La responsabilidad social corporativa y las empresas transnacionales: de la ética de la empresa a las relaciones de poder

AutorJuan Hernández Zubizarreta
CargoProfesor de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU)
Páginas19-49

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1. La Ética de la Empresa
1.1. Reflexiones sobre el modelo político-económico y sobre la ética de la empresa

Los objetivos del presente epígrafe son dos: por un lado, clarificar la confusión conceptual existente en torno a la ética de la empresa y precisar los distintos planos teóricos, analíticos y metodológicos de lo que genéricamente se han denominado «buenas prácticas empresariales»; por otro, delimitar el marco jurídico, político y económico en el que se construye la lógica voluntaria del cumplimiento de las obligaciones de las empresas transnacionales, frente a la lógica normativa, imperativa, coercitiva y con efectos vinculantes de los derechos de las mismas.

La utilización indistinta de ética de la empresa, empresa ciudadana, ética económica, ética de los negocios... provoca una confusión terminológica que conviene esclarecer. Confusión, por otra parte, intencionada, ya que tiene como objetivo final evitar responsabilidades y disminuir la capacidad normativa de control de las empresas transnacionales.

El marco teórico y práctico en el que la idea de la ética de la empresa se desarrolla es el capitalismo, sea bajo el modelo neoliberal de Estados Unidos o el renano europeo (Vidal-Beneyto, 2007a). Es decir, la globalización económica neoliberal es el ámbito en el que se articula un nuevo modelo de empresa ajustada a cuatro nuevos tipos de obligaciones: las económicas, las legales, las éticas y las voluntarias (Carroll, 1979). Este nuevo modelo se articula, teóricamente, sobre la negativa a aceptar el individualismo como núcleo central de la actividad económica, lo que supone apostar por la relación entre sujetos que, en palabras de Cortina (2000), implica calificar como excelente a la empresa «que brega por la calidad, por armonizar las capacidades del grupo desde el ejercicio del liderazgo, se forja día a día un buen carácter y trata de crear un clima ético en el que el grupo percibe que en los distintos niveles las decisiones se toman contando con valores éticos».

El telón de fondo jurídico, político y económico en el que las empresas transnacionales desarrollan toda su actividad no es ajeno a los efectos que el neoliberalismo está provocando en los hombres y mujeres del planeta. En el plano estrictamente de los valores, la pugna entre los derechos de las mayorías frente al derecho de propiedad de una minoría, la seguridad frente a la libertad, y los valores individuales frente a los colectivos forman parte del núcleo del debate. Page 20 La disputa entre lo público y lo privado, entre el interés general e individual, se traslada a los intereses particulares de las empresas y el bien común (Perdiguero y García Reche, 2005, p. 28). Desde esta perspectiva, resulta importante generar un amplio y profundo debate sobre los principios que deben sustentar nuestra sociedad, lo que implica reflexionar desde la ética, no sólo sobre la conducta o comportamiento de las multinacionales, sino sobre su relación con el modelo social y la estructura económica y política imperante (Paiva, 2004, p. 206).

No es suficiente con desarrollar buenas prácticas empresariales1 si el modelo socioeconómico sobre el que actúan es opuesto al interés general. La existencia de fundaciones humanitarias vinculadas a propietarios de multinacionales no es el problema, lo escandaloso es que existan fortunas privadas que rebasen los 40.000 millones de dólares.

Una idea muy básica, y universalmente aceptada, se sustenta en la escasa referencia ética de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales en nuestra sociedad. Se encuentran subordinados a las necesidades del mercado, del libre comercio y del derecho de propiedad. Los derechos universales referidos a la alimentación, a la salud, a la vivienda... etc.2, no están garantizados en nuestro planeta, mientras que la concentración de la riqueza en unas pocas manos es un hecho constatado (Harvey, 2007, pp. 97-131). Los datos sobre inversiones directas y sobre fusiones y adquisiciones de empresas nos muestran cómo hay riqueza y capacidad de generarla. El problema reside en la desigualdad que provoca el mal reparto de la misma (Basterra, 2008). Esta idea tan elemental nos permite cuestionar los valores sobre los que se construye el sistema capitalista y el concepto de democracia. Así, el fracaso del modelo agroexportador y los efectos sociales y ecológicos que provocan las grandes multinacionales de la alimentación nos enfrentan al modelo de libre comercio y privatización de los alimentos, frente a su concepción como bien público. Las hipotéticas buenas prácticas de, por ejemplo, la empresa Nestlé (Montagut, 2007, p. 79) chocan con el modelo neoliberal de la alimentación. Hay alimentos suficientes para toda la humanidad, pero millones de personas padecen hambre y malnutrición3.

