Editorial: El síndrome del abogado

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De todos es sabido que las vicisitudes de la vida moderna arrojan –en comparación con tiempos pasados– una pesada carga de preocupaciones e inquietudes, un sentimiento latente de intranquilidad y una angustia vital que va minando mente y cuerpo lenta, pero incesantemente, semejante al significado del antiguo adagio latino gutta cavat lapidem, como una gota de agua que inexorablemente acaba horadando la dura superficie de la piedra.

Este conjunto de angustias e inquietudes se ha denominado por la literatura médica con el matemático nombre de estrés, resultando de inmediata acogida en la conciencia colectiva y que podría definirse en sentido lato como una incapacidad personal pare el control de las circunstancias inherentes a la existencia del ser humano.

En nuestro colectivo, el nivel de stress resulta desmesurado y, en ocasiones, fatal. Todos conocemos algún caso concreto de compañeros y compañeras que han resultado afectados por tan letal acompañante, en ocasiones con consecuencias mortales. Y que no se piense que estas afirmaciones son desmedidas o exageradas, puesto que incluso se podría hablar ya de una subespecie de estrés, que los profesionales de la medicina han dado en nombrar con el epónimo del síndrome del abogado.

Si se duda de todo lo que venimos refiriendo, no hay más que solicitar...

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