La cultura política y democrática del voluntariado social

AutorJuan Sebastián Fernández Prados
Páginas27-44

El voluntariado social en el contexto de la sociedad civil

La sociedad civil se ha convertido en un concepto recurrente en escritos de teóricos de las ciencias sociales, políticas y de todos aquellos que quieran interpretar los cambios culturales que se están produciendo en la actualidad. De este modo, ha servido tanto para interpretar las profundas transformaciones que se han venido produciendo en los países del Este y satélites de la antigua Unión Soviética, como las transiciones de gobiernos y estados autocráticos hacia regímenes democráticos en Latinoamérica y en otras regiones del globo1.

En las sociedades occidentales, el papel desempeñado por la sociedad civil ha sido fundamentalmente considerarse el contexto más adecuado para entender las nuevas formas de participación política y social. Los nuevos movimientos sociales en sus diferentes versiones, desde los años sesenta, como ecologistas, pacifistas hasta la actualidad más vinculados a tareas de atención social y al desarrollo de los países más empobrecidos, encuadrados ahora con la categoría de organizaciones no gubernamentales representan la dimensión más formalizada y organizada, dinámica y participativa de la sociedad civil, que ha vuelto a revitalizar la vida pública y la ciudadanía. En este sentido se ha presentando habitualmente a la sociedad civil vinculada íntimamente a las ONG y organizaciones solidarias, dando a entender que el retorno, emergencia, revitalización, resurrección, resurgimiento, renacimiento, reconstrucción, consolidación, primacía y auge de aquélla es fruto del aumento de organizaciones voluntarias y del voluntariado.

Así, la sociedad civil se convierte el concepto clave, a su vez, para comprender las entidades de voluntariado y para situarlas en el espacio o lugar adecuado desde donde interpretarlas. Las distintas propuestas y modelos de sociedad civil que han aparecido en el debate contemporáneo han girado en torno a la polémica de los límites de ésta; Víctor Pérez-Díaz2, ha sistematizando los modelos de sociedad civil en tres versiones. La caracterización de cada una de ellas parte del modelo que divide la sociedad en tres grandes sectores (económico, político y social) a los cuales vienen asociados, respectivamente, instituciones socio-políticas, socio-económicas y movimientos sociales o asociaciones; además, lo completa la esfera pública o lugar de debate y participación en las sociedades contemporáneas. La exclusión o inclusión de los distintos componentes institucionales en la sociedad civil ofrece como resultado tres versiones o modelos diferenciados en su concepción y límites: amplia, reducida y restringida:

- Versión amplia (modelo generalista):

Incluye en la sociedad civil todas las instituciones de carácter social, político y económico, que se generan en la esfera pública, en el Mercado o como fruto del imperio de la ley y de la existencia de la autoridad (Gellner, 1996, 1998; Pérez-Díaz 1996, 1997).

- Versión reducida (modelo dicotómico):

Incluye en la sociedad civil sólo a aquellos actores sociales no gubernamentales, es decir, tanto los elementos del mercado económico como las asociaciones y organizaciones sociales que participan en la esfera pública (Keane, 1988, 1992; Giner, 1996).

- Versión restringida (modelo de las tres partes o sectores): Excluye todos aquellos elementos gubernamentales y del mercado económico, reduciendo la sociedad civil al tejido asociativo de carácter voluntario y a los movimientos sociales (Arato, 1996; Cortina, 1994).

La cuestión sobre los límites y contenidos institucionales de la sociedad civil no representa una pregunta baladí, dado que nos ayudará a saber de lo que estamos hablando realmente, y a desvelar, en algunos casos, detrás de una definición y análisis determinado, la propuesta ideológica y política sobre las funciones que debe cumplir, el significado e importancia que posee y el proyecto sociopolítico que deseamos diseñar desde esta categoría social3. De ahí, se infiere que el uso, aplicación y designación de términos de orden partidista o provenientes de determinadas ideologías (liberal, neo-liberal, marxista, socialista, revisionista...) sean frecuentes en la aclaración y delimitación de un concepto, obligadamente, político. En definitiva, la sociedad civil surge como el concepto ineludible para situar determinados fenómenos e iniciativas sociales en su espacio o esfera más adecuada, y para comprender los valores y la cultura de los mismos.

La elección que hemos hecho tras este sucinto recorrido contemporáneo por las distintas versiones y modelos de sociedad civil es por el tercero, que representa el defendido por Cohen y Arato, y que configuran una concepción tripartita de la sociedad y restringida de la sociedad civil.

A pesar de las diatribas lanzadas en contra de las tesis de los autores americanos con influencias Habermasianas, la opción por esta posición es ventajosa por tres razones: la primera, porque aciertan al optar por una versión restringida de la sociedad civil, con el marco adecuado para discernir toda la amalgama de iniciativas sociales (ONG, entidades de voluntariado y organizaciones del Tercer Sector) y diferenciarla claramente de las otras, que parten de los otros dos reinos o sectores, el político y el económico; la segunda, porque enmarcan adecuadamente a la sociedad civil asociándola con el Mundo de la Vida como escenario extenso desde el cual interpretar las interacciones comunicativas, integradoras y solidarias de ésta; y, por último, porque expresa, en su proyección política y utópica, la esperanza emancipatoria y liberadora de la sociedad civil, apoyándose y compatibilizándose con una revolución democrática y con un Estado de Bienestar (Cohen y Arato, 2000; Cohen, 1998: 36).

