Diálogos sobre derecho indiano entre altamira y levene en los años cuarenta

AutorVíctor Tau Anzoátegui
Páginas369-389

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La peculiaridad de estos diálogos

Cada disciplina reconoce tradiciones y estilos, criterios y metas, impresas por la acción de sus cultivadores más salientes. Estos liderazgos fijan contornos y orientaciones, al indicar métodos y temas de investigación, que se imponen intelectualmente a discípulos y otros estudiosos. Los liderazgos se forjan a través de consensos científicos, ideológicos y personales. El conocimiento de estas cuestiones sirve no sólo para determinar el estado actual de una disciplina, sino también para estimular su renovación.

Es con este propósito que ofrezco una mirada retrospectiva sobre un momento significativo en la consolidación de una disciplina histórico-jurídica que ha alcanzado notorio despliegue en el último medio siglo: la Historia del Derecho indiano. Cabe centrar la atención, en la década de 1940, en torno a las dos cabezas visibles de una especialidad que aún no tenía constituido un núcleo intelectual propio, con vitalidad metodológica, organización institucional y decenas de cultivadores. Fueron Rafael Altamira (1866-1951) y Ricardo Levene (1885-1959) quienes dieron los cimientos al futuro desarrollo. Por entonces así también lo percibía José M. Ots Capdequi: «La labor historiográfica de Levene represen-Page 370ta en América algo de tan alta significación como la alcanzada en España por la obra americanista del maestro Altamira»1.

Las trayectorias del uno y el otro son distintas, si bien en ambos era antigua la preocupación por el Derecho indiano. Durante ese decenio diversos factores determinaron una convergencia de sus intereses intelectuales que permitieron dejar establecidas algunas bases sobre las cuales se apoyará el futuro desenvolvimiento de la disciplina.

Al empezar la década Altamira tenía setenta y cuatro años. Se había jubilado como catedrático de Historia de las Instituciones Civiles y Políticas de América en el doctorado de la Universidad Central de Madrid. En esa cátedra se había gestado un clima de estudio del Derecho indiano, del cual participaban jóvenes doctorandos españoles e hispanoamericanos. De allí surgieron los principales discípulos de Altamira. La inclinación del maestro hacia estos estudios se remonta a los tiempos de su extenso viaje a América en 1909 y a la creación de la cátedra en 1914. Sin embargo, su producción personal en este orden permanecía en su mayor parte, sobre el comienzo de la década, inédita o en proceso de elaboración. La dilatada actuación como juez de la Corte Internacional de La Haya le había absorbido mucho tiempo. De tal modo, después de la jubilación universitaria de 1936 y una vez clausuradas las actividades del Tribunal de La Haya, al producirse la invasión alemana a Holanda, tuvo lugar la etapa más productiva de redacción y publicación del copioso material de trabajo acumulado a lo largo de muchos años. La tarea se desenvolvió en medio de las angustias de la guerra europea y de la posguerra civil española, residiendo primero en Bayona, pasando luego a Lisboa y desde fines de 1944 radicándose en México. Esta etapa se prolonga, con energía vital y tensión intelectual, hasta su muerte en 1951 a los ochenta y cinco años de edad 2.

Levene tenía cincuenta y cinco años al comenzar aquella década, veinte menos que Altamira. Era entonces personaje principal de la cultura histórica en la Argentina, destacándose por su labor docente en cátedras universitarias de Historia, Derecho y Sociología y por su acción directiva en la Universidad de La Plata -de la que había sido decano y presidente- y en la Academia Nacional de la His-Page 371toria, que presidía. Atendía con preocupación y diligencia desde la presidencia de entidades oficiales constituidas a ese efecto, cuestiones tales como la enseñanza de la historia argentina y americana y la preservación del patrimonio histórico. Dirigía y participaba en obras de conjunto sobre historia argentina y americana. Entre sus logros personales anteriores luce la Introducción a la Historia del Derecho Indiano, publicada en 1924, primer peldaño de una ordenación disciplinaria que tuvo favorable acogida entre los estudiosos del mundo hispano, más allá de los estudiantes universitarios, primeros destinatarios del libro. Los años cuarenta nos muestran que la historia jurídica, y dentro de ésta, el Derecho indiano adquirió mayor espacio en la dedicación de Levene. La creación del Instituto de Historia del Derecho en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires en 1936 -muy activo en las décadas siguientes- es hecho determinante en esa dirección organizada de los estudios y la publicación de la Historia del Derecho Argentino, en once volúmenes entre 1945 y 1958, refleja la mencionada consagración. Esta se intensifica a medida que Levene, por diversos factores que no es posible detallar aquí, abandona otras labores directivas de la cultura histórica y convierte a nuestra disciplina en principal meta intelectual. Son los años en que empieza a delinearse lo que denominamos, en nuestro ámbito, la Escuela de Levene3.

