Direcciones múltiples. Algunos recorridos por el pensamiento de Benjamin

AutorVíctor Lenarduzzi
Páginas100-111

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I

¿Cómo podemos abordar una obra tan abierta, diversa y compleja como la de Walter Benjamin? ¿Existe un camino principal o hay múltiples entradas? ¿Qué hacer con las múltiples pistas, citas e ideas a las que nos remite y que forman parte de sus diálogos, polémicas y expectativas?

Quizá la tarea sea demasiada, incluso imposible, si se pretende dar cuenta del conjunto. La obra de un autor no sólo está atravesada por el ensamble de textos que ha construido sino que, además, una vez que sus ideas han comenzado a circular por diferentes traducciones, interpretaciones, usos y fragmentaciones, todas estas operaciones de lectura terminan tomando parte de la propia historia de nuestra relación con ese autor. Eduardo Subirats, en la «Introducción» de Para una crítica de la violencia, se refiere a una forma de «recepción blanda» de la obra de Benjamin, con efectos que dan lugar a efectos «estetizantes». La crítica argentina Beatriz Sarlo ha propuesto «olvidar a Benjamin», un tanto preocupada por el abuso en los usos de categorías -por ejemplo, la figura del flâneur- forzadas y llevadas al análisis de realidades que poco tienen que ver con los contextos para los que se formularon. Sin embargo, tal vez esto muestra que la historia de nuestras lecturas suele estar hecha de fragmentos, blanduras y atajos, aunque también de durezas y obsesiones. Las objeciones que recién mencionábamos, efectivamente, son atendibles, porque no todas las lecturas son iguales. Pero densas o superficiales también van sedimentando un conjunto de «efectos de lectura», con los que polemizar, acordar, disentir...

La relación de Benjamin con los miembros del Instituto de Investigación Social de Frankfurt -particularmente con Adorno- también ha generado diferentes interpretaciones. Desde la versión casi melodramática de un Benjamin maltratado al extremo hasta la construcción de una figura excéntrica ocupada en temas menos serios e importantes, detalles y fragmentos. ¿Pensador marxista? Sin dudas una figura del marxismo del siglo XX. Pero si bien la relación con el materialismo histórico constituye un núcleo fuerte para referirse a Benjamin, a la vez, puede resultar una mirada parcial que desconoce otras matrices filosóficas y estéticas. ¿Por qué no pensador místico? ¿O filósofo surrealista? Probablemente, un complejo entrelazamiento entre todas estas posibilidades, aunque no todas en un lugar equivalente.

Asumo momentáneamente la primera persona para explicitar de alguna manera el lugar desde el que escribo. Un lugar de lector, no de especialista, de Walter Benjamin. Este contacto se inicia porque parte de sus textos están incluidos entre las lecturas que constituyen parte del «repertorio clásico», en mi campo de formación, de las llamadas «teorías de la comunicación». Desde hace unos quince años trabajo con lecturas de Benjamin con colegas y estudiantes, tanto en relación a la comunicación como en torno a problemas estéticos. Dentro de estas actividades y otras vinculadas a la investigación escribí sobre la Escuela de Frankfurt, he rastreado algunos trayectos de la recepción de Benjamin, Marcuse, Adorno y Horkheimer en el contexto latinoamericano y, además, busqué inspiración en

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algunas ideas de estos autores para pensar algunos trayectos de la historia intelectual del campo comunicacional en América Latina. Así, este trayecto ha contado con la presencia de Benjamin en diferentes formas -desde la curiosidad a la búsqueda sistemática. No es el «lugar ideal» desde el cual escribir, es simplemente un lugar.

Benjamin consideraba que la mejor manera de conocer una ciudad era perderse en ella, como puede suceder en un bosque, y quizá esta lógica de paseo urbano sea una buena forma de acceso a Benjamin, internarse y perderse en su obra, ensayar recorridos, retroceder, dar rodeos, detenerse... Ese camino nos lleva por lugares espaciados, atajos, zonas oscuras y mágicas, lugares tenebrosos, nos despierta la curiosidad de lo que se descubrirá al doblar en la próxima esquina. El recorrido que vamos a intentar -algo arbitrario, ciertamente- por la geografía benjaminiana tiene que ver con la búsqueda de sus variadas reflexiones sobre la «experiencia», un concepto que atraviesa mucho de la obra del autor, pero también una idea discontinua, que no se mantiene como un núcleo fijo de las reflexiones, sino que se reelabora en cruces y nuevos horizontes que se van descubriendo. Reflexiones, podría decirse, que en Benjamin no tienen dirección única, sino diversos puntos de cruce y fuga.

