Territorialidades indígenas en América Latina en el siglo XXI. Una aproximación etnográfica a partir de la situación indígena en Venezuela

AutorGemma Orobitg Canal
Páginas162-176

Este texto debe la propuesta temática al profesor Miquel Izard Llorens a quien quiero agradecer el reto en el que me colocó al invitarme a reflexionar sobre la realidad indígena, en particular la realidad indígena venezolana, teniendo en el horizonte la celebración de la independencia y la consolidación de los Estados nacionales latinoamericanos. También tengo que agradecer a Miquel Izard, y éste me parece un buen lugar para hacerlo, el proceso académico y personal que me llevó en el año 1989, hasta la actualidad, a trabajar en Venezuela, en los Llanos de Apure con el pueblo indígena pumé.

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La reflexión que aquí voy a proponer se sitúa en el momento, que se inicia a finales de la década de los años 1980 pero que se consolida en la década de los años 1990, cuando no sólo en Venezuela -que es el estudio de caso que voy a proponer- sino en un número importante de países de América Latina se debaten y aprueban reformas constitucionales que representan al menos dos cambios importantes que justifican hablar de un antes y un después en las relaciones de los pueblos indígenas con las realidades estatales y nacionales de las que forman parte. En Brasil (1989), Colombia (1991), Paraguay (1992), Ecuador (1998), Venezuela (1999) (Barié, 2003) o, más recientemente en Bolivia (2009) se aprueban Constituciones en las que las productivas ideologías del mestizaje que habrían sido centrales en la construcción y en la consolidación de los distintos estadosnacionales, son desplazadas por las ideología de la pluriculturalidad como base constitutiva de estas naciones que se autodefinen y se reconocen ahora, al menos en estos textos legales, como multiétnicas.

Igualmente en estas Constituciones, y éste es el otro aspecto definidor de la contemporaneidad de los pueblos indígenas en la América Latina, los indígenas dejan de ser considerados como individuos a civilizar para ser reconocidos como interlocutores políticos del estado en la medida en que, en capítulos específicos de cada una de estas Constituciones, se les otorgan unos derechos en base al reconocimiento de sus especi

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ficidades culturales que se precisan, en estos mismos textos legales, como una organización social, política, económica, usos y costumbres, idiomas y religiones así como a unos hábitat propios.

Todo este proceso jurídico y político está siendo objeto de lecturas e interpretaciones muy diversas, algunas de ellas muy controvertidas. En la base de las distintas polémicas podríamos situar lo que, al menos a simple vista, puede ser considerado como uno de los aspectos más paradójicos de todo este proceso constitucional: la apropiación por parte de los estados-nación contemporáneos de ideologías y de argumentos -la defensa de la pluriculturalidad sería uno de ellos- que se habrían gestado y consolidado en las propias luchas de los pueblos indígenas, y no sólo indígenas, frente a las situaciones de dominación, de violencia y de marginación inherentes a la propia dinámica de funcionamiento del estado y de la construcción de la nación.

Los estudios desde la Historia y las Ciencias Sociales nos han proporcionado numerosos ejemplos sobre la apropiación y la asimilación de los discursos subalternos por parte de las clases dominantes para consolidar las relaciones de poder. Estos estudios nos han mostrado fehacientemente cómo el mismo proceso de reconocer y otorgar unos derechos puede transformarse en un poderoso ejercicio del poder por parte de aquel que los otorga. En realidad, a la luz de los debates políticos y jurídicos, de las reformulaciones de los términos legales, de las políticas gubernamentales y de la reorganización de las instituciones del estado que se están derivando del reconocimiento constitucional de los derechos indígenas, una interpretación de los textos constitucionales enunciados más arriba en estos términos no sería para nada errónea. En ello focalizan propuestas etnográficas recientes cuando insisten en la necesidad de ahondar en el estudio de las relaciones entre el estado y sus márgenes -aquellos lugares asociados a la naturaleza y así pues al desorden y al descontrol como sería le caso de las poblaciones indígenas- para poder comprender en su complejidad los aspectos constitutivos del mismo estadonación. Es precisamente en los márgenes, se aventuran a afirmar Veena Das y Deborah Poole, donde «el estado está constantemente redefiniendo sus modos de pensar y de gobernar» (Das y Poole, 2008: 24). En esta línea de argumentación, proponen estas autoras, la documentación que el estado crea para garantizar identidades y derechos identitarios, desde los controvertidos censos hasta las celebradas nuevas legalidades indígenas responde a una práctica clasificatoria (saber/poder) característica de los nuevos modelos de gobierno (Das y Poole, 2008: 31)