Según parece, Altamira y Levene no se conocieron personalmente. La única posibilidad de que ello ocurriera pudo ser la presencia de Levene en las disertaciones de Altamira en Buenos Aires y La Plata en 1909 o en algún otro acto celebrado durante la estadía de cuatro meses del maestro español en suelo argentino. No quedan evidencias de este encuentro, y ellos nunca aludieron a esta eventual circunstancia. La genuina vinculación y amistad nació algunos años después por correspondencia e intercambio de publicaciones 4. Hubo sí varios intentos de Levene y deseos de Altamira por concretar otro viaje a la Argentina -incluso para residir aquí como exiliado- en 1937 o 1938, 1942, 1945 y 1950.

Si bien no hubo diálogo personal directo, en cambio, fue vivísimo el que se entabló a través de la correspondencia y de otros escritos con recíprocas referencias. Resalto el sentido de la palabra diálogo -que constituye el eje articulador de estas páginas- en su plenitud. El diálogo entre quienes cultivan una misma ciencia o arte es un necesario auxiliar de la labor intelectual, que alcanza poder incitativo, que actúa como instrumento de reflexión, que afirma o revisa criterios y puntos de vista. El diálogo exige una mutua disposición para confrontar ideas en busca de nuevos frutos. Supone pues la consideración del "otro" en el cultivo delPage 372 saber común y este aprecio suele ser más determinante que las edades de los interlocutores.

Los diálogos tienen su peculiaridad, con estilo y tensión intelectual propios. Son especialmente trascendentes aquellos que, yendo más allá de sus interlocutores, abren nuevas sendas de estudio. Esto es precisamente lo que ocurre con el que protagonizaron Altamira y Levene. Cabezas de una disciplina aun informe, se muestran abiertos a la comunicación. Pese a la fuerte personalidad que los caracteriza, saben convivir y advierten que, atraídos por su iniciativa, surgen a su amparo discípulos y vislumbran la afirmación de la disciplina. En fin, ambos se reconocen envueltos en «un paralelismo intelectual».

Los diálogos acusan coincidencias sustanciales de temas y enfoques. Los interlocutores prefieren no exacerbar los matices y las diferencias que asoman. En ese sentido se detectan recíprocos y sugestivos silencios. Los asuntos políticos e ideológicos, en plena ebullición en esa década, no son abordados. La ausencia de tono crítico, si bien disminuye la tensión intelectual, ayuda a estrechar lazos de conocimiento y de simpatía personal, que abrazarán también a sus discípulos, creando una comunidad de estudiosos de la disciplina.

Para componer estos diálogos he acudido a diversa documentación impresa y manuscrita. Su eje principal está constituido por la correspondencia que, durante esos años, entablaron ambos maestros. Hasta ahora solo conocemos de modo parcial ese epistolario que se conserva en el archivo particular de Levene. Mientras es apreciable la cantidad de cartas de Altamira, en cambio, salvo alguna excepción, no hay copia de las escritas por el mismo Levene5. Aún así es posible observar la vivacidad, frecuencia y nutrido intercambio informativo que caracteriza a este epistolario. No se exponen en estas piezas, comentarios o ideas sustanciales relativos a temas de la disciplina, pero sí muchas referencias a trabajos, proyectos y ansiedades en el orden intelectual. Inundan esos textos las recíprocas demostraciones de simpatía y amistad, con algunas confesiones o expansiones. Al «querido Levene» que suele emplear Altamira se contrapone el «muy estimado y recordado maestro», usado por Levene, que patentiza esa diferencia generacional que, en cambio, no domina el desarrollo de los diálogos.

Los libros, monografías y notas de cada uno de ellos ofrecen material sustantivo para animar estas «conversaciones». Acudo a los mismos sin apartarme delPage 373 objeto concreto de estas páginas: resaltar esos diálogos en función de la consolidación disciplinaria. De ahí que me limitaré a apuntar sucintamente algunos temas significativos, en los cuales convergen sus intereses científicos, sin la pretensión de ahondar, en esta ocasión, en orientaciones metodológicas y desarrollos temáticos 6.

Discípulos y proyectos organizativos

Los diálogos entre Altamira y Levene no se hilvanan en soledad sino que aparecen enriquecidos y prolongados por los discípulos que los rodean. Del lado de Altamira asoman principalmente José M. Ots Capdequí, Javier Malagón Barceló, Silvio Zavala y Juan Manzano. Del lado de Levene, se destaca inicialmente Sigfrido Radaelli con su aporte en la formación del Instituto y en la serie de publicaciones, pero fue decisiva a mediados de la década la incorporación de dos figuras, primeros...

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