El mercado ante los bienes y servicios de escasa transparencia

AutorJosé T. Raga Gil
Cargo del AutorCatedrático Economía Aplicada. Universidad Complutense de Madrid
Páginas27-58

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Permítaseme iniciar estas líneas por una expresión que, lejos de la esterilidad protocolaria, ahonda en el deber de justicia y en la manifestación sincera de sentimientos y reconocimientos, hacia quienes facilitaron mi participación en el Proyecto de Investigación, codirigiendo su desarrollo, del que las páginas que siguen es una pobre muestra de su fructífero resultado.

El trabajo en común puede ser innecesariamente arduo, incluso tedioso, o puede desenvolverse con satisfacción para todos y en provecho mutuo, como ha sido el caso del Proyecto al que me he referido. Esta es la razón de que mi experiencia del mismo, sólo pueda tornarse en agradecimiento expresivo, por los muchos bienes de que he sido destinatario y felicitación y reconocimiento también por la excelente participación de todos los miembros, en la tarea común que nos habíamos propuesto.

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I La presentación del problema

No quisiera entrar en este momento en la discusión, aún reconociendo que, no carece de sentido, para definir y perfilar los conceptos básicos de la actividad económica y que, no ausente de radicalismos, suele presentarse secuencialmente, enfrentando a dos corrientes del pensamiento económico; un enfrentamiento que, con toda probabilidad, nunca estuvo en la intención de quienes, con razón, merecen ser reconocidos como adalides en origen de las mencionadas corrientes.

Aún a riesgo de trivializar la hondura de la cuestión, cabría dejar polarizada ésta entre la posición de quienes asumen que la decisión de un mercado libre es inapelable, y lo es por cuanto se ha demostrado eficaz y armónica, y la de quienes consideran que el mercado es incapaz de resolver las cuestiones varias de la asignación del universo de bienes que satisfacen necesidades humanas.

Es, la consciencia de esta incapacidad, la que les lleva a optar por poner en manos de las autoridades públicas la decisión de aquellos problemas, presumiendo que el mejor conocimiento de éstas, de los problemas a resolver, les llevará a corregir el erróneo veredicto que, sobre estos temas, habría pronunciado el mercado en condiciones de libertad, por decisiones públicas justas y eficaces, como nunca lo habría hecho aquel.

El escenario de actuación en ambos casos, es aquel en el que la sociedad se devanea buscando solución a los problemas más diversos. Un escenario en el que ninguno de los actores está dispuesto a asumir la culpabilidad por el error cometido, antes al contrario, se lanzan acusaciones de unos a otros atribuyendo responsabilidades al contrario, ante la aparición de unos resultados no deseados. Una esterilidad manifiesta, sobre todo, si consideramos que el rigor no suele ser la nota más generalizada en este tipo de actitudes.

Pese a mi renuncia inicial a entrar en esta clásica polémica, sí en cambio creo necesaria una breve referencia al mercado, más cuando es éste, el que acumula una buena parte de las críticas por sus insuficiencias de todo género. Hablamos del mercado, y responsabilizamos al mercado, como si de una persona física, o al menos de una entidad jurídica se tratase. Alguien con una voluntad personalizada que, en su manifestación, cambió el estado de las cosas, en beneficio de unos y perjuicio de otros.

Sin embargo, el mercado no es otra cosa que un artesonado de interrelaciones de personas que intercambian bienes entre sí -bienes que compiten en esquemas de utilidad diversa entre los sujetos y sus preferencias-, que intercambian factores o recursos productivos -que también entre sí compiten en esquemas de eficiencia, de productividad...- y que como tercera posibilidad intercambian bienes y factores o recursos conjuntamente, transmitiendo hacia delante o hacia atrás, sus pretensiones, sus carencias o insuficiencias, y sus abundancias o excesos. Esa transmisión, se desarrolla buscando un equilibrio y una armonía en los que, tanto excesos como carencias se corrigen situándose en la mejor de las posiciones posibles, para el conjunto de los actores que operan en el sistema estructurado.

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A este entramado, desarrollado en un escenario de libertad, se le supone, en principio, ser el mejor de los posibles para gobernar, sin poder coercitivo, un sistema económico, de sujetos diversos, con pretensiones diferentes y objetivos últimos muy distantes, y gobernarlo con criterios de eficiencia. Un criterio que no es menor, si tenemos en cuenta que los recursos de que dispone la humanidad, en cualquier momento histórico y para un conocimiento determinado, son escasos, por lo que se requiere que sean utilizados de forma que proporcionen a esa humanidad los mejores resultados posibles.

