El delito de cuello blanco como concepto analítico e ideológico

AutorGilbert Geis
Cargo del AutorCatedrático de Criminología Universidad de California
Páginas3009-324

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1. Introducción

La preocupación por utilizar el poder para explotar y victimizar a quienes se hallan en las posiciones más desfavorecidas ha marcado los principales sistemas políticos desde que se tiene constancia histórica escrita. En el antiguo Egipto, Solón (ca. 683 a.C.-559), el legislador de Atenas, plasmó en forma de poesía sus reservas morales sobre los comerciantes que exportaban alimentos necesarios para alimentar a la población nacional:

A menudo los malvados prosperan, mientras los justos mueren de hambre;

Sin embargo, nunca cambiaría mi estado por el suyo;

Mi virtud por su oro. Puesto que la mía permanece,

Mientras que las riquezas cambian de propietario todos los días1.

Como fuente destacada de información criminológica sobre el delito de cuello blanco en Grecia, cabe destacar Contra los Minoristas del Grano, que expone un discurso pronunciado por el orador Lisias (490 a.C.-380), que pone sus palabras en boca de un acusador que solicita la pena de muerte contra aquellas personas que acaparan el grano. El acusador pone de manifiesto que los malévolos comerciantes obtienen beneficios masivos difundiendo el rumor de que los cargueros han sido capturados por los piratas o de que los puertos han sido bloqueados. Hacen circular estas falsedades, declara el acusador, puesto que «prefieren arriesgar sus vidas a diario antes que dejar de obtener beneficios injustos a vuestra costa»2.

En Roma, la ley de Justiniano decretó que los dardanarios, aquellos que conspiraron para elevar, acaparando, el precio del grano, del pan, de la carne y de la sal debían ser multados, se les debía prohibir el comercio o debían ser desterrados. Se animó a las mujeres y a los esclavos a proporcionar pruebas de estas fechorías3. Page 310

Las Jeremiadas sobre la duplicidad comercial constituyen un tema común en la teología judaica y cristiana. La Ley Talmúdica adoptó la siguiente posición:

...en cuanto a las mercancías consideradas necesarias para la vida, los rabinos no permiten que se obtengan beneficios en calidad de intermediario. Estos productos esenciales deben venderse directamente al consumidor para mantener los precios bajos. El Talmud vilipendia a aquellos que manipulan los pesos y las medidas y elevan los precios injustamente4.

En el Derecho hebreo antiguo se contemplaban los delitos de cuello blanco como algo más grave que muchos delitos violentos. Era una creencia hebrea que aquellos que llevaban a cabo sus delitos en secreto consideraban que no estaban siendo contemplados por Dios, y por tanto merecían ser castigados todavía más severamente por ello5. En los libros Deuterocanónicos y Apócrifos, un escritor afirma que «un mercader apenas puede evitar hacer el mal, y un charlatán no está libre de pecado», y añade: «Del mismo modo que un clavo se clava rápidamente entre las uniones de las piedras, así se clava el pecado entre la compra y la venta»6. San Jerónimo se hizo eco de esta visión: Homo mercator vix aut nunquam potest Deo placere: un hombre que es un mercader en raras ocasiones puede satisfacer a Dios7.

2. Lombroso y el delito de cuello blanco

Con toda certeza, estos antiguos preceptos tan sólo tuvieron un efecto marginal sobre el modo en que la gente poderosa de los mundos del comercio y de la política actuó en relación con su negocio. Si hubiera sido de otro modo, las jeremiadas no hubieran sido necesarias. En los círculos criminológicos, el estudio del delito de cuello blanco quedó relegado frente a la preocupación por formas de actos ilícitos como los delitos de violencia y la delincuencia juvenil, asuntos que lógicamente se considera poseen una relevancia más inmediata y dramática respecto a las vidas diarias de las personas normales. Asimismo, los estudios europeos, sudamericanos y asiáticos del delito suelen corresponder a facultades médicas y jurídicas. Probablemente, los estudiosos de orientación médica suelen centrarse en los delincuentes callejeros y sus supuestas aberraciones físicas y mentales; por su parte, los estudiosos jurídicos suelen atender a las complejidades de las promulgaciones e interpretaciones legislativas, más que a las características y acciones de aquellos que infringen la ley.

