Libertad a Secas.

AutorCarlos Sánchez Almeida
CargoBufete Sanchez Almeida

LIBERTAD A SECAS

Ponencia presentada por Carlos Sánchez Almeida en las Jornadas de Derecho e Internet, en desarrollo del tema "Libertad de expresión versus contenidos ilícitos y nocivos en la Red".

A Ferran Almeida,

por abrir su biblioteca a un niño curioso,

sin prohibirle libro alguno.

1. PRESENTACION

Los organizadores de estas jornadas, a quienes agradezco su invitación, me han solicitado que desarrolle el tema "Libertad de expresión versus contenidos ilícitos y nocivos en la Red". Debo pedirles disculpas y hacer un descargo de responsabilidades: si bien desarrollaré el tema que me han encargado, me he visto obligado a acortar el título. Ello no es consecuencia de ningún sistema de filtrado de contenidos -de los que luego hablaremos- sino de un problema de planteamiento. En primer lugar, no creo que la Red sea algo ajeno al mundo real, por lo que hablar de libertad de expresión en Internet, es hablar de libertad de expresión pura y dura. Y dado que, en frase afortunada, un autor definió la libertad de expresión como la mejor expresión de la libertad, nos quedamos con libertad a secas. En cualquier caso, que los organizadores no se preocupen, no vengo a reventar las jornadas: también hablaremos de los contenidos ilícitos, que en mi opinión nada tienen que ver con la libertad de expresión, sino con el derecho penal, también a secas. La zona intermedia, los llamados contenidos nocivos -y también "inadecuados" por gente que nada entiende de Internet y coge el ratón con papel de fumar-, ni son materia de la libertad de expresión ni del derecho penal, como veremos en su momento.

En cualquier caso, no quería dejar de alabar la idea de los organizadores de escoger un marco como el de la Institución Cultural el Brocense para sede de estas jornadas. Y no sólo por el marco incomparable de este auditorio, y el morbo que para un hereje como yo representa hablar desde el púlpito de una iglesia del siglo XV secularizada, sino por la personalidad de Francisco Sánchez de Brozas, el Brocense, escritor y humanista ejemplar, de quien Cervantes afirmara en su Galatea:

Aunque el ingenio y la elocuencia vuestra,

Francisco Sánchez, se me concediera,

por torpe me juzgara, y poco diestra

si a querer alabaros me pusiera.

Por otra parte, esta institución dedicada a la memoria del Brocense es un lugar extremadamente adecuado para hablar de Internet, teniendo en cuenta la saña con que fue perseguido y censurado Francisco Sánchez de Brozas por la Inquisición de Valladolid, que a poco estuvo de llevarle a la hoguera. En la página de Internet www.brocense.com aparece una famosa frase de Francisco Sánchez de Brozas, que bien podría aplicarse a aquellos que pretenden convertirse en inquisidores de Internet: "Quien habla mal de Erasmo, o es fraile o es asno."

2. VICISITUDES HISTORICAS DE LA LIBERTAD DE EXPRESION

2.1. La Antigüedad: Biblioteca de Alejandría.

Llegado este punto, entiendo que para hablar de libertad de expresión en Internet y en el mundo actual, necesariamente tenemos que analizar la evolución de la libertad de expresión en la Historia. Para saber dónde estamos, hemos de saber de dónde venimos y el camino recorrido. Y ello porque todos los descubrimientos relativos a la expresión del pensamiento humano, han tenido una repercusión trascendental en nuestro devenir como especie presuntamente inteligente. En repetidas ocasiones he afirmado que el salto cualitativo que representa Internet es mucho más que una nueva revolución industrial. La revolución industrial y el e-business pueden ser importantes en términos de lucro, pero ahí se acaban. Creo que un análisis intelectual serio no puede considerar al ser humano como un simple productor de mercancías. De lo que estamos hablando es de momentos históricos decisivos en términos de evolución humana, que fijo en tres: la aparición de la palabra escrita en el Neolítico, la invención de la imprenta en el Renacimiento, y la explosión de Internet en la era de la Globalización.

Nada es tan decisivo para la evolución del pensamiento como la palabra escrita: no en vano los escribas ocuparon los puestos preeminentes en las culturas de la Antigüedad. No en vano el gran salto adelante en la cultura universal se produce con la invención de la imprenta. Sólo el que lee y el que escribe se obliga a pensar, y el pensamiento es la herramienta revolucionaria por excelencia. Internet posibilita una civilización en la que todos somos editores y todos podemos interrelacionar nuestras mentes en una conciencia colectiva universal. Una conciencia que en cualquier momento puede ser víctima de la peor lobotomía: no sería la primera vez que toda la Humanidad sufre una amputación semejante. El bisturí del fanatismo mutiló en gran parte otras eclosiones del pensamiento, tal como expondré a continuación.

