Documentos relevantes de Martín de Garay durante la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz

AutorNuria Alonso Garcés
Páginas515-577

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El lento proceso de transición entre el Antiguo y Nuevo Régimen iniciado en el siglo XVIII, fruto de la entrada en España del pensamiento ilustrado, comenzó a contemplar la transformación jurídica, política, fiscal, económica y social del Estado, todo ello basándose en la conservación de las leyes fundamentales. Pero a principios del XIX, aprovechando el vacío de poder generado por la ausencia del rey y las abdicaciones de Bayona, en medio del país ocupado por una potencia extranjera, un grupo de hombres entre los cuales algunos no han sido valorados lo suficiente y otros han permanecido en el más absoluto anonimato, dieron pasos trascendentales para que se produjera el salto a los nuevos tiempos, para que acabase el periodo reformista y se iniciase el camino de la transformación de la sociedad y las instituciones. Porque antes de las Cortes de Cádiz y de la Constitución de 1812 alguien hizo posible su reunión y quienes lo hicieron en el seno de la Junta Central tuvieron que superar inmensos obstáculos. Debían luchar contra sus propios compañeros de diferente ideología, contra el peso de las tradiciones y el estamento privilegiado, que se revolvía ante todo lo que supusiera la pérdida de sus prerrogativas, contra la ignorancia de una población con amplios índices de analfabetismo dominada por nobles y clero, pero también contra los propios reformistas ilustrados que se mantenían rígidos en la idea de la permanencia de las viejas estructuras del Antiguo Régimen.

Al mismo tiempo había que hacer frente a una guerra, en la cual el adversario contaba con el ejército más poderoso y efectivo de Europa ante el que habían claudicado ya las grandes potencias, dirigido por un magnífico estratega como era Napoleón Bonaparte. Y para ello se contaba con un ejército mal estructurado y con múltiples deficiencias. Para complicar todavía más las cosas el panorama económico era descorazonador, la población en regresión, la agricultura y la industria destruidas y el comercio paralizado por la guerra.

Pues bien, el gobierno de la Junta Central - o mejor, algunos de sus componentes- fue capaz de surcar lo que parecía irrealizable, dejar preparada una convocatoria de cortes que por vez primera en España se reunían en una sola cámara sin respetar el estamento privilegiado, unas cortes diferentes a las tradicionales, que iban a crear la primera constitución de signo liberal de este país.

El paso del tiempo no aportó la justicia debida. Víctima del desprestigio emitido por la propaganda de quienes no admitían cambio alguno en la monarquía absoluta- aunque también del crisol ideológico de sus excesivos componentes- así como de los fracasos militares -que no pueden en modo alguno achacarse exclusivamente a ella - la Junta Central quedó en el olvido para siempre sin que se reconociese que desde allí se hizo posible el cambio. Ni tan siquiera las Cortes de Cádiz, ante quienes reivindicaron su actuación y por las cuales lucharon hasta la autodisolución del gobierno, fueron capaces de

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reconocer aquel esfuerzo. Solo recientemente algunas voces se han alzado en su defensa como la de Moreno Alonso al sostener que el nacimiento de la nueva nación se gestó en la Sevilla de la Junta Central antes que en el Cádiz de las Cortes,1 si bien historiadores como Gabriel H. Lovett reconocían en la década de los 70 del pasado siglo su mérito:

Si se consideran las dificultades inmensas en medio de las que se vio envuelta, los triunfos que cosechó, su gestión sosteniendo la resistencia organizada durante un período de tiempo tan dilatado en buena parte de España, hay que juzgarla como un verdadero milagro. Al final, el lastre que supusieron las derrotas militares continuas y las disensiones internas, tanto en sus propias filas como en sus relaciones con otras fuerzas políticas, se revelaron excesivas para la índole de su temporalidad en el poder2

Uno de los miembros de la Junta Central que luchó por la transformación y modernización de su país fue Martín de Garay, secretario general y de Estado y miembro de la Comisión de Cortes en aquel gobierno entre 1808 y 1810. El hallazgo de sus documentos, ocultos durante 200 años, ha permitido conocer su decisivo papel en el tránsito entre la monarquía absoluta y los tiempos modernos. Sus múltiples informes, la correspondencia con los embajadores, ministros, espías, o amigos, a los que contaba la difícil situación en el Cádiz sitiado por los franceses, etc. permite acercarnos de un modo más veraz a aquel pasado en el que se gestó el fin del Antiguo Régimen

