Biblioteca, archivo, escribanía. Portrait del abogado Manuel Cortina

AutorEsteban Conde Naranjo
Páginas329-386

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Life's but a walking shadow, a poor player that struts and frets his hour upon the stage and then is heard no more: it is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing.

Macbeth, act v, sc. v.

No. Después de haberlo intentado me considero incapaz de escribir otra vez el relato de una vida1. ¡Cómo hacerlo, si ni siquiera conozco la mía! Eso descalifica, de paso, la autobiografía - aun las mejores y elaboradas por buenos biógrafos2. Carezco de fuerzas para escoger -siempre de modo arbitrario- a un ser humano pretérito, convertirlo en mi personaje y reconstruir, con las sanas reglas del método histórico-positivo, las peripecias de su existencia pasada. Considero inútil tal esfuerzo.

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I La ilusión biográfica y la fórmula Borges

La operación se encuentra, además, rodeada de trampas intelectuales. La 'ilusión biográfica', que dijo Bourdieu, arranca con la consideración del personaje como una entidad singular dotada de sentido y coherencia cuyas andanzas podríamos narrar; cabría incluso recuperar la ideología del homo antecessor en cuestión gracias a múltiples testimonios que documentarían de forma fidedigna su trayectoria temporal: registros civiles y eclesiásticos, archivos universitarios o notariales, colecciones de cartas, semblanzas, prensa cotidiana, escritos propios, libros de memorias... además de demostrar que una existencia pasada ha tenido lugar en el mundo efectivo de los hechos, constituirían también las fuentes disponibles para reconstruir un pensamiento y asegurar la sólida objetividad de nuestras fábulas. Procediendo de ese modo la unidad irrepetible que fue Fulano de Tal acaba por transformarse en un proyecto (¿un trayecto?) también unitario, donde los sucesos vitales se entrelazarían según relaciones de causalidad. Desde la afirmación implícita de que toda vida (como una cadena, un segmento o un camino) tiene principio, desarrollo y fin y de que lo último puede explicarse por lo primero, los 'a partir de ahí', 'ya antes', 'como vimos'... y expresiones parecidas formarían el tejido conjuntivo de un abigarrado, finalmente nítido puzzle biográfico. La narración se torna prescripción: un nombre, una vida, un relato3.

Demasiado sencillo como para ser cierto. Por una parte, la unidad del sujeto, de la que pende por completo el empeño, se disuelve en un dato institucional: puede que otras -como la china- hayan sido más cautelosas, mas nuestra cultura occidental ha simplificado la irreductible complejidad de la humana existencia en el espejismo del nombre propio - "tota-lisation", advierte Pierre Bourdieu, "d'unification du moi". Más allá de las variaciones determinadas por la cronología o de la dispersión simultánea de roles y actitudes de un sujeto que se encuentra activo en varios campos, el nombre propio -la firma auténtica del documento jurídico- concentra en una (id)entidad múltiples "manifestations succesives" del ser, constituyéndose en "la forme par excellence de l'imposition arbitraire qu'operènt

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les rites d'institution". Tal vez nos fuera mejor si escribiéramos, a partir de un nombre, varias, muchas otras parciales y autónomas biografías: la del niño y la del adulto; la del padre de familia y la del profesor; la del jurista que también ha sido diputado o periodista y merece sendas historias en función de estas actividades4. Se admitirá que el insólito expediente valdría tanto, al menos, como la común composición integradora que aspira a sintetizar en buena lógica -esto es, la lógica nominal- los varios planos en que se despliega una individualidad, con el resultado último de un to-tum que progresa por fechas y según un programa coherente.

Está, por otra parte, la sutil relación que se establece entre el personaje de ayer y el biógrafo de hoy. Con independencia de las razones que idealmente los unieron -el hallazgo casual de un documento, la admiración infantil, un simple propósito académico- la vida ajena no es un objeto historiográfico cualquiera: tratamos de seres humanos con pasiones, experiencias y anhelos idénticos a los nuestros. Al espejismo de la identidad nominal puede añadirse así una simpatía amorosa que oscurece fatalmente el trabajo. En la hipótesis peor el investigador corre el riesgo de devorar al sujeto: selecciona los datos pertinentes, ve en ellos lo que quiere ver y Fulano acaba convertido en metáfora de Yo5. La biografía deviene entonces autobiografía.