Una excepción importante a esta territorialidad fue Cesare Lombroso, médico italiano a quien con frecuencia se considera el «padre de la criminología». Page 311 Lombroso fue pionero en tratar de aplicar procedimientos científicos al estudio de los delincuentes, aunque no estuvo acertado al centrarse en las supuestas aberraciones fisiológicas de los infractores de la ley y su extraña idea de que eran criaturas atávicas, atavismos respecto a tipos más primitivos, es similar a su creencia en la capacidad de los médium de obtener mensajes de su madre fallecida. Sin embargo, Lombroso tuvo un importante número de cosas que decir sobre los delincuentes de cuello blanco. Afirmó, por ejemplo, que «el hombre de estado que desea prevenir el delito debe... protegerse de los efectos peligrosos de la riqueza en la misma medida que de los de la pobreza»8. A continuación, señaló un elemento negativo de la vida política:

El poder político ya no se obtiene a punta de espada, sino por el dinero; el dinero se saca de los bolsillos de los demás mediante trucos y maniobras misteriosas, como el funcionamiento de la Bolsa. Se lleva a cabo una guerra comercial... a través del perfeccionamiento del arte del engaño; de la destreza adquirida en dar al comprador la impresión de que está obteniendo un buen trato9.

Lombroso también escribió sobre los que denominó «delincuentes latentes»:

Todavía menos diferentes que los delincuentes natos son los delincuentes latentes, de gran poder, a quienes la sociedad venera como jefes. Cuentan con marcas de delincuencia congénita, pero su elevada posición suele impedir el reconocimiento de su carácter de delincuentes. Sus familias, de las que son el azote, pueden descubrirlo; o bien su naturaleza depravada puede revelarse demasiado tarde, a expensas de todo el país, al frente del cual les ha situado su propia falta de vergùenza, secundada por la ignorancia y cobardía de la mayoría10.

Lombroso nunca trató de hacer autopsias a los cerebros de los delincuentes de cuello blanco fallecidos, pero si arremeter contra sus acciones malvadas y su explotación de aquellos que no pueden defenderse adecuadamente. Pero ha situado el asunto de la infracción de cuello blanco de la ley en la agenda criminológica. Habrían de pasar otros treinta años antes de que las observaciones de Lombroso entrasen a formar parte de los estudios criminológicos de un modo significativo.

3. Sutherland: posición social y delito de cuello blanco

Fue en mitad de una desgarradora depresión económica mundial cuando el sociólogo estadounidense Edwin H. Sutherland acuñó el término delito de cuello blanco. El lugar fue Filadelfia, el tiempo, dos días después de la Navidad del Page 312 año 1939, y la ocasión, la reunión anual de la Sociedad Sociológica Estadounidense. Sutherland pronunció el discurso presidencial ante la Sociedad. Proclamó que los delitos económicos cometidos por personas que ocupaban posiciones de poder en los mundos de la empresa, la política y las profesiones demostraban que las interpretaciones de la conducta delictiva centradas en cuestiones como la pobreza, los hogares rotos y los desórdenes psiquiátricos no eran satisfactorias, puesto que tales circunstancias estaban lejos de ser características de los delincuentes de cuello blanco, situados en los estratos más altos del sistema social.

Sutherland mantuvo que el sentido de su discurso presidencial era únicamente el de remediar los puntos flacos del conocimiento teórico de las causas del delito, que no trataba de realizar una crítica de las fechorías de los poderosos. Nadie resultó engañado por el discurso. Constituía una virulenta acusación respecto a la conducta ilegal de las personas que violaban las leyes diseñadas para regular el modo en que hacían su trabajo11. Sutherland nombró a destacados timadores, como Ivar Kreuger, rey sueco de las cerillas12, y la camarilla de magnates del ferrocarril que en el apogeo del escándalo en Estados Unidos durante la década de 1920 se denominaron los «Barones Ladrones»13.

La delincuencia de cuello blanco se halla en todas las ocupaciones

, afirmó Sutherland, «como puede descubrirse en la conversación casual con el representante de una ocupación, preguntándole qué prácticas deshonestas se hallan en su ocupación»14. Para respaldar su postura, Sutherland recitó una lista de fechorías de médicos, que suponía que posiblemente eran más honestos que la mayoría de los profesionales. La lista incluía abortos (que en ese momento eran ilegales en Estados Unidos), ventas de narcóticos prohibidos, servicios como cirugía cosmética para transformar el aspecto de los jefes de los bajos fondos, informes fraudulentos en casos de accidentes y reparto de honorarios entre profesionales. En esta última categoría, un médico envía a un paciente al especialista que le proporcione el mayor soborno y no necesariamente al que ofrezca el mejor tratamiento médico. Sutherland habló de los políticos procedentes del mundo empresarial, que favorecen a sus anteriores empresas, y del personal de agencias reguladoras que abandonan para unirse a empresas a las que han ayudado durante el desempeño de su cargo. Comparó estos acuerdos con el hecho de que un partidario de un equipo atlético arbitrase un partido entre éste y un competidor.

El objetivo de las leyes eran los peces pequeños, afirmó Sutherland, mientras que las ballenas y los tiburones pasan desapercibidos, y citó un comentario de Daniel Drew...

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