García Inda, Andrés y Marcuello Servós, Carmen (coordinadores), Conceptos para pensar el siglo XXI , Los libros de la Catarata. Madrid, 2008, 342 pp.

AutorM.ª José González Ordovás
CargoUniversidad de Zaragoza
Páginas577-586

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El cambio de siglo supone en sí mismo un cambio de perspectiva y de nuestra posición en el tiempo y la Historia: es nueva la percepción cronológica de formar parte de algo que comienza y cuya evolución se desconoce por mucho que suponga una continuación del pasado y lo arrastre. Con afán didáctico y mentalidad cartesiana tendemos a ordenar cuantos sucesos han ido jalonando la vida de la Humanidad. Es posible que la Historia sea más una concatenación a veces caótica, a veces azarosa de hechos y acontecimientos de lo que los manuales de Historia reflejan, magma al que ponemos e imponemos orden de cara a una explicación razonable y asunción compartida de lo que se plantea como la evolución lógica.

Ese ejercicio que por naturaleza ha de hacerse a posteriori (aunque cada vez se trate de un posteriori más breve) siempre ha sido compatible con el esfuerzo por entender nuestro mundo que responde a la necesidad de comprendernos a nosotros mismos. El objetivo de algunas disciplinas: ciencias empíricas, experimentales, sociales y humanidades consiste, como es sabido, en procurar explicar la realidad sin inmiscuirse en ella, sin alterarla, sin valorarla. Ése insustituible enfoque no es el nuestro, o al menos no siempre. Desde luego no es el que prima enConceptos para pensar el siglo XXI de A. García Inda y C. Marcuello Servós (Coords.). Este trabajo de título ambicioso pretende y consigue aportar una visión compleja y pluridisciplinar que arroje luz sobre los principales conceptos del presente inmediato y cuando menos futuro próximo. No se trata de un repertorio exhaustivo de conceptos y teorías jurídicas, sociales, políticas y económicas sino más bien de la consideración o reconsideración de algunas nociones, categorías ya de nuestro pensamiento en una huida del pensamiento único, unívoco y uniforme.

Diez de los once artículos que componen el libro incluyen casos prácticos, cuestiones para el debate y la discusión o lecturas diversas para propiciar y facilitar la reflexión iniciada antes con la lectura del capítulo. Recorre el libro un espíritu crítico nada conformista con el statu quo ése es su denominador común y uno de sus principales méritos enriquecido por la variedad de las opiniones vertidas y no sólo por provenir de disciplinas diferentes sino por creerse la complejidad del presente y de las sociedades contemporáneas. Pesimistas unos, optimistas otros, todos los autores ofrecen junto a su diagnóstico propuestas para la mejora de la situación abordada, algunos depositan sus esperanzas en la educación, otros en cambio tienen fe en la moral, eso les diferencia pero no les aleja ya que unos y otros creen en la posibilidad de mejorar o reencauzar unas relaciones que, por injustas merecen ser repensadas.

En «Los Derechos de Robinson (Algunas reflexiones en torno a derechos y responsabilidades)» Andrés García Inda se ocupa de sopesar cuánto hay de retórica y cuánto de realidad detrás de la expresión derechos humanos. Asistimos a la inflación de su discurso, a la reducción de su concepto y a su conversión en un problema meramente técnico ante la denominada por Hinkelammert «inversión ideológica de los derechos humanos». Todo ello bajo la atenta mirada y supervisión de las leyes presupuestarias y sin el desvelo ético por la dignidad humana acaba por conferir a esta herramienta de justicia un sesgo finalista más que instrumental. Frente a tal situación que parece obedecer Page 578 a una estratégica hipérbole el autor propugna un mayor espacio en la teoría jurídico-política y en la práctica social para la responsabilidad lo cual supone poner en primer plano una serie de condiciones que consigan más nueces que ruido. Así, a su juicio, con ser fundamental la presencia del Estado y el Derecho no es suficiente, sin la convicción de que los derechos humanos son «posibilidades, no propiedades, no son naturaleza, sino cultura» y de que nuestra forma de estar es, quiérase o no, estar con otros no podrá alcanzarse a través de los derechos humanos toda la potencialidad que encierran. A falta de una responsabilidad moral ante nosotros mismos y los demás valedora del pleno sentido de la idea de igualdad será más difícil que posible que esta creación jurídica llamada derechos humanos sea un contrapeso a la vulnerabilidad y fragilidad humana.

Fiel a su rigor y bajo la premisa de que no puede ser comprendida como algo estático e inmutable Raúl Susín Betrán aborda un repaso histórico de la idea de «Ciudadanía». Su origen como una idea clásica, mitificada desde Aristóteles hasta hoy identificando ciudadano con sujeto partícipe de la función deliberativa o judicial decae en el largo paréntesis medieval hasta la época bautizada como Modernidad en que comienza a reivindicarse para la Razón el sitio que antes lo fue para la fe. Se produce entonces el tránsito de súbdito a ciudadano empapado del pesimismo antropológico de Hobbes y del pragmatismo maquiavélico pero no será hasta Locke cuando encontremos un «modelo de ciudadanía libre, racional y portadora de unos derechos naturales que va a servir de referencia para la democracia liberal individualista que se positivizará en las declaraciones fruto de los procesos revolucionarios americano y francés de finales del siglo XVIII». Gracias a Rousseau y Kant el modelo se enriquece con sus aportaciones de igualdad material y formal amén del resto de sus contribuciones. El resultado es un complejo y elaborado concepto de ciudadanía que responde a la ideología liberal-burguesa de marcado carácter individualista que no escapará a las agudas críticas de Marx. Tocqueville y J. S. Mill son otros de los autores en los que repara Susín dada la solidez y trascendencia de su pensamiento en la idea de ciudadanía. Del primero destaca su preocupación por resolver la siempre difícil relación entre libertad e igualdad y del segundo toma su superación de las versiones más economicistas del liberalismo decimonónico.

La visibilización de las contradicciones e injusticias amparadas por el modelo social y económico que había propugnado el concepto de ciudadanía consagrado provocó denuncias y reacciones contra tales deficiencias. Una de las principales revisiones fue la de T. H. Marshall cuyaCiudadanía y clase social ha sido considerada por buena parte de la doctrina como un faro gracias a su inclusión de una ciudadanía social capaz de integrar y corregir buena parte de las deficiencias provocadas por un modelo esencialmente individualista. Así a las clásicas dimensiones civil y política habría de añadirse la social que, sin vuelta atrás, permitiría, ahora sí, que pudiera hablarse de una ciudadanía sustantiva. El énfasis en la igualdad a costa de subsanar algunos de los efectos del mercado le canjeó a Marshall importantes críticas por parte de los defensores de la inhibición del Estado.

Después todo ha estado relacionado, fundamentado y justificado a base de cifras, datos y estadísticas legitimadoras de las más variadas teorías, aunque por encima de ellas parece claro y comúnmente asumido que la pobreza no deja de aumentar y que los ataques a la ciudadanía a partir del 11-S la han debilitado de manera tan notable que la balanza entre libertad y seguridad ha eclipsado el resto de los debates acercándose incluso a una derivación del Page 579 Estado de Bienestar en Estado Penal. Una sociedad con cultura punitiva que arropa los gélidos ataques neoliberales ha arrinconado el ideal humanista de ciudadanía hasta el punto de despertar en numerosas voces autorizadas la reivindicación de la utopía como motor para nuevos y valientes ensayos en pos de una ciudadanía cuyos fines sean acordes con unos principios más éticos, más decentes si se...

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