Interdisciplinariedad de la bioética: su posibilidad y sus límites

AutorUrbano Ferrer
CargoDepartamento de Filosofía. Área de Filosofía Moral. Facultad de Filosofía. Universidad de Murcia
Páginas265-274

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1. Lo peculiar de la interdisplinariedad bioética

La definición más en uso de la Bioética es la que va ligada a sus inicios en la Universidad de Wisconsin en Madison, donde se asentó el oncólogo holandés Van Renselaer Potter en 1971, y que luego fue recogida por Warren Thomas Reich en su Enciclopedia de Bioética en 1978: "estudio sistemático de la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y de la salud, examinada a la luz de los valores y principios morales". Como puede verse, en esta fórmula concurren los datos biológicos y clínicos, de una parte, y los criterios valorativos, de otra parte. La Bioética actuaría, así, como ciencia-puente (bridge to the future) entre los saberes experimentales y la Ética en orden a procurar la supervivencia (survival) del hombre en una época amenazada desde distintos frentes, para decirlo con el propio Potter. En la edición de 1995 Reich se refiere ya en términos explícitos al carácter interdisciplinar de la Bioética: "estudio sistemá-

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tico de las dimensiones morales -incluyendo la visión moral, las decisiones, las conductas y las políticas- de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, usando una variedad de metodologías éticas en un contexto interdisciplinar".

Pero, ¿cómo hay que entender aquí la interdisciplinariedad? Sin duda, la perspectiva bajo la que se contemplan los enunciados bioéticos es ética, mientras que los hechos enjuiciados desde tal perspectiva son los que tienen que ver con la vida y el cuidado de la salud; con ello, parece asomar la distinción escolástica entre objeto formal específicamente ético y objeto material, que de suyo admite otros ángulos de consideración distintos del ético, análogamente a como la Geo-metría, la Geo-grafía o la Geo-logía tienen al planeta Tierra como su objeto material común, además de su objeto formal propio. Sin embargo, creo que la cuestión no se zanja en estos términos. Basta reparar, en primer lugar, en que en este caso no hay distinción a radice entre ambos aspectos, por cuanto ello significaría que perseguir la curación de un paciente o bien la mejora de su tenor de vida no tendría de suyo alcance ético, siendo menester añadirle formalmente tal consideración. Por otra parte, tampoco sería exacto relacionar los campos descriptivo y normativo al modo en que lo hacen las éticas aplicadas como si se tratara de una ética aplicada más, que no hiciera sino invocar unos principios éticos ya conocidos y hacer uso de ellos en las situaciones biomédicas que los requieren. Como mínimo, habríamos de insertar entre los principios éticos más generales, como el respeto incondicionado a la vida humana o la dignidad de la persona, aquellas reglas de aplicación mediadoras que permitieran decidir el sentido en que están en juego tales principios en determinados avances biomédicos.

Estas objeciones muestran la no pertinencia de la separación entre las ciencias descriptivas bioéticas y las normativas y urgen a tomar totalmente en serio el carácter interdisciplinar de la bioética, como una nota interna irrenunciable de su campo unitario de estudio. Vamos a examinarlo en el doble orden temático y metódico que acompaña a todo saber científico, en cuanto sistemáticamente dispuesto u organizado.

Temáticamente se da la situación de que en Bioética tanto los conceptos normativos como su campo propio de aplicación confiuyen en el hombre, como ser constitutivamente moral -aspecto normativo- a la vez que frágil y necesitado de cuidados -aspecto descriptivo específico. Nada de extraño, por tanto, que las nociones bioéticas centrales presenten una ambivalencia antropológico-moral. Examinémoslo con algunos ejemplos.

En primer lugar, la persona lo es antes de toda realización moral, ya cuando se presenta desvalida y necesitada de atención sanitaria, pero simultáneamente la personalización es una tarea ética para ella que se extiende progresivamente a todas sus irradiaciones, desde la expresión corpórea, la maduración psíquica o aquello que integra su habitat o entorno medioambiental...; justamente la distinción de Zubiri entre personeidad y personalidad tiene el acierto de tomar en cuenta esta duplicidad1. O bien la dignidad no es solo algo ganado con los propios actos o moralmente adquirido, sino también la digneidad que le corresponde por el hecho de ser persona, en correlación con la distinción anterior zubiriana2. En otro sentido, la responsabilidad no designa únicamente una virtud moral susceptible de crecimiento como todo lo perteneciente a este ámbito normativo, sino que también está en juego cada vez que el hombre, como ser racional, busca dar cuenta -responder- de lo que hace; en su sentido más elemental, la responsabilidad es necesaria para acotar uno u otro campo de actuación antes de su cualificación moral, y el objeto de la bioética es un área determinada de la conducta. Podríamos proseguir con la libertad, la solidaridad, la justicia cuyo correlato antropológico es el trascendental personal de la coexistencia... para seguir comprobando la anterior dualidad antropológico-moral en las nociones bioéticas básicas.

