Ética y eficacia en las campañas de salud sexual

AutorJosé Jara Rascón; Esmeralda Alonso Sandoica
CargoUnidad de Andrología, Hospital General Universitario Gregorio Marañón; Centro de Salud García Noblejas E-mail: jjara@terra.es
Páginas83-93

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1. Introducción

La adolescencia se considera actualmente como una etapa fundamental en la adquisición de hábitos, ya sean saludables o peligrosos para la salud, cuyas consecuencias se expresarán en la edad adulta. Debido a ello, la OMS insiste en la necesidad de trabajar intensamente para promover la salud y el correcto desarrollo, tanto físico como mental, de los adolescentes, destacando que ha llegado el momento de ampliar las intervenciones seguras, eficaces y efectivas que, con la participación de los propios adolescentes, les proporcionen a éstos y a sus padres los conocimientos y las capacidades adecuadas para hacer frente a los riesgos potenciales específicos de su edad, y les permitan acceder a los servicios sociales y sanitarios donde puedan encontrar la ayuda apropiada1.

Dentro de esta promoción de hábitos saludables, junto con el control del hábito de fumar o la promoción de actitudes contrarias al uso de drogas y al consumo de alcohol, se encuentra el amplio campo de la promoción de estilos de conducta capaces de encuadrar la vivencia sexual dentro de hábitos sanos, evitando lo que se suele denominar como «conductas de riesgo». Aunque sería esperable que este enunciado obtuviera un amplio respaldo público, lo cierto es que el fenómeno social del ejercicio de la sexualidad en la población adolescente se ha convertido en un campo de confrontación ideológica, existiendo posturas encontradas sobre qué se debe promocionar, a qué edad y cuáles deben ser los postulados que deben regir esta educación sexual. Simplificando las posturas ideológicas existentes, se podría afirmar que el debate se reduce a dos líneas argumentales. Por un lado se afirma que la única actitud posible, en un Estado donde existe un amplio pluralismo de opiniones que se deben respetar, es la promoción del «sexo seguro» mediante la utilización de Page 84 preservativos u otros métodos de barrera en las relaciones sexuales para evitar tanto embarazos no deseados como posibles enfermedades de transmisión sexual. Frente a esto, se situaría la opinión por la cual, precisamente debido a esta variedad de estilos de vida presentes en la sociedad, el Estado debe promocionar las conductas que ofrezcan mejores posibilidades de conseguir una estabilidad afectiva y emocional a largo plazo en la vida sexual de sus ciudadanos. Se estaría hablando en esta última opción de «sexo responsable» y esto requeriría una actuación más integral en el campo de la educación abordando diversas facetas. El análisis de los resultados obtenidos con las campañas de salud sexual ya realizadas en España siguiendo la primera de las opciones comentadas ofrece una buena ocasión para valorar la validez de dicha apuesta ideológica y sus efectos en la población diana de esas campañas.

3. Resultados objetivos de las campañas

Desde 1995, periódicamente se repiten las campañas de salud sexual por parte del Ministerio de Sanidad. Los matices y lemas escogidos entre dichas campañas suelen oscilar poco, teniendo habitualmente como población diana a los adolescentes (considerando como tales a los menores de 19 años) y población joven en un sentido más amplio. La justificación aducida para su puesta en marcha suele ser la constatación del aumento del número de abortos, la propagación de la epidemia de la infección por el virus VIH (SIDA) o el aumento de enfermedades de transmisión sexual (ETS) y la propuesta que se ofrece a la población es siempre la misma: el uso de métodos de barrera mediante la utilización del preservativo. Dado que cada una de estas campañas tienen un alto coste económico (la iniciada en 2004 bajo el lema «Por ti, por todos, úsalo» requirió la inversión de 1,4 millones de euros), parece ineludible plantearse qué resultados se están obteniendo. ¿se ha disminuido alguno de parámetros considerados como objetivos primordiales de la campaña?. Concretamente, ¿se ha logrado, al menos, la estabilización de las cifras de abortos, la punta del iceberg de los embarazos no deseados, en los últimos años?, ¿qué está pasando con las infecciones transmitidas por vía sexual?

Según datos del Instituto de Economía y Geografía del CSIC2, en el año 2000 cuatro de cada diez adolescentes españolas entre 15 y 19 años que estaban embarazadas optaron por interrumpir la gestación durante ese año. Esa proporción resulta ser el doble de la encontrada en 1990. En cifras absolutas en ese año de arranque se notificaron 4.979 abortos en menores de 20 años (un 20,4% del total de abortos), y en el año 2000 fueron 9.204 (44,6% del total). Entre las menores de 18 años, las diferencias resultaron aún mayores: 1.522 en 1990 y 3.283 en 2000. Hablando no ya de los abortos en los adolescentes sino de las Page 85 cifras totales de abortos en nuestro país, el incremento sufrido se estimaría en un 71% en ese periodo de tiempo de una década. Esto es en 1990 habrían abortado 37.231 mujeres y en 2001 lo habrían hecho 69.857. Simultáneamente habría aumentado la reincidencia en el hecho de abortar. Así, el 25% fueron mujeres que habrían abortado ya en más de una ocasión, multiplicándose los segundos abortos un 1,98 mientras que los terceros se habrían casi triplicado al multiplicarse por un 2,78.

Esta línea ascendente en el número de abortos entre los adolescentes se ha mantenido sin apenas mesetas en los informes oficiales emitidos en años sucesivos sin que las sucesivas campañas realizadas hayan sido capaces de frenarla. De hecho, el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE) en su informe «Juventud en España 2004»3 señalaba que, a pesar de que los jóvenes tienen hoy más información que nunca sobre temas sexuales y métodos anticonceptivos, todo indica que no es suficiente: una de cada diez jóvenes españolas se queda embarazada sin desearlo, la mayoría (un 75 %) entre los 15 y los 21 años. No obstante, resalta dicho informe, a pesar de la prematura edad a la que se dan estos embarazos, sorprende a los autores que «más del 50% de esos embarazos no acaban en aborto, sino que las mujeres acaban teniendo el niño» y tres de cada cuatro de esas gestaciones acaban en matrimonio, que se podría también calificar de «no deseado» con una aumentada probabilidad de ruptura posterior.

Estas importantes cifras de gestaciones interrumpidas y embarazos no deseados en la adolescencia parecen relacionarse con bastante probabilidad con el descenso en la edad de inicio en las relaciones sexuales. De hecho, una encuesta sobre «Sexualidad y anticoncepción en la juventud española»4, realizada recientemente con más de 2.000 entrevistas personales a jóvenes entre 15 y 24 años, reveló que en sólo tres años la media de edad de la primera relación sexual había bajado de estar por encima de los 17 años a situarse en los 16 años. Sin embargo, en la presentación de los últimos datos presentados en 2006 por el...

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