II

Ante la multiplicidad de opciones, elegimos un primer camino. En 1933 Benjamin publicó «Experiencia y pobreza» donde recuperaba una fábula en la que un anciano antes de morir legaba a sus hijos un tesoro oculto en su viñedo; sólo era cuestión de excavar y encontrarlo. Los hijos no encontraron el tesoro excavando sino cuando, llegado el otoño, «el viñedo era ya el más productivo de todo el país. Y, entonces, los hijos comprendieron que su padre les había legado una experiencia: la riqueza no está en el oro, sino en el esfuerzo. [...] Ahí estaba muy claro qué representaba la experiencia: los mayores se la daban a los jóvenes» (W. Benjamin, 2007: 216-217).1Benjamin se pregunta entonces que ha pasado con todo eso -el tema, por ejemplo, aparece también en «El narrador» (1936)-, si acaso es posible encontrar a alguien que sea capaz de narrar bien, de articular un buen relato, y que una generación le entregue esa sabiduría a la siguiente. Lo que constata es que hemos llegado a un punto en el que la experiencia no cotiza a valores altos. La incapacidad para articular un relato tenía quizá el más fuerte testimonio en «la gente que volvía enmudecida del frente» cuando había atravesado una de las más terribles experiencias entre 1914 y 1918.2También consideraba el autor que una situación de miseria había caído sobre los hombres con el despliegue de la técnica. Y continúa interrogando: «¿qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella? [...] Pues sí, admitámoslo; esta pobreza de experiencia es pobreza, pero lo es no sólo de experiencias privadas, sino de experiencias de la humanidad» (ídem: 218). Benjamin se refiere en esta reflexión a muchas de sus inquietudes que van desde los cambios de la sensibilidad hasta sus inquietudes sobre el destino de la humanidad. Lo escribe en un momento crucial donde el fascismo ya aparece en el horizonte que llevaría a Europa a vivir «tiempos de oscuridad» que Benjamin no llegó a ver disipados.

La experiencia, y de modo especial el orden de lo sensible, han tendido a quedar descalificados o inferiorizados en la tradición del pensamiento occidental, en su meta de

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alcanzar la pureza de las ideas, separadas de la vida. De ahí la desvalorización de la experiencia, del cuerpo, de la sensibilidad.3En sus escritos de juventud Benjamin ya se había detenido en la experiencia, en especial, vinculada a lo generacional, a la contraposición que los jóvenes tienen frente al mundo adulto. En 1913, bajo el seudónimo de Ardor publica «Experiencia» y se refiere a la lucha de la juventud «contra un enmascarado». La máscara del adulto se llama «experiencia». Siempre igual, inexpresiva, impenetrable. Este adulto ya lo ha vivido todo: la juventud, los ideales, las esperanzas, la mujer. Y todo era una ilusión. [...] El filisteo le habla de esa experiencia gris, poderosísima, y le enseña al joven a reírse cuanto antes de sí mismo. Y esto sobre todo porque experimentar sin espíritu es cómodo, aunque inútil» (ídem: 54 y 56). Además de la experiencia generacional de los jóvenes también aparecerá más tarde la experiencia infantil en Berlín en los parques, la escuela, los juegos; una memoria -muchos dirían proustiana- de las vivencias de la infancia hacia finales del siglo XIX. Se trata, como gran parte de los textos de Benjamin, de escritos «bellos», con una clara dimensión poética que ha sido señalada por Hannah Arendt: el «pensar poéticamente» al que se refirió la autora, quizá era un modo de resistir a los compartimentos que la cosificación impuso al mundo del espíritu. De hecho, Benjamin veía también cierto componente «mágico» en el lenguaje y lo piensa en relación a una facultad mimética: «Si tal lectura a partir de las estrellas, las coincidencias o las vísceras fue en los primeros tiempos de la humanidad la lectura considerada en cuanto tal, y si además había intermediarios con una nueva lectura (tal como sucede con las runas), podemos supone que ese talento mimético, que antes fue fundamento de la clarividencia, se fue desarrollando a lo largo de varios milenios en dirección al lenguaje y la escritura, y así creó en ellos el más perfecto archivo de semejanzas no sensoriales. De este modo, el lenguaje sería el uso supremo de la facultad mimética: un medio al que las capacidades anteriores de percepción de lo semejante han pasado de forma tan completa que ahora el lenguaje representa el medio directo, como antes sin duda sucedía, en el espíritu del sacer-dote o del vidente, sino en sus esencias, en las sustancias fugaces y sutiles, en fin, sus aromas. En otras palabras: la escritura y el lenguaje son aquello a lo que la clarividencia le ha cedido su viejas fuerzas en el curso de la historia» (ídem: 212).4Existía en Benjamin la inquietud por desplazarse de las miradas que reducen la experiencia y la sensibilidad. «Sobre el programa de la filosofía futura», una serie de reflexiones escritas hacia 1918, apuntan que la meta central de la filosofía sería «descubrir o crear un concepto de conocimiento que, mientras simultáneamente y en forma excluyente refiere al concepto de conocimiento a la conciencia trascendental, haga posible no sólo la experiencia mecánica, sino también la experiencia religiosa. No se pretende decir de ello que ha de lograrse el conocimiento de Dios, pero sí que ha de hacerse posible su experiencia y la teoría que a él se refiere»...

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