La idea de comunidad política en los Tratados de Príncipes: Erasmo vs. Macchiavelli

AutorJavier López de Goicoechea Zabala
Páginas31-63

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"No sobran los tratados que avisan a los príncipes porque es dificultoso el gobierno" (Pedro de FIGUEROA, Aviso de Príncipes,

Cap. I, pag. 1, 1647)

Introducción

Como desarrolla profusamente en su conocida obra W. Jaeger, en el mundo helénico la política aparece íntimamente ligada a la educación de los ciudadanos1. Así, la intervención de la Polis en la vida particular del ciudadano cobra una importancia singular, dado que es concebida como una auténtica entidad educadora2. De esta forma, como la vida individual sólo puede realizarse dentro de la ciudad, la propia vida del individuo se convierte en instancia privilegiada para la política. Es decir, como afirma Aristóteles, la Polis es equivalente a la "vida buena y feliz" (Política, III, 9); por lo que no estamos sólo ante una empresa común, sino que la politeia, el régimen o constitución, da forma a la ciudad, es decir, es su forma de vida3.

Pues bien, esta orientación propedéutica de la política no va a perderse a lo largo de los siglos, y en plena Edad Media resurge una cierta preocupación por educar y orientar a príncipes y monarcas en el desempeño de sus funciones, unas veces surgida por la iniciativa de los propios monarcas, otras de los hombres de letras que ofrecen sus conocimientos a los encarcados de dirigir el gobierno de los pueblos4. Sus fuentes serán siempre los modelos clásicos de

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Grecia y Roma, siendo uno de los primeros y más citados los Consejos a los políticos para gobernar bien y A un gobernante falto de instrucción de Plutarco (ambos escritos compilados en su obra Moralia), aunque también los clásicos tratados de Cicerón, Tito Libio o Tácito. Fruto de este empeño surgen los llamados tratados de príncipes, de la mano de autores como los dominicos Gilberto de Perrault o Tomás de Aquino, el franciscano Gilberno de Tournai, el agustino Egidio Romano o, incluso, hombres de Estado como Alfonso X o su hijo Sancho IV5.

Por otro lado, en el tránsito del siglo XVI al XVII se va a producir la consolidación de la Teología Moral como ciencia independiente, mediante un proceso de destroncamiento del núcleo aristotélico-tomista anterior, surgiendo tanto en el mundo católico como protestante los primeros manuales de Teología Dogmática6. No sólo se comenta la Summa Theologica del Aquinate, sino que se intenta poner luz en los problemas políticos, económicos y sociales del tiempo histórico que toca vivir. Pues bien, en este nuevo campo de la Teología van a surgir tratados de tipo enciclopédico, junto a otros de carácter polémico en torno a la casuística. Y en esta singular disputa entre sistemas morales, aparecerán las tendencias probabilísticas, laxistas y probabilioristas, causa de infinidad de pleitos universitarios entre sus defensores.

Un segundo momento en esta producción especulativa sobre la Teología Moral, lo constituyen los grandes tratados sobre la ley y el derecho, los tratados De Legibus et de Iustitia et Iure, donde la valoración de lo humano se configura como su preocupación constante: el hombre, su dignidad, su libertad y consiguiente responsabilidad; y donde la especulación se centra en precisar qué es lo justo y cuál es su razón y su causa7. Así, los grandes teólogos del siglo de oro compondrán sus tratados sobre estas materias jurídicas: Vito-ria, Luis de León, Pedro de Aragón, Soto, Molina, Vázquez o Suárez, entre otros.

Por fin, un tercer momento de reflexión moral, conduce a muchos teólogos hacia las morales particulares, centrándose en la especulación política sobre el poder y sus dificultades y, de forma particular, en el ejercicio de la autoridad por parte de los gobernantes. El príncipe recibe su poder de la comunidad para que la gobierne en orden al bien común, quod omnes tangit, por lo que sus atribuciones estarán siempre limitadas y condicionadas al ejercicio justo y prudente del mismo. Así, resulta un poder subordinado a los fines de la comunidad, aunque sin dejar por ello de representar un poder personal y, en alguna manera, absoluto. Esta es la razón por la que aparecen

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numerosos tratados que intentan educar al príncipe, con el doble objetivo de ofrecerle unas normas de actuación que sirva de modelo ético para sus súbditos8.