El voluntariado social en la punta de lanza del cambio sociopolítico

La cuestión actual sobre el cambio social gira en torno a la pregunta sobre si la modernidad ha concluido o no; y es en este punto donde comienzan las diferencias entre dos grandes corrientes de pensamiento contemporáneo. Para unos, los post-modernos, la modernidad ha llegado a su fin, para los otros, los modernos reflexivos, el proyecto ilustrado se encuentra en plena expansión y afianzamiento. Los sociólogos y pensadores más destacados situados en esta última perspectiva son fundamentalmente, por una parte, J. Habermas que ha censurado a los post-modernos por su neo-conservadurismo y ha subrayado que el proyecto de la modernidad todavía no ha llegado a su conclusión, y por otra, un conjunto de científicos sociales entre los que destacan Giddens y Beck que niegan el cambio social revolucionario propugnado por los post-modernos, apostando por apuntar una nueva etapa de la modernidad que denominan como reflexiva.

Las cuestiones abiertas, por tanto, en este debate serían básicamente tres:

- ¿Existe realmente un cambio radical o no en el orden social y cultural?

- ¿Cuál es la vinculación entre los cambios sociales y culturales, es decir, entre el desarrollo económico y las transformaciones en el mundo de las ideas y los valores?

- ¿Cuál es la dirección que están tomando estas transformaciones?

A la primera cuestión, la respuesta tendría que andar entre la tipología de los cambios sociales según si su impacto en la estructura social fuera revolucionario o no, o dicho de otro modo, si subvierte radicalmente las instancias sociales provocando una crisis socio-cultural, o tendremos que valorarlo más como una evolución lógica y superficial de aspectos parciales e institucionales de la sociedad. El siguiente interrogante, nos plantea el clásico debate sobre la relación, influencia o determinismo entre la infra-estructura y super-estructura. Y en último lugar, pero no menos interesante es la apuesta por un ejercicio de prognosis social que sólo tiene sentido si responde a un profundo trabajo intelectual y empírico.

Las tres preguntas tienen una posible respuesta en los planteamientos de R. Inglehart que culminan la tradición de los estudios de G. Almond y S. Verba sobre la «cultura cívica» (Almond y Verba, 1970; Almond, 1998) y trasladan al ámbito sociológico los trabajos de A. Maslow sobre la «jerarquía de necesidades» (Maslow, 1964, 1991). Asimismo, las tesis de Inglehart están fundamentadas empíricamente, ya que informan y concluyen sobre la base de los estudios y encuestas administradas a lo largo de dos décadas en todo el mundo sobre el cambio cultural de valores y de cultura política4.

Sobre estos antecedentes teóricos como vectores más influyentes en su obra y sobre sus propios esfuerzos intelectuales y de investigación, Inglehart construye sus respuestas a las cuestiones anteriormente planteadas en torno al cambio social. A la pregunta de si nos encontramos o no ante una nueva fase de la cultura, el autor responde con el título de su obra más conocida y de mayor impacto, The Silent Revolution (La revolución silenciosa); dicho de otro modo, sí está ocurriendo una transformación estructural y cultural, pero ésta es progresiva, generacional y silenciosa. En segundo lugar, las vinculaciones complejas entre desarrollo socio-económico y cambio socio-cultural se han explicado tradicionalmente desde el marco teórico de la modernización que establecía entre ellos relaciones causales unidireccionales y deterministas.

Resuelve la cuestión sustentando el cambio cultural en el desarrollo tecnológico y económico de las sociedades occidentales pero, que llegado a cierto punto, afirma Inglehart, la autonomía del ámbito cultural e incluso la influencia, que no determinismo, de éste sobre las estructuras socio-económicas. Por último, responde a la tercera cuestión afirmando que las sociedades contemporáneas caminan hacia una sociedad post-materialista.

En primer lugar, esto significa que en el plano individual se está cambiando hacia valores cada vez más post-materialistas como la auto-expresión y calidad de vida y hacia un aumento de habilidades que permiten la mayor participación en política. En segundo lugar, en el plano del sistema social el incremento en los niveles de desarrollo económico, cultural y educativo están reforzando aún más el cambio cultural y de valores (Ingle- hart, 1991, 1998).

El voluntariado social como un nuevo movimiento social

La revitalización de la sociedad civil y el cambio cultural y de valores han servido de doble marco para situar el tema objeto de nuestra investigación, y que no es otro que acercarse a la cultura política y a los valores de esa porción de la sociedad civil que representan las asociaciones de voluntariado, no lucrativas, no gubernamentales o también llamadas solidarias.