Es el gobierno que, con méritos más que suficientes, ha recibido el reconocimiento del de la mano invisible. Una identidad que tiene su marco en la obra de Adam Smith, cuando el autor escocés afirma que: "Ninguno, por lo general, se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun conoce como lo fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, solo piensa en su ganancia propia; pero en este y en otros muchos casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención. No es contra la sociedad el hecho de que este laudable fin deje de ser por todos premeditado, porque, siguiendo cada uno las miras de su propio interés, promueven el común con más eficacia frecuentemente, que cuando de propósito piensa fomentarlo directamente"1.

Téngase en cuenta, antes de entrar en consideraciones más precisas del texto, que el mismo pertenece a la popularmente famosa obra de Smith "Investigación de la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones" y que su contenido es, en toda su extensión, de carácter positivo y no normativo. Lo que Adam Smith hace en esta obra, es describir cómo y porqué actúan los sujetos, en sus relaciones económicas. No está juzgando la bondad o perversión de cualquier conducta sino, simple y llanamente, cuál es su actuación y qué persiguen cuando actúan.

Si analizamos el texto citado, varios términos nos llevarán, de forma indubitada, a esta conclusión positiva del mismo. Vocablos como "se propone", "prefiere", "dirige", "piensa" y "promueven", son términos puramente descriptivos, sin valoración alguna sobre los actos a los que se refieren.

Sólo un objetivo está presente en el texto, y éste es estrictamente el económico, determinado por el mismo objeto de la Economía como ciencia: conseguir el máximo aprovechamiento, ya que estamos situados en un marco de escasez, en el cual sería inmoral el despilfarro. Hablamos de los términos que en el texto se expresan como "mayor valor posible" o "más eficacia".

Estamos ante lo que años después se describiría con tanta elocuencia, por Lionel Charles Robbins (Barón Robbins de Clare Market), como el objeto esencial de la Economía como ciencia. "... El objeto de la Economía es, esencialmente, una relación -una relación entre fines concebidos como tendencias de la conducta, por un lado, y el entorno técnico y social, por otro. Los fines, como tales, no forman parte de ese objeto. Tampoco lo son el entorno técni-

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co y social. Son las relaciones entre ellos, y no ellos en si mismos, las que son importantes para el economista.

... La naturaleza de la Teoría Económica es clara. Es el estudio de las consecuencias formales de esta relación de fines y medios"2. Según esto, cualquier conducta humana merecería el apelativo de económica cuando con los mínimos medios -recursos productivos- consiguiésemos los máximos resultados -máxima producción-, dado que nos movemos en un escenario de escasez.

El principio, así enunciado, tendría dos acepciones diferentes: cuando los recursos nos vienen dados, a partir de los cuales deberemos conseguir los máximos resultados, y análogamente, cuando lo que pretendemos es conseguir unos resultados, que deberemos conseguirlos utilizando los mínimos medios a nuestro alcance para ello.

Con frecuencia se ha dicho, no sin gran injusticia por parte de los intérpretes, que Adam Smith, vive de espaldas a la sociedad y que sólo se ocupa de la actuación del sujeto individual, sin consideración a sus efectos en la comunidad, por lo que se le otorgó gratuitamente el título de defensor del egoísmo. Repito que el texto de la Riqueza de las Naciones es de carácter positivo, ausente de valoraciones normativas o morales.

Sin embargo, aún así, los términos tales como "interés público" o "común", no autorizan a mantener esa interpretación. Lo que Smith manifiesta en este caso, es que los sujetos actúan sin pretender el interés común, pero que, aún no pretendiéndolo, lo consiguen con más eficacia, actuando en libertad, que cuando condicionan la misma a la promoción de tal interés. No es desconocimiento del papel de lo social en lo económico, sino en el objetivo de eficacia respecto a su consecución, que se consigue con más seguridad y menor coste, en la actuación individual y libre, aún cuando no se propongan dicho objetivo.

Finalmente, cómo no teniendo propósito de conseguir aquel fin, acorde con el interés público o interés común, se consigue con mayor eficacia, porque el sujeto "es conducido, como por una mano invisible" que le lleva a promover un fin que nunca estuvo presente en sus propósitos. Una...

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