Las empresas militares y de seguridad privadas: entre la necesidad y el rechazo

AutorInma Bayarri; Rafael Martínez
Cargo del AutorEspecialista en cooperación internacional para el desarrollo; Catedrático de Ciencia Política y de la Administración. Universidad de Barcelona.
Páginas83-126

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El mercenario, bien como única unidad de ataque o como presencia acumulada a tropas autóctonas se remonta, al menos, más de tres mil años. No en vano, entre los hallazgos arqueológicos de más antigüedad que evidencian la utilización de los mercenarios están los referentes al reinado del monarca mesopotámico Shulgi de Ur (ca. 2094-2047 a.C.) o los del Faraón Ramsés II (1326-1234 a.C.). En el devenir de la historia, estas fuerzas, inicialmente más cercanas a las hordas de bandidos, se fueron especializando en técnicas de combate o en armas específicas. Así por ejemplo, en la Roma antigua destacan los mercenarios especializados en la caballería o en el uso del arco y durante la Edad Media en la ballesta. Esta especialización y sofisticación de las tropas mercenarias nos lleva irremisiblemente hasta las Page 84 controvertidas empresas militares y de seguridad privadas que, en nuestros días, actúan en todos los continentes y para todo tipo de clientes ofreciendo servicios vinculados directamente a la seguridad.

En el presente trabajo pretendemos ofrecer una descripción de éste último fenómeno. Esta aproximación al fenómeno actual de la privatización de la seguridad nos exige tres pasos: (I) qué elementos han propiciado el surgimiento de estas empresas, (II y III) qué rasgos las caracterizan y cómo podemos clasificarlas y por último, (IV) qué elementos favorables y desfavorables están en el debate sobre su validez y legitimidad como sujetos implicados en la seguridad de la sociedad actual.

I ¿Por qué surgen las actuales empresas militares y de seguridad?

Si partimos de la idea de Clausewitz en virtud de la cual la guerra es la continuación de la política, no nos ha de extrañar que la evolución de la milicia mercenaria haya ido de la mano de los cambios sociopolíticos, y aun económicos, que la humanidad ha ido experimentando. Esto explica que durante el siglo XV dos importantes compañías de mercenarios como la Gran Compañía y la Compañía Blanca realizasen servicios a señores feudales temerosos de armar a sus vasallos por el riesgo de que éstos se volviesen en su contra. En cambio, dos siglos después, la utilización generalizada en toda Europa de los ejércitos estatales permanentes contribuyó a una importante disminución en la utilización de los mercenarios. El Tratado de la Paz de Westfalia (1648) introdujo el cambio conceptual de la "lealtad" para con las autoridades soberanas y la no injerencia externa en los asuntos propios de cada Estado. Este reforzamiento de los Estados le confirió, por mor de la confianza, un mayor protagonismo a sus propios ejércitos y por tanto, un desvanecimiento escalonado de las unidades mercenarias y feudales. La guerra en sí misma pasó a ser un enfrentamiento limitado a las fuerzas leales, no por pago sino por patriotismo, de cada Estado. Sin embargo, las transformaciones de la sociedad europea de los siglos XVI y XVII también se produjeron en el ámbito económico; tal es el caso de las nuevas rutas comerciales con Oriente. Este comercio internacional y el auge en el consumo Page 85 de productos de lujo como las especias, la seda, el opio, la porcelana china o el oro originó el surgimiento, entre los siglos XVII y XIX, de grandes compañías comerciales como la Compañía Inglesa de las Indias Orientales o la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. La necesidad de protección de sus rutas comerciales y la imposibilidad de que los ejércitos nacionales diesen esta cobertura -pensados sólo para proteger el territorio patrio, la frontera-, dio un nuevo hálito de vida a los ejércitos privados contratados en exclusiva por las compañías. De esta manera, mientras los nuevos ejércitos oficiales permanentes no ofrecían ya espacio a los mercenarios, las compañías comerciales aseguraron su contratación. También el comercio en las colonias africanas requirió su presencia hasta bien entrado el siglo XX; es el caso por ejemplo del caucho en el Congo Belga.

