La influencia de la pepa en sudamérica

AutorJuan Ignacio Vargas Ezquerra
Páginas407-427

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Introducción

Hoy día nos preguntamos porqué (…) la Hispanidad aparece dividida en veinte Estados, lo que no logra destruir lo que hay en ellos de común y constituye lo que pudiera denominarse la hispanidad de la Hispanidad. (…) Pero algo eludible y fugitivo debe de haber en su constitución cuando tantos españoles e hispanoamericanos (…) pueden vivir como si no existiera. (MAEZTU Y WHITNEY, 2005:167). Es más, visto desde nuestra época, son muchos los que se preguntan cómo Sin apenas soldados, y con sólo su fe, creó un Imperio en cuyos dominios no se ponía el sol. Algunos apuestan a que se le nubló la fe, por su incauta admiración del extranjero, perdió el sentido de sus tradiciones, y cuando empezaba a tener barcos y a enviar soldados a Ultramar, se disolvió su Imperio, y España se quedó como un anciano que hubiese perdido la memoria. (MAEZTU Y WHITNEY, 2005:31).

Rememorando la época de la que hablamos, conviene recordar que nos enfrentamos a unos hechos que cambiaron para siempre la faz de España y América, sus territorios y sus gentes. Ya nada volvería a ser como antes. La Revolución entró con las armas y se quedó hasta el día de hoy. De hecho, (…), en España, este proceso vino condicionado y caracterizado por la debilidad y la crisis política de la monarquía española; por la quiebra económica causada por el esfuerzo militar; por la pérdida del poderío naval; por la pérdida de la soberanía nacional; por la pérdida progresiva del imperio colonial; por la quiebra de los valores tradicionales –políticos y religiosos– que caracterizaron al gobierno y la sociedad del antiguo régimen; y, en fin, como consecuencia de todo ello, por la necesidad de la reconstrucción nacional; una reconstrucción que había de hacerse sobre nuevos valores, sobre nuevas bases ideológicas, políticas, sociales y económicas, sobre la pérdida de los réditos del imperio colonial y sobre la pérdida definitiva del peso de España como potencia internacional ante los nuevos poderes emergentes: Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. (BAR CENDÓN, 2011:33/34). No en vano, La revolución española de 1808 tiene como gran protagonista al pueblo español. Es el primero que reacciona ante el abandonismo

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de que hacen gala los reyes y su corte. La pasividad de la Corona y Audiencias se limitan a ver pasar los acontecimientos. Mientras tanto el pueblo empieza a organizarse en nuevas instituciones que sustituyen a las antiguas y, en principio, evitan el vacío de poder. (PEÑA GONZÁLEZ, 2006:67).

Anteriormente a la proclamación de la Constitución de Cádiz, la reunión de las Cortes extraordinarias había propuesto una serie de reformas de gran calado que se plasmaron, también, en la Carta y otras se aplicaron o bien con anterioridad (libertad de imprenta, supresión nominal tanto del tormento procesal –que en la práctica no existía– como de los apremios legales y la eliminación de los señoríos) o con posterioridad (abolición de la Suprema y de los mayorazgos que abrieron –estos últimos– las diferentes desamortizaciones del siglo) a la misma. Una carta elitista, liberal y parcial, muy extensa –excesivo detallismo en aspectos que pudieran haberse trabajado como leyes ordinarias, algo que Suele ser una realidad constatable, la mayor extensión de aquellas Constituciones que pretenden romper con el régimen político anterior, instaurado, a su través, un nuevo régimen político (NAVAS DEL CASTILLO, 2005:231)– y rígida a la hora de su posible modificación, que supuso el desmantelamiento del sistema estamental y la consagración del principio de la Nación, donde se estableció un ejecutivo dual, con un gobierno integrado por siete secretarios de Estado y Despacho –que respondían antes las Cortes–, no se reconoció la existencia de un Consejo de Ministros como órgano colegiado, se aprobó el modelo unicameral –por miedo a que aristócratas y clérigos hicieran frente común– cuyos miembros fueron elegidos por sufragio indirecto en cuatro grados, se estableció las funciones de las Cortes –legislar y controlar, proteger la libertad de imprenta, elegir la Regencia, establecer contribuciones e impuestos, etcétera– y una Diputación Permanente de las Cortes encargada de velar por la constitucionalidad de las leyes que se promulgaran a partir de entonces y de la posible convocatoria de Cortes Extraordinarias. Así mismo se reguló el poder judicial que se abrogó la exclusividad en la aplicación de las leyes –se conservaron empero los fueros militar y eclesiástico– y se unificaron los códigos existentes hasta la fecha –civil, criminal y mercantil–, se reguló el Consejo de Estado, se encomendaron las tareas de beneficencia y obras públicas a los ayuntamientos, las fuerzas armadas se reorganizaron en dos –Ejército profesional y Milicia Nacional– y, por último, se proclamó la confesionalidad católica del Reino de España. Los personajes más destacados que intervinieron en su redacción fueron Agustín de Arguelles1, Diego Muñoz Torrero2, José Mejía Lequerica3y Francisco Martínez Marina4.

