El derecho a la identidad

AutorBlanca Gómez Bengoechea
Páginas27-100

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I Introducción

En este primer capítulo asentaremos las bases o presupuestos necesarios para poder iniciar y desarrollar una investigación sobre el derecho a la identidad y la filiación en el ámbito del Derecho Comparado y el Derecho Internacional Privado.

Así, a lo largo del mismo realizaremos, en primer lugar, un breve análisis del concepto de identidad, los factores que forman parte de la misma, entre los que ocupa un lugar importante la filiación, y la importancia que su adecuada formación y su desarrollo tienen para el ser humano.

A continuación nos referiremos a la importancia psicológica que tiene para las personas el conocimiento del origen biológico y las consecuencias que puede tener el secreto, cuestión especialmente relevante en los casos de adopción y aplicación de técnicas de reproducción asistida con intervención de donante, a los que dedicaremos especial atención.

Nos detendremos después en el examen del reconocimiento legal que tiene el derecho a la identidad, tanto en el ámbito internacional como en Derecho Comparado y en Derecho Español, y en el tipo de protección que recibe en los distintos ordenamientos jurídicos, analizando, especialmente, su presencia

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en los textos constitucionales y su categorización o no como derecho fundamental.

Por último, en la última parte de este capítulo, y justificando el enfoque internacional de nuestra investigación, aportaremos datos que muestren la relevancia del elemento transnacional en las cuestiones relacionadas con la identidad, especialmente con la biológica y, por tanto, con la filiación.

De esta manera pretendemos mostrar que el conocimiento del propio origen biológico es una cuestión importante para las personas, que la necesidad de desarrollar una identidad propia y conocer el propio origen no son cuestiones ajenas al Derecho y a lo jurídico, y que el enfoque internacional es el único posible para analizar esta cuestión en los tiempos que vivimos.

II Fundamentos psicológicos del derecho a la identidad
1. Introducción

Aunque la identidad «oficial» o «administrativa» existe o es reconocida de alguna forma desde hace mucho tiempo, y se fundamenta en las estadísticas y censos de población que hicieron los gobiernos europeos desde finales del siglo XVII, la identidad personal, tal y como la entendemos en nuestros días es un concepto más reciente, y adquiere importancia únicamente a partir de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de los años 50 la idea de que todos necesitamos tener y desarrollar una identidad propia empieza a formar parte del pensamiento de los publicistas y los investigadores de mercado, especialmente en Estados Unidos, y a principios de los 60 el concepto de «identidad», aunque vago, estaba firmemente asentado en gran parte del pensamiento académico y profesional. Los cambios políticos y culturales de los años sesenta lo llevaron a una posición aún mas preeminente y pasó a formar parte del vocabulario de gran parte de grupos y causas, incluyendo a feministas, gays, «black militants», campañas para la reforma de prisiones e instituciones de salud mental, etc., difundiéndose de tal manera que, en la actualidad se ha convertido en parte del lenguaje popular habi-

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tual1. Por último, el auge de la psicología en nuestra cultura, terminó de dar contenido y relevancia a este concepto, convirtiéndose en uno de los aspectos básicos del estudio de la persona, su desarrollo y su salud mental.

La identidad, desde una perspectiva psicológica, es una cuestión difícil de definir teóricamente y con múltiples dimensiones, significados y funciones. Tiene que ver con cómo la persona responde a la triple pregunta de quién soy yo, de dónde vengo y a dónde voy.

ERIK ERIKSON, psicólogo psicoanalista, propuso en los años sesenta una teoría sobre el desarrollo evolutivo de la identidad que ha jugado un papel especialmente importante en el estudio y la popularización de este concepto. Este autor define la identidad como «la habilidad para experimentarse a uno mismo como algo que tiene continuidad y consonancia y de actuar en consecuencia»2. Según su teoría, desarrollar una identidad personal adecuada implica ser consciente de uno mismo como alguien separado y distinto de los demás, en una experiencia de continuidad con el pasado, desde un presente con sentido y con una perspectiva de futuro, a través de los cambios personales, físicos y psicológicos, y los cambios contextuales y de función social que se dan a lo largo del tiempo3.