Los autores fundamentales para desarrollar los dos escenarios teóricos que se han expuesto hasta ahora han sido por una parte, Cohen y Arato, siempre inspirados en Habermas, que han defendido una versión restringida y una valoración potencialmente positiva de la sociedad civil, y por otra parte, Ingle-hart que ha demostrado un cambio cultural en el aumento de las habilidades cognitivas y en una tendencia hacia valores post-materialistas. Tanto unos y otro, concluyen y concretan en los nuevos movimientos sociales (NMS), por un lado, la dimensión dinámica y potencialmente positiva de la sociedad civil, y por otro lado, el reflejo motivacional y la consecuencia lógica del cambio cultural y de valores; cada uno ejemplifica sus tesis deteniéndose en el análisis pormenorizado del movimiento feminista, los primeros (Cohen, 1983, 1985; Cohen y Arato, 2000), y en el movimiento ecologista, el segundo (Inglehart, 1991, 1992).

Las consideraciones e importancia concedida a los nuevos movimientos sociales por parte de Cohen y Arato para señalar el sector más dinámico de la sociedad civil, y por Ingle-hart para ejemplificar y vincularlos al cambio cultural y a los valores post-materialistas, nos obliga a acercarnos a su definición y caracterización general, aunque sea brevemente.

Se podría señalar un listado importante de aspectos donde de una manera u otra encontramos diferencias significativas entre los «viejos» movimientos sociales y los NMS y, por consiguiente, los rasgos definitorios de estos últimos. En síntesis, destacamos como característica distintiva socio-cultural el modelo de sociedad post-industrial donde surgen los NMS, y aspectos diferenciadores socio-institucionales que presentan los modos de actuar no-convencionales y de organización menos centralizada e informal de los NMS.

Si aplicamos una por una las características de los NMS, podemos concluir que las organizaciones de voluntarios poseen todos los rasgos señalados y, por tanto, podemos situarlas perfectamente dentro de aquellos.

El desarrollo y la explosión del voluntariado y de sus organizaciones son el resultado de la llegada de la sociedad post-industrial, en el sentido de que la coincidencia en su crecimiento ha estado acompañada de este nuevo marco y modelo social5. Aunque, si bien es cierto que el voluntariado existió en otros momentos históricos del pasado, la generalización y la determinación del concepto es relativamente reciente6. El voluntariado moderno nace con el tiempo liberado en la sociedad de la información y del ocio, que se sustancia en una racionalidad que no es estrictamente económica (García Roca, 1994: 31).

Otra razón se refiere a la denominación aplicada a aquellos participantes en los NMS y que en bastantes ocasiones es la de voluntario, contraponiéndolos en muchos casos al de militante que está afiliado a movimientos sociales tradicionales. El voluntariado ha sido formalmente el denominador común sin el cual, los NMS como ecologistas y pacifistas, no hubieran podido desarrollar sus estrategias y prácticas (Falcón, 1997: 9).

En este sentido, el voluntario nace de una opción libre como el militante, pero mientras que uno busca intereses particulares o generales, por mor de unos determinados valores e identidades, el otro persigue defender sus intereses, ideas y valores en el ámbito de la lucha política y la conquista del poder. Como señala J. R. Capella, la idea de militancia lleva aparejada otros conceptos como son la disciplina, auto-impuesta o impuesta desde fuera, la unidad, la jerarquía, la obediencia, el sacrificio y la entrega... Por esta razón, propone el modelo de trabajador voluntario, basado en la concepción de considerarse un asociado entre iguales, que pone en común con los demás su trabajo no retribuido, cuyo destinatario es la sociedad y cuya actividad es pública pero no estatal (Cfr. Zubero, 1996: 218-219).

Aún más importante que algunas características y cuestiones terminológicas, es la idea de que las organizaciones de voluntariado de bienestar social recogen, codifican y definitivamente institucionalizan la rica y compleja revolución de los NMS, completando e implementando el Estado de Bienestar Keynesiano en la ciudadanía. Dicho de otro modo, el fermento utópico y desmercantilizador de los NMS de los años sesenta ha sido el motor básico para la posibilidad y la existencia de este sector voluntario, tanto en su reciente incremento como en su cambio de orientación (Alonso, 1998).

La descripción del voluntariado social español en la encuesta mundial de valores española

Según la Encuesta Mundial de Valores de 1996 (EMV), el 15% de la población española reconocía estar asociada a organizaciones caritativas; del cual, el 47% se consideraba, además, miembro activo en dichas asociaciones. Esta pertenencia relativamente alta por parte de los españoles y esta baja implicación activa de los miembros en comparación con el resto de asociaciones, nos lleva a concluir, en términos del profesor Ruiz Olabuénaga, que estamos frente a una organización de «éxito ritual»: es decir, que tiene gran capacidad para favorecer la afiliación de las personas, pero poca para la implicación directa en sus actividades (Ruiz Olabuénaga, 1994).

El perfil sociodemográfico del colectivo de miembros de asociaciones caritativas que predominan apunta hacia una mujer; adulta o madura; casada; de ingresos, clase social y estudios medio-altos; con alto grado de religiosidad; ideología de centro derecha y derecha sobre-representada; y valores más post-materialistas que materialistas.

