Las independencias iberoamericanas: historia e historiografía

AutorManuel Chust
Páginas73-85

Este artículo forma parte del libro de Manuel Chust (ed.), Las independencias iberoamericanas en su laberinto, Valencia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2010.

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En una célebre frase mi maestro, Enric Sebastià, admitía sus escrúpulos apriorísticos para abordar la dimensión poliédrica que suponía el estudio e investigación de la revolución burguesa española. Treinta años después recordamos aquella expresión de since-ridad del eminente historiador valenciano y la hacemos nuestra para expresar también una gran dificultad apriorística en el abordaje de tamaña cuestión como es el estudio de las independencias iberoamericanas. Estudio laberíntico cuyo análisis es necesario abordar desde dos premisas que creemos centrales, a saber: la categorización del mismo como un proceso histórico con características revolucionarias liberales y, en segundo lugar, el contexto de espacio y tiempo en el que surgieron, se desarrollaron, crecieron y triunfaron, es decir, el contexto del ciclo de las revoluciones burguesas, como acuñaron Eric Hobsbawm y Manfred Kossok. Ciclo revolucionario que lejos de cesar con la Revolución Francesa tuvo una continuidad con las independencias hispanoamericanas, con

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la revolución portuguesa y culminó con la española a principios de los años cuarenta del Ochocientos. Si bien el proceso revolucionario liberal español también había empezado, como se sabe, en la coyuntura de 1808. Nos intentaremos explicar a lo largo de estas páginas.

La problemática apriorística

Es indudable el gran avance de la historiografía sobre las independencias en estos últimos treinta años. Ya lo advertimos en otro estudio.1No obstante, consideramos que existe una problemática de desequilibrio que hay que tener en cuenta antes del abordaje en una investigación general. En primer lugar, aún se registra un preeminente peso de los estudios de los casos dominantes y su extensión como modelos generales a otros casos que tuvieron otras dinámicas particulares. En segundo lugar, los casos historiados pueden confundirse con la perspectiva presentista de las actuales fronteras de los Estados nacionales, conformadas posteriormente a las independencias. Lo cual puede distorsionar la visión histórica del proceso así como su conformación dinámica, en nada estática, y dialéctica. En tercer lugar, persiste en ciertos casos una lectura de las independencias desde el presente, lo que condiciona su interpretación histórica volviéndola ahistórica. La inevitable proyección del presente a lo histórico, y más en este tema, ha sido utilizada consciente e inconscientemente. En cuarto lugar, se puede observar que sigue habiendo una difícil conjugación entre la aplicación del análisis del método histó-rico, sus herramientas, la crítica de fuentes, etc., y el aparato ideológico-político del nacionalismo que acompaña inherentemente a las independencias en cuanto hecho fundacional de los estados y de las naciones americanas. Lo cual invade y llena de suspicacias de clase, étnicas, raciales y nacionales las conclusiones a que muchas veces se llega y que inevitablemente se proyectan a la presente situación ideológica y político-social.

Y ello en un doble sentido, el afán del nacionalismo de utilizar las independencias como una confrontación contra la tiránica metrópoli como instrumento cohesionador y de consenso social y étnico-racial, se quebró en los diferentes «sesentayochos» america-nos. Las explicaciones causales exógenas acusando de las desigualdades sociales y del subdesarrollo a la herencia colonial española o lusa, sin ser falsas, se revelaron insuficientes porque en estos años se empezó a plantear que la problemática del subdesarrollo también respondía a responsabilidades endógenas de las élites iberoamericanas. A esta crítica se obedecía con el autoritarismo y la represión, como por ejemplo en México.

De esta forma el consenso social, político e historiográfico se rompió. Hubo una mirada hacia el interior y ella dejó al descubierto etapas históricas de la sociedad contemporánea iberoamericana no solamente no resueltas interiormente sino insuficiente e insatisfactoriamente explicadas. El interés hacia el interior en busca de explicaciones aumentó. A la vez que empezó a volverse incómodo para las élites dominantes acostumbradas no sólo al consenso sino también a buscar las raíces de las desigualdades en el exterior y la lejanía histórica y no en el interior y la proximidad coetánea. Y el recurso al proteccionismo historiográfico del nacionalismo empezó a no funcionar, a no ser suficiente. La historia escrita por los historiadores más conservadores, quienes reclamaban una historia sólo de autores «nacionales» -«nuestra historia»-, también se empezó a quebrar. Aunque todavía se mantienen ciertas reminiscencias manifiestas que distinguen entre historiadores nacionales y «extranjeros», si bien agradecen -los primeros-

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el «interés» de estos últimos por acercarse a «sus historias». Sin reparar que el conocimiento, también el histórico, entiende, por fortuna, de estrecheces nacionalistas.

