Conclusiones: lecciones aprendidas y aprehendidas

AutorVictoriano Gallego Arce
Páginas331-340

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1. Primera La lección del lenguaje

Comenzar la última etapa del trabajo con una frase espectacular podría ser un buen método para mantener la atención del lector. Conseguir que esa frase sea el punto de inicio de esas conclusiones es un poco más complicado. Podemos salvar la situación con la socorrida cita de “la primera víctima de la guerra es la verdad”623, pero hemos aspirado a una expresión que, si no tan célebre, al menos contenga la esencia de nuestro empeño investigador: “El lenguaje puede llegar a ser la más dañina de las armas”624.

Es evidente la implicación y la responsabilidad que adquiere el lenguaje y la palabra en la guerra y en los con?ictos violentos625. Porque esas situaciones de violencia extrema necesitan a los exaltadores y también necesitan ?jar previamente los grupos contendientes, es decir, quiénes son amigos o enemigos. Y el lenguaje se convierte en instrumento fundamental para materializar esa

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distinción. Por el contrario, desde una percepción más pasiva, encontramos que el lenguaje sólo traduce el lenguaje de las cosas al lenguaje de los hombres y, por eso, la violencia es una catástrofe que se traduce en una “catástrofe de la palabra”626.

Todo ello nos obliga a analizar el lenguaje, hablar del lenguaje e incluso proponer un uso liberador del lenguaje en la transmisión del mensaje informativo –más intensamente cuando hablamos de los con?ictos violentos–. Concebir la palabra, en ?n, como un servicio a la humanidad y a la convivencia y nunca para deteriorarlas. La palabra como herramienta desocultadora y conservadora de lo desocultado. Que es lo mismo que entender la palabra como el instrumento necesario para la búsqueda de la verdad, como aquel “Methodos” del Estagirita que no es otra cosa que el “camino para ir en busca de algo”627.

La actividad informativa está comprometida con el lenguaje porque debe cuidarlo y no corromperlo, fomentando el respeto a los Derechos Humanos e impulsando el conocimiento de los mismos para evitar –como mantiene el profesor Mikunda Franco– que la sociedad permanezca anclada en esquemas y conceptos erróneos y extravagantes628. Un compromiso –establecido como mínimo a nivel ético– se mani?esta en la veracidad. Si lo que se cuenta no es verdad al menos debe ser veraz. La veracidad es el lenguaje sincero; es la ?delidad con el lector al que se le ofrece un trabajo escrupulosamente contrastado y es el cumplimiento del deber que la Constitución le impone al informador.

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2. Segunda: el círculo del desarrollo, paz, justicia y seguridad

El jurista debe estar atento para prevenir las desviaciones viciosas y restrictivas de la libertad del ciudadano –sean del signo que sean e independientemente del disfraz que presenten–. Y el legislador debe adecuar las normas a la realidad social, debe hacer compatibles la libertad con la autonomía personal y con la voluntad general. Esta conexión es la base donde descansa la seguridad de la convivencia entre los seres humanos629, la tranquilidad del ciudadano, la seguridad en sentido amplio y la seguridad jurídica en sentido estricto.

Nuestra sociedad, la sociedad española, al igual que las sociedades abiertas y desarrolladas de los Estados de nuestro entorno geopolítico –por evitar el cali?cativo manido de “occidental”– ha alcanzado un elevado grado de justicia que ha brotado del consenso racional después de haber superado “umbrales inaceptables de miseria y que han sacudido formas despóticas de gobierno”630, en de?nitiva, hemos alcanzado esa justicia porque hemos conseguido unos niveles su?cientes de desarrollo.

Pero Occidente tiene fronteras. Más allá de esas fronteras –donde el desarrollo ya no es tan su?ciente, donde la miseria no está tan superada, donde la sociedad no participa en las decisiones de los dirigentes y donde la seguridad no está garantizada– allende la justicia no a?ora, la paz se vuelve incultivable. La justicia no puede crearse aquí invocando el consenso racional. La justicia y la paz que demandan esas sociedades necesitan –para iniciar su movimiento interno– que otro motor distinto se ponga en marcha y que se implementen unas condiciones económicas, sociales y políticas determinadas. Necesitan en de?nitiva, un motor de arranque que es el motor del desarrollo. Desarrollo no es alcanzar unos indicadores o unas cifras económicas muy atractivas si de ellas se excluyen grandes masas de población o determinados colectivos. Eso puede denominarse índice de crecimiento económico o incremento de la renta nacional, entre otras denominaciones, pero no es desarrollo. No es desarrollo ni tampoco conducirá a la justicia y a la paz. El desarrollo debe abarcar lo social y debe ser sostenible.

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“El que sufre la injusticia no plantea consensos, sino que exige respuestas”631. De ahí que los Estados y la comunidad internacional deban tender a dar soluciones a las sociedades que sufren injusticias y que viven muy alejadas de un mínimo concepto de paz. Por tanto nuestra segunda lección nos enseña que seguridad, justicia, paz y desarrollo son cuatro elementos indisolublemente unidos e interactivos. Sin paz no hay desarrollo y sin desarrollo no hay paz ni justicia.

3. Tercera: saber y distinguir lo que no se puede decir y por qué no se puede decir en cualquier momento

Si la comunicación se materializa por el mensaje, el objeto del derecho a la información es el mensaje. Un uso espurio del lenguaje ha permitido a lo largo de la historia la emisión de mensajes que emplean “verdad” o “secreto” de manera descontextualizada. Unas veces, al...

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