Se ha comparado Internet con la Biblioteca de Alejandría. Es una comparación afortunada, aunque me gusta más la idea de la Biblioteca interminable soñada por Borges: en la Biblioteca de Alejandría tenía que haber más orden que en Internet, una biblioteca basada en el Caos. En cualquier caso, no está de más recordar cuál fue el fin de la Biblioteca de Alejandría, tal como nos lo relata Carl Sagan en Cosmos:

La última Bibliotecaria de Alejandría fue Hipatia. Cirilo, el arzobispo de Alejandría la despreciaba porque era un símbolo de cultura y de ciencia, que la primitiva Iglesia identificaba en gran parte con el paganismo. A pesar del grave riesgo personal que ello suponía, continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo.

La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una operación cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron extinguidos irrevocablemente la mayoría de sus descubrimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable. En algunos casos sólo conocemos los atormentadores títulos de las obras que quedaron destruidas. En la mayoría de los casos o conocemos ni los títulos ni los autores. Sabemos que de las 123 obras teatrales de Sófocles existentes en la Biblioteca sólo sobrevivieron siete. Una de las siete es Edipo Rey. Cifras similares son válidas para las obras de Esquilo y de Eurípides. Es un poco como si las únicas obras supervivientes de un hombre llamado William Shakespeare fueran Coriolano y Un cuento de invierno, pero supiéramos que había escrito algunas obras más, desconocidas por nosotros pero al parecer apreciadas en su época, obras tituladas Hamleth, Macbeth, Julio César, El rey Lear, Romeo y Julieta.

En honor a la verdad, hay que decir que el dudoso honor de quemar los papiros de Alejandría no le corresponde en exclusiva al fanatismo cristiano. Si bien la leyenda recoge diversos incendios, en tiempos de César, Aureliano y Teodosio I, no fue sino en el 640 cuando el califa Omar mandó quemar todos los libros, fueran o no contrarios al Corán. Si contrarios, por blasfemos; los no contrarios al Corán, por inútiles: el Corán no necesita de otros libros.

2.2. La invención de la imprenta

El milenio de oscuridad que siguió a la destrucción de Alejandría acabó con la invención de la imprenta. No puedo dejar de referirme a sus primeros tiempos en España, por cuanto presenta gran analogía con lo que está sucediendo en Internet. Desde que se introdujo la imprenta en España en 1468 hasta principios del siglo XV no se tomó medida alguna contra el nuevo invento, desarrollándose la impresión y difusión de libros en régimen de libertad. La primera ley contenida en la Novísima Recopilación, y fechada en Toledo en 1480 por los Reyes Católicos, considera a los libros como un instrumento de progreso y los libera de todo tipo de gravamen:

Considerando los Reyes, de gloriosa memoria, quanto era provechoso y honroso que a estos sus Reynos se truyeren libros de otras partes, para que con ellos se hiciesen los hombres letrados, quisieron y ordenaron que de los libros no se pagase el alcabala: y porque de pocos días a esta parte algunos mercaderes nuestros naturales y extrangeros han traido, y de cada día traen libros buenos y muchos, lo qual parece que redunda en provecho universal de todos, y en ennoblecimiento de nuestros Reynos...

Pasó poco tiempo antes de que cambiara la opinión real. Cada vez que veo a alguien recoger en nombre de la cultura la Cruz de Isabel la Católica me pongo de los nervios, y entenderán por qué. La misma reina que por venganza hacia los nobles cacereños, mandara desmochar las torres de esta hermosa ciudad, la misma reina que expulsó a los judíos, la misma reina que mandó crear la Santa Inquisición, firma con su católico marido una Pragmática en 1502 en la que se establece:

Mandamos y defendemos que ningún librero ni impresor de moldes ni mercaderes, ni factor de los susodichos, no sea osado de hacer imprimir de molde de aquí adelante por via directa ni indirecta ningún libro de ninguna facultada o lectura, o obra, que sea pequeña o grande, en latín ni en romance, sin que primeramente tenga para ello nuestra licencia y especial mandado...

Después vendría la Reforma y Contrarreforma, ambas con la antorcha en la mano, dispuestas a quemar herejes a diestro y siniestro. Con todo, y poco a poco, la imprenta cambió el mundo. Tuvieron que pasar aún tres centurias para que en lugar de desmochar torres, fueran desmochados los monarcas absolutos, comenzando por Carlos I de Inglaterra y Luis XVI de Francia, desmochados éstos en el sentido más literal del término. Buena culpa de ello la tuvo la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, impresa por aquel engendro de Satanás que inventó el buen Gutenberg.

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