Estructura política y social del período monárquico

AutorAntonio Viñas
Páginas47-97

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I Elementos constitutivos de la monarquía
1. Bases ideológicas y doctrinales

No cabe análisis de las características que concurren en el rey romano sin tener en cuenta la similitud de rasgos que confluyen en su homólogo griego (basileus). Al igual que en Grecia el rey romano desempeña la jefatura política, religiosa, militar y judicial. El término basileus, en un principio, parece que se aplica exclusivamente al rey de Persia. Luego penetra en el orbe griego y se utiliza para referirse al soberano, al personaje que ostenta el máximo poder de una comunidad. Las distintas poleis griegas se levantaron sobre anteriores sistemas de gobierno de corte fundamentalmente monárquico. Cuando el poder se concentra, volviéndose más abusivo y despótico, entonces la propia crueldad opera como una carga de profundidad que permite la eliminación de la misma tiranía que le presta apoyo.

El rey, tanto en el ámbito griego como en el romano, asume la máxima responsabilidad. En ese orden de aspectos, su misión primordial consiste en indicar el buen camino para no desviarse a un lado ni a otro y, por lo mismo, alcanzar más fácil y prontamente el objetivo propuesto. Esta Page 48 facultad regia apenas reviste limitaciones, perdura durante toda la vida y, aunque concebida en términos muy amplios, no cabe identificación rigurosa de la misma con un poder absoluto en extremo.

La teoría política de la monarquía griega, avanzada por Platón y Aristóteles, aunque vacilante y modificada sucesivamente al hilo de diferentes y no siempre positivas experiencias, gira en torno a la aplicación de principios dictados por la razón cuando se desarrollan ideas y se describe una situación puramente conceptual o bien cuando se ocupan de conformar la realidad a través de disposiciones legales, de carácter especial.

Prestar obediencia a las leyes o gobernar sin atender lo prescrito por las mismas explica y distingue perfectamente la conducta observada por el verdadero rey (basileus) de aquella que aplica el tirano cuando, bajo el pretexto de buscar siempre lo más útil, se deja guiar por la pasión y la ignorancia (Plat. Pol. 303 c).

El discurso de Platón, expuesto a través del diálogo que mantiene Teodoro, un extranjero de Elea, con el joven Sócrates, pretende mostrar las diversas formas de gobierno que pueden registrarse en el sucesivo recorrido que experimenta la historia. En el referido texto platónico se constatan tres formas de gobierno cuya subdivisión permitirá obtener seis. El criterio para practicar la división correspondiente es la sumisión o insumisión respecto a la ley. La razón que había presidido el Estado ideal diseñado en La República es sustituida en El Político, un escrito de madurez, por la aplicación de la ley.

La monarquía puede dar lugar a dos tipos de constitución, una legítima, la realeza, y otra ilegítima, la tiranía. La aristocracia constituye la forma legítima del gobierno de pocos, mientras que la oligarquía se erige como constitución ilegítima de ese mismo gobierno. La democracia, for- Page 49 ma de constitución que se caracteriza porque en ella impera la voluntad de muchos, en El Político también aparece con una acepción doble según funcione de acuerdo a la ley o contra la ley (Plat. Pol. 302 e).

La monarquía de que se habla, si se vincula a normas escritas (leyes), puede constituir la modalidad más perfecta de las seis formas de gobernar que se mencionan en ese texto. Pero, si se enmarca en un contexto ausente de leyes, degenera en la manera de gobierno más perversa e insoportable que cabe concebir3. Mientras el verdadero rey (basileus) gobierna con aceptación popular, el tirano se impone por la fuerza que hace valer de modo cruel y despótico.

El orbe helénico presenta un tipo de monarquía en modo alguno ajeno a una organización política, relativamente constante, establecida sobre la base de tres órganos que se conciben para funcionar armónica y equilibradamente. Estos órganos ponen en relación los intereses de toda la comunidad: el conjunto de toda la población, representado por una asamblea popular, el reducido grupo que se presume más sabio y experimentado cuya función más característica es la consulta y el asesoramiento, y, por último, el soberano que ejecuta y decide.