Por suerte, las cosas han cambiado notablemente, y el contacto entre redes de historiadores, los avances tecnológicos, los congresos internacionales, la amplitud de temas y de bibliografía, y especialmente, la comunicación y surgimiento de asociaciones de historiadores más allá de las fronteras nacionales han posibilitado el resto.

Los planteamientos hegemónicos de los últimos cincuenta años

En los años cincuenta irrumpió de una forma muy atractiva la tesis de R.R. Palmer2que se materializó en el concepto de «Revoluciones atlánticas». Palmer venía a proponer, desde la metáfora de la mancha de aceite, que el origen de la democracia se había desarrollado en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa fruto del desarrollo de estas ideas y que después «como aceite» se había expandido a lo largo del Atlántico provocando las demás revoluciones e independencias. A la propuesta de Palmer se unió la de Godechot.3Los dos afirmaban que hubo una revolución de las ideas que finalmente afectó también al mundo hispano y luso en América fruto de la propagación de las ideas ilustradas francesas y su plasmación en una revolución de independencia en Estados Unidos y después en Francia. Por lo tanto, lo que quedó de estas tesis fue que las independencias hispanoamericanas fueron consecuencia de las ideas liberales y democráticas de Estados Unidos, por lo que tanto el constitucionalismo como el republicanismo de origen estadounidense habían sido los causantes de las independencias y, por ende, su modelo.

Esta tesis vino a subrayar, en primer lugar, la influencia decisiva de las ideas anglosajonas y francesas en las raíces ideológicas de las independencias y, en segundo lugar, que las causalidades residían en cuestiones ideológicas, es decir, idealistas, más que materiales.

Que duda cabe de que las tesis de las Revoluciones atlánticas fueron asumidas por una amplia historiografía tanto anglosajona, como europea o americana. En realidad, la historiografía nacionalista americana, de vertiente anti-española, también entroncaba con varios de sus presupuestos, pues con ello se subrayaba el deslinde emancipador y fundador de causas puramente hispanas y se asumían las influencias inglesa y francesa como explicaciones de base. También es sabido que la tesis de Palmer estaba en el contexto de la creación de la OTAN y de la Guerra Fría. Es decir, la raíz de la democracia pertenecía al mundo de las ideas y a Norteamérica, no al mundo material y a causalidades de confrontaciones de clase -como decían los marxistas-, sino a la lucha entre nacionalidades e identidades.

No obstante, esta tesis llevó a discutir sobre el origen ideológico del movimiento insurgente, sobre el origen del sistema político administrativo resultante del triunfo independiente-federal o centralista- y sobre el cariz del sistema republicano hispanoamericano. A la vez que también introdujo en la discusión el debate sobre las independencias y no sobre la particularidad de cada una de ellas y su estudio individual.

Coetáneas a estas tesis, pero contrapuestas, fueron las resoluciones y propuestas del I Congreso Hispanoamericano de Historia convocado en Madrid en 19494y cuyas

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actas se publicaron en 1953.5Propuesta que partía desde la España franquista que por esos años también asumiría las exigencias de Estados Unidos de convertirse en «demo-cracia orgánica» a cambio de integrarse en la ONU en 1951 y romper con ello su aislamiento producto de su apoyo al EJE en la Segunda Guerra Mundial y el carácter fascista de su régimen. Las contrapartidas fueron, entre otras, la instalación de bases militares de Estados Unidos en suelo peninsular.

En ese contexto, el I Congreso Hispanoamericano de Historia estuvo dedicado a las «causas y caracteres de las independencias americanas» el mismo año en el que el general Perón suscribió el tratado de amistad con el general Franco, que rompía así el bloqueo y aislamiento internacional del régimen franquista.

Ricardo Levene, académico del Derecho argentino, fue el encargado de pronunciar la conferencia inaugural bajo el sugerente y clarificador título de «Las Indias no eran colonias». Es conocido que las conclusiones de este I Congreso Hispanoamericano de Historia fueron muy significativas, a la vez que contenían un mensaje: América no había sido un territorio colonial sino un conjunto de reinos en igualdad de derechos con los peninsula-res, por lo que la independencia no pudo ser nunca una ruptura dramática y abrupta sino una «emancipación» tranquila, madura, como la de un «hijo con respecto a la tutela del padre». Esta interpretación partió de diversos historiadores e historiadores del derecho, situados muchos...

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