Migraciones femeninas y trabajo sexual. Concepto de trabajo precario versus «tráfico de mujeres»

AutorRoberto Bergalli
Páginas229-260

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Migraciones femeninas

El fenómeno de la globalización y las distancias, cada vez mayores, entre los países ricos y los pobres han provocado el movimiento migratorio más masivo de la historia conocida. Aunque la experiencia migratoria siempre se ha asociado con el gé-nero masculino, la participación de las mujeres en este fenómeno ha aumentado hasta tal punto que debería ser inconcebible abordar este tema sin una perspectiva de género.1Las mujeres representan casi la mitad de la población que migra a nivel global, llegando a superar la mitad del flujo migratorio del año 2000 en los países desarrollados (Kofman, 2004: 646). Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 1996 afirmó que «la feminización de las migraciones» es uno de los fenómenos sociales y económicos más impactantes de los últimos tiempos.

Sin embargo, las migraciones femeninas no son algo novedoso. En el siglo XIX emigraron muchas mujeres europeas hacia

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América, Estados Unidos y Argentina fundamentalmente, y durante décadas del siglo XX las mujeres emigraron en gran número de países como Irlanda y el Caribe. En la actualidad, el fenómeno migratorio reviste unas características específicas debido a los procesos de mundialización de la economía y de las oportunidades de movilidad.

Empobrecimiento y precarización en la globalización económica

Con la globalización se han producido unas dinámicas distintas que han creado espacios económicos libres de fronteras frente a unas políticas migratorias restrictivas dirigidas a controlar el flujo de personas. Por globalización se entiende el fenómeno que comprende toda una serie de procesos políticos, económicos y culturales que provocan, entre otros efectos, la flexibilización y fragmentación mundial del proceso productivo, la intensificación de los movimientos de capital, el avance tecnológico de los medios de comunicación, la pérdida de poder de los Estados nación y la influencia de organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, FMI; Organización Mundial del Comercio, OMC; Banco Mundial, BM, etc.), la reconfiguración de las fronteras y del tráfico de trabajadores y trabajadoras, la sobreexplotación de recursos y la eliminación de residuos a nivel mundial, la homogenización de modelos de comportamiento y consumo y el aumento de la pobreza, por un lado, y de la riqueza, por el otro, concentrada en la tríada Estados Unidos, Unión Europea y Japón (Gregorio, 2002: 13; Villota, 1999: 22).

Las economías neoliberales que han propiciado y posibilitado la globalización económica, impulsadas principalmente por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, han recomendado desde 1980 unas políticas monetarias restrictivas para frenar la inflación y políticas fiscales de reducción del déficit público, además de presionar para una desregulación interna y externa. Se supone que la finalidad era que las economías de los países en desarrollo se insertasen en el mercado internacional global. Las propuestas básicas de estas dos entidades son la liberalización de los movimientos de capitales, la reducción progre-siva de aranceles y la disminución del papel del Estado en la economía (Berzosa, 1999: 105).

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A partir de la liberalización de los mercados, en 1948, la producción internacional ha aumentado de una manera sin precedentes, primero fue la manufacturera y posteriormente el sector servicios. Desde entonces la economía mundial ha crecido seis veces. Sin embargo, este enriquecimiento no ha sido igualitario para todas las regiones del mundo sino todo lo contrario. Se ha producido un aumento de las desigualdades a nivel planetario (Bifani, 2002: 41).

El empobrecimiento de los países más pobres2es el efecto lógico del enriquecimiento de los lugares más ricos del planeta. Como consecuencia, en el «tercer mundo», las prestaciones sociales han decaído y se han deteriorado las condiciones de vida y ha aumentado la mortalidad infantil y el analfabetismo, especialmente de niñas (Bifani, 2002: 65).

El mundo rico ha controlado los mercados internacionales mediante las empresas multinacionales que han relocalizado etapas del proceso industrial en países del «tercer mundo» buscando una mano de obra barata y sin complicaciones sindicales. Por este motivo, en la última década se ha producido un flujo de inversión de los países desarrollados hacia los países en desarrollo. Los gobiernos de estos países, que desean atraer las indus-trias internacionales, procuran ofrecer una mano de obra competitiva, un clima político favorable con una escasa sindicalización y facilidades tributarias para repatriar los beneficios. El continente asiático es el que más zonas francas ha atraído, siendo la situación muy diferente en África, donde la inversión extranjera es menos de un 5 % de la total. Este continente corre el riesgo de convertirse en el depósito mundial de substancias tóxicas y contaminantes al rebajar especialmente las condiciones para facilitar la inversión extranjera (Bifani, 2002: 45-47).