Aunque siempre se sintió y actuó como aragonés Martín de Garay no nació en Aragón sino en el Puerto de Santa María, Cádiz, en enero de 1771, donde su padre, capitán de Caballería, se hallaba destinado acompañado de su esposa Sebastiana Perales3. Vivió su infancia entre la Almunia de doña Godina y Zaragoza, ciudad donde inició sus estudios. De tradición familiar castrense, su padre le envió a la Escuela de Cadetes de Ocaña, pero al clausurarse ésta sus alumnos se incorporaron al Seminario de Nobles en Madrid4. Allí conoció el pensamiento ilusTPtrado y se sintió atraído por la economía política. Al terminar se incorporó, como sus antepasados, a la carrera militar, la cual abandonó tras haber visto caer malherido a su padre en la guerra del Rosellón. Se integró entonces en la administración pública; fue contador del ejército de Aragón, de Valencia y más tarde intendente de Murcia y de Extremadura. El contacto con un sistema contributivo caótico e injusto le concienció ya entonces de la necesidad de emprender una transformación fiscal que de un modo semejante al modelo operado en Aragón eliminase los privilegios del pago al Erario Público. Años después Fernando VII le presionó para que ocupase el ministerio de Hacienda y pese al régimen absoluto emprendió una reforma de Hacienda de signo liberal que ha sido considerada base del sistema tributario moderno.5

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Tras la firma del tratado de Fontainebleau pasó a Portugal acompañando al ejército combinado franco español pero cuando Junot emitió la proclama por la cual el territorio portugués se hallaba bajo la completa jurisdicción francesa, las tropas españolas traspasaron la frontera y Garay regresaba a Extremadura. Martín, como el resto de sus contemporáneos, contemplaba perplejo los acontecimientos que se sucedían a una velocidad vertiginosa: el motín de Aranjuez, el apresamiento de Godoy la abdicación de Carlos IV y la proclamación de Fernando VII, el paso de la familia real a Bayona y las inquietantes renuncias. Como comentaba al entonces su amigo -aunque pronto acérrimo enemigo- el conde de Montijo6, con ocasión de darle el pésame por la muerte de su madre, no podía creer que la intención de Napoleón fuese ocupar España, y auguraba una furiosa resistencia. Las misivas despiden la incertidumbre en la que se hallaban los españoles durante aquellos días de primavera de 1808.

• 18 de abril,1808. Logroño7

Eugenio [ Conde de Montijo ] a Martín de Garay

Querido Amigo:

Llegué tarde y hallé solamente el cadáver de mi madre que había expirado la noche antes a las 10. Los franceses, que impiden pasen particulares en posta ( por lo que no pude venir en ella ), el tiempo que era intolerable de vientos fríos, la aspereza de las sierras que no permitían andar de noche y mi salud, que con el pesar y un resfriado que tenía estaba débil, todo se conjuró contra mí y aumentó mi desgracia y mi pesar.

La amaba como a madre y como amiga, y como consejera y como sabia, y como la única en la situación actual que con su influencia, saber y autoridad, podrá acabar la felicidad de la nación.8

Todo, todo, lo perdí. Solo me encuentro casi en el universo. La idea de la amistad me sostiene, pero estoy tan lejos...La situación de los negocios políticos empeora y no veo más que males.

Bonaparte llegó a Bayona el 15, el Infante don Carlos está allí con sarampión. ¡Qué desatino haber entrado en Francia! Bonaparte no parece viene, y pide a don Manuel Godoy. El rey se vuelve desairado y sin venganza.

Hasta mañana no puedo saber más ni cuándo volveré a Madrid. Escríbame vm. allí y hágame el favor de averiguar de don Roque Fernández si el administrador del Montijo envió los 4.000 reales a Lugo al de Lisboa y a vm.

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los 7.500. Haga vm. lo que le digo y enviarle a decir al administrador del Montijo de mi parte, que no le escribo porque me es imposible, que me escriba a Madrid si podrá él ir allá por un mes, pues me será útil.

Abur, amigo, serlo vm. mío, compadézcame y ame como a vm...

• 26 de abril, 1808.[Badajoz]9 Martín de Garay al Conde de Montijo

Apreciable amigo:

Todo cuanto yo pudiera decir a vd. en las tristes circunstancias en que se halla lo tiene obligación el sentimiento que vd. manifiesta y que yo ya suponía, es justo y natural y lo es tanto, que en las naciones cuyo estado se aproxima más a la naturaleza, el amor a los padres alcanza hasta a sus huesos descarnados. Cuando los europeos quisieron atraer a sus colonias septentrionales a los salvajes del contorno, no dieron más razón para no abandonar sus rústicos que hallarse en ellos enterrados los huesos de sus padres. Sienta pues, amigo mío, sienta vd. su pérdida, yo no lo extraño. Solo el hombre corrompido con el mortífero veneno de las pasiones mira estos golpes con indiferencia y acaso con placer. No vd. ni yo, pero este sentimiento tenga también los límites que la naturaleza le prescribe.

Justo es en golpe tal desconsuelo, mas pon los ojos en los de la madre coronada en el cielo y en regocijo santo se tornará tu llama.

El día en que yo conocí a vd. hacía un mes que yo había tenido igual pérdida10. El ánimo había padecido de tal mPanera que la máquina se hallaba todavía resentida, mas no obstante y aunque el sentimiento moral es todavía el mismo y así será mientras yo tenga memoria, la religión, la [?][?] adorable y necesaria ley que nos llama sin cesar a otro vivir, calmó los sentimientos que ya solo podrán ser hijos de la irreflexión, y...

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