La lengua española, hoy: unidad en la diversidad

AutorVíctor García De La Concha
CargoDirector de la Real Academia Española
Páginas7-12

    Víctor García De La Concha . Director de la Real Academia Española.

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Consideraba don Ramón Menéndez Pidal el hecho de la magnífica unidad lingüística creada a uno y otro lado del Atlántico "una de las más grandiosas construcciones humanas que ha visto la historia". Lo hacía en un texto de 1944 titulado La unidad del idioma, que recogió después entre sus Páginas preferidas. Allí se ocupaba fundamentalmente de los temores de fragmentación del español que surgieron en América a raíz de la independencia de las provincias ultramarinas. No será, quiero decirlo ya, el único momento en que el miedo a la fragmentación del español se difunda. Aludiré más adelante a la dramática apelación que don Dámaso Alonso hizo en 1956 en el marco del Segundo Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Fue nada menos que don Andrés Bello quien sentó esta afirmación y, según Menéndez Pidal, la agitó como un argumento terrorífico para llevar a los americanos al estudio de la Gramática, en cuyo prólogo figuraba. "Juzgo importante -decía allí en 1874-la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza como un medio providencial de fraternidad entre las varias naciones de origen español". A su juicio, el peligro provenía de los extranjerismos léxicos innecesarios; pero "el mayor mal de todos y el que si no se ataja -añadía-va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la venida de neologismos de construcción que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América y, alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos y bárbaros: embriones de idiomas futuros que, durante una larga elaboración, reproducirían lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín".

En 1882, tratando de los orígenes del lenguaje criollo, el cubano Juan Ignacio de Armas explicaba que se estaban gestando en América cuatro o cinco idiomas, o lenguajes especiales: "El criollo, un cuasidialecto -decía-del castellano, que comprende el litoral del mar Caribe y que será sin duda, para una época aún remota, la base de un idioma hijo del que trajeron los descubridores y colonizadores de América; otro lenguaje especial, otro idioma hermano del primero preparan las evoluciones de los tiempos en México y Centro América; otro, o acaso dos, en el Pacífico; otro, en Buenos Aires que, como más apartado del foco de pureza en el idioma común, va actualmente por delante en la natural formación de un idioma propio". De manera que hace ciento veinticinco años se presagiaba que el español en América iba a convertirse en cuatro o cinco lenguas distintas. Y a renglón seguido explicaba Juan Ignacio de Armas una doble razón última de ese proceso: "Las leyes del transformismo no pueden alterarse en la ciencia filológica, como en ninguna de las otras ramas en que se extiende el estudio de las ciencias naturales; el castellano, llamado a la alta dignidad de la lengua madre, habrá dejado en América, aun sin suspender el curso de su gloriosa carrera, cuatro idiomas por lo menos con un carácter de semejanza general análogo al que hoy conservan los idiomas derivados del latín".

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En la base de la primera afirmación estaba la pregunta lanzada en una carta, por cierto latina, por Federico Augusto Pott: "¿Podrá creerse que las lenguas procedentes del Lacio, trasladadas al suelo americano, escaparán al destino que les imponen las leyes generales de la naturaleza?". Triunfaban por entonces el positivismo y el darwinismo, y se acababa de sentar la tesis de que la lingüística no era una ciencia cultural, sino una ciencia natural; es decir, que las lenguas son organismos vivos, que por ley natural nacen, crecen, se desarrollan y mueren sin que el hombre pueda hacer nada para impedir ese curso fatal. Sobre la base de tal principio en el que creía ya Nebrija, hoy absolutamente sobrepasado y olvidado, era casi inevitable ver el proceso de corrupción del latín como una prueba particular y ejemplo de lo que ocurriría.

Sin embargo, oponiéndose a Pott, al publicar en 1885 la cuarta edición de sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, don Rufino José Cuervo afirmaba en el prólogo: "No menos servirá este libro para probar a los extranjeros que no hay un dialecto bogotano como en cambio hay un dialecto veneciano o napolitano o asturiano o gallego, mostrando igualmente que es infundado el temor de que en la parte culta de América se llegue a verificar algo igual a lo que ocurrió con el latín en las varias provincias romanas, pues la copiosa difusión de obras y empresas referentes todas más o menos a un mismo tipo, el constante comercio de ideas con la antigua metrópoli y el estudio uniforme de su literatura aseguran a la lengua castellana en América un dominio imperecedero". Pero he aquí que quince años más tarde, en 1899, a raíz de oír al poeta Soto y Calvo la lectura de una composición costumbrista titulado, Nastasio [por Anastasio], don Rufino José Cuervo cambió de manera de pensar y afirmó: "Hoy, sin dificultad y con deleite, leemos las obras de los escritores americanos sobre historia, literatura, filosofía ... Pero en llegando a lo familiar o local, necesitamos glosarios. Estamos, pues, en...

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