Una propuesta alternativa como la soberanía alimentaria responde, desde la vertiente de los valores, a una «idea humanista de las relaciones entre individuos, grupos sociales, fenómenos económicos, productivos y ambientales, opuesta frontalmente a los valores individualistas, excluyentes y atomizadores de Page 21 la sociedad de consumo» (Montagut, 2007, p. 74). Las buenas prácticas quedan subsumidas en el modelo económico, pero el problema reside no tanto en la eficacia de las mismas como en la legitimación del sistema y en la edificación de la ética empresarial sobre el modelo neoliberal.

Como afirma Vidal-Beneyto (2007b), «el corpus cuyo eje central es la consagración del individuo-sujeto, que exige la desaparición de todos los actores políticos colectivos, como el Estado, los sindicatos, etc., en beneficio de la sola entidad común concebible, la de una sociedad de individuos libres y autosuficientes sin más obligaciones que consigo mismos». Es decir, el individualismo y la propiedad son los referentes éticos centrales, la sociedad parece agotarse en las relaciones de mercado y en la protección de la propiedad privada. A estos supuestos referentes éticos se les suma la codicia, entendida, en palabras de Wallerstein (2008), como trabajar por algo a expensas de otros. Lo que implica que en la actual crisis financiera la quiebra de determinadas compañías provoca el enriquecimiento de otras, ya que en tiempos de especulación la codicia no tiene límites. El reparto de la riqueza, la subordinación de lo individual a lo colectivo y los límites del crecimiento económico son categorías que necesitan resituarse en el centro de los debates en torno a la ética económica.

Pero veamos un ejemplo concreto de 2008. Las empresas farmacéuticas, pioneras de la ética empresarial, se enfrentan a una lógica demoledora. El objeto de su negocio es la salud, y las buenas prácticas chocan con la esencia neoliberal que defienden y apuntalan. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha valorado que entre 1995 y 2002 la industria farmacéutica fue la que más beneficios obtuvo de todo EEUU. Pese a disminuir en 2003, mantuvo un margen de rentabilidad del 14%, tres veces superior a la media de todas las empresas incluidas aquel año en la lista Fortune 500 (OMS, 2006). Ideológicamente, la ética empresarial es la coartada que necesitan para defender lo indefendible, que la salud es un bien privado al servicio de quien pueda pagarla.

Son millones de personas pobres las que carecen de medicamentos y, a pesar de que la salud es una responsabilidad de los gobiernos, la industria farmacéutica debe asumir sus obligaciones. La falta de reconocimiento del acceso a los medicamentos como un derecho humano fundamental es el punto central, y la necesidad de obtener beneficios sin límites el «eje ético» al que se subordina toda buena práctica empresarial. La adaptación de precios a los países pobres, los sistemas de distribución más flexibles y la investigación al servicio de la salud de las mayorías sociales son mínimos normativos que en la actualidad no se encuentran ni tan siquiera incorporados a la responsabilidad social de las empresas farmacéuticas. La realidad que subyace es que un bien social como la salud no puede quedar en manos del mercado (Oxfam, 2007, pp. 1-4; Oxfam, 2006).

No parece razonable que la salud de millones de personas dependa de buenas prácticas de las empresas farmacéuticas. La reflexión ética nos conduce a Page 22 otro modelo de salud universal, garantizado por la comunidad internacional y los Estados, para todo ser humano. El modelo mercantilizado de los medicamentos colisiona con la idea de salud como derecho fundamental. Las buenas prácticas empresariales de las multinacionales farmacéuticas incorporan valores incapaces de erosionar el modelo económico imperante. Además, son el freno perfecto a favor de nuevas reglas de juego. El caso de la multinacional Novartis refleja esta clara contradicción, al diseñar planes de Responsabilidad Social Corporativa una vez se ha bloqueado o se ha intentado imponer la prohibición de producir genéricos al gobierno de la India en favor de los más pobres.

La crisis financiera de 2008 es otro ejemplo. Parece ser que no es una crisis capitalista que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, 4.750 millones de pobres, 1.000 millones de desempleados, que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada, que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo al agua potable, que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, que 113 millones de niños y niñas no tengan acceso a la educación, que 875 millones sean analfabetos y que 12 millones mueran de enfermedades curables, que 13 millones de personas mueran cada...

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