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Las consecuencias en América fueron claras: empujaron el autonomismo inicial hacia el independentismo final, pasando por sucesivas etapas dependiendo de lugares, intereses comunes, perfil demográfico, situación económica, desarrollo político, personajes protagonistas y hechos de armas. Hispanoamérica sufrió, nada más estallar los movimientos emancipadores, los efectos de una plaga de ideólogos y teorizantes políticos, obsesionados por imponer en los nuevos Estados la forma republicana de gobierno y el régimen constitucional. Era lógico, por otra parte, que la violenta reacción contra la monarquía y el desprestigio de ésta, que representaba al gobierno español, inclinasen la opinión hacia la solución republicana –sin que esto quiera decir, que no hubiese una fuerte corriente favorable a la forma monárquica–, pero el ideologismo democrático hispanoamericano no se limitó a este cambio, sino que trató por todos los medios de implantar un constitucionalismo a ultranza, extraño a la tradición política de la América española y destructor, a la larga, de la base institucional, social y política de aquel continente. (DELGADO, 1986:233). Esta ruptura violenta con el pasado americano, hizo diluir en la Historia lo que se ha llamado en denominar La vida de los pueblos, (…) es más espiritual que la de los individuos. (…). Y por lo que hace a un grupo de naciones independientes, como la Hispanidad, su Historia y tradición no son meramente esa conciencia de sus valores, sino la esencia de su ser. (…). La gran locura de la Hispanidad en el siglo XVIII consistió en querer ser más fuerte que hasta entonces, pero distinta de lo que era. (…) nuestro destino en el porvenir es el mismo que en el pasado: atraer a las razas distintas a nuestros territorios y moldearlas en el crisol de nuestro espíritu universalista. (…) ¿Qué es principalmente lo que necesitan los pueblos hispánicos para cumplir con su misión? (…) la confianza en la posibilidad de realizarla. (…) su religión (…) (MAEZTU Y WHITNEY, 2005:140-141).

¿Qué queda hoy de todo esto? La consecuencia que se dio, tras la independencia de la España, por parte de los pueblos hispanoamericanos, fue la anarquía –fruto de la recién estrenada «liberación» de indios y negros–, la libertad a cualquier coste por encima del orden y la eficacia. Y, para imponer orden en todo este caos, fue necesario que un caudillo, un guía, un líder popular les trajese la paz y tranquilidad que habían gozado bajo la Monarquía Hispánica; de ahí que la historia decimonónica sea una mezcla de despotismo y libertad, entre libertad personal y autonomía local. Por ello, frente a la ausencia de una auténtica evolución constitucional, se trató de imponer un régimen político extraño al ser histórico de los pueblos, sirvieron de instrumento, a veces ciegamente, a intereses ajenos, estadounidenses sobre todo, que fomentaba aquel democratismo como elemento de perturbación y debilitamiento de las naciones hispánicas y esta acción fue ejercida de tres modos: mediante el apoyo a los partidos más irreconciliables con la tradición; mediante la corrupción de la política y de los políticos, y con la introducción y el fomento de las instituciones más extrañas a los pueblos (DELGADO, 1986:234). La consecuencia más clara de esto fue que Los li-

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berales hispanoamericanos, al romper violentamente con su pasado, no pudieron aprovechar la natural evolución de la herencia política española, que habían intentado recoger los primeros «libertadores». Desvirtuando la obras que éstos iniciaron, aquellos ideólogos no vieron más allá de las prefabricadas fórmulas políticas que postulaban, olvidando que (…) por aspirar a un imposible se elevaban sobre la región de la libertad e iban a caer en la región de la tiranía. (DELGADO, 1986:239). Esta fue la razón principal del fracaso constitucional hispanoamericano del siglo XIX.

La pepa

La fecha de 1812 estuvo relacionada por (…) la llamada Guerra de la Independencia, una revolución burguesa y una atmósfera cultural presidida por el romanticismo y, en definitiva, un cambio de valoración para España en el contexto de la política internacional. (PEÑA GONZÁLEZ, 2006:53). Durante esta época, se dieron cuatro grupos sociales: los afrancesados, los jovellanistas, los liberales doceañistas y los absolutistas. De entre estos últimos, sobresalieron: Fernando de Cevallos y Mier5, Antonio José Rodríguez, Vicente Fernández Valcarce6, Antonio Javier Pérez y Martínez Robles7, Antoni Vila y Camps8, Fray Diego José de Cádiz9, Pedro Quevedo y Quintano10, Miguel de Lardizabal y Uribe11, José Joaquín Colón de Larreátegui12, Manuel...

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