La identificación de un perfil ideal como condición previa al acceso a la profesión y/o a la función pública docente del profesorado de educación secundaria obligatoria y de bachillerato (La identificación del «mejor» perfil como contenido reglado del acto discrecional de selección)

AutorEnrique V. Rivero Ortega
Páginas205-253
CAPÍTULO VI
LA IDENTIFICACIÓN DE UN PERFIL IDEAL COMO
CONDICIÓN PREVIA AL ACCESO A LA PROFESIÓN
Y/O A LA FUNCIÓN PÚBLICA DOCENTE DEL
PROFESORADO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA
OBLIGATORIA Y DE BACHILLERATO
(LA IDENTIFICACIÓN DEL «MEJOR» PERFIL COMO CONTENIDO
REGLADO DEL ACTO DISCRECIONAL DE SELECCIÓN)
«Deben los maestros no solo saber mucho para poder
enseñar bien, sino tener la aptitud y habilidad necesarias»
«Además de hábitos rigurosos, debe estar dotado de
prudencia y del carácter especial adecuado a la ciencia que
profesa y a la condición de sus alumnos, de suerte que
pueda mejor enseñar y ellos aprender. Así no debe ser
colérico, ni arrogante, ni testarudo, que se niegue a dejarse
convencer de otro más experto»
«Ha de ser todo maestro persona buena y amante de las
letras; por esta condición enseñará con gusto para cumplir
su misión; por la otra realizará el provecho de los demás»
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(Tratado de la enseñanza).
1. INTRODUCCIÓN
La configuración de un nuevo sistema de acceso a la función pública docen-
te no universitaria basado, sin perjuicio de la valoración de los conocimientos y
la experiencia previa del aspirante, en la verificación indiciaria de la concurren-
cia en el mismo de determinados factores de la personalidad y competencias
predeterminadas requiere, inevitablemente, determinar previamente dichos
factores y competencias, es decir, proponer un perfil personal o «docente mo-
delo» a seleccionar.
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Dicho «docente modelo» podría ser diferente o no para las distintas etapas
y modalidades del sistema educativo, caracterizándose por unos u otros facto-
res y competencias a definir legalmente por la Administración educativa, para
lo cual será preciso ponderar prudentemente unos y otros, así como acudir a
cuantas fuentes de información se encuentren disponibles para ello.
En nuestro país, las cuestiones concernientes a la selección del profesorado
se han enfocado desde el punto de vista de la formación del mismo, previa y
permanente.
La definición de un sistema de selección del profesorado de Educación Se-
cundaria Obligatoria y de Bachillerato puede ser, pues, una cuestión insepara-
ble de la determinación de un perfil ideal de maestro o profesor, y esta, a su
vez, es imposible de resolver de forma objetiva, pues las convicciones, creen-
cias e ideologías personales influirán con certeza, consciente o inconsciente-
mente, en el resultado.
«No se pueden formar profesores sin hacer opciones ideológicas. Según el
modelo de sociedad y de ser humano que se defiendan, las finalidades que se
asignen a la escuela no serán las mismas y, en consecuencia, el rol de los profe-
sores no se definirá de la misma m anera». Estas palabras de Philippe Perrenaud
en su trabajo La formación de los docentes en el siglo XXI, ilustran claramente
el problema. Sin embargo, en mi opinión, se puede superar el obstáculo combi-
nando una transpa rencia absoluta en la fundamentación de las propuestas y una
voluntad firme y decidida a determinar un perfil capaz de adaptarse a cada
contexto ideológico, siempre desde unos mínimos de respeto a los valores de-
mocráticos.
El funcionario docente es, en tanto funcionario, un representante de la Ad-
ministración pública y, en consecuencia, un responsable de guardar y hacer
guardar la Constitución, lo cual supone a su vez el deber de asumir, respetar y
transmitir esos valores a sus alumnos.
Evidentemente, cabe imaginar perfiles docentes exentos de estas condicio-
nes. Pero en una sociedad democrática, es impe nsable pretender de la Adminis-
tración educativa la selección de un profesorado que no lo sea. Lo cual plantea
a su vez la cuestión de hasta qué punto se puede exigir a los aspirantes algún
pronunciamiento previo al respecto.
Por otra parte, según la premisa de esta tesis doctoral los futuros docentes
deberían poseer, ab initio y, preferiblemente, ciertas condiciones personales
especialmente útiles para la docencia, y carecer, cuando menos de forma indi-
ciaria, de otras escasamente compatibles con la profesión. Una persona tan
sumamente retraída que sea incapaz de hablar en público no debería ser prefe-
rible en su acceso a la docencia a una persona más comunicativa, sin perjuicio
de valorar mejor o peor los conocimientos de una u otra sobre la materia a im-
partir. Y una persona con un perfil rayano en el sadismo –entendido como un
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diagnosticado tampoco debiera poder renovar año tras año su dedicación a la
docencia por muchos años de experiencia –y, en consecuencia, de daño al sis-
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Se podrá decir que el control y supervisión de la salud mental de los docen-
tes al igual que el de otros funcionar ios y trabajadores se ejerce a posteriori por
las inspecciones respectivas. Sin embargo, cualquier persona o entidad que
conozca de cerca la realidad de nuestro sistema educativo podría citar casos,
como los indicados en el ejemplo, de docente que transitan por la profesión en
condiciones similares, e incluso peores, sin una reacción adecu ada de la Admi-
nistración educativa (salvo cuando es esta última, la propia inspección o la
instancia directiva del centro la que pasa a ser objeto de su atención).
Evidentemente, si se fija un perfil docente ideal basado en las condiciones
del sujeto cabría imaginar también perf iles docentes exentos de estas condicio-
nes. Pero en una sociedad democrática, es impe nsable pretender de la Adminis-
tración educativa la selección de un profesorado que no lo sea. Lo cual plantea
a su vez la cuestión de hasta qué punto se puede exigir a los aspirantes algún
indicio previo al respecto en su trayectoria personal, una cierta, digámoslo así
pese a lo controvertido del término, vocación docente.
Debemos advertir, por otra par te, la dificultad añadida derivada de la deter-
minación de las condiciones del profesorado por personas de distintas discipli-
nas, como apuntaba John Dewey.
A tal fin, el presente capitulo const a de seis apartados, incluyendo la presen-
te introducción.
En el segundo, «La figura del docente en la historia de la educación», he
pretendido hacer una aproximación a la percepción predomi nante del concepto
de docente en distintas épocas desde la antigüedad, bien de manera general o
bien por referencia a las ideas de algún autor representativo de la época. Obvia-
mente, no pretendo en este apartado i nnovar en modo alguno una disciplina en
la cual soy un mero aprendiz, y sí en cambio dejar constancia de mi estudio
previo de dichas percepciones a fin de comenzar a intuir, antes de formular
propuesta alguna, «de dónde venimos».
En el tercero «El docente ideal en la teoría de la educación», he analizado,
con un propósito más reflexivo que innovador también, las aportaciones de
algunos autores especialmente represent ativos en la teoría de la educación des-
de el siglo XIX y en lo concerniente al perfil del docente.
El cuarto apartado se dedica al estudio de algunas propuestas de competen-
cias necesarias para la docencia en general, y en la Educación Secundaria en
especial. Aportaciones de distintos autores e instituciones acerca de «qué» debe
ser capaz de hacer el docente, de las cuales se puede inferir, a su vez, «quién»

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