Esta línea de análisis que subraya las imbricaciones entre el centro y los márgenes para entender las formas diversas que toma el ejercicio del poder del estado, se constituye como un punto de partida interesante para analizar la complejidad de lo que desde los mismos estados se está definiendo como un «nuevo» indigenismo. En otras palabras, los procesos jurídicos-políticos que se han consolidado entre finales del siglo XX y los primeros del siglo XXI, obligan a los investigadores sociales a una actualización de la definición indigenismo que tenga en cuenta, tal como propone la antropóloga brasileña Rita Alcida Ramos, la necesidad de ir más allá de restringir el campo del indigenismo a lo que sería el campo de las políticas estatales en relación a los grupos indígenas, para incorporar al análisis todo el conjunto de ideas (ideales) en relación a la incorporación de los indígenas al estado-nación así como la diversidad de imaginarios sociales, populares o ilustrados, sobre la composición de la nación (Ramos, 1998). ¿Cómo se están articulando en las leyes, en las políticas del estado y en los imaginarios sociales y políticos las ideas de unidad y de homogeneidad, tradicionalmente inherentes al estado-nación, con las ideologías de la multietnicidad y la pluriculturalidad? O en otras palabras, ¿la multietnicidad y la pluriculturalidad en tanto definidoras de la nación están trasformando las estructuras de Estado y los proyectos de sociedad en estos países o están

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generando procesos diversos de consolidación de las estructuras tradicionales, ideológicas e institucionales, de gobierno?

Las respuestas a estas preguntas no son evidentes a la luz, sobre todo, de lo que podríamos considerar como otro de los aspectos paradójicos del proceso constitucional al que se está haciendo referencia: el interés, presente en la ideología de algunos movimientos políticos indígenas, por acceder a las estructuras del estado con el objetivo de transformar la sociedad y sobre todo de refundar el estado (Santos, 2010). El antropólogo José Bengoa llama la atención sobre lo que él mismo presenta como los dos momentos de la Emergencia Indígena en América Latina. Se trata de dos momentos que caracteriza teniendo en cuenta el cambio en las aspiraciones del movimiento político indígena que se da de forma más o menos coincidente en distintos países de América Latina. Si las demandas de autonomía y autodeterminación caracterizan el primer momento de Emergencia Indígena, en los años 1990 (Bengoa, 2009: 9); la perspectiva de lograr una fuerte presencia en las instituciones del estado como estrategia para hacerse con su control marcaría el segundo momento de esta Emergencia en la primera década del siglo XXI

(Bengoa, 2009: 13). Distintos casos latinoamericanos -i.e. Bolivia, Ecuador, Oaxaca en México, Guatemala- dan cuenta, según Bengoa, de lo que puede calificarse como un proceso de «etnificación del estado» que ampliando el concepto de etnicidad al conjunto de la población -indígena, mestiza o criolla- permite la participación efectiva en el ejercicio del poder de los ciudadanos indígenas, por un lado y, por otro, se aventura a afirmar Bengoa, pone las bases para lo que podría ser una moderación del conflicto (Bengoa, 2009: 13-14). La progresiva urbanización de la población indígena en toda América Latina habría incentivado, propone este autor, la transformación de las reivindicaciones políticas, la resignificación del los conceptos y la emergencia del importante papel simbólico de la tierra, en el sentido de un territorio originario. En términos de Bengoa, la urbanización de los indígenas consolida igualmente la ideología de la tierra ancestral como el «espacio del sentido»; el lugar en donde «se reproduce la cultura dispersa en la diáspora» urbana, llenándose, este territorio originario, de fuertes sentidos culturales que permite entender el carácter sagrado en el que se focalizan los discursos políticos y el lugar central del territorio en las reivindicaciones políticas indígenas (Bengoa, 2009: 18-19).

Las paradojas que acabo de presentar, así como las propuestas de análisis que he expuesto muy sucintamente, sitúan a los indígenas, en el contexto de los movimientos sociales, en un rol crítico, activo y transformador de las ideologías y del devenir de las instituciones del estado; sin obviar, claro está, la oposición social y política de la que son objeto desde amplios sectores de la población nacional así como los episodios de expoliación y de violencia de los que aún hoy son protagonistas. Centrado en el contexto...

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