El fenómeno de la privatización de la seguridad, es por tanto un proceso evolutivo caracterizado por su habilidad para amoldarse a los tiempos y por su capacidad para encontrar maneras de ofrecer cobertura de seguridad ante riesgos y amenazas no paliados por los ejércitos regulares, así como por su mayor ductilidad a la hora de adaptarse a las transformaciones de las prácticas de la guerra. De la clásica guerra del cuerpo a cuerpo se ha pasado a la impersonalidad de la alta tecnología satelital como medio imprescindible para el desarrollo del conflicto. La mayoría humana de Clausewitz, como imperativo para ganar la guerra, ya no es imprescindible. La victoria no viene dada por el número de efectivos en el campo de batalla, sino por la fuerza. Hoy eso pasa por disponer de mayor capacidad aérea, unidades más especializadas y ligeras y la mejor tecnología. Incluso el viejo concepto liberal de tropas regulares como expresión de la nación en armas a través de un sistema de conscripción está siendo sustituido por la profesionalidad integral (oficialidad, suboficialidad, tropa y marinería) de las respectivas Fuerzas Armadas. Esta transformación en la guerra ha modificado incluso el objeto de la misma. No se trata ya de doblegar la voluntad del enemigo siendo conscientes de que existe la posibilidad de que se recupere y se originen futuras rivalidades. En la actualidad, el enfrentamiento implica la probabilidad de una amenaza de total aniquilación por el acceso a una tecnología letal casi de ciencia ficción. Armas de destrucción masiva, los últimos descubrimientos científicos puestos al servicio militar y la intimidación en aras de conseguir destruir totalmente al enemigo e imponer el tipo Page 86 de sociedad propia. En este tipo de guerra, llamada "de baja intensidad", se substituye el enfrentamiento entre Estados por guerras donde las fuerzas armadas nacionales dejan de ser el sujeto central de la actividad bélica y se da cabida a fuerzas irregulares provocándose una asimetría en el conflicto. Este es el nuevo paradigma de la seguridad en el que se mueven con gran eficacia las actuales empresas militares y de seguridad privadas (en adelante EMP/ESP).

Con el fin de la Guerra Fría concluyó la amenaza militar constante y se pasó de la más impresionante carrera armamentística1 a un rápido desmantelamiento de gran parte de los aparatos militares, tanto en las grandes potencias como en los países no alineados cuyos conflictos habían dado respuesta a las presiones de uno u otro bloque.

Aproximadamente hacia 1989, unos siete millones de soldados expertos en todo tipo de armamento y estrategia militar con años de servicio en uno u otro bando se encontraron desempleados.2 Aunque el recorte militar fue más importante en el bloque comunista al desaparecer la mayoría de las redes de apoyo de la URSS, Estados Unidos experimentó igualmente una reducción muy significativa del número de sus militares al contar con un tercio menos que en el momento más intenso de la Guerra Fría. El final del régimen del apartheid en Sudáfrica, así como las transformaciones en los países vecinos por influencia directa o indirecta de la desaparición del sistema bipolar originó, igualmente, la desocupación de un significativo número de militares y una profunda transformación en las estructuras de defensa del Sur del continente africano. Las desmovilizaciones masivas incluyeron a unidades de elite como la soviética Alfa. El paso a la seguridad compartida Page 87 y la amortización presupuestaria de los "dividendos de la paz" generaron, entre otras consecuencias, una reducción sustancial de las fuerzas regulares que, en razón de su menor volumen, dejaron espacios descubiertos (sin cobertura de seguridad) paulatinamente ocupados por el mercado privado. El final del sistema bipolar estuvo acompañado por la aparición de amenazas globales como la inestabilidad interna y la disgregación política en la Europa Central y Oriental, los conflictos internos en algunos países en vías de desarrollo o la virulencia del terrorismo internacional. Estas amenazas se agravaron debido a la coyuntura social, económica y política que se dio después de la Guerra Fría. La respuesta de los Estados occidentales a estos nuevos riesgos y amenazas fue tardía y torpe. Las nuevas dinámicas que se crearon en el sistema político mundial tras el fin de la Guerra Fría pillaron a contrapié a Occidente. Carecía de inteligencia apropiada para el nuevo escenario global, no disponía de efectivos suficientes para el desorden que se generó y el inmenso arsenal durante la Guerra Fría era inútil. En los países en vías de desarrollo, especialmente en el continente africano, la situación se fue agravando con gran celeridad. Dependientes de la protección militar de las dos superpotencias, estos países se tornaron profundamente vulnerables a cualquier amenaza externa debido a la inmadurez de sus fuerzas militares, la corrupción de las administraciones públicas y la fragilidad estructural...

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