Con la transformación del mercado internacional descrita se ha producido un incremento del empleo femenino en la fuerza de trabajo remunerada en el sector manufacturero aunque, en muchos lugares, el grueso del empleo sigue estando todavía en la agricultura tradicional de subsistencia o en el sector informal urbano.

La mano de obra femenina es aproximadamente un tercio de la mano de obra industrial en los países en desarrollo, sobre todo

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en el sector del textil, en las industrias electrónicas y de alimentación. El Sur-Este Asiático es la región que cuenta con mayor mano de obra femenina en la industria manufacturera, siendo casi la mitad (Bifani, 2002: 38-48). Las mujeres han cargado con el peso del ajuste económico neoliberal. Ante el empobrecimiento del «tercer mundo» las mujeres han tenido que acudir al mercado laboral industrial para contribuir a los ingresos familiares (Berzosa, 1999: 106).

Sin embargo, a pesar de lo positivo que podría ser la inversión extranjera en los países en desarrollo, a medida que la producción se traslada de las metrópolis a las zonas francas se produce una precarización de la mano de obra y ello afecta especialmente a las mujeres. La incorporación global de la mujer al mercado de trabajo no ha eliminado la segregación vertical ni horizontal sino que la ha reproducido a escala mundial. Los empleos femeninos se caracterizan por la flexibilización (trabajos atípicos), por la precarización (inseguridad) y por la informalización (contingencia). Los salarios de las mujeres tienden a ser sistemáticamente inferiores a los de los hombres y en las empresas se reproducen estructuras patriarcales de dominación y sumisión. Las mujeres son percibidas como mano de obra barata, no cualificada, sumisa y altamente movible (Bifani: 2002: 38-48). La explotación está presente siendo «largas horas de trabajo, dormitorios congestionados, supervisión estricta y restricciones» (Bifani, 2002: 60-61) las características habituales de estos empleos. Sin duda, todo lo dicho contribuye a fortalecer la segmentación del mercado de trabajo y a perpetuar, sino a aumentar, las desigualdades de género, tanto económicas como sociales (Bifani, 2002: 63).

El concepto «feminización de la pobreza» hace referencia a este hecho. Las mujeres poseen siempre una mayor ratio de pobreza en un contexto geográfico concreto, aunque del volumen total de trabajo realizan más de la mitad percibiendo remuneración tan sólo de un tercio de esta actividad3(Informe de Desarrollo Humano, 1995, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Económico, PNUD, en Berzosa, 1999: 99). Esta realidad no es una situación coyuntural sino un estado estructural

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que tiende a agravarse. El porcentaje de mujeres que vive bajo la línea de la pobreza se ha duplicado en los últimos 20 años. Existen más mujeres que hombres pobres en los hogares pobres y los hogares encabezados por mujeres son más pobres que los hogares encabezados por hombres (Bifani, 2002: 63).

La pobreza acentúa las diferencias de género. La existencia de discriminaciones en cuanto al acceso a la educación, al mercado de trabajo y a la propiedad de los activos hace que las mujeres tengan menos oportunidades (Berzosa, 1999: 100). Bifani (2002:
63) afirma que «[m]ientras mayor sea la discriminación de género al acceso y control de las fuerzas que mueven y orientan el proceso de globalización, mayor será su marginalidad y pobreza».

También la internacionalización del sector servicios ha aumentado las posibilidades de empleo para las mujeres en sus países de origen o en el extranjero. La demanda desde los países ricos de ciertos servicios ha producido una fuerte migración sobre todo de mujeres. Sin embargo, las ofertas laborales en este sector siguen los patrones de un mercado laboral segregado. La inmensa mayoría, dos tercios, se sitúan en el empleo doméstico, trabajo desregulado, precario y frecuentemente en condiciones de semi-esclavitud (Bifani, 2002: 56-57).

La globalización económica también ha producido efectos negativos para las poblaciones trabajadoras de los países desarrollados. El desempleo aumenta, el trabajo precario se extiende por doquier, el endeudamiento de las familias crece y se incrementan los procesos de exclusión social. Algunos avances que se habían conseguido respecto a los derechos de las mujeres en el Estado del Bienestar están retrocediendo. Las mujeres están más afectadas por el paro, por los trabajos temporales y por la economía sumergida; sufren segregación vertical y horizontal y sus salarios son inferiores a los de los hombres, además de hacerse cargo de las tareas del cuidado y de las faenas domésticas.

Migraciones de mujeres como factor de «empoderamiento»

En el contexto globalizado descrito, muchas...

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