La imaginación criminológica bajo la globalización: recordando lo desaparecido

AutorWayne Morrison
Páginas223-252

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Ver Nota1

Prólogo: primeros movimientos

¿El Aleph?

—repetí.

Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos

.

[...] Entonces vi el Aleph... empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memo-ria apenas abarca?

[...] Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

[...] vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba [Jorge Luis Borges (1957) 1982, p. 139 y ss.].

Cuando escribimos sobre lo fantástico estamos tratando de escapar del tiempo para escribir sobre las cosas eternas [Jorge Luis Borges, 1998, p. 78].

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Introducción: «el palo de escoba era de metal»

La obediencia a la ley es reconocida como la condición normal

(Smithers, 1912, p. XV); tal era el principio fundamental de la imaginación criminológica. Esto permitió la identificación del «crimen» o «desviación» como algo distinto de lo normal, y que los que incurrieron en el delito fueran clasificados en una categoría ontológica —el criminal/desviado —o compartiendo una cualidad— «la criminalidad». La criminología— el logos del «crimen» [discurso racional] —venía con su propio compañero, el sueño de que los poderes adecuados podían crear una «sociedad sin crimen» a través del uso de los resultados objetivos, libres de valoraciones, de los análisis de la desinteresada ciencia que se focaliza en el delito como lo define el Estado-nación, y en el delincuente/desviado como se revela a través de su conducta o de la adecuada mirada de los especialistas.2En la sociedad ideal el criminal y/ o las características de la criminalidad están identificadas, se adoptan las medidas apropiadas y así se desvanece el delito y el delincuente desaparece.3¿Desinteresada? Las tecnologías y racionalidad de análisis dependían de técnicas de reconocimiento —de identificar y desglosar hasta unidades básicas de datos— y luego usarlas en forma aplicada. La identificación de la ontología fue clave, ontología como ontología de este mundo. Las primeras ediciones de Theoretical Criminology de Vold (por ejemplo, 2.a edición, 1979: Introducción) colocaban a la criminología en el movimiento de la demonología (bajo el principio de un poder o espíritu de otro mundo que transciende a este mundo), con explicaciones completamente naturalistas. La criminología, ya sea clásica, positivista o crítica, fue parte de la iniciativa de tomar el control de este mundo, de ver la verdadera ontología y de crear un futuro basado en parte en ella.

¿Qué hace que el discurso sea criminológico? «El palo de escoba era de metal»: una cierta afirmación ontológica, una declaración aburridamente normal hasta que a uno se le menciona el contexto, que es parte de un relato:

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El palo de escoba era de metal: fui golpeado en la cara, la espalda y las piernas en ABUGHAIB [Prisión de Abu Ghraib en Iraq, bajo el control de EE.UU.] [...] Sabemos que eres inocente, pero nosotros queremos asustar al pueblo iraquí.

Estas palabras son una fracción de lo que le contaron los ex detenidos iraquíes que fueron torturados y victimizados en la prisión de Abu Ghraib a los abogados en hoteles de Jordania y Turquía (entrevistas en busca de evidencia para una serie de casos civiles en contra los contratistas estadounidenses que estuvieron involucrados; los ex detenidos fueron invitados a un lugar «seguro» fuera de Iraq). Para ser precisos, estas palabras son una «memoria» secundaria y forman parte del «arte» del artista estadounidense Daniel Heyman que fue invitado a acompañar al equipo y a pintar retratos sobre lo que los ex detenidos contaron que había sucedido; sus retratos resultantes yuxtaponen imagen y texto sobre dichos relatos.

[VER PDF ADJUNTO]

Crédito: Daniel Heyman, «The Broomstick was Metal from 10 Iraqi Portraits» 2008, témpera, acuarela, tinta y lápiz sobre papel, 26 x 38 pulgadas. Imagen cortesía del artista y Cade Tompkins Projects. Heyman describe su proyecto «Dando testimonio» (Bearing Witness), como hacer criminología siguiendo el modelo de Nils Christie

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(1973, quién afirmó que los datos criminológicos deben ser considerados como un espejo de la sociedad): «Para que nuestro rostro colectivo se mire en el espejo y se pregunte “¿Es esto lo que queremos ser?”» [por ejemplo, las personas en cuyo nombre, y con cuyo consentimiento pasivo se hizo esto]. Heyman les da una identidad, en acuarela, impresión o grabado, a los «objetos» de tortura y a la mirada que mostraban las imágenes tomadas por los abusadores estadounidenses en Abu Ghraib, pero mientras que las imágenes circulaban, los verdaderos seres humanos han desaparecido de la consideración. Ellos eran, después de todo, una vergüenza. Hayman narra cómo ellos no obtuvieron justicia; en casi todos los casos no hubo evidencia de ninguna actividad delictiva, y finalmente, fueron dejados en una calle fuera de la prisión con 20 dólares, degradados, usados. Sus retratos los presentan con una dignidad y presencia, simple y realista.

