Importancia de la mujer en el grupo familiar. Evolución en la conceptualización del mismo

AutorManuel Fernández Areal
Páginas117-130

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Lo cuenta Elvira Martín, biógrafa de mi paisana la ferrolana Concepción Arenal, una mujer inteligente que, para poder acudir a la Universidad, en la segunda mitad del siglo XIX, tuvo que vestirse de hombre. Dice así:

"En el mes de octubre de 1841 se matricula en la Universidad de Madrid un joven de poco más de veinte años, de regular estatura, finos modales y fisonomía tan inteligente que desde el primer momento llama la atención. Tiene el rostro ovalado, blanco el cutis, la nariz recta y fina, despejadísima la frente y los ojos, de un claro verde-azul, dejan adivinar la profundidad de sus meditaciones, según dice un testigo presencial.

El estudiante pasea solo o se sienta para abstraerse en la lectura de algún libro. En clase toma notas. Sonríe dulcemente a los compañeros, pero no se acerca a ningún grupo ni dirige la palabra a nadie.

Este mozo amable, elegante y misterioso despierta la curiosidad general; los compañeros se sienten atraídos por él y a la vez intimidados por una especie de muralla intangible que lo aísla sin esfuerzo consciente aparente.

Uno de esos jóvenes oficiosos que no se conforman con misterios sin desvelar siguió un día al estudiante desconocido hasta su casa. Preguntando a comadres y porteras lo averiguó todo. El digno mozo que no se presta a la confianza, es una mujer y se llama Concepción Arenal.

Era verdad, Concepción, a su regreso de Asturias, dueña ahora de una herencia que la independiza de tutelas, con su hermana puesta a salvo de sus extravagancias defendida por el matrimonio, decide llevar a la práctica su antiguo designio; estudiar en la Universidad. Con la Page 118 facultad de razonar que la caracteriza, entiende que el único medio de lograr acceso al templo del saber, vedado a su sexo, la única manera de poder transitar una señorita sola por las calles de Madrid, sin dueña ni criada que la siga y no provocar escándalo ni tener que sufrir molestias por parte de petimetres desocupados -¡ella, acostumbrada a recorrer sola de día y de noche los escarpados senderos de los Picos de Europa!- es adoptando el traje masculino.

Cuando Concepción llega a una conclusión razonable no vacila. No puede vivir sin el ejercicio del cerebro, necesita conocer, acercarse de modo didáctico y ordenado a las fuentes del saber; sus facultades excepcionales no pueden cercenarse limitándose al mundo pueril permitido a las señoritas. Posee ahora los medios de realizar su voluntad; no perjudica con ello a nadie. El único inconveniente serio para llevar a cabo sus designios son las pomposas faldas a la moda. Pues prescinde de ellas y en paz.

¿Puede haber influido en su decisión, además de su razonar consciente, el inconsciente deseo de encontrar entre los jóvenes de pensamiento audaz de la universidad el compañero que su necesidad de ternura demanda, el hombre que pudiera comprenderla sin necesidad de hacer concesiones al concepto de feminidad reinante en su tiempo, a quien no escandalizaría una mujer con talento superior lo bastante honesta consigo misma para no tratar de disimularlo? Sólo conjeturas podemos hacer a este respeto; lo que si es posible afirmar casi con seguridad es que Concepción sabía que al dar el paso extravagante de asistir a la Universidad vestida con pantalones, renunciaba al amor convencional; que cambiaba sus posibilidades de matrimonio por la sabiduría.

Cuando al día siguiente de las averiguaciones del oficioso entró el "estudiante misterioso" en la facultad, pronto pudo darse cuenta de que Page 119 todas las miradas estaban fijas en él. Hay cuchicheos en los corrillos; algunos lo señalan descaradamente. Trata de pasar de largo imponiéndose a su timidez, cuando escucha el grito acusador:

-¡Es una mujer!

Estalla el escándalo. Los estudiantes están divididos; unos quieren poner en la picota a la moza desvergonzada que se atreve a cometer tamaño desacato contra las buenas costumbres. Otros alegan razones caballerescas a favor de la dama que quiere instruirse. La discusión aumenta de volumen; una frase grosera llega hasta los oídos de Concepción:

-¡Es un marimacho!

Entonces suena una bofetada. De la boca insultante sale sangre. Los ojos brillantes de lágrimas de Concepción buscan agradecidos los de su defensor, que se pone decidido a su lado dispuesto a librar cualquier batalla. Aquella mirada húmeda de mujer le enciende la sangre con ardores heroicos: está dispuesto a afrontar las consecuencias del motín en que comienza a degenerar la discusión.

La oportuna entrada del rector de la Universidad evita la batalla campal en ciernes. Don Fernando García Carrasco, natural de Mérida, estudiante de último año de Derecho, periodista, poeta, caballero y liberal, toma a su cargo, como paladín de la dama, el dar explicaciones. Concepción lo sigue; nada dice, llora; la elocuencia de las lágrimas femeninas refuerza las razones del defensor. Concepción llora por miedo de que no se le permita continuar sus estudios; ha sacrificado sus rizos, su belleza, sus posibilidades de amor en el altar de la sabiduría y este Page 120 alboroto en sus umbrales teme que haga inútiles tantos renunciamientos.

El rector se conmueve; es hombre comprensivo y le promete su ayuda si la merece; si su cerebro vale lo que el cerebro de un hombre, estudiará. Concepción sonríe esperanzada y sus ojos llenos aún de lágrimas se fijan con gratitud y serena confianza en los de García Carrasco, a quien alarga una mano blanca antes de retirarse con el rector para probar con un breve examen su capacidad.

Aquél debió de quedar asombrado del talento y conocimiento de la joven, puesto que el examen resultó que no sólo obtuvo autorización para proseguir sus estudios, sino que, compenetrado el rector con las razones que le habría dado Concepción, consintió también en que ésta continuara asistiendo a las aulas vestida de hombre.

Cuando la muchacha sale a la calle, García Carrasco se ofrece galante a acompañarla hasta su casa. Concepción reconoce el valor de la protección masculina y acepta con gratitud.

Desde aquel día se verá siempre juntos a los dos jóvenes. Se prestan libros y apuntes, salen juntos y Fernando la deja en su casa todos los días al terminar las clases. Sus conversaciones son animadas, discuten acaloradamente sobre lo divino y lo humano, pero en medio de las polémicas intelectuales se producen a veces silencios inexplicables; Concepción baja los ojos cuando sus miradas se cruzan y cuando al despedirse en el portal...

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