Para soslayar la variable anterior -o su forma más edulcorada: me refiero a la hagiografía- acaso sea prudente seguir, si no bastara con las advertencias de Bourdieu, varias otras estrategias, que se me antojan de desigual fortuna. Puestos a cultivar el género cabe, en primer lugar, adoptar una consigna sencilla: escójase a alguien tan antipático al biógrafo que no le suscite admiración; y todavía mejor si le inspira un franco rechazo. Cuando los sentimientos adversos tienen base que pueda ser discutida en la comunidad científica de referencia -por ejemplo, la relevancia institu-

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cional del personaje en combinación con una militancia política abyecta-probablemente la profesionalidad del autor y el control ejercido por su gremio evitará que cargue las tintas sobre el malquisto sujeto; por extraño que nos parezca el proceder, creo ha operado en una de las más inteligentes biografías nunca dedicadas a un jurista español6. Está presente, desde luego, el riesgo de establecer, en negativo, la complicidad de la biografía empática, pero en los casos más sólidos -cuando la profesión del biógrafo y la urgencia en rendir cuentas le aconsejan cautela contra sus fobias privadas- la imaginaria galería de tipos odiosos arrojaría una suerte de historia universal de la infamia perfectamente legible, si compuesta con la fría probidad de la obra borgiana.

Una segunda posibilidad se limita a producir un texto de textos, quiere decirse, una narración de lo que los biógrafos presentes o pasados a su vez narraron sobre cierto personaje. Dada por imposible la búsqueda de una vida, en este otro supuesto nos ceñimos al análisis de escritos que la asumieron como referente, aunque la cifra del nuestro no será ese personaje tenido por real, sino la catarata de palabras impresas a su propósito: en otros términos, una biografía convertida en historiografía. Probablemente el texto resultante tendrá el aire de un hadith musulmán: una serie de dichos que dicen haber dicho tales cosas de Fulano, enriquecida con las razones por las que esos dichos se entendieron en su día pertinentes7. El método encierra indudables ventajas, pues un personaje puede merecer la atención de cien biógrafos -cada cual desde la propia perspectiva- por haber sido militar, periodista, profesor o, simplemente, un famoso convecino. El espejismo nominal que señala Bourdieu se rompería así en el abanico de las posibilidades abiertas por una atención discriminada8.

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Relacionada en cierto modo con la anterior cabe una tercera, entiendo que preferible, estrategia. Por inspirarse en el pensamiento del sabio aludido más arriba podríamos calificarla como la fórmula Borges.

Aplicada a la empresa que nos concierne la fórmula Borges abomina de los sujetos y se refugia en el mundo, más tangible y por tanto mejor observable, de los objetos. Por ejemplo, según hermosa confesión en verso endecasílabo, "el bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan"... Un sinfín de "tácitos esclavos", en suma, adornados, al ser entes inorgánicos, de una noble condición: "durarán más allá de nuestro olvido" - donde Borges se refiere, quiero ahora leer9, al olvido en que tenemos frecuentemente nuestras pertenencias (quién se acuerda del bastón, que sin embargo está bien guardado: un testigo mudo del momento en que fue algo importante), pero también a ese otro olvido mayúsculo en que todos caeremos tras la muerte (nadie recordará las cenizas de quien un día ya remoto poseyó el bastón o la cerradura: cosas todavía expuestas a la mirada del observador).

Si el relato de una vida pasada parece entonces posible bajo la especie de inventario post mortem ello se debe a la relación que establecemos entre la persona y los objetos dichos personales. Aquí hemos de aceptar que esta relación tiene sentido, que cuanto poseemos responde a nuestro gusto particular, a la práctica social del regalo y la herencia, al apetito del coleccionista o a la satisfacción de ciertas necesidades; en el límite, la presencia de una cosa inservible se debería a la humanísima desidia que retrasa sin razón el momento de desecharla. Será suficiente así aplicar métodos de arqueólogo y arrancar de unos pocos restos materiales ciertas conclusiones sobre el hombre que los tuvo.

Afortunadamente, para completar la lección el poeta ofrece en su

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obra varias relaciones de cosas10. "Un ejemplar de la primera edición de la Edda Islandorum de Snorri, impresa en Dinamarca. Los cinco tomos de Schopenhauer. Los dos tomos de las Odiseas de Chapman. Una espada que guerreó en el desierto. Un mate con un pie de serpientes que mi bisabuelo trajo de Lima. Un prisma de cristal..." más un largo etcétera que no perdona -uno diría, con el Leporello de Lorenzo da Ponte, "peí piacer di porle in lista"- cosas tan sutiles como "la memoria de una mañana", incluso "la voz de Macedonio Fernández"; tampoco faltan "varios cilindros de metal con diplomas" ni "la toga y el birrete de un doctorado" que reconocen los méritos de un superior intelecto. Todo este patrimonio material e inmaterial que Borges enumera al desvelarnos sus inútiles "Talismanes"11 abarca un variadísimo conjunto de trastos diferentes, entre...

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