Crónica de la vida de John Howard, alma mater del derecho penitenciario

AutorFaustino Gudín Rodríguez-Magariños
CargoAbogado Fiscal sustituto del TSJ de la CAM. Secretario Judicial Titular en excedencia. Doctor en Derecho
Páginas95-170

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I Introducción

Corresponde a unas pocas personas marcar la estela del rumbo que luego otros seguirán, mientras a otros nos corresponde como modestos notarios de una realidad pasada luchar porque aquellos seres excepcionales no caigan en el pozo oscuro del olvido. Ésta es la historia de un gran hombre, de un espíritu inquebrantable que nunca cejó en la lucha por la nuda justicia, sin añadidos, agotando hasta el último halo de su existencia en aras de una cruzada por los más desprestigiados, contienda donde jamás bajó la cabeza ante los poderosos.

Detrás de las instituciones jurídicas siempre existen personas que las inspiran. El espíritu de los pioneros que consiguieron en buena lid reformar unas instituciones pervive con las mismas. Se produce una extraña fusión por la cual no es posible entender el derecho penal sin Beccaria, ni el derecho político ignorando a Montesquieu, al igual que se produce en otros ámbitos donde nadie entiende la genética sin conocer a Mendel, ni la biología sin estar al tanto de la figura de Darwin. Por ello resulta imprescindible comprender a aquellos hombres que idearon dichas instituciones para comprender el significado Page 96 de las mismas. Estas afirmaciones tienen un claro reflejo en la interdependencia que existe en el mundo penitenciario y la figura de John Howard. Vamos a exponer los avatares de la vida de una figura emblemática del siglo XVIII cuya herencia es considerada como el espíritu que propugnó la reforma de la prisión, enfocándola, ya desde entonces, con un halo de humanidad que pervive hasta nuestros días.

Por ello entiendo que la vida de Howard es algo más que una simple biografía de un hombre honesto, es un símbolo para todos aquellos que luchan por la humanización de las prisiones, poniendo los pies en la realidad y rehuyendo de farisaicas demagogias especulativas más cercanas a un salón que a una cárcel. Hay algo de bueno, de positivo, de honesto y de humano en la labor de Howard que contagia y embelesa al estudioso de su vida, especialmente ese inquebrantable espíritu para no resignarse frente a lo preestablecido, lo arcaico, lo arbitrario y lo absurdo. Si tuviera que definir a Howard en pocas palabras yo diría que fue un hombre adelantado a su época, esta visión anticipada del mundo está relacionada, bajo mi punto de vista, con su manera de percibir la solidaridad humana.

Aunque los libros de Historia nos relatan con gran precisión los trabajos de Howard y los resultados de su labor, no nos aportan un cuadro sobre la personalidad del individuo. Parece difícil calibrar cuál fue el proceso por el que este niño enclenque, que creció enfermizo, de apariencia física tan vulgar y de carácter tan introvertido, se transformó, ya en su avanzada madurez, en un brioso reformador que se convierte en notario implacable y testigo de su era, registrando los peores horrores de la prisión de su día proponiendo constantemente mejoras. Y es que para enfrentarse a brutales y anquilosadas prácticas consolidadas tras centurias de abusos, sólo dispuso de su carácter sistemático y laborioso, su curiosidad, papel, pluma y una regla para medir. No obstante, su voz llegará -y será escuchada con respeto- desde las mazmorras hasta los parlamentos y los tronos, haciéndonos ver, una vez más, cómo un hombre sencillo, si se propone un propósito de corazón, puede conseguirlo.

La intención de este ensayo no es tanto mirar cuáles fueron los trabajos de Howard, sino analizar quién era él y por qué su legado pervive tan intensamente en nuestros días. El testimonio humano que nos aportó Howard no se ha visto erosionado por el paso del tiempo. ¿Qué tenía aquel hombre por el que toda una nación estuvo de luto tras su muerte?, ¿qué había en este espíritu emprendedor para producir desde el sincero lamento del Rey hasta que su jardinero con la sola mención de su nombre le llorara con amargura? Page 97

II La forja del mito (1726 a 1773)

Aunque no era miembro de la nobleza de sangre, Howard disfrutaba la consideración social de caballero terrateniente. Como veremos, su padre le dejó una abundante fortuna, fundamentada en el negocio textil familiar y en tierras en el condado de Bedford, dependiendo de su familia numerosos arrendatarios en Cardington. En los albores del denominado Siglo de las Luces, nació el 2 de septiembre de 1726 en Iower Clapton -cerca de Hackney 1- en los arrabales de Londres.