El perfil descrito en el párrafo anterior se acentúa si seleccionamos sólo a los miembros activos que como se puede observar son aún más mayoritariamente mujeres (58%), adultos (37%), casados (60%), estudios altos (34%), nacionalismo dual, es decir, tan españoles como nacionalistas (51%) y religiosos (79%), por un lado; y quedan sobre-representados en los ingresos medios-altos, en la clase social media-alta, en la ideología de centro-derecha y derecha, y en valores mixtos y post-materialistas, por otro lado (ver TABLA 1).

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Del análisis detenido del perfil de los miembros activos de asociaciones caritativas se puede observar que una gran parte de las variables se asemeja en su distribución y porcentaje a los resultados de las organizaciones de la Iglesia. Esta percepción se confirma cuando destaca sobre manera el número de personas que son miembros de una y otra organización. Así, casi el 80% de los que afirma pertenecer a organizaciones caritativas también lo está en movimientos de la Iglesia.

Tras analizar el perfil sociodemográfico, el estudio y análisis de la cultura política del voluntariado social nos ofrecerá otro aspecto poco estudiado desde el punto de vista empírico, ya que las investigaciones se han centrado especialmente en cuantificar y medir las dimensiones del fenómeno social que ha supuesto en los últimos años el crecimiento del voluntariado.

En este caso, tenemos la oportunidad de examinar a partir de los datos de la EMV en España algunas características de la cultura política y democrática del voluntariado social, puesto que, por una parte, el cuestionario recoge un número importante de preguntas relativas a estos temas y la submuestra de aquellas personas que afirmaron pertenecer activamente o no a asociaciones caritativas, es bastante significativo, 512 y 578 encuestados, respectivamente7. Con estas muestras vamos a trabajar, aunque no estén ponderadas para una inferencia a nivel estatal, el objetivo que pretendemos no es tanto obtener unos resultados para España como detectar algunas características globales o tendencias significativas en este colectivo perteneciente a organizaciones benéficas.

Análisis de las dimensiones e indicadores de la cultura política del voluntariado social

Las dimensiones de estudio de la cultura política aparecen de diferentes formas organizadas y de distintas maneras cuantificadas o enumeradas. Nuestra opción se reduce a señalar tres grandes dimensiones de la cultura política, habitualmente tratadas en la mayoría de los textos actuales y clásicos; y agrupar bajo ellas un subconjunto de preguntas aparecidas en el cuestionario de la EMV8.

La primera dimensión comprende el componente cognitivo o de preocupación, interés, actividad verbal que incita la opinión manifestada por los encuestados hacia la política. La segunda dimensión se centra en el aspecto afectivo o de la confianza que provoca algunas de las instituciones más importantes de la vida política: el gobierno de la nación, el parlamento y los partidos políticos. Por último, la dimensión conductual o comportamental se centra en las llamadas acciones políticas no-convencionales como son, por ejemplo, la firma de una petición, boicot, manifestaciones legales, huelgas ilegales y ocupar edificios (ver TABLA 2).

El análisis descriptivo de estas tres dimensiones a través de las medias resultantes en las once preguntas nos permite realizar diferentes consideraciones. Antes de comentar los resultados, habría que hacer una salvedad sobre el tratamiento de los datos, ya que se han respetado las opciones de respuesta en el cálculo de la media; es decir, se han conservado los valores de las diferentes variables. De esta manera, se ha señalado la horquilla de opciones, desde 1 que representa la mayor frecuencia, mejor valoración, la más alta importancia o ha hecho hasta 3 ó 4 que indica la menor frecuencia, valoración, importancia o que nunca ha realizado en el caso de las acciones políticas.

Existen diferencias entre no miembros y miembros tanto activos como los que no lo son en la mayoría de los ítem; fundamentalmente en los que se refieren a la dimensión cognitiva y conductual. Las diferencias que podemos encontrar entre miembros activos y no miembros en las acciones políticas no convencionales aparecen tan sólo en aquellos comportamientos que se sujetan a una cierta legalidad (firmas y manifestaciones), frente a aquellas otras acciones con connotaciones de ilegalidad donde no encontramos ninguna variación. Mientras, en la dimensión afectiva, que trataba de la confianza en las instituciones políticas más importantes, las medias son prácticamente iguales en las tres categorías de vinculación a entidades caritativas.

La tabla o cuadro resumen logrado nos facilita la comparación de cada una de las dimensiones; detectando de nuevo y, en primer lugar, el aumento progresivo en las dimensiones cognitiva y conductual de las categorías de no miembro a miembro no activo y activo.

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En segundo lugar, existen diferencias entre los distintos índices solo entre aquellos que pertenecen a asociaciones comportándose del siguiente modo; destaca el índice cognitivo siguiéndole el conductual para relegarse en última posición el afectivo. En tercer lugar, centrados en las dimensiones cognitiva y conductual que ofrecen un comportamiento distinto entre los miembros de organizaciones caritativas y los que no lo son, observamos que las diferencias entre ellos aumentan.

La conclusión más relevante que podemos destacar del análisis de la cultura política a través de estas tres dimensiones es que, la participación en asociaciones benéficas o caritativas aumenta los niveles de preocupación por la política (dimensión cognitiva) y participación en acciones políticas no-convencionales (dimensión conductual) pero no en una mayor valoración o confianza en las instituciones políticas (dimensión afectiva). Este rasgo de la cultura política de los miembros de organizaciones caritativas se completa con el aumento de la incongruencia entre los índices cognitivo y conductual.