Aunque las tres instituciones, desde una perspectiva meramente ideal, desempeñan su actividad sin grandes interferencias, la tendencia que albergan en su seno, consciente o inconscientemente, suele perseguir un incremento de las competencias asignadas. Este punto de vista, alentado exclusivamente por el discurso racional, llevó a Platón a dibujar el Estado ideal de La República en el que no se exige presencia de ley alguna, dado que tal limitación resulta inútil e innecesaria, al ser suficiente la razón para indicar la Page 50 ruta que ha de seguirse. Luego, el filósofo griego, como ya se apuntó, de modo un tanto confuso en El Político, y más claramente en Las Leyes, aboga por someter a gobernantes y súbditos al imperio de la ley. El rey de La República, al ser sabio y filósofo, no precisa normas que coarten su libertad y dificulten sus movimientos, pues es consciente de lo que conviene a sus súbditos. Su conducta, en todo caso, no dejará de reflejar el estrecho vínculo que siempre debe mediar entre conocimiento y acción.

Sin embargo, la propia experiencia de Platón, al no poder compaginar el idealismo del referido esquema con la realidad más viva y cruel, le encaminan a buscar otra solución. La senda por la que se desplaza la humanidad resulta tan imperfecta que el Estado ideal nunca será una realidad si se sigue ese trayecto. De ahí la exigencia de recurrir a normas, acuerdos, convenciones o decisiones populares para ordenar la conducta humana. Intencionadamente no se distingue aquí entre ley, acuerdo o convención, puesto que en lengua griega todos esos términos son sinónimos y se emplea el mismo vocablo para designarlos.

La conclusión platónica es obvia. Dada la imperfección y falta de estabilidad en que están sumidos los asuntos más inmediatos y vitales se impone someterse a la ley pública como recurso imprescindible para lograr de los humanos un proceder ajustado a la realidad.

2. Organización política

La primitiva federación de pueblos que habitan las colinas romanas, al elevar sus vínculos más allá de la mera colaboración militar, origina una nueva organización política, caracterizada no sólo por la fusión de los distintos grupos, sino también por la exigencia de una autoridad única que imponga el orden y arbitre los correspondientes Page 51 medios de defensa. Las noticias sobre la monarquía son reiteradas por testimonios posteriores. Múltiples datos, indudablemente históricos, hacen referencia a su naturaleza real, y algunas instituciones republicanas no se explican más que viéndose como elementos residuales de un sistema regio precedente.

Frente a las monarquías orientales donde los ejércitos se vinculan personalmente a los reyes, en Roma las funciones regias han de ejercerse en colaboración con las distintas gentes, tribus y curias cuya fuerza social no cabe desconocer.

A la cabeza de la nueva organización se coloca el rey como personaje que ostenta y ejerce el poder político, militar y religioso. La existencia de la monarquía constituye un fenómeno real. Ahora bien, la denominación y hechos de los distintos personajes regios se presentan tan envueltos en brumas legendarias que no resulta fácil deslindar la ficción y la realidad.

El rey romano, como en tantas poblaciones griegas e itálicas, se manifiesta como órgano que pone orden e indica las reglas de conducta para desplazarse en la dirección adecuada, a la vez que dirige el ejército, bien con la misión de conquista y ampliación de sus límites geográficos, o bien, en definitiva, con el ánimo de defender el propio territorio frente a los ataques que sobrevienen del exterior.

El reconocimiento de la monarquía como la organización política más antigua no solamente se deduce de los testimonios reiterativos que la tradición reproduce, sino también de la analogía con otras ciudades y ciertas subsistencias que perviven con posterioridad y aluden a esa forma de gobierno.

En atención, precisamente, a la derivación etimológica, aunque no sólo a este factor, se ha pensado, y así se difun- Page 52 de, que habrían existido dos fases monárquicas, sucesivas y diversas. Una primera fase cuyos reyes serían de origen latino y una segunda fase, posterior en el tiempo y más documentada, cuyos reyes serían de estirpe etrusca. Rex, regia, interrex, tribus, curia, pontifex, etc., son vocablos que, tanto en sus raíces como desinencias, evidencian un claro origen latino, lo que sirve para considerar que los primeros reyes fueron latinos. La segunda fase denominada etrusca, además de constatarse por la tradición y símbolos que la acompañan, también se acredita por diversas referencias arqueológicas que, asimismo, confirmarían la influyente presencia de esta civilización.

3. Nombramiento del rey

A la hora de determinar el nombramiento de los monarcas romanos, la posición de los estudiosos varía considerablemente, y ello...

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