El desarrollo de la criminología del curso vital en Estados Unidos: Tres teorías centrales

AutorFrancis T. Cullen; Leah E. Daigle; Constance L. Chapple
Cargo del AutorUniversidad de Cincinnati; Universidad de Georgia del Sur; Universidad de Cincinnati
Páginas203-226

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1. Introducción

Hasta aproximadamente hace diez años, la mayoría de los criminólogos estadounidenses prestaban poca atención a la infancia. Aunque no se especificó explícitamente, estos estudiosos suponían que lo transcurrido en los primeros años de vida no tenía un carácter decisivo respecto a la causación del delito. No contemplaban la participación en el delito como un proceso de desarrollo. Más bien, acogían el punto de vista de que con independencia de lo que sucediese en la etapa inicial de la vida, los orígenes clave del delito se situaban durante los años de adolescencia.

Parecían tener una imperiosa razón para ignorar a la infancia en favor de la adolescencia. La investigación existente mostraba que la participación en la mayoría de los delitos ascendía de un modo constante a medida que los jóvenes crecían, y alcanzó su punto máximo durante los últimos años de la adolescencia o, en el caso de los delitos más violentos, en los primeros años de la veintena; a partir de entonces, disminuyó la participación delictiva, a medida que aumentó la edad de las personas (Wilson y Herrnstein, 1985). Así, el modelo empírico -denominado con frecuencia «curva edad-delito»- sugería que existía algo único sobre los años de adolescencia que atraía a la mayoría de los jóvenes hacia algún tipo de delito, y a una minoría de los jóvenes hacia una elevada incidencia del delito. Es decir, ¿qué sucedía en este periodo de la vida, que parecía ocasionar el hecho de que los jóvenes se introdujesen repentinamente en el delito, con una frecuencia sin precedentes, y a continuación lo abandonasen al madurar en la edad adulta?

De hecho, la presunción de que los años de adolescencia fueron criminogenios dio lugar a teorías especiales sobre la delincuencia. Así, los estudiosos argumentaron que la adolescencia expone a los jóvenes a tensiones ocasionadas por no lograr una determinada posición en el colegio o un trabajo bien pagado («teoría de la tensión»); o a grupos de amigos antisociales que les enseñan a aprobar la delincuencia («teoría de la asociación diferencial»); o a un debilitamiento de los vínculos sociales con los padres y los colegios («teoría del control»); Page 204 o quizá, a ser tildados por los tribunales de «chico malo» o delincuente («teoría del etiquetado»). Aunque estos criminólogos discrepaban en cuanto al factor que era más importante en la causación de la delincuencia, estaban de acuerdo en que las fuentes principales del delito se daban durante los años de adolescencia.

Los estudiosos estadounidenses tenían una razón práctica para pregonar a los cuatro vientos la importancia de centrarse en la delincuencia: los estudios autoinformados. Para recopilar datos que probasen las teorías existentes, los criminólogos iban a la escuela secundaria (junior high school o high school) de una comunidad, y distribuían un cuestionario. Este instrumento de sondeo contenía tanto (1) una escala que medía el número de veces que los jóvenes cometían una variedad de actos delictivos durante el año anterior (por ejemplo, «pegar a alguien», «robar algo por un valor superior a 10 $»), como (2) artículos que medían las variables clave de una teoría (por ejemplo, el número de amigos delincuentes que tenía el joven, o la medida en que el joven estaba vinculado a sus padres). Los adolescentes eran candidatos ideales para cumplimentar estos cuestionarios porque se congregaban todos los días en el colegio, y tenían una edad suficiente para responder a estas preguntas utilizando papel y lápiz. En resumen, era relativamente conveniente estudiar a los adolescentes, y así, evaluar empíricamente las teorías sobre la delincuencia.

Sin embargo, a principios de la década de 1990, los estudiosos comenzaron a cuestionar la presunción de que los jóvenes iniciaban la adolescencia con el mismo riesgo de cometer actos delictivos, especialmente delitos graves en un índice elevado y por un largo periodo de tiempo. Los psicólogos sabían desde hace mucho tiempo que la infancia era una importante etapa de desarrollo en la vida, que sentaba las bases para la conducta y calidad de vida que los jóvenes experimentaban a medida que iban madurando hacia la adolescencia. Sin embargo, la mayoría de los criminólogos habían ignorado los hallazgos de la «psicología infantil» -nuevamente, por la buena razón de que el delito parecía convertirse en un problema tan sólo a medida que los niños se convertían en adolescentes (para una excepción, véase Glueck y Glueck, 1950).