¿Cómo cabe interpretar dichos resultados?, ¿Cómo es posible que a personas asociadas, movilizadas cognitivamente por la política, y activas en acciones políticamente no convencionales, no les acompañe una mejor valoración de la democracia y una mayor confianza en las instituciones políticas que la sustentan? Otro interrogante que queda en el aire tras el análisis de la cultura política es cómo explicar o comprender el aumento del diferencial entre la dimensión cognitiva y conductual entre los miembros activos de las organizaciones benéficas o caritativas.

Hemos realizado semejante análisis de la cultura democrática centrándonos en dos dimensiones en las que se valora, por un lado, de manera general la democracia como sistema político y forma de gobierno, y por otro lado, de modo particular o instrumental, se somete a la opinión de los encuestados aspectos concretos sobre la eficacia de la democracia en el ámbito de la política, economía o del control social.

Así, la primera dimensión de la cultura democrática considerada (valoración general) abarca dos ítems mientras que la segunda dimensión (valoración particular) contiene tres preguntas del cuestionario de la EMV 1996 en España (ver TABLA 3).

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Los descriptivos de las cinco cuestiones nos ofrecen pocas variaciones en las tres categorías consideradas en el cruce, es decir, no ser miembro de organizaciones caritativas, ser miembro no activo y ser activo. Las medias obtenidas de las valoraciones de las opciones de respuesta que iban de uno como muy bueno o muy de acuerdo, hasta la opción cuatro que significaba malo o muy en desacuerdo, reflejan unas diferencias escasas de una décima en algunas preguntas.

Ni tan siquiera la desviación típica nos vislumbra serios contrastes en las categorías mencionadas, lo cual nos hace pensar no sólo que no existan diferencias en las medias sino que además la dispersión de los datos es bastante similar.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, el no haber hallado diferencia alguna en la valoración de la democracia en el caso de los miembros activos o no de organizaciones caritativas, no debe interpretarse como un desacierto o fracaso. Era de esperar que los miembros de organizaciones o asociaciones de cualquier tipo, en este caso benéficas o caritativas, tuvieran una mejor valoración de la democracia en un sentido amplio o particular, algo similar debería haber ocurrido también con la confianza en las instituciones políticas democráticas.

¿Cómo cabe interpretar dichos resultados?, ¿cómo es posible que a personas asociadas, movilizadas cognitivamente por la política, y activas en acciones políticamente no convencionales, no les acompañe una mejor valoración de la democracia y una mayor confianza en las instituciones políticas que la sustentan?

El estudio de los tipos políticos y democráticos que se refuerzan entre los participantes en asociaciones caritativas nos puede aportar algo de luz para responder a estas cuestiones. El siguiente epígrafe trata, a través del análisis de correspondencias múltiples y de la explotación de los índices elaborados en el presente apartado, de construir tipos ideales en el ámbito de la cultura política, democrática y participación política.

Análisis y tipologías de culturas políticas, participativas, y democráticas en el voluntariado social

Uno de los instrumentos más utilizados por los sociólogos para desentrañar la realidad social son los tipos ideales, que desde M. Weber han sido profusamente empleados. Juan Del Pino y Eduardo Bericat en el informe de la EMV en Andalucía dedican el último capítulo a detallar los aspectos de la cultura política de los andaluces, donde presentan diferentes tipologías que han inspirado gran parte de este apartado.

La técnica estadística empleada ha sido fundamentalmente el análisis de correspondencias múltiples que al igual que el análisis factorial reduce la información, pero se puede decidir el número de dimensiones que deseemos y además nos permite trabajar con variables nominales y ordinales.

En primer lugar, a partir del análisis de correspondencias múltiples administrado al conjunto de preguntas relacionadas con dos de las dimensiones de la cultura política (cognitiva y conductual), obtenemos los siguientes resultados. Las categorías de cada una de las ocho variables se desenvuelven a lo largo de las dos dimensiones establecidas previamente y ofreciéndonos cuatro áreas. En el eje vertical se desplaza la dimensión conductual o comportamental desde la acción potencial a la efectiva, mientras en el eje horizontal se desenvuelve la dimensión cognitiva desde la menor a la mayor implicación e interés por la política.

El resultado, por tanto, son cuatro cuadrantes donde se ubicarían los cuatro tipos de cultura política que vamos a definir a continuación, de modo semejante al realizado por los autores del informe de la EMV-Andalucía 19969:

  1. «Activos»: no solo han hecho la mayoría de las acciones políticas no-convencionales sino que consideran muy importante la política, muestran mucho interés y hablan frecuentemente sobre ella.

  2. «Interesados»: estarían dispuestos a llevar a cabo la mayoría de las acciones propuestas por la encuesta, y además demostrar bastante interés por la política.

  3. «Apáticos»: no han realizado ninguna de las acciones o conductas, aunque algunas de ellas estarían dispuestos a llevarlas a cabo; y con respecto a la dimensión cognitiva, consideran su interés por la política prácticamente nulo.

