América Latina: ¿doscientos años de independencia? Significado antropológico y político del concepto cultural de independencia. Una visión plural de la historia

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Significado antropológico y político del concepto cultural de independencia. Una visión plural de la historia: la verdad radica en el proceso temporal, en las diferentes líneas de investigación y en los distintos proyectos sociales

Leyenda

Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.

Abel contestó:

-¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes. -Ahora sé que en verdad me has perdonado -dijo Caín-, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.

Abel dijo despacio:

-Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.

JORGE LUIS BORGES

Pero Colón, más que oro, le ofreció a Europa una visión de la edad de oro restaurada: éstas eran las tierras de Utopía, el tiempo feliz del hombre natural. Colón había descubierto el paraíso terrenal y el buen salvaje que lo habitaba.

CARLOS FUENTES

La resurrección

A los cinco días, era costumbre, los muertos regresaban al Perú.

Bebían un vaso de chicha y decían: -Ahora, soy eterno.

EDUARDO GALEANO

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Lo primero que cabe preguntarnos es ¿qué significa, desde el punto de vista antropológico, el término independencia o autonomía política y cultural? Desde una visión meramente lingüística, el asunto es muy sencillo. Bastaría considerar que un país es independiente cuando no está vinculado jurídica ni políticamente con otro. Esto, hasta el presente, ha sido muy fácil de entender cuando lo más significativo de su comportamiento era el no ser colonizado política ni culturalmente. Pero cuando nos adentramos en el sentido integral del vocablo lingüístico independencia, su idea se complejiza, se hace plural y diversa.

Hasta ahora la experiencia histórica de independencia se refería casi únicamente a su dimensión política y generalmente confería todo su poder a los héroes que habían conquistado un derecho territorial con sus victorias bélicas.

Lo nuevo es que hoy se destaca que dicha experiencia de independencia no siempre acoge en el ámbito del país emergente a todos los ciudadanos, sino únicamente a quienes han financiado la victoria. Por lo mismo, las minorías no hegemónicas son excluidas de los beneficios de la independencia. Con lo cual el conflicto se incardina en el corazón mismo de la sociedad.

Hoy comenzamos a comprender que la independencia jurídico-política es absolutamente insuficiente para que esta experiencia sea el signo de una nueva realidad política, cultural y social. No basta derrotar y expulsar del territorio en disputa a quienes injustamente nos han invadido e impuesto unas normas y una cultura extraña y nos han convertido en herramientas de explotación económica e ideológica.

Pero lo más terrible es que la invasión extranjera o la conquista nos priva de la experiencia de autogestión y de autogobierno, esto es, de participar activamente de la gestión del país; de la posibilidad de expresar nuestros valores, gestos, actitudes, ideas e invenciones cognitivas que nos permitan vivir de un modo diferente, nuevo y original.

Durante siglos el colonizado ha carecido de voluntad política, como una expresión normal y libre de sus pensamientos y hábitos de comportamiento. Se le ha negado la posibilidad de expresar sus símbolos, ritos, creencias, músicas y palabras, prohibiendo el ejercicio de un derecho fundamental que todo ser humano tiene a vivir en una tierra, en una cultura y en el ámbito de unas relaciones sociales dignas y significativas; en un ritmo de vida y referencias ideológicas que puedan constituir la configuración de su mente.

Pero lo que radicaliza más la relación «dependencia-independencia» es la experiencia asumida desde el concepto de autonomía. Éste nos concreta más y supone mayores exigencias antropológicas y políticas. Desde este punto de vista cabe sentir la experiencia de goce, de libertad y disfrute del sentido de la propia actividad creativa. Lo que significa también el derecho a actuar conjuntamente con otros, disfrutar colectivamente de la libertad y de su expresión.

En sus primeros inicios el fragor de las independencias, quizás se haya construido una historia de estos acontecimientos un tanto simplista, dogmática, triunfalista, elitista y muy excluyente. Ésta es hoy la opinión, al menos, de ciertos historiadores críticos y con otra visión del acontecer político en busca de una lectura más objetiva, real y verídica. Para entender lo sucedido ha predominado el sentimiento heroico y nacionalista. Es por ello que, una mayoría popular «niega» los horrores del presente, «desconoce» el significado actual de los problemas e «impone» las cegueras que perturban el diario vivir de la cotidianidad y sus conflictos.

Toda guerra, justificada o no, siempre produce estruendo, algarabía y sentimientos de odio, terror e insolidaridad. Pero lo esencial es que la guerra convierte a un otro en un enemigo feroz capaz de medir el nivel de su valor por la cantidad de asesinatos que comete.

De este modo, el fragor de las independencias se convierte en un grito a favor de la autonomía y del derecho a expresar sus creencias, ideologías y formas de autogobierno, al margen de quien haya sido el colonizador.

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En el secreto hontanar de todo ser humano habita el deseo de inventar una forma de vida diferente de lo que hasta el momento ha sido su punto de referencia y la cualidad de civilizado. En ese sentido hay un anhelo de libertad y de autodeterminación. Pero, de lo que no cabe duda, es que el obstáculo mayor para lograr estos objetivos es la dificultad de asumir la propia responsabilidad, atreverse a pensar por cuenta propia; poner de manifiesto la capacidad de no delegar en nada ni en nadie sus decisiones y de construir el hacer de su vida cotidiana desde sus propias ideas y experiencias. Desde el interior de su potencia creativa e imaginativa. En ello consiste tanto la independencia antropológica como política.

Juan David García Bacca define todo ello de una forma sintética y contundente: «serse persona es haberse inventado el ser causa final de todo». Lo cual incluye en su plan de vida personal la vocación, la profesión y el oficio como componentes del mismo. Así entiende que...

[...] la fuerza pública es un poder existencial constitutivo o productor de uno de tantos: de cualquierismo.

La disciplina externa, y a imponer externamente, es otro poder existencial, productor de cualquierismo -en gobernados y gobernantes.

La propaganda es un tercer [...], poder existencial de producción de cualquierismo -en receptores y emisores.

Así que la rebelión contra la fuerza pública, la disciplina externa y la propaganda son, en verdad, rebeliones existenciales del singular o persona positiva contra la particularidad o persona negativa. [...]

La domesticación del hombre, objetivo de la fuerza pública, disciplina externa y propaganda son, realmente, inventos posteriores de la civilización; hacen a los hombres cómodos de gobernar y útiles para la economía: para ese crecimiento del producto nacional bruto, índice «de moda» para medir el progreso de una nación -y el de una gran corporación. No es tan evidentemente aceptable el que comodidad y utilidad constituyan los supremos valores ni del hombre individual ni de la sociedad, y no nos extrañemos de que haya personas que se subleven contra ellos, no sintiéndose obligadas, por una especie de agradecimiento a sociedades «opulentas», a defender comodidad y utilidad ni como supremos valores, ni siquiera como valores dignos de persona auténtica [Juan David García Bacca, Cosas y personas, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, p. 93.]

Todo ello se concreta en un gran aparato represor de la creatividad personal y de los proyectos de autogestión y autogobierno. Me refiero a la idea y organización del estado nacional como vehículo ideológico y transgresor que pervierte las iniciativas colectivas. Es bastante habitual que la sociedad nos ofrezca caminos cerrados para que no podamos expresar con libertad y creatividad los horizontes que nos marcan otras posibilidades de realización, convivencia y...

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