Al revisar una exposición del trabajo de Hayman, Christopher Knight, yuxtapuso síntesis y reduccionismo violento: «El relato siempre ha intentado relacionar los elementos misteriosos de la identidad humana individual en un conjunto momentáneo. La tortura, por el contrario, significa desprender la identidad humana. El retrato y la tortura son polos opuestos. «Al unirlos, Heyman ha encontrado una forma elemental para representar este horror humano, de un modo que no es sentimental, ni significa su explotación» (Knight, 2011). ¿Estoy replegándome al arte —un mundo de imá-genes— en lugar del análisis (criminológico)? Como se hará evidente en mis comentarios sobre el reclamo que Jock Young formula al estado de la criminología contemporánea, no sostengo que el análisis es incorrecto en sí mismo; afirmo que el análisis es un modo de conocer, influenciado por las tecnologías disponibles, los juicios, el patrimonio y la localidad del analista. La criminología de la modernidad siempre fue local, incluso cuando afirmó ser general o universal. Si esperamos ser verdaderos para el mundo, el análisis nos obliga a considerar la imaginación: los sueños, las metáforas y narrativas que (parafraseando a Kant) representan la síntesis que el análisis trata de perder, disolver y reducir a entidades básicas capturables. Si no se hace esto, el análisis engaña, es falso; tan falso como la tortura que comparte la característica de tratar de derrumbar, de disolver y de interrogar en detalle para sacar los datos esenciales, para «extraer la identidad humana en pedazos».

En Criminología, civilización y nuevo orden mundial (Morrison, [2006] 2012), yo ofrecía una historia de la criminología en términos de su rol, parcialmente constituyente, del «espacio civilizado». La criminología —el logos del crimen— fue una criatura de la modernidad, una nueva modalidad de representación,

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y como logos, era un esquema anti mitológico que nos ofrecía tranquilidad. En la historia del progreso, del avance en la razón que llamamos ilustración, nosotros tenemos las narraciones maestras del descubrimiento, del esclarecimiento, de ver las cosas ahora como realmente son. Pero la teoría criminológica es siempre un proceso de encubrimiento e ilusión, de la representación del otro y de garantía de lo mismo.4En su forma correccional, que sería la búsqueda de una verdad que se puede aplicar para resolver el problema del delito, se esfuerza decirnos que el

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espacio en el que se vive y se actúa se puede asegurar, que el otro criminal es localizable, es definible, y es controlable.

Pero, ¿cuál es el precio de esta garantía, cuáles son los límites, y qué es lo fantástico y qué lo normal?

«El chacal aúlla pero el autobús pasa»

En Apocalipsis de Solentiname (escrito en 1976) Julio Cortázar presenta una historia sobre cómo sólo ciertos tipos de «delito» tienen una presencia en la imaginación civilizada y cómo nosotros —los ciudadanos del Occidente avanzado— mantenemos la violencia política que otros experimentan fuera de nuestra conciencia cotidiana. La historia cuenta la experiencia de un narrador, Cortázar mismo, en una visita a Nicaragua (hacia 1976), donde él es interrogado acerca del éxito de un cuento suyo (Las babas del diablo) que se había convertido en una película exitosa (BlowUp).5El elemento clave de ambas, la historia y la película —aunque muy diferente— es la realidad y nuestra percepción de la realidad, de la observación de lo normal y una creciente conciencia de otra cosa, vagamente vislumbrada en la normalidad.6

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En el mundo de Cortázar nos esforzamos por ver mejor y de manera más verdadera, nos esforzamos por acercarnos más y más a lo auténtico pero concluimos que no podemos capturarlo, y en su lugar encontramos lo fantástico: en Las babas del diablo el narrador, el fotógrafo, desarrolla un negativo en busca de la verdadera interpretación de la escena. De manera similar al...

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