Medidas para evitar la contaminación invisible por ruido y radiaciones

AutorJ. M. de la Cuétara Martínez. Ángel Lobo Rodrigo
  1. EL PROBLEMA DE LA CONTAMINACIÓN INVISIBLE

    La mayor parte de la contaminación que nos rodea se ve. En el suelo, en el agua, en el aire. Y la que no se ve, se huele o se percibe por las reacciones de nuestro cuerpo (estornudamos, la piel se irrita...). Pero hay una contaminación moderna que no se ve, que nos llega a través de ondas electromagnéticas, y que está levantando cada vez mayor alarma social: la producida por radiaciones. Hoy nos preocupan las radiaciones electromagnéticas porque sabemos que transmiten energía y que esta energía penetra en nuestro organismo. No tenemos seguridad de que causen daño, pero el principio de precaución nos advierte de que «algo debemos hacer» para sentirnos tranquilos1. Ante una contaminación invisible que llega a todas partes, que atraviesa paredes y que no se nota, ¿qué puede ser ese «algo» que sabemos debemos hacer?; y, al propio tiempo, ¿quién debe hacerlo? De nuestras autoridades locales esperamos mucho, aunque sabemos que no están solas ni pueden solucionar todos los problemas por sí mismas. En las últimas semanas hemos visto a nuestros gobiernos municipales y autonómicos reaccionando frente a emisiones radioeléctricas indeseadas con la prontitud que les aporta su cercanía a los ciudadanos. Es hora de analizar con más sosiego las responsabilidades que les incumben.

    La transmisión de energía a nuestros cuerpos a través de ondas no sucede sólo en el oscuro mundo del espectro electromagnético. También las ondas sónicas llevan energía y también estamos cada vez más preocupados por los efectos del ruido sobre la salud. El ruido en niveles elevados puede transmitir tanta o más energía que una antena de comunicaciones móviles y sus efectos sobre la salud son muy claros: alteraciones del sueño, de la tensión arterial, del apetito... Es ésta otra contaminación invisible que amenaza ?y, más exactamente, atenaza? a nuestras ciudades. Llevamos decenios luchando contra el ruido en las ciudades y éste crece inexo-rablemente2; ha llegado el momento en que también aquí «algo» debemos hacer, puesto que necesitamos invertir el proceso de incremento del ruido urbano; de nuevo, no sabemos qué puede ser ese «algo», aunque esta vez tenemos claro que los llamados a actuar son los responsables de las Administraciones territoriales más cercanas al fenómeno urbano: la municipal, la metropolitana ?donde existan? y la autonómica; en materia de ruido, su responsabilidad es indudable3.

    En los minutos que siguen reflexionaremos sobre la tesitura que estas autoridades deben adoptar ante la contaminación invisible del ruido y las radiaciones, ante la recepción en nuestros cuerpos de una energía que nos llega de fuentes ajenas y que no estamos obligados a soportar. Todas ellas tienen ya una cierta experiencia en la lucha contra el ruido (más fácil de apreciar, está ya regulado en normas de todo tipo, desde ordenanzas municipales a leyes autonómicas) y poca todavía en el control de la contaminación electromagnética (de muy inseguros contornos, aunque también se han publicado ordenanzas y leyes sobre ella). De uno y otro campo, del ruido y las radiaciones, podemos extraer enseñanzas, eventualmente intercambiables, y, en cualquier caso, en ambos tendrán que actuar nuestros protagonistas, los gobiernos locales y autonómicos, puesto que el incremento indefinido del nivel de ruido y radiaciones que soportamos es, sencillamente, inadmisible. Veamos qué es lo que deben hacer y cómo pueden hacerlo.

  2. CARACTERÍSTICAS

    Lo que debe preocuparnos de la energía que recibimos a través de ondas (bien sea el aire, bien sea el espectro radioeléctrico su medio de transmisión) no es que no la veamos; es que la recibimos querámoslo o no y estemos donde estemos.

    Cierto que podemos obtener un cierto aislamiento, sobre todo contra el ruido; pero no es menos cierto que, salvo inversiones económicamente desmesuradas, los ruidos elevados atraviesan las paredes, como saben bien los vecinos que sufren los fines de semana el «botellón»4. Ni que decirlo tiene, las microondas y demás radiaciones lo hacen con mayor facilidad. En suma, contra la contaminación invisible no existe posible defensa individual: tiene que ser necesariamente social.

    Otra característica de esta contaminación es que sus efectos psíquicos resultan tan importantes como sus efectos físicos, y que la contaminación «percibida» es tan o más importante que la efectivamente «recibida», uniéndose ambas en la contaminación realmente «sufrida». El insomnio producido por los ruidos actúa tanto o más mientras esperamos a que el ruido se produzca que cuando estamos soportándolo; y los problemas de salud derivados de las radiaciones pueden provenir del simple «miedo» a las mismas, en un efecto que no por ser psicosomático es menos real. Anotemos esta característica, porque nos indicará uno de los principales objetivos a perseguir: la tranquilidad, la seguridad de la población, la confiabilidad del entorno, construida sobre el conocimiento cierto de lo que realmente está pasando.