Un ejemplo de otro orden es la justificación, que para ser cabal ha de consistir en aquel rasgo por el que el hombre está constitutivamente en condiciones

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de dar cuenta de su conducta y simultáneamente ha de venir respaldada por razones objetivas de orden moral; se puede decir que una justificación adecuada necesita tanto una explicación subjetiva, como es la situación de menesterosidad en que se encuentra el paciente, como una explicación objetiva, dada por los valores y principios normativos implicados en el cuidado del mismo.

Mención aparte requiere la ambivalencia de la sindéresis, como primer precepto de orden moral, por el que la voluntad ha de buscar el bien en todos sus actos, y a la vez como estando ligada en tanto que hábito a la comparecencia del yo personal en su doble vertiente de ver-yo y querer-yo. En este sentido, el paciente que se cura es también el paciente que, en su yo, quiere curarse y ve cómo ponerse a ello. No es una técnica anónima lo que cura y tampoco es anónimo, sino provisto de un historial, el proceso de curación en alguien. Pues ni en sí mismos ni en ninguna área particular de aplicación los preceptos morales forman un código preestablecido y disponible; más bien son relativos a cursos de acción que tienen su asiento en el yo que quiere y que a la vez proyecta su luz sobre aquello que en su ser personal le inquiere como bien objetivo. Precisamente la vida y la salud, como temas descriptivos de la Bioética, son también bienes morales por estar antropológicamente enraizados y confiados, en su mejora y eventual restablecimiento, a los cuidados del hombre.

Es patente que las ciencias biológicas que intervienen en Bioética lo hacen de modo auxiliar, como también los estudios socioculturales y estadísticos que la Bioética asume. Ni en unos ni en otros como tales se plantean los interrogantes ético-antropológicos en los que se reconoce la Bioética, los concernientes -como se ha dicho reiteradamente- a la promoción de la vida y al cuidado de la salud, por más que solo se puedan edificar estos sobre los objetos de aquellas ciencias. Naturalmente, sin un conocimiento preciso de lo que es la vida a todos sus niveles no tienen sentido las cuestiones bioéticas y tampoco serían posibles -en otro orden- sin las instituciones sociales correspondientes y sin las corrientes de opinión sensibilizadas a dichas cuestiones.

Pasamos a continuación a la metodología bioética, donde se advierte una duplicidad paralela a la duplicidad temática. La peculiaridad del método bioético reside en que procede por confrontación de unos principios valorativos con la experiencia humana que los veri-fica o hace científicamente verdaderos. Así, el principio axiológico de que todos los hombres son iguales en dignidad personal no es simplemente un enunciado general, sino que se acredita en la experiencia de que cualquier hombre trasciende como persona los dinamismos de su actuación, sean estos unas activaciones vegetativas o sean tales que revelen conscientemente al yo, porque en cualquiera de los dos niveles el yo que los tiene por propios es el mismo3. Asimismo, el principio ético de que la actuación debe ser responsable es validado en la experiencia antropológica de que, en vez de desgajarse la actuación de su sujeto, todo yo personal está en condiciones de integrar en él lo que en un primer momento fue identificado como acción distinta de su agente y con unas huellas externas reconocibles.

"Experiencia" se usa aquí, conforme a su origen etimológico de peiría en griego y perior en latin, con el significado no de una mera constatación, sino de atravesar o perforar algo, como cuando decimos "tengo experiencia de este oficio" o "he adquirido experiencia en tal campo"; en este sentido, fenomenológicamente "experiencia" se contrapone a "vivencia", en tanto que esta segunda designa algo dado de inmediato, como cuando se tiene vivencia del frescor de una mañana o de un dolor punzante.

Así pues, el método bioético no se puede resolver en una verificación experimental, al modo de la verificación empleada en las Ciencias de la Naturaleza. Más bien la experiencia de que aquí se trata es la fenome-

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nológica, en la que encuentran cumplimiento a través de las estructuras antropológicas básicas los principios éticos que guían el proceder bioético. De este modo, las distintas nociones bioéticas normativas, como dignidad, bien moral, derechos, responsabilidades o virtudes, se establecen sobre el suelo fenomenológico de las estructuras antropológicas esenciales que las consolidan y tornan aplicables. Por ello, son nociones que implican en su realización unas...

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