  4. «Apolíticos»: los apolíticos ni han realizado acción política alguna ni están dispuestos a llevarlas a cabo, y además, su interés o preocupación por la política es completamente nulo.

    Los tipos de cultura política delimitados en esta clasificación muestran una distribución como cabía esperar entre las diferentes categorías de participación en organizaciones caritativas. El tipo político activo está precisamente sobre-representado entre los miembros activos de las organizaciones benéficas; mientras que los interesados son mayoría entre los miembros no-activos. Estos dos primeros tipos responden a la clase de personas más interesadas y activas en política frente a los tipos apáticos y apolíticos que aparecen sub-representados tanto entre los miembros activos como los que no lo son en comparación con los no miembros (ver TABLA 4).

    Del mismo modo, hemos construido una clasificación en dos dimensiones a través de un análisis de correspondencias múltiples, a partir de una primera dimensión que agrupa las variables referidas a la menor o mayor implicación y movilización política cognitiva y comportamental, y una segunda dimensión que engloba a las preguntas relacionadas con la afección y confianza que les merecen las instituciones políticas más destacadas (Parlamento, gobierno y partidos políticos).

    El resultado es la división en cuatro clases de actitudes que vamos a definir como tipos de cultura participativas y que las etiquetaremos del siguiente modo:

  5. «Afectos desmovilizados»: La desmovilización en la acción y desinterés por la política va anexa a una consideración muy positiva de las instituciones políticas que la mantiene. Lo político para este tipo de coherencia está claramente concretado en las formas institucionalizadas, y no en las posibilidades de acción y participación no convencional.

  6. «Desafectos desmovilizados»: En este caso a la poca o nula simpatía por las instituciones le acompaña una negativa a participar en acciones políticas o a mostrar un mínimo interés por la política. Representa una actitud coherente en tanto que este tipo de personas ha vaciado completamente de contenido su cultura política, generando una especie de nihilismo político.

  7. «Desafectos movilizados»: La absoluta desconfianza hacia las instituciones políticas más representativas como el parlamento, gobierno y partidos políticos se contradice con una activa participación en acciones políticas no convencionales. Detrás de este tipo se sitúan el mayor grado de disconformidad con el sistema y una disposición activa a cambiar de manera radical y revolucionaria el statu quo.

  8. «Afectos movilizados»: Este tipo mejora su confianza en las instituciones y muestra a su vez una disposición a desarrollar acciones políticas. El grupo que se acoge a este modelo de coherencia respalda el sistema político de un modo activo y refuerza el concepto amplio de lo político sin pretender quebrar el sistema.

    La distribución de los distintos tipos de cultura participativa, con respecto a las categorías de vinculación a organizaciones caritativas, nos ofrece un cuadro donde los afectos y desafectos desmovilizados aparecen subrepresentados entre los miembros de dichas asociaciones. Mientras, las otras dos clases de culturas participativas están sobre-representados en el subconjunto de pertenecientes a las organizaciones benéficas; aquí habrá que destacar el peso específico y sobre-valorado de los afectos movilizados que aglutinan a la mayoría de los miembros activos (ver TABLA 4).

    Por último, hemos obtenido de la misma forma los tipos de cultura democrática en función de las cinco cuestiones y de las dos dimensiones correspondientes, formuladas en el apartado anterior10. La dimensión que aparece en el eje vertical pertenece a la valoración general o democratismo y que va desde la peor consideración de la democracia como sistema político y forma de gobierno hasta la mejor apreciación; en el eje horizontal nos encontramos con la valoración particular de diferentes aspectos de la democracia, discurriendo de igual modo que la anterior dimensión.

    La combinación de dos dimensiones y sus respectivos indicadores nos aporta una vez más un conjunto de cuatro tipos que desarrollan las diferentes culturas democráticas posibles:

  9. «Demócratas puros»: Su valoración global de la democracia es muy positiva, consideran que es la mejor forma de gobierno y que es muy bueno tener una democracia, así como respaldan la eficiencia del sistema democrático en todos los planos.

  10. «Demócratas acríticos»: Aunque globalmente no tienen un juicio tan positivo como el anterior, tampoco emiten valoraciones en contra de la eficacia de la democracia en aspectos particulares como la economía, política u orden social.

  11. «Demócratas críticos»: En general, para el demócrata crítico la democracia es un buen sistema o está de acuerdo en que es la mejor forma de gobernar, pero en las facetas puntuales como la gestión económica, política y social, opta por definirla como ineficaz.

  12. «Críticos con la democracia»: Las opciones escogidas por este tipo coinciden en despreciar a la democracia tanto por valorarla como mal o muy mal sistema o forma de gobierno como por apoyar la afirmación sobre la ineficacia de la democracia en los terrenos económicos, en la toma de decisiones y en el establecimiento del orden social.

    El resultado del cruce de los diferentes tipos de culturas democráticas con las categorías de participación en organizaciones caritativas refuerza el respaldo hacia la democracia por parte de los miembros activos en asociaciones de esta clase. El voluntariado social ofrece el porcentaje más alto de personas que se pueden clasificar como demócratas puros y acríticos, es decir, los que menos rechazan la democracia en ambas dimensiones (ver TABLA 4).

