Entornos y factores de la delincuencia juvenil o de menores

AutorCésar Herrero Herrero
Cargo del AutorProfesor de Derecho Penal y Criminología
  1. INTRODUCCIÓN

    No parece discutible afirmar que, para actuar de forma adecuada, sobre una realidad, se impone conocerla con el suficiente rigor. A ser posible, científicamente. ¿Y qué es conocer una cosa -un área de la realidad- cíentíficamente?

    La Filosofía clásica en una definición de ciencia que, a nuestro modo de ver, es totalmente válida para nuestros días, ha venido asegurando que ciencia es, precisamente, «cognitio rei per causas». Es decir, conocimiento etiológico de la realidad. Si el conocimiento alcanzase sus causas últimas, estaremos ante el saber filosófico. Si sus causas próximas, ante el saber de las ciencias empíricas, experimentales o, en su caso, de las llamadas ciencias de la cultura.1

    Entonces, si eso es así, es claro por qué, en un intento de conocer la delincuencia juvenil, es necesario hablar de causas, de sus causas. Es lo que nos proponemos hacer ahora. Y lo vamos a efectuar empezando por recordar, como punto de partida, algunos datos que ya han sido expuestos en el Capítulo precedente de este estudio.

    Pues bien, en tal capítulo se decía que la Criminología actual comparada nos viene advirtiendo que, desde hace ya varias décadas, la delincuencia de menores de 18 años no ha dejado de aumentar. Tanto es así que el volumen delincuencial atribuible a estos jóvenes «delincuentes», representa, de forma aproximada, el 10 al 15 por 100 de la criminalidad total.2

    Al ofrecer, sobre el particular, datos de algunas naciones extranjeras, próximas a nosotros, Francia, por ejemplo, se afirmaba que, según datos oficiales, u oficializados, entre 1960 y 1990, esta clase de delincuencia se habría aproximado a un aumento del 142 por 100. Que esta afirmación cabría hacerla teniendo en cuenta tanto estadísticas policiales como judiciales. Es decir, partiendo no sólo de la denominada delincuencia "aparente", "oficial" o "denunciada", sino también de la "legal". O lo que es lo mismo, de los supuestos juzgados y condenados.3 Recuérdese que se hacía, también, matizaciones a tales datos desde otros puntos de vista, críticos con las formas de exponer de esas estadísticas.

    En concepto de tendencia, se aplicaba, a España, un esquema semejante, pues la "media", en ella, de detenidos por año -por ejemplo, década 1983-1993-, en cuanto a menores de 18 años se refiere, había sido, según datos oficiales, de 30.500.4 Cifra que, por otra parte, no expresaría esta realidad delincuencial tal vez ni siquiera de forma aproximada, debido a la altísima «cifra negra» de la criminalidad operante en este ámbito. Cifra, ésta última, por lo demás, fundable, más bien, en meros indicios, ya que no existen trabajos complementarios, a gran escala, de las estadísticas oficiales. Porque es un hecho que, en nuestro país, no abundan, precisamente, las «encuestas de victimización" y los «informes de autorrevelación». Por lo que, al respecto, pudiera servir de referencia, cabe decir que, en el ámbito de la Criminología Comparada, autores extranjeros (Queloz... ) sirviéndose de tales medios de conocimiento, aseguran que estudios, llevados a cabo tanto en América del Norte como en países de Europa Occidental, ponen de manifiesto que la delincuencia autorrevelada, entre jóvenes de 12 a años, concierne, si bien de forma desigual, nada menos que al 80 por 100 de los encuestados. Mientras, la delincuencia aparente apunta al 10 por 100 y la delincuencia sancionada, al 5 por 100.5 Naturalmente, decíamos también allí, aunque estas cifras habrán de ser bien interpretadas y aquilatadas, que la delincuencia juvenil tiene que estimarse, en todo caso, como relevante dentro de la delincuencia global. Que ya no es aceptable considerarla como algo secundario, marginal o periférica.

    En cuanto a la fenomenología delictiva, afirmábamos, en el mismo lugar, que las figuras antisociales más frecuentes, dentro de esta criminalidad, son, para nuestra patria: el robo con fuerza en las cosas (que supone el 28 por 100, aproximadamente, de la misma), sustracción de vehículos de motor (16 por 100), hurtos (11 por 100), robos con intimidación (10 por 100), sustracciones en interior de vehículos (9 por 100) y delitos contra la libertad sexual (0,15 por 100). Entre estos últimos predomina la violación, llevada a cabo, a veces, en grupo. Delitos de atentado contra agentes de la autoridad y pequeño y mediano tráfico de estupefacientes (6,9 por 100). Produciéndose, aunque en número no excesivamente alarmante, delitos de lesiones y algunos delitos contra la vida.6

    Debe destacarse, asimismo, la comisión de los llamados delitos «callejeros», parte sobresaliente de la criminalidad urbana, que se especifican (lo decíamos asimismo allí) no tanto por la mayor o menor afinidad o semejanza de los bienes jurídicos agredidos, cuanto por la forma y modo de ser lesionados. Razón por la que se habla de «delitos callejeros» haciendo mención, a la vez, a delitos que, desde el punto de vista jurídico, tienen por objeto de protección bienes muy distintos: la vida, la integridad física, la libertad ambulatoria, la libertad sexual, la propiedad...