Otros autores han construido nuevas definiciones que, básicamente, integran los aspectos básicos que se detallan a continuación4:

A) El concepto de uno mismo

La identidad, en primer lugar, está formada por la percepción más o menos estable que la persona tiene de sí misma y de las cualidades, los defectos y los recursos que le son particulares como alguien único y diferente de todos las de-

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más. Un autoconcepto global que caracteriza a la persona en todos los ámbitos de su desarrollo como tal (físico, intelectual, afectivo, sexual, relacional...) y que no sólo está formado por la autopercepción del sujeto en un momento dado, sino que es el resultado de las relaciones únicas y las experiencias que esa persona ha tenido durante su crecimiento, que serán absolutamente personales, y distintas incluso en el caso de dos individuos pertenecientes a una misma familia5. Estas relaciones y experiencias se inician en el contexto familiar pero se van extendiendo a sectores sociales más amplios a medida que el sujeto va creciendo y ampliando sus relaciones con el entorno6. En este sentido, la experiencia que el individuo tiene del mundo exterior y de cómo es visto por los demás —especialmente por las personas cercanas más significativas— condicionará fuertemente la concepción que tenga de sí mismo y la formación de su identidad7.

B) El conocimiento del propio lugar en el entorno social

Es la vertiente social de la identidad. Todo individuo, en virtud de sus características personales, cumple con distintos roles en el entorno social a través de su historia (hijo, hermano, marido, padre, amigo, trabajador, ciudadano...) y forma parte de un determinado grupo social (según su raza, su ocupación, género, religión, nacionalidad...), de manera que esos roles y grupos sociales también determinan y caracterizan quién es y cómo es. Este proceso implica identificarse con las personas que le rodean, ser consciente de lo que se tiene en común con los otros y compartir con ellos experiencias, desarrollando sentimientos de pertenencia a diversos grupos en función de lo que se comparte con ellos. De este modo, tener una identidad propia es también ser capaz de relacionarse con los demás no sólo desde lo que te diferencia sino desde lo que te iguala a otros (nacionalidad, religión, lengua, cultura, raza, etc.)8. Este componen-

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te de la identidad ayuda a conocer la posición que uno tiene con respecto a los otros, el lugar del individuo concreto en la sociedad, y las expectativas que los demás depositan sobre ella.

C) La conciencia de ser uno mismo y el mismo a través del tiempo

Uno de los aspectos centrales de la identidad es el desarrollo de la conciencia de que uno es uno mismo y siempre el mismo a través de los múltiples cambios físicos, psíquicos, relacionales y contextuales que se viven a lo largo de la vida. Este sentimiento de continuidad es posible gracias a la creación de una estructura narrativa que permita integrar las distintas experiencias de la vida como pertenecientes a uno mismo y organizarlas con sentido. Es necesario que esta conciencia combine estabilidad y dinamismo, que incorpore las nuevas experiencias en una narración continua y con sentido sobre la vida de la propia persona. Al ser las relaciones y experiencias personales parte importante de la identidad personal, ésta no es estática sino que evoluciona desde el nacimiento hasta la vejez, y su desarrollo es especialmente importante durante la adolescencia, momento en el cual los cambios físicos y cognitivos y las expectativas que éstos generan socialmente empujan a la persona a revisar su historia para proyectarse en el futuro9.

D) El sentimiento de uno mismo como ser valioso

La identidad no es una característica estrictamente cognitiva sino que tiene una dimensión valorativa y emocional, de manera que puede ser positiva o negativa. En palabras de Erikson, una identidad sana o positiva incluiría «un sentimiento de estar a gusto en el propio cuerpo, un sentimiento de »saber a dónde se va« y una seguridad interior relativa a que será uno reconocido y estimado por aquellos que tienen importancia para uno »10.

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E) El sentimiento de ser capaz de dirigirse a uno mismo

El sentimiento de identidad también está formado por la dirección, el propósito y el significado que uno le da a su propia historia y a su futuro. El sentido de la vida, la congruencia en la narración de la propia vida y de las características, potencialidades y roles con las aspiraciones, deseos y objetivos, en definitiva, le aporta al sujeto un sentimiento de «saber a dónde va»11.

Dado el carácter multifacético de la identidad que acabamos de...

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