    De las tipologías presentadas hasta ahora se pueden obtener algunas conclusiones relevantes y algunas pistas para responder a las cuestiones sobre las incongruencias obtenidas en el apartado anterior. La afirmación que, sin ningún tipo de duda hemos llegado a alcanzar es que la participación en las asociaciones implica un aumento en la preocupación e interés por la política y una mayor disposición a actuar, es decir, a movilizarse políticamente. Esta conclusión se ve respalda por la primera clasificación llevada a cabo sobre los distintos tipos de cultura política donde los miembros de organizaciones caritativas refuerzan o sobrerepresentan a los activos e interesados en política.

    En segundo lugar, las descriptivas de las variables empleadas en la EMV para evaluar a la democracia no mostraban diferencias significativas entre los pertenecientes a asociaciones benéficas y los que no lo eran. La tipología presentada para clasificar las dos principales dimensiones de opinión sobre la democracia nos aporta una posible respuesta. Los tipos demócratas puros y demócratas acríticos o poco proclives a censurar en ningún aspecto a la democracia son los más ponderados entre los miembros activos de organizaciones caritativas. Las escasas diferencias encontradas en las distintas variables analizadas anteriormente se manifiestan de un modo más patente en la potenciación de los dos tipos democráticos más favorables al sistema político vigente.

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    Reflexiones y conclusiones

    El recorrido realizado en este trabajo ha partido de los diferentes contextos donde ubicar la actividad voluntaria y las entidades de voluntariado: sociedad civil, cambio cultural y nuevos movimientos sociales, y que nos ha sido útil para comprender y explicar el origen y desarrollo del Tercer Sector. Tras esta introducción, nos hemos adentrado a analizar a través de la mera descripción y de diferentes tipologías, para vislumbrar algunas claves de la cultura política de los participantes activos en asociaciones de carácter caritativo y social en España. Las cinco reflexiones, que a modo de conclusiones, se van a exponer a continuación pretenden plantear más sugerencias para un debate permanente, más que la exposición de unas tesis completamente confirmadas:

    - En primer lugar, se constata una vez más, un principio fundamental que desde las ciencias sociales y políticas se ha venido reafirmando desde que Tocqueville escribiera en el siglo XIX su libro clásico La Democracia en América y es, que el asociacionismo es síntoma de vitalidad democrática o dicho de otro modo, cuanto más asociada esté una sociedad más vertebrada y democrática será. Almond y Verba definieron ya en los años sesenta perfectamente el rol que cumplían en el contexto de la cultura política democrática las asociaciones voluntarias11.

    Cabe cuestionar este principio de estrecha vinculación entre asociacionismo y cultura política democrática en determinados casos, como por ejemplo aquellas organizaciones que tienen explícitamente a gala defender ideas no democráticas o aquellos tipos de organizaciones, en algunos casos de carácter religioso, que favorecen una disminución del nivel participativo y movilización política.

    - En segundo lugar, además de este principio básico encontramos un conjunto de funciones sociales y políticas que las asociaciones voluntarias y especialmente las entidades de voluntariado social cumplen. Así, la función socializadora y educativa especialmente entre la juventud, permite conformar un talante humano y personal que fomenta el paso en ese continuo entre lo individual y colectivo, en definitiva, logrando ciudadano solidario (Bernal, 2002). También el voluntariado y la sociedad civil, por ende, constituyen un colchón que amortigua los conflictos sociales y libera a la Administración y al Estado de la sobrecarga de responsabilidades (Subirats, 2001). Del mismo modo, las organizaciones de voluntariado y las ONG, en general, se convierten en los interlocutores sociales de la sociedad civil, cuando participan en foros, mesas de negociación, etc., manifestando sin ninguna duda la implicación política de su presencia y siendo para muchos la voz de los sin voz (Revilla, 2002).

    En resumen, el voluntariado social cumple esa triple función de socialización, corresponsabilidad e interlocución política. Tal vez, estas mismas tareas que asumen con frecuencia las entidades de voluntariado se solapan o le resta la responsabilidad que les corresponde a las otras esferas, especialmente, al Estado; originándose en este punto, al debate sempiterno en torno al espacio entre lo privado y lo público, es decir, a la difícil situación y equilibrio de las ONG de origen privado con interés público, social y solidario, por un lado, y al ineludible apoyo y fomento de la sociedad civil por parte del Estado, por otro.

    - Los miembros de asociaciones caritativas y benéficas que constituyen al voluntariado social poseen un conjunto de perfiles sociodemográficos entre los que habría que destacar la alta participación de mujeres, la religiosidad, y otros rasgos del ámbito político, como es el significativo grado de españolismo y la tendencia hacia la ideología de centro, frente al resto de organizaciones voluntarias. Esta descripción viene a coincidir esencialmente con el tipo de voluntario que el profesor Gutiérrez Resa denomina comprometidos/satisfechos (Gutiérrez Resa, 2000). Existen dos aspectos del análisis descriptivo que son destacables, por una parte la combinación singular de religiosidad y valores post-materialistas, y el protagonismo en este tipo de asociaciones de las mujeres, por otra.

