Los derechos del niño como derechos humanos

AutorMichael Freeman
Cargo del AutorUniversity College London, U.K.
Páginas241-256

Page 241

Llevo largo tiempo impresionado, y desanimado, por como en libros y artículos sobre derechos humanos raramente encuentro una defensa de los derechos del niño. Incluso los que, como Ronald Dworkin, proclaman la necesidad de tomarse los derechos en serio, son curiosamente mudos, incluso ambiguos, cuando se trata de los niños.

Hay más atención a los derechos de los animales, incluso a los derechos de ríos y rocas, que a los derechos de los niños. Los defensores de los derechos de los niños tienden a ser marginados o aislados.

Donde hay una discusión filosófica seria sobre los derechos del niño, en general tiene el propósito de demoler la creencia en el valor de los derechos de los niños. El trabajo de Onora O'Neill es un temprano ejemplo de esto: el trabajo de Michael King y los ensayos de una reciente recopilación editada por David Archard y Colin Macleod de James Griffin, Harry Brighouse, Samantha Brennan y Barbara Arneil son ejemplos posteriores de lo que supongo debo llamar, aunque me duela hacerlo, como la "nueva ortodoxia". Ninguno de estos críticos son malevolentes hacia los niños: un grupo marginal lunático puede defender el castigo corporal de los niños, pero ellos no. No se encontrarán defensas del maltrato a niños, o de la tortura o prisión sin juicio de niños. Incluso los críticos de los derechos de los niños quieren lo mejor para los niños, o lo mejor tal como ellos lo ven. Pero no piensan que esto pueda lograrse por una agenda de derechos, por, como lo he expresado en otra parte, remedando a Dworkin "tomando en serio los derechos de los niños".

En The Alchemy of Race and Rights escribe Patricia Williams:

"Para los históricamente marginados, la concesión de derechos es un símbolo de todos los aspectos negados de su humanidad: los derechos implican un respeto que coloca a cada uno en el ámbito referencial de sí mismo y los demás, que eleva el status de cada uno de cuerpo humano a ser social".

Ella escribe también sobre "el derecho a esperar urbanidad de los demás". Como es evidente desde el título de su libro, no está escribiendo sobre los niños -no figuran en su argumentación- sino sobre los afroamericanos y las mujeres. Pero lo que dice es también bastante pertinente en otros contextos, especialmente sostendré que para los niños (pero también los analfabetos, los enfermos mentales y los ancianos). Hay incisivas críticas a cargo de los Critical Page 242 Legal Scholars y otros de este énfasis en la importancia de los derechos -esto puede remontarse tan lejos como hasta el famoso ensayo de Marx "Sobre la cuestión judía"- pero, como ha señalado Robert Williams, en un ensayo abogando por "tomar los derechos agresivamente", esto puede reflejar la ceguera hacia la posición privilegiada desde la que desarrollan sus argumentos.

Es verdad que los derechos pueden ser un instrumento disciplinario -o como mínimo potencialmente disciplinario. El movimiento temprano de los derechos del niño- habla el lenguaje de los derechos pero se refiere exclusivamente al bienestar -puede verse como un mecanismo para ampliar el poder del Estado tanto sobre los niños como sus cuidadores. Pero no tiene por que funcionar de esta manera. No debemos olvidar la importancia de tener derechos donde los derechos son moneda corriente. Los derechos pueden atomizarse: los comunitarios retroceden con horror ante esto. Pero, como escribe Patricia Williams: "Para mí, las relaciones extraño-extraño son mejores que extraño-cosa".

Este lenguaje es más apropiado para los niños que, por mucho tiempo, han sido poco más que una propiedad. El hijo sacrificable está en la raíz de dos de las grandes religiones del mundo. Está en la épica clásica como la Eneida, los dramas de Shakespeare (Hamlet, Cuento de invierno), en Dombey e hijo de Dickens y muchos otros. Las disputas por la custodia fueron frecuentemente -y siguen siendo- indecorosas disputas sobre posesiones. Hasta recientemente en Inglaterra (como en otras partes estoy seguro) el derecho paterno de un padre intachable debía tener prioridad sobre las consideraciones sobre el bienestar de un hijo. Es antes de mediados de los años 1970 cuando el derecho del llamado padre "intachable" -o más bien su mito- fue finalmente abandonado.