    Los delitos callejeros se identificarían, en efecto, por el marco espacial donde se producen, la alta dosis de violencia ejercitada sobre las cosas y, sobre todo, con relación a las personas, las características de las víctimas elegidas...

    No cabe olvidar tampoco, aquí, los «actos de vandalismo» o la realización, intencionalmente gratuita, de estragos materiales.7

    Dentro de esa actitud vandálica, decíamos -recuérdese- que cabía destacar el llamado «vandalismo lúdico», activado, frecuentemente, con ocasión de espectáculos deportivos. Sobre todo, en estadios de fútbol.8

    Se afirmaba también, en el Capitulo anterior, que el sujeto activo de los precedentes comportamientos y, en general, de la delincuencia juvenil es, prevalentemente, varón. Que la mujer (aún en su minoría de edad) interviene todavía escasamente, a pesar del incremento participativo sobrevenido en los últimos años, en esta actividad antisocial9. Que, en conformidad con lo dicho, la media de mujeres jóvenes detenidas en los últimos años en España, por ejemplo, ronda, de forma aproximada, el 9 por 100 del total de menores detenidos.10

    En fin, se mencionaba, asimismo, como nota a destacar, dentro de este espacio delictivo, la progresiva precocidad del menor en la iniciación de su carrera criminosa. Y se aseguraba, del mismo modo, que parece que, entre tales detenidos, consumirían drogas un altísimo número de ellos. De éstos, la mayor parte, varones. Si bien, las hembras estarían uniéndose a este consumo con intensa celeridad.11

  2. LOS FACTORES DE ESTA DELlNCUENCIA. TEORÍAS EXPLICATIVAS

    Pues bien. Ante el fenómeno descrito en dicho Capítulo y recordado somera y sintéticamente, en el presente, damos un paso más y nos preguntamos: ¿Cuáles son los factores que están entonces en la base de este delinquir?

    Los estudiosos de estas cuestiones (sociólogos, criminólogos, psicólogos y demás cultivadores de las ciencias de la conducta) han acudido a diversidad de esquemas etiológicos para tratar de encajar, en los mismos, el origen de la delincuencia en general. En la actualidad se acude (y voy a referirme a las que considero esenciales) a teorías psicobiológicas, psicomorales (formuladoras de la hipótesis de la personalidad criminal en acepción actualizada), psicosociales o interaccionistas, teorías del conflicto, teorías crítico-criminológicas...

    Vamos a ofrecer, a continuación, una breve visión de cada una de ellas. En capítulos posteriores, de este mismo estudio, iremos examinándolas desde un punto de vista complemetario con el actual. Dicho esto, decimos sobre las mismas:

    1º Teorías psicobiológicas

    Siguiendo a estas teorías, se pretende situar el origen del paso al acto criminoso en la existencia de una pluralidad héterogénea de factores, de carácter genético, psicobiológico, psicofisiológico... que, incidiendo, de forma aislada, o en convergencia, en el individuo afectado, le impulsan, con mayor o menor fuerza, a la acción antisocial. En este plano estarían los supuestos de excesos de agresividad mal encauzada y orientada, o procedente de estados patológicos y, por ello, difíciles o imposibles de controlar. En consecuencia, suelen desembocar en violencia, factor predisponente del acto antisocial. (A. Adler, O. Kinberg... ). Aquí entrarían, asimismo, los casos de anomalías genéticas (malformación, repetición de grupos cromosomáticos..., concebidas conforme a la descripción de autores como JACOBS)...

    Especial referencia merece, dentro de estas corrientes explicativas, la concepción hereditaria o constitucionalista de H. J. EYSENCK, que concibe al delincuente como poseedor de dos tipos de rasgos, conectados con el sistema nervioso. El primero, representado por un componente emocional, que hace a las personas ser fuertemente extrovertidas (Neuroticismo). El segundo, caracterizado por la dificultad o ausencia de capacidad, de dar respuesta condiconada a los estímulos. En virtud de ello, la persona afectada ha de enfrentarse a grandes obstáculos para poder interiorizar pautas de comportamiento adaptado.

    2º Teorías psicomorales

    A la luz de las teorías psicomorales, la delincuencia (o el delincuente como desencadenante de la misma) sería reflejo de la configuración, en él, activada por elementos biofisiológicos, psicológicos, sociológicos, morales o, por lo que es más probable, por la convergencia, en distinto grado, de todos estos factores de una personalidad delincuencial. Personalidad estructurada a partir de un conjunto de radicales o características fundamentales, vertebradoras de la misma, operantes en grado superior a la media, y expresivas, por su tendencia, de valores contrarios a los de la comunidad. Estas radicales estarían representadas, sustancialmente, por el egocentrismo, la labilidad afectiva, la agresividad (negativa) y la indiferencia afectiva. Las tres primeras "radicales" neutralizarían los frenos inhibitorios frente a las pulsiones antisociales de la persona...

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