El lugar del hombre y la antropología en la bioética

AutorFrancisca Tomar Romero
CargoUniversidad Rey Juan Carlos
Páginas179-187

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1. La universalidad del lenguaje de la bioética Antes de centrarnos en "El lugar del hombre y la

Antropología en la Bioética"1, probablemente sea conveniente una breve refiexión sobre el tema genérico de este Congreso: "El lenguaje universal de la Bioética".

La universalidad de la Bioética puede y debe ser interpretada desde diferentes matices o perspectivas. En primer lugar, su universalidad implica interdisciplinariedad. Una interdisciplinariedad que no sólo se manifiesta en el diálogo y relación con otras ciencias, disciplinas y ámbitos de aplicación, sino también en su propia fundamentación. Desde una consideración epistemológica, la bioética se fundamenta en la ética y ésta, a su vez, en la antropología. De hecho, el análisis y refiexión sobre

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esta cuestión, sus causas y consecuencias, serán el marco de esta aportación.

La realidad es rica, compleja, variada. Dicha complejidad debemos entenderla tanto en su extensión como en sus diferentes niveles de profundidad. Dividimos, diseccionamos la realidad para entenderla mejor. Y eso es totalmente legítimo. Pero no debemos olvidar que la realidad es unitaria, por lo que el análisis debe ir acompañado de una posterior tarea de síntesis que nos permita integrar el conocimiento en una visión de totalidad. De ahí la importancia de la interdisciplinariedad y también el segundo motivo de la universalidad del lenguaje de la bioética:

Además de una determinada metodología adecuada a su objeto de estudio y en aras del rigor y precisión, toda disciplina o ámbito de conocimiento posee un lenguaje técnico propio. Pero las palabras no pueden ni deben convertirse en barreras infranqueables, ya que las palabras expresan conceptos y estos, a su vez, se refieren a realidades. Por tanto, si desde las palabras avanzamos hacia las realidades que se expresan, muy probablemente descubriremos esa universalidad que se deriva del carácter objetivo y verdadero de todo auténtico conocimiento, de su correspondencia o adecuación con la realidad.

2. El estatuto epistemológico de la bioética y su fundamentación ilosóica

Centrándonos ya en la cuestión acerca del lugar del hombre y la Antropología en la bioética, lo primero que debemos señalar y explicitar es que su función o papel es de fundamentación. La Encyclopedia of Bioethics (1978) define la Bioética como el "estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y de la salud, analizadas a la luz de los valores y principios morales"2. Por tanto, el objeto material de la bioética es la conducta humana en un marco concreto pero a la vez amplio: las ciencias de la vida y de la salud, lo que incluye no sólo la medicina sino también la consideración de la biosfera. Si desglosamos dicho objeto comprobamos que las competencias de la bioética se desarrollan en los siguientes ámbitos fundamentales: los problemas éticos de las profesiones sanitarias; los problemas morales que se plantean en las investigaciones sobre el hombre (aunque no sean directamente terapéuticas); los problemas sociales inherentes a las políticas sanitarias, medicina del trabajo, planificación familiar y control de natalidad; y también los problemas relacionados con la intervención sobre la vida de los demás seres vivos (microorganismos, plantas y animales) y, en general, lo que se refiere al equilibrio de los ecosistemas3. En lo que se refiere a su objeto formal, la bioética aborda dichas cuestiones desde una perspectiva ética o moral. De hecho, la bioética (ya sea general, especial o clínica) no hace sino aplicar los principios éticos a cuestiones concretas relacionadas con el ámbito de la vida. La bioética es, en definitiva, una ética aplicada. Sin ética no hay bioética. Por tanto, la primera fundamentación de la bioética está en la ética. La definición que antes recogimos señalaba que la bioética realizaba su estudio a la luz de los valores y principios morales, si bien es cierto que no precisaba cuáles eran.

Llegados a este punto quizás conviene recordar que la ética es una disciplina filosófica, es la filosofía práctica. Y la filosofía es la ciencia del ser, de todo ser, que a la luz de la razón busca las causas últimas de todas las cosas partiendo de la experiencia. Toda ciencia es un conjunto ordenado de verdades ciertas y universales, que se demuestran y fundamentan a través del conocimiento de sus causas. La filosofía es ciencia en cuanto que es conocimiento por causas; es universal porque no acota una parcela de la realidad para hacerla objeto de su estudio, sino que su objeto material es toda la realidad. Una realidad que estudia desde la perspectiva de sus causas últimas o profundas, no conformándose con causas mediatas o inmediatas. Su instrumento es la razón: una razón que distingue al ser humano de las otras especies animales; nos permite pensar (formular conceptos, juicios y razonamientos); y que en todos y cada uno de nosotros funciona siguiendo unas mismas reglas o

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leyes lógicas. Finalmente, y en contra de un prejuicio no nuevo y bastante extendido, la filosofía no es un mero pensar por pensar al margen de la realidad, sino que tiene en la experiencia vital y cotidiana su punto de partida y también su punto de llegada. Podríamos decir que la filosofía supone un "pensar para hacer" y un "hacer habiendo pensado"4. La parte de la filosofía que estudia las leyes de la licitud o moralidad de los actos humanos y su fundamento es la ética o moral.