En Inglaterra la sentencia Gillick a mediados de los 80 es vista con frecuencia como una línea divisoria. Esta reconoce que "el derecho paterno cede al derecho del hijo a tomar sus propias decisiones cuando alcanza un entendimiento e inteligencia capaz de formar su propia opinión sobre el tema que requiere decisión". Pero la sentencia impresionó y también ofendió: se organizó una campaña nacional "para proteger la familia de las interferencias de la burocracia". La opinión popular apoyaba los derechos de los padres, y Gillick los había socavado. La subsiguiente retirada de Gillick no debería sorprender, incluso a los imbuídos de la interpretación whig de la historia, para los que la detención del progreso es inexplicable.

Los derechos paternos están vivos y bien puede verse en las muchas resoluciones que limitan Gillick, y en causas relativas a tratamiento médico de niños tales como Re T en el que en efecto los padres fueron autorizados a revocar un juicio médico y negarse a un tratamiento experimental. Una buena y Page 243 reciente ilustración de los litigios planteados por padres en que los hijos parecen ser poco más que objetos es el caso Williamson. Los padres alegaron que sus derechos humanos eran violados por la legislación que quitaba a las escuelas la libertad de infligir castigo corporal a los niños. Los padres eran cristianos que querían asegurar que sus hijos fuesen educados de acuerdo con sus convicciones religiosas. La discusión se planteó todo el tiempo como algo entre el Estado -su derecho a prohibir el castigo corporal en las escuelas- y los padres (y profesores). Los niños no estaban representados: sus puntos de vista no fueron conocidos o solicitados. Es posible que, adoctrinados como estaban, estuvieran de acuerdo con sus padres. Pero esta no es la cuestión: más trascendente es el impacto potencial sobre los niños como categoría. Los tribunales fallaron contra los padres (y profesores). Pero si no lo hubieran hecho así, los niños estarían una vez más expuestos a ser golpeados en la escuela, o como mínimo sometidos a esta amenaza, para defender los derechos humanos de los adultos. Es significativo que el Estado no argumentara en este caso que el castigo corporal implica necesariamente una violación de algunos de los derechos de los niños. Naturalmente, lo hace, como revelaria una rápida ojeada al artículo 19 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. En una sentencia impresionante la baronesa Hale proclamó:

"Este es, y ha sido siempre, un caso sobre los niños, sus derechos y los derechos de sus padres y profesores. Hasta ahora no ha habido aquí nadie...que hable en nombre de los niños. La batalla se ha librado en un campo elegido por los adultos".

Su fallo es "por consideración a los niños". En lugar de centrarse, como se esperaba de los tribunales en, "si las creencias de los padres y profesores necesitaban protección", debería haber examinado, como mínimo adicionalmente, los derechos de los niños. Si hubiera sido posible argumentar este caso desde una perspectiva de los derechos del niño, se habría presentado muy diferente. El resultado -los padres y profesores perdieron -habría sido el mismo: el razonamiento se habría concentrado en temas muy diferentes, y, por supuesto, más importantes.

Que no hay que ser un fundamentalista cristiano para ver a los niños como carentes de derechos está magníficamente ilustrado en un artículo publicado en el diario The Guardian en Inglaterra cuando yo estaba redactadando esta comunicación. Con decir que está redactado por la fundadora de "Justicia para las Mujeres" está todo dicho. Que fuera publicado en un influyente diario liberal dice mucho sobre como son percibidos todavía los niños. Si este artículo se hubiera centrado sobre las mujeres o los musulmanes hubiera habido protestas. El razonamiento de Bindel es que las vacaciones escolares deberían re- Page 244 ducirse (a la mitad) porque la presencia de niños en su espacio -calles, paseos, museos, transporte público, restaurantes- le ofende. Un extracto de su diatriba ilustrará su virulencia:

"Vivo en una zona donde los chicos son aficionados a almorzar en los restaurantes finos, pero yo estaba aquí antes de que esto se convirtiese en Nappy Valley [el Valle de los Pañales]...Parece no haber escape este verano. Ken Livingstone [el alcalde de Londres] ha facilitado a estos pequeños monstruos el seguirme alrededor de Londres dando viajes de autobús gratis a los escolares... Están en los museos cuando menos les esperas".

Este artículo provocó una respuesta, incluyendo la pregunta

"¿Por qué, cuando el racismo y la homofobia públicas no son ya aceptados, es permisible intentar privar a los jovenes de sus derechos humanos?"

He recordado lo que dijo el tribunal en el caso Dred Scott sobre que los esclavos "eran inferiores hasta ahora, que no tenían derechos porque el hombre blanco omitía respetarlos". Esto lo ha comprendido Hannah Arendt. Escribiendo en Los orígenes del Totalitarismo, y hablando del Holocausto, observó que antes de que los nazis empezasen a exterminar a los judíos les privaron de todo status legal. "El tema es", escribe, "que se creó una condición de total privación de...

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