonio, especialmente en las horas amargas del destierro y de la prisión. Éste es el trasfondo ideológico de su actitud precavida al que todavía se suma el descrédito de la versificación en un siglo que apenas distingue entre la mala y la buena poesía, dualidad que aboceta diestramente en base a la historia literaria en la carta a su amigo Ramón de Posada.

A) Crisis poética y jurídica

Aunque Jovellanos tenga claro el mérito de la buena poesía, no ocurre lo mismo con la opinión general que bien por ignorancia o por temor ni la premia ni la distingue. "Y aunque no sea yo de esta opinión...

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