3. Desde la ética hasta la antropología

En cuanto disciplina filosófica, la ética se sitúa en las coordenadas anteriormente explicitadas5. Las ciencias humanas estudian al hombre y sus acciones desde diver-sos puntos de vista. En este sentido, la ética se ocupa de la moralidad: una cualidad que corresponde a los actos humanos exclusivamente por el hecho de proceder de la libertad en orden a un fin. La ética expone y fundamenta científicamente principios universales sobre la moralidad de los actos humanos.

También es una ciencia práctica y normativa. Mien-tras las ciencias especulativas se limitan a conocer realidades que no dependen de la voluntad humana, la ética se centra en la conducta libre del hombre, proporcionándole las normas necesarias para obrar bien. La ética es una ciencia práctica porque no se detiene en la mera contemplación cognoscitiva, sino que aplica ese saber a las acciones humanas. Es práctica no sólo porque tiene que ver con la praxis humana, sino porque trata de orientarla y dirigirla. El conocimiento ético no se alcanza simplemente a través del conocimiento de los principios éticos, sino cuando se posee también la vivencia de los mismos. En su Ética a Nicómaco, Aristóteles ya señaló que no estudiamos ética "para saber qué es la virtud, sino para aprender a hacernos virtuosos y buenos; de otra manera sería un estudio completamente inútil"6.

Por ser un saber práctico, se adquiere cuando se vive. Es normativa porque no se limita a describir el comportamiento humano, sino que impera y prohíbe ciertas acciones, ya que su fin es el recto actuar de la persona. Ahora bien, la ética no es cuestión de normas y prohibiciones; tampoco de máximas o indicaciones concretas. No se trata simplemente de lo que debe o no debe hacerse. Es algo más radical y profundo: es el problema del obrar que corresponde al ser humano en cuanto tal.

En síntesis, la ética se define como la disciplina que, utilizando la razón como instrumento, estudia los actos humanos (aquellos que se realizan consciente y libremente) desde el punto de vista de su licitud o legitimidad moral. La ética expone y fundamenta científicamente principios universales sobre la moralidad de los actos humanos; criterios válidos para cualquier tiempo, lugar y circunstancias. La pregunta nos surge al paso: ¿cuál es el parámetro o criterio para discernir el carácter moral o inmoral de un acto humano?

Actualmente es necesario ponerse de acuerdo en cuanto al fundamento de la ética. Y ése es realmente el problema7. El relativismo, tan presente hoy en día en el ámbito cultural, sociológico e, incluso, científico, también ha hecho mella en el campo de la ética. Existe una pluralidad de corrientes éticas que han encontrado, o creído encontrar, el fundamento de la obligación moral en muy diferentes factores. No obstante, la lógica y principios metodológicos más elementales ya nos advierten que cualquier criterio debe tener, esencialmente, un carácter objetivo y universal. A pesar de sus notables diferencias, el denominador común de dichas corrientes éticas es, precisamente, que su fundamentación no cumple ese requisito básico y esencial. Así, nos encontramos con quienes confunden legalidad y moralidad, pues consideran que no existe otra base prescriptiva que el derecho positivo o lo que es legal. Es una expresión o forma de ética extrínseca, al igual que lo es el sociologismo o relativismo moral que identifica los valores morales con los valores sociales y culturales8. En realidad, el relati-

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vismo moral es una proyección social del subjetivismo moral y, al igual que éste, tiene su origen en el plano gnoseológico. El subjetivismo gnoseológico limita la validez de la verdad al propio sujeto que conoce y juzga. Sitúa en cada hombre el poder de establecer lo que es verdadero o falso y, en consecuencia, lo que es bueno o malo, justo o injusto. En definitiva, consiste en hacer de cada individuo humano la medida de la verdad y del bien. El relativismo (tanto gnoseológico como moral) amplia dicha potestad a cada sociedad concreta.

Pocos se atreverían a afirmar públicamente que "el fin justifica los medios". Sin embargo, una de las corrientes más...

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