La Inglaterra que le tocó vivir estuvo regida por los inicios de la dinastía Hannover, que puso fin a las guerras civiles estableciendo la paz en el interior y que se caracterizó por el predominio del Parlamento en la vida pública. Fue la época de los reyes Jorge I (1714-1727), y Jorge II (1727-1760), que parecían más unidos a sus Estados alemanes -por los que sentían una manifiesta predilección- que al reciente imperio que acababan de adquirir, desentendiéndose del ejercicio del poder. Sin embargo, Jorge III (1760-1820), de carácter exclusivamente británico, pareció recaer en la tentación de gobernar por sí mismo, hasta que el desastre colonial derivado de la emancipación de las colonias norteamericanas le retrajo de sus veleidades autoritarias. Se caracterizó, pues, esta era por la hegemonía de la Cámara de los Comunes y, más en concreto, de los primeros ministros, concretamente de Robert Walpole, que gobernó entre (1721-1742), William Pitt el viejo (1756-1761 y 1766-1768) y William Pitt el joven (1783-1801 y 1803-1806), los cuales pusieron paz y orden interno después de las cruentas guerras civiles del siglo anterior y marcaron la era del despegue del imperio británico. La era de Howard estaba marcada por la égida del pragmático common sense en el orden interior combinado con las ansias imperialis- Page 98tas en el exterior, que originará tanto la formación de grandes fortunas, como la creación de legiones de indigentes y necesitados.

La centuria en la que vivió Howard fue el denominado Siglo de las Luces, denominación que teóricamente simboliza una Europa aparentemente ilustrada. No obstante, pese a tan idílico apelativo, muy por el contrario, dicha época se caracterizaba en la realidad por una brutalidad extraordinaria y actitud indiferente hacia la vida 2. Los derechos humanos, idea que surge precisamente en este tiempo, no eran apenas Page 99 respetados y los criminales condenados eran considerados -y en consecuencia recibían- el tratamiento de parias repugnantes, indignos de misericordia o de consideración. La prisión como pena nace en un momento en que los azotes y la pena de muerte cobraban su máximo esplendor y el castigo que aparecía en el horizonte era la deportación a las colonias. Sin embargo, debajo del barniz de crueldad que revestía esta sociedad, ciertas conciencias del grupo se revolvieron y una de ellas fue la de este terrateniente.

Con poco más de cinco años de edad, Howard se queda huérfano de madre, Ann Pettit [de soltera Cholmley 3], la cual fallece el 25 de septiembre de 1731. Esta carencia de afecto materno va a afligir notablemente su vida [tal como destaca García Basalo 4] máxime teniendo en cuenta que su padre era un estricto calvinista, que cuando el niño nace ya había cumplido cuarenta años, poco dado por su carácter y la época en la que le tocó vivir a proporcionar mimos y cariños al menor. Asimismo, como único hijo varón, tenía la responsabilidad de luchar por mantener el prestigio del apellido, lo que en aquellos días significaba -dentro de la burguesía puritana- una educación más disciplinada y estricta.

Su progenitor fue un pudiente hombre de negocios arraigado en Londres, siendo socio de un negocio de tapicerías y alfombras, cuya razón social era Howard & Hamilton sita en Long Lane (Smithfield). Page 100

Fue la más que saneada economía familiar [la herencia que recibe es cuantificada por Bejerano 5 en 30.000 libras, fortuna considerable para la época] la que permitió que en el futuro el joven John pudiera realizar sus viajes a Europa. Tiene una única hermana, Ann (que hereda con él la fortuna familiar).

Padre e hijo coincidieron -y pese al escaso contacto personal y afectivo que hubo entre los dos- en ser dos seres profundamente religiosos e introvertidos. El niño fue educado en colegios privados en Hertford y Londres 6, y su padre, ya comerciante jubilado, le colocó de aprendiz en una firma de especieros al por mayor en Londres.

Como ya he referido, no resultaba nada fácil presagiar durante su adolescencia que este joven estaría destinado a desafiar y cambiar las prácticas atrincheradas y brutales de la prisión arraigadas a través de los siglos. Las pautas prematuras de su carácter apuntaban a un adolescente gris cuyas capacidades aparecían limitadas. Durante su adolescencia no sobresalió en los estudios, ni destacó en el ejercicio de los deportes académicos. Nos encontramos ante un niño dócil y obediente poco dado a travesuras, pero a la par, y quizá por ello, insulso, carente de talento, nada genial que pasó por su etapa escolar sin pena ni gloria. Pero ya en sus primeros años apuntaba una innata bondad que se configuraba como uno de los rasgos típicos de su carácter. El servicio público le estaba vetado, pues su fondo religioso disidente a la religión anglicana oficial le impedía tomar el juramento de communion con la iglesia anglicana requerido para actuar en los asuntos públicos. Su salud era precaria con frecuentes ataques bronquiales severos. Parecía ciertamente que ninguna meta elevada estaba reservada para el rentista John Howard.

El dato de la religiosidad de Howard es significativo y nos ayuda a comprender al hombre, su fervor creyente 7, que de otro lado se correspondía con la época en la que vivió. Se ha criticado que en su conducta y reformas hay ciertos aspectos pietistas que influyen en su visión del reo. Analizando el diario de Howard nos damos una...

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