Introducción

AutorDjamil Tony Kahale Carrillo
Páginas27-34

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La lucha de las mujeres a finales del siglo pasado y los movimientos feministas, inicialmente identificados con el derecho al acceso a la educación y con la reivindicación al derecho al voto, han provocado el reconocimiento formal de derechos individuales y sociales de las que estaban privadas por razón de su sexo. A principios del siglo XX la mayoría de las leyes de ámbito europeo les habían reconocido como personas titulares de derechos. Sin embargo, en España, a finales de la década de los cincuenta, existía un conjunto normativo -socialmente aceptado- que otorgaba el poder de dirección de la familia al marido, e identificaba el ámbito familiar como privado y excluido de la eficacia de las leyes1.

Ejemplo de ello se encontraba en la Ley de 24 de abril de 1958, por la que se modifican determinados artículos del Código Civil2, en especial la regulación de la capacidad de obrar de las mujeres casadas, la cual señalaba en su Exposición de Motivos que «por exigencias de la unidad matrimonial existe una potestad de dirección que la naturaleza, la Religión y la Historia atribuyen al marido». Incluso la Ley 14/1975, de 2 de mayo, sobre reforma de determinados artículos del Código Civil y del Código de Comercio sobre la situación jurídica de la mujer casada y los

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derechos y deberes de los cónyuges3, establecía que la mujer debía obediencia al marido y necesitaba su licencia para poder realizar actos de disposición, como abrir un comercio o vender sus propios bienes, y de la cual su cónyuge era el único administrador de la economía familiar.

En la actualidad, tras las políticas económicas y sociales que preceden a esta etapa de cambios, nos encontramos con regresiones jurídicas y económicas poco justas y solidarias con las clases menos privilegiadas de esta sociedad que se han constituido en su propio seno. Injusta e insolidaria, especialmente, con la mujer que aún hoy continúa siendo ciudadana de segunda categoría. No cabe duda, que para cualquier mejora se debe plantear frente a los poderes públicos una auténtica lucha -a todos los niveles- en la legislación internacional e interna, basán-dose en el análisis de la difícil posición de la mujer en la sociedad.

La mujer sigue siendo la esencial gestora responsable de los hogares familiares, de la educación y del cuidado de los hijos, tareas que desempeña tras una jornada de trabajo en la cual se le exige que demuestre que por su sexo va a producir, crear y trabajar más y mejor que la otra parte de la población activa, la masculina. Sin embargo, no siempre ese esfuerzo será recompensado en su justa medida al tener condiciones laborales inferiores a las establecidas para su compañero; en la que se sigue violando, aún, la dignidad de la mujer4.

La posición de la mujer en la historia, en general, no ha sido fácil5.

En el marco social las mujeres estaban adscritas al hogar, excluidas de

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lo público, sometidas a las voluntades de los hombres y eran víctimas de los estereotipos sociales que asignaban el rol de debilidad a las mu-jeres. Y de la cual se consideraba que solo tenían una función en su vida, y era la de ser madres y cuanto mayor número de nacimientos mejor, concebir un hijo suponía que la mujer ya había cumplido su papel en la vida, que se había realizado. En caso contrario, era repudiada, olvidada y maltratada, y, por ende, objeto de violencia6. El maltrato, hasta hace poco tiempo, permanecía en el secreto de las familias, ello ha hecho que fuese entendido como un derecho normal y legítimo de los hombres. Posteriormente, se vio como algo inadecuado que pasó a formar parte de la vida íntima y de la cual los terceros no podían intervenir7. Ello ha hecho que el colectivo femenino maltratado no denunciase a su agresor por miedo y vergüenza. Gracias a la concienciación y a la sensibilización pública del fenómeno de la violencia de género se ha podido extraer del sector privado para situarlo en el espacio público.

Las cifras con las que los medios de comunicación nos informan sobre los casos de violencia a la mujer nos conmocionan cada día, ello ha hecho que se convierta en una de las lacras más preocupantes de la sociedad actual8. A pesar de ser la manifestación más intolerable del

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poder del hombre sobre la mujer, propio de un sistema de roles sociales desfasados y arcaicos, este tipo de agresión no solo se resiste a desaparecer en una sociedad moderna como la española en la que por definición no debería tener ninguna cabida, sino por el contrario se acrecienta cada día. La envergadura de este problema ha logrado que sea acreedor de un tratamiento omnicomprensivo...

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