El declive de la violencia y el proceso de modernización en la España de la Restauración (1885-1918)

AutorGutmaro Gómez Bravo
CargoProfesor Contratado Doctor. Universidad Complutense de Madrid
Páginas313-356

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Introducción

La mayor parte de los estudios sobre la evolución de la violencia y la criminalidad en Europa señalan un profundo descenso a lo largo del siglo xix. El modelo de explicación de este descenso parte de una periodización progresiva en función de distintos factores de «modernización» que se fueron consolidando en el norte de Europa desde la Reforma, especialmente la presencia del Estado y de la economía urbana. Este largo proceso de cambio social también implicaría el lento afianzamiento de un sistema judicial que, en un sentido amplio, se significaría dentro de la consolidación de una esfera pública moderna. Su configuración llevaría aparejada un descenso notable de los enfrentamientos físicos entre personas para solucionar conflictos, de acuerdo, también, a un mayor autocontrol individual en el que se disuelve lentamente la agresividad colectiva a favor de la mediación pública 1.

Este proceso, conocido generalmente como el del declive de la violencia, ha sido interpretado de varias maneras desde la vinculación que hiciera Max Weber entre el grado de modernización de una sociedad, su nivel de implantación de una realidad estatal compleja y buro-Page 314cratizada y sus distintas formas de violencia. Según la interpretación que hiciera el sociólogo Norbert Elias, este descenso de las agresiones se activa de forma paralela al proceso de civilización iniciado en la Europa industrial y sobre todo, desde la intensificación del Estado moderno. Sin embargo, esta lectura ha derivado en ocasiones a dejar fuera del análisis a prácticamente a toda la esfera no protestante, y especialmente a la Europa mediterránea de la que se acaba resaltando sus rasgos delictivos como clave de una sociedad atrasada y violenta2.

La sobredimensión de los rasgos violentos de las habitantes de las regiones de Europa meridional, ya aparece en los estudios filológicos y literarios de finales del siglo xix descritos por Said y muchos otros. En ellos se sitúa tanto lo exótico como la barbarie en los márgenes de la civilización, fuera de la idea de Europa. En el caso de la imagen violenta de los españoles no hay que esperar al desarrollo del colonialismo. Desde la guerra de la Independencia, con la identificación de las guerrillas como una red de malhechores, surge el mito romántico, de viriles bandidos y mujeres pasionales. Sobre esa deformación de lo exótico se construyen gran parte de los imaginarios nacionales centroeuropeos. De hecho al terminar el siglo xix, la criminología ya había elevado mucho más la frontera entre el norte y el sur de Europa a través de los estudios evolutivos de los caracteres de los criminales natos y su distribución geográfica3.

El auge de las teorías degenerativas puras no duró mucho tiempo, pues fueron respondidas desde distintos ámbitos con enfoques más socioeconómicos a la hora de determinar la naturaleza del delito y sus causas. A pesar de ello desde entonces no han cesado de surgir teorías y marcos explicativos que relacionaban el atraso y subdesarrollo del sur de Europa con una tendencia natural al ocio o la vagancia, cuando no a la delincuencia y el contrabando. Lo que nos interesa aquí es que las denominadas teorías de la modernización también han contribuido a perpetuar esa imagen. Basadas en la transformación de los hábitos de la criminalidad, estas teorías han contribuido al dibujo de estos mapas mentales despreciativos, sobre unos marcos delictivos totalmente desfigurados. No es de extrañar ya que la mayoría de estos autores atribuían la «profesionalización» de la violencia, al progresivo desarrollo y grado de civilización de las sociedades, la imposición y afianzamiento de determinados valores como la propiedad, la religión,Page 315la industrialización, o el intenso grado de urbanización, frente a un sur atrasado, pobre y supersticioso4.

Con el paso del tiempo el modelo civilizatorio ha sido matizado en todos aquellos casos donde un Estado modernizador y con vocación social no logra implantarse hasta bien entrado el siglo xx. Las fases de descenso y normalización del delito descritas en el proceso de modernización no coinciden allí donde las reformas sociales no alcanzaron continuidad ni apoyo económico y, en definitiva, donde no hubo industrialización plena ni posteriormente se desarrolló una legislación social efectiva. En España, el reformismo en la Restauración abordó la cuestión social a través de ciertas medidas como la Ley de Asociaciones de 1887, el seguro de accidentes laborales en 1900, la creación del Instituto de Reformas Sociales en 1903 o la Ley de Huelgas de 1909. Medidas que no consiguen desactivar una aguda problemática social en la que se enquistaba la pobreza y el subdesarrollo agrario, mientras los mercados laborales seguían sin ser regulados o ajustados a la nueva demanda urbana5.