    Por último, cabe apuntar la existencia de dos tipos de exposiciones peligrosas a esta contaminación. Una es la que acumula altas dosis de energía en muy poco tiempo, como la que se produce por un ruido muy intenso o una ráfaga de radiación de gran potencia; otra es la que se deriva de reiteradas exposiciones a bajas dosis de energía (sónica o radiante) a lo largo del tiempo. La mayor facilidad de reconocimiento de la primera, así como de control de los equipos o instalaciones que puedan producirla, la hacen menos peligrosa; la segunda en cambio, plantea grandes dificultades de evaluación y/o reducción, dado que normalmente este tipo de ruidos o radiaciones procede de varias fuentes, sus efectos acumulativos no están bien determinados y un cierto grado de contaminación difusa parece que debe ser aceptado; o, al menos, puede ser asumido voluntariamente por los individuos, igual que en la playa asumimos la exposición a la radiación solar o los fumadores soportan el humo del tabaco que llevan a sus pulmones. La lucha contra estos «efectos por acumulación» ocupará una buena parte de nuestra reflexión en los minutos que siguen.

  3. ENTORNO NATURAL Y ENTORNO URBANO

    La contaminación que aquí nos preocupa, como la mayoría de las existentes, es de origen humano. En concreto, suelen ser de producción artificial, por aparatos, máquinas o instalaciones de origen humano, a lo que hay que añadir, en relación al ruido nocturno urbano, la acción directa de las personas. De hecho, en el entorno natural, pocos casos de contaminación de la que aquí interesa se conocen.

    ? Por lo que hace al ruido, salvo el producido por la caída de un rayo cercano, pocos ruidos naturales transportan energía suficiente para causar daños instantáneos; y, por acumulación, tan sólo el ruido constante de determinados vientos, acompañados de circunstancias climatológicas excepcionales, puede afectarnos significativamente al cabo de un cierto tiempo. Es más, es la ausencia de ruido la que caracteriza a estos lugares, circunstancia que ha llevado a la implementación de iniciativas como la de establecer «reservas de silencio» o de «sonidos naturales» que contribuyan a realzar la belleza natural de algunos parajes.

    ? Por lo que hace las radiaciones electromagnéticas, vivimos sumergidos en el campo magnético del planeta, el cuál se encarga de desviar las radiaciones solares de alta energía, que impedirían la vida en su superficie; el campo magnético, en sí mismo, es perfectamente tolerado por nuestros cuerpos. Algunos otros fenómenos, como las cargas eléctricas que se producen en el aire cerca de una tormenta pueden causarnos cierto malestar, pero no daños significativos. O al menos no se conocen en el estado actual de la ciencia. No existen en este terreno proyectos de establecer «zonas de baja irradiación» ?el nivel de radiación cero es imposible? pero algún día se harán; desde luego, esto nunca sucederá en la ciudades.

    El entorno urbano está saturado de ondas. Sean acústicas, sean electromagnéticas, proceden directa o indirectamente de múltiples fuentes y actividades. Su existencia es consustancial a la ciudad y ni siquiera sería deseable tratar de impedirla. La ciudad es, en esencia, un entorno artificial que necesita una ordenación, también artificial ?en el sentido de «obra humana»? que nos permita vivir en ella. El eje de esta ordenación es, por supuesto, el Derecho Urbanístico, aplicable como regla general a todos los problemas urbanos; pero le acompañan mucho otros ordenamientos sectoriales. En unos y otros, las corporaciones locales deben buscar las herramientas que necesitan para que los ruidos y radiaciones con los que necesariamente hemos de convivir dejen de resultar perjudiciales para nuestra salud o calidad de vida, sin que ello signifique en modo alguno que hayan de llevar a nuestras ciudades a los niveles del campo, los espacios naturales protegidos o la alta montaña.

    El punto de partida es el art. 47 CE5, según el cuál los poderes públicos, y en particular el Estado, establecerán las condiciones edificatorias que deben cumplir las viviendas, lo que incidirá, entre otras cosas, en su grado de aislamiento acústico6 y de transparencia a las ondas electromagnéticas.

    Pero, además y como sabemos, el urbanismo tiene una dimensión municipal, concebido como una actuación eminentemente administrativa que se desarrolla en un ámbito local y más concretamente en ese «espacio convivencial multiservicios» que denominamos ciudad. La finalidad del moderno Derecho Urbanístico es la regulación del derecho de propiedad y los usos del suelo, la ordenación de la ciudad (suelo urbano), de su expansión (suelo urbanizable) y de aquellos espacios caracterizados por la ausencia de ciudad (suelo no urbanizable o rústico). Según esto, el planeamiento urbanístico deberá integrar los datos referidos a lo que en esta ponencia hemos denominado contaminación invisible (acústica y radioeléctrica), para de esta forma mitigar sus efectos sobre los...

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