En relación directa con los tratados anteriores, también aparecen obras que tratan de forma sistemática aspectos concretos del ejercicio del gobierno, como es la actividad económica, que había tenido su antecedente en los tratados sobre la usura de los canonistas tardomedievales9. En este sentido, destacarán autores como Azpilcueta, Gregorio de Valencia, Báñez, Medina o Soto, entre otros muchos, que bien en los propios tratados sobre la justicia y el derecho, o bien en tratados específicos sobre los contratos, los tributos, la usura o el valor del dinero, se enfrentan a toda una serie de cuestiones que afectan al mundo de los negocios y a la vida económica en general10.

Pero, a medio camino entre los primeros tratados de príncipes tardomedievales y los tratados propiamente escolásticos, se insertan dos figuras del pensamiento político que entroncados en la tradición renacentista de la vuelta a las fuentes clásicas, van a suponer dos líneas claramente definidas a la hora de entender la política y, más concretamente, el consejo político a los príncipes del tiempo. Se trata de Maquiavelo y su De principatibus (1513), y Erasmo y su Institutio Principis Christiani (1516). Ambos tratados suponen dos formas diferenciadas de entender la política, la de Erasmo desde el humanismo moral del buen y virtuoso gobernante, en línea helénica y aristotélica, y la de Maquiavelo desde el republicanismo del buen gobierno, en línea romanista y ciceroniana. Dos formas, en efecto, muy diferentes de entender la vida política pero con un denominador común: la autonomía del orden politico y secularización de los principios que sustentan dicho orden.

I El modelo de comunidad política de los Tratados de Príncipes:Aars Moralis (buen gobernante) vs. Techné (buen gobierno)

La contraposición entre la política entendida como ars moralis y la política entendida como pura techné, nos va a servir para analizar los dos desarrollos políticos más relevantes del Renacimiento europeo que van a servir de modelo a innumerables tratados políticos durante los siglos posteriores. En

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efecto, Erasmo, siguiendo la estela del pensamiento griego y su ideal de la Polis como desarrollo pleno de los individuos, politei, en su seno y siguiendo, igualmente, los postulados morales y de virtud de Platón y Aristóteles, en cuanto al comportamiento político de sus dirigentes, construye un tratado de educación para príncipes buscando el buen comportamiento de estos y su ejemplaridad. Virtud y ejemplarismo político serán sus señas de identidad11.

Por su parte, Macchiavelli entenderá el poder político como una técnica al servicio de dicho poder y la eduación del prícipe como la adquisición de destrezas políticas que le sostengan en el poder y le hagan beneficioso para su pueblo. Y todo ello desde la óptica republicana de Roma y su entramado garantista de instituciones y magistraturas al servicio del ciudadano, cives, que en este caso no depende más que de sus propias capacidades para adquirir un status que le servirá de medida ante el poder político12.

1. Erasmo y el modelo helénico de comunidad política

Hemos apuntado que para acercarnos al pensamiento político de Erasmo debemos retrotraernos al ideal helénico de convivencia, puesto que es el referente ético y político que aparece plasmado en los consejos que ofrece a los príncipes seculares. Erasmo mira al ideal de convivencia helénico porque cree hallar en él el verdadero desarrollo de una política basada en la virtud personal dentro del marco comunitario. El príncipe virtuoso lo será cuando esa virtud se encarne en su pueblo y prenda toda su política. Su gobierno y potestad no será otra cosa que instrumendo ético para la conformación de una comunidad plena, pacífica y abierta al orbe. Es decir, la nueva Polis encarnada en el Renacimiento europeo.

Pero, cuando hablamos de Polis, o cuando hablamos de comunidad o koinonia, ¿hablamos de sociedad o de Estado? ¿Tiene sentido para los griegos esta pregunta? Pues bien, al menos para Aristóteles la Polis tiene realidad en sí misma, al margen de los individuos que la componen, apartándose así de los atomistas como Leucipo o Demócrito. Es decir, la Polis es una de las cosas de la naturaleza y el hombre es por naturaleza un animal social. La comunidad más sencilla para los griegos es la casa o unidad familiar; la incorporación de varias casas o familias forma una colonia o aldea; y la incorporación de varias aldeas forma la ciudad o Polis, que aparece ya como una comunidad perfecta y suficiente en sí misma. La casa esta constituida por relaciones naturales y necesarias entre hombre y mujer; mientras que la aldea es ya una

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comunidad constituida para las necesidades no cotidianas; y, por fin, la ciudad es esa comunidad perfecta que tiende al vivir bien de sus componentes13.

Pues bien, para Aristóteles, la ciudad es por naturaleza el fin del resto de agrupaciones, y es por tanto su perfección natural. Así, el hombre está destinado naturalmente a vivir en la ciudad y si no lo hace es porque no ha llegado a ese grado de perfección. El principio de esta comunidad está en que el hombre es el único animal que tiene palabra, ya que el resto de...

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