Lejos de reducirse por las mejoras sociales, por el contrario, en determinadas zonas de la Europa meridional, se inicia un ciclo de criminalización fuerte de distintos sectores que pasan a ser marginales, basado en la penalización y el aumento de los controles formales6. Esta lógica del monopolio estatal de la violencia avanza ciertamente, pero sin embargo, también hay que tener en cuenta que en otro sentido se está produciendo un desplazamiento hacia una violencia menor, en un proceso que se activa simultáneamente en distintos contextos (campo-ciudad, industria-servicios, hogar-trabajo, calle-ocio) donde la presión de las relaciones sociales salta en varias direcciones. La represión de la violencia popular, como ya sugiriera Roger Chartier, no se produjo exclusivamente por vía de la imposición directa y de los controles formales, sino dentro de un proceso de integración cultural mucho más amplio7. La alfabetización, la progresiva escolarizaciónPage 316y el lento asentamiento de una cultura escrita, no suponen la rápida supresión del papel de la violencia en las representaciones populares. Muy al contrario, la violencia puede ser una manifestación de resistencia al cambio como un fenómeno precursor del mismo. El origen del cambio o del declive de la violencia, por tanto, debe buscarse en la interacción de las transformaciones sociales y culturales, así como en su papel en la mediación de conflictos.

En el contexto de una sociedad agraria como la española en el tiempo de la Restauración, no se aprecian cambios tan significativos como para cifrar un desajuste en la producción de delitos violentos. Hay una serie de indicadores de afianzamiento de una nueva realidad estatal y de varios procesos de reforma, de lo administrativo, lo penal y lo penitenciario, por ejemplo, pero este descenso en cierto tipo de delitos con una fuerte carga de violencia física o simbólica, no es en ningún caso el fruto exclusivo de una acción estatal o institucional8.

1. 1 La violencia interpersonal

La anatomía de los actos violentos ha sido considerada como la mejor y más expresiva muestra de las tensiones en las sociedades premodernas. Aunque en los últimos tiempos su relectura se haga para apoyar conceptos de cambio y comportamientos de trasgresión, el uso de armas blancas y de fuego, las lesiones, el homicidio, el asesinato y otros actos violentos se sucedieron cotidianamente en el tránsito a la sociedad contemporánea. Una violencia, la interpersonal, que sigue un ritmo claramente marcado por la resolución de las rivalidades locales, vecinales y familiares. Un mundo que se enfrenta a un lento proceso de aculturación legal, marcado por la codificación y la centralización estatal y otros procesos que de forma desigual se extienden prácticamente por toda Europa.

La historia de la violencia hunde sus raíces en una cultura que destaca la fuerza como símbolo del poder y del prestigio social. Basada en la perpetuación del peso del honor que exige una reparación inmediata de los agravios y no acepta mediación u arbitraje legal alguno, mantiene vivo el principio de representación social más visible en las comunidades locales. Sin embargo, el progresivo afianzamiento del Estado contemporáneo activa un proceso de control del orden público decidido a erradicar esas prácticas y a consolidar el monopolio estatalPage 317de la fuerza a toda costa. Todo ello se manifiesta en el conjunto de los delitos y en la violencia. A lo largo del siglo xix puede advertirse un descenso en los homicidios y en los delitos violentos prácticamente generalizado en toda Europa. Sin embargo, en la Europa del Sur no lo hicieron con firmeza hasta el primer tercio del siglo xx, manteniendo, eso sí, prácticamente idénticos los mismos tipos de delitos violentos que un siglo atrás. En ese contexto y en el del conjunto de Audiencias españolas, se inserta el proceso particular aquí estudiado, el del declive de la violencia y el proceso de modernización en España. En el territorio de las antiguas Audiencias, la tasa de homicidios siguió siendo muy alta hasta prácticamente 1918, con registros superiores a la media europea. Habría que esperar a 1920 para que se produzca un descenso notable de los delitos violentos, que proporcionalmente será mucho más intenso y rápido que el reproducido a nivel europeo9.

Además de su evolución, los distintos tipos de delitos muestran una simultaneidad de la violencia que sirve para entender cómo la España de la Restauración se aproxima a una conflictividad cada vez más aguda y diversa. Así...

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