Como cuestión importante, tras una minuciosa inspección, los criminólogos contemporáneos comprendieron que la «curva edad-delito» era engañosa en dos aspectos. En primer lugar, aunque los jóvenes hubiesen podido cometer sus primeros delitos graves como adolescentes, esto no quería decir que su desarrollo hacia el delito no comenzase en una etapa relativamente temprana de la vida. A medida que los investigadores comenzaron a estudiar más profundamente los primeros años de vida, descubrieron que una gran parte de los delincuentes juveniles graves habían manifestado un despliegue de «problemas de conducta» en los primeros años de su vida -conductas como morder, abusar de los animales, intimidar, mentir, y robar. Estas conductas podían no haberse etiquetado oficialmente como «delitos», sin embargo, eran claras precursoras de los actos delictivos que se producirían a medida que los jóvenes creciesen.

En segundo lugar, la curva edad-delito parecía sugerir un modelo de desarrollo: pocos delitos durante la infancia, un aumento de los delitos durante la adolescencia, y una participación en conductas ilegítimas que disminuye uniformemente Page 205 durante la edad adulta. Sin embargo, cuando se desagregaron los datos sobre edad y delito, apareció una imagen diferente sobre el delito. Aunque muchos jóvenes seguían la curva edad-delito, otros no lo hacían. Un grupo más pequeño pareció mostrar un modelo de desarrollo que manifestaba problemas de conducta en la infancia, el «inicio» temprano de la conducta delictiva en la adolescencia, y una participación delictiva persistente hasta bien avanzada la edad adulta (alrededor de los 40 años), antes de comenzar a «desistir» del delito.

Estas observaciones sugirieron que para fijar con precisión los orígenes del delito, era necesario que los criminólogos ampliasen su perspectiva más allá de los años de adolescencia. Las raíces del delito se ampliaban a la infancia, y la participación en el delito podía prolongarse hasta bien avanzada la edad adulta. Esta realidad significaba que para comprender el inicio, la persistencia y desistimiento de la delincuencia, sería esencial seguir a las personas a lo largo de todo su curso vital: «de la cuna a la sepultura».

Sin embargo, dentro de este paradigma general del curso vital, surgieron desacuerdos teóricos. Aunque se habían propuesto diversas perspectivas (para una revisión, véase Farrington, 2005, 2006), se había probado que tres enfoques distintos referentes a la explicación del delito a lo largo del curso vital eran los más influyentes. Les denominamos teorías «centrales», por haber establecido los parámetros para una gran parte del debate teórico y la investigación empírica que han tenido lugar en el ámbito de la criminología del curso vital. Notablemente, los tres enfoques se organizan en torno a -y adoptan diferentes perspectivas respecto a- la cuestión de la continuidad y de la modificación del delito a lo largo del curso vital.

Así, Gottfredson y Hirschi (1990) han propuesto una «teoría general» (denominada en algunas ocasiones «teoría del autocontrol»), que explica la continuidad en la delincuencia a lo largo del tiempo. Moffitt (1993) ha ofrecido una teoría del desarrollo que afirma que la delincuencia se caracteriza bien por la continuidad o por el cambio en la delincuencia. Y Sampson y Laub (1993; Laub y Sampson, 2003) han diseñado una teoría que sostiene que la delincuencia está marcada tanto por la continuidad como por el cambio a lo largo del curso vital. El objeto del presente trabajo es revisar estas tres perspectivas, y al hacerlo, facilitar una evaluación de los aspectos clave del desarrollo de la criminología del curso vital en Estados Unidos.

2. La continuidad en la delincuencia: la teoría general del delito de Gottfredson y Hirschi

En Causes of delinquency, Travis Hirschi (1969) expuso su teoría de la vinculación social, en la que alegaba que la delincuencia tiene lugar cuando los jóvenes no están vinculados a la legitimidad de la sociedad convencional, ni comprometidos con dicha legitimidad, y no participan ni creen en ésta. La presencia de vínculos sociales se sostiene para restringir los impulsos naturales de las personas consistentes en buscar una gratificación inmediata a través de actos como robar y beber alcohol. Para Hirschi, existe control en la naturaleza, y en la calidad Page 206 de las vinculaciones de una persona a otras. De este modo, el control es fundamentalmente social, y existe mientras continúan las vinculaciones.

En A general theory of crime, en coautoría con Michael Gottfredson, 1990, Hirschi revisó los elementos centrales de su teoría de la vinculación social proponiendo una teoría del autocontrol (Lilly, Cullen y Ball, 2006). Esta perspectiva localiza el control dentro de la persona, más que en vinculaciones sociales o...

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