    Los miembros de organizaciones caritativas o benéficas comparten significativamente más valores post-materialistas que el resto de la población; lo cual confirma la hipótesis de que las asociaciones voluntarias en el ámbito de lo social y el voluntariado social son parte de la punta de lanza del cambio cultural en los términos defendidos por Ingle-hart. Sin embargo, los miembros activos de estas organizaciones manifiestan ser también más religiosos que aquellos que no pertenecen, característica, en principio, contradictoria con los valores post-materialistas. Por tanto, las organizaciones caritativas están siendo el lugar de encuentro de una combinación singular entre valores religiosos y post-materialistas que están generando, a su vez, un tipo ético en el que se casan la caridad salvadora de origen cristiano con la solidaridad auto-expresiva de inspiración post-moderna; o el amor al prójimo basada en los Mandamientos con la ayuda humanitaria fundamentada en los derechos humanos.

    El peso relevante desempeñado por las mujeres en el seno de las entidades de voluntariado social y benéficas nos recuerda el papel secundario que, en los espacios de decisión política, posee la población femenina. Pareciera que esta dimensión y espacio del cuidado particular, de la ayuda y lo social estuviera reservada para la mujer, mientras que el hombre ocuparía el lugar de lo público, de la decisión, y lo político. Esta escisión y distinción de roles queda cuestionada en función del cariz que desarrolla la acción voluntaria, tal y como vamos a describir en la última conclusión.

    - De las tipologías presentadas hasta ahora se pueden obtener algunas conclusiones relevantes. La afirmación que, sin ningún tipo de duda hemos llegado a alcanzar, es que la participación en las asociaciones implica un aumento en la preocupación e interés por la política y una mayor disposición a actuar, es decir, a movilizarse políticamente. Esta conclusión se ve respaldada por la primera clasificación llevada a cabo sobre los distintos tipos de cultura política donde los miembros de organizaciones caritativas refuerzan o sobre-representan a los activos e interesados en política. En segundo lugar, las descriptivas de las variables empleadas en la EMV para evaluar a la democracia no mostraban diferencias entre los pertenecientes a asociaciones benéficas y los que no lo eran. La tipología presentada para clasificar las dos principales dimensiones de opinión sobre la democracia nos aporta una posible respuesta. Los tipos demócratas puros y demócratas acríticos o poco proclives a censurar en ningún aspecto a la democracia son los más ponderados entre los miembros activos de organizaciones caritativas. Las escasas diferencias encontradas en las distintas variables analizadas anteriormente se manifiestan de un modo más patente en la potenciación de los dos tipos democráticos más favorables al sistema político vigente.

    En definitiva, el voluntariado social despliega un modelo de cultura política de fuerte carácter integrador, en el sentido de que su mayor participación y preocupación política no está orientada a cuestionar el statu quo ni el sistema político instituido. Evidentemente, su mayor movilización implica un enriquecimiento para la democracia y el sistema, aportándole contenidos.

    - Por último, el voluntariado social aparece como modelo de excelencia ciudadana aunque su institucionalización e influencia estatal cuestionan ese calificativo (Madrid, 2001); además, la acción meramente caritativa y voluntaria queda en entredicho cuando no responde a una auténtica respuesta a las necesidades del colectivo atendido. Dicho en términos de diferentes autores, la acción voluntaria y su dimensión política queda trastocada y coartada sin ese componente emancipatorio, cuando renuncia a su capacidad de transformación social y política (Aranguren, 2001; García Roca, 2001).

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    1 ARATO, 2000.

    2 PÉREZ-DÍAZ, 1997: 62.

    3 ALEXANDER, 1998: 3.

    4 La Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey) se ha llevado a cabo en tres oleadas: 1981-83; 1991-1993 y 1995-1996. En la actualidad, se está realizando la cuarta.

    5 DE FELIPE y RODRÍGUEZ DE RIVAS, 1995: 81-83.

    6 GUTIÉRREZ RESA, 1997: 22.

    7 DEL PINO y BERICAT, 1998.

    8 MORÁN, 1999 y FRÍAS, 2001.

    9 DEL PINO, J. y BERICAT, E. 1998: pág. 261 y ss.

    10 DEL PINO, J. y BERICAT, E. 1998: pág. 235 y ss.

    11 «Lo que hemos demostrado hasta aquí es que las asociaciones voluntarias desempeñan un rol importante dentro de una cultura política democrática. El asociado, en comparación con el no asociado, está inclinado a considerarse más competente como ciudadano, a ser un partícipe más activo en la política, a conocer y preocuparse más de los asuntos políticos. Esta, por consiguiente, más cerca del tipo ideal del ciudadano democrático. (?) La inscripción en cualquier asociación, aunque el asociado no considere su integración políticamente importante y aunque no suponga su participación activa en la organización, conduce a una ciudadanía más competente. El pluralismo, incluso aunque no se trate de un pluralismo explícitamente político, puede ser ciertamente uno de los fundamentos más importante de una democracia política» ALMOND, G. A. y VERBA, S., 1970: 364.

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