El Colegio Nacional de Registradores: sesenta años de historia

AutorAntonio Pau Pedrón
Páginas1427-1484

Page 1427 (*)

El heroico apostolado de los 473

La decisión de la Ley Hipotecaria de 1861 de crear Registros en todos los pueblos, cabezas de partido judicial, y de crear, además, uno solo en cada pueblo -e incluso en las grandes capitales como Madrid y Barcelona- provocó la máxima dispersión de los Registradores. Si a ello se une la escasez de comunicaciones en la España de mediados del siglo XIX, es fácil imaginar que la dispersión produjo un absoluto aislamiento.

Encerrados en sus despachos, debatiendo con una documentación insuficiente, enfrentándose a la «oscuridad sibilítica» de la legislación hipotecaria -como reconocieron, desde la Dirección de los Registros, Galindo y Escosura- y, sobre todo, sintiendo gravitar sobre sus cabezas la responsabilidad personal y penal con que la Ley Hipotecaria les amenazaba, los primeros Registradores se sintieron en la más absoluta soledad.

Por eso, cuando muchos años más tarde, pero sin gran variación en las circunstancias profesionales, se publicó la España invertebrada, de Ortega y Gasset, los Registradores la acogieron con entusiasmo, y puede compro-barse con qué interés aparece reseñada en las revistas y boletines registrales: su aislamiento y su soledad estaban perfectamente retratados en la obra. «Los grupos profesionales, aislados y aparte cada uno de sus miembros, no pueden subsistir», escribió Ortega, sin pensar, como es lógico, en estos funcionarios que, inesperadamente, se convirtieron en sus lectores más apasionados. «¿Y cómo se mantiene despierta la corriente profunda de solidaridad?», se pregunta Ortega. Y responde: apretando las filas de las energías vitales, haciendo que todo esfuerzo se multiplique conjugado con el de los demás.

Page 1428El heroico apostolado de los 473 -como en ocasiones llamaron, con una pasión justificable que hoy nos hace sonreír, a la primera generación de Registradores- sintió muy pronto la necesidad de establecer vínculos corporativos. Miraban con algo de rencor a la primera Ley Hipotecaria: había creado una profesión nueva, la había cargado de «responsabilidades, obligaciones y garantías para la propiedad» -como reconocía la Exposición de Motivos-, y no dedicaba un solo artículo al estatuto profesional.

Se sugiere la creación de colegios

En 1871, a los diez años de ocupar sus puestos los primeros Registradores, dos de ellos dirigen a sus compañeros un escrito en que propugnan la creación de «Colegios de Registradores que, por medio de un representante, constituyan en la capital del reino un gran centro que represente nuestros Colegios [...]. Estos Cuerpos serían los sostenedores de los derechos de la clase, los iniciadores cerca del Gobierno de reformas importantes y hasta podrían auxiliar a la superioridad en los asuntos de interés que sometiera a su estudio y dictamen». Y añade el escrito: «en una época de agitación y de discusión, el aislamiento es la muerte; por eso los Registradores olemos a cadáver y arrastramos la tristísima condición del paria». Más adelante se dice: «Por desgracia, nos hallamos alejados de todas las esferas, sin los vínculos ni los respetos que nos daría una constante representación, y debemos estar convencidos que mientras así no sea no lograremos, bajo ningún concepto, el remedio de los males que nos aquejan».

La revolución de 1868 involucra a los registradores

De pronto, la necesidad de asociación toma un nuevo cariz. Ya no se trata de compartir problemas y soluciones jurídicos, de reclamar reformas legislativas. La vida de los Registradores está en juego. En la revolución de septiembre de 1868 y en los brotes de violencia del llamado paréntesis revolucionario -que no se cierra hasta 1874-, «predicaciones insensatas y descabelladas utopías» -como dice un periódico de la época- provocan «convulsiones sociales y ataques a la propiedad». La ofensiva se dirige hacia los libros donde esa propiedad se refleja. La Gaceta de los Registradores y Notarios hace el recuento: «El Registro de Bande, incendiado. El Registrador, maniatado y apaleado. El de Vinaroz tuvo que trasladarse a Peñíscola. Los de Gandesa, Falset, Valls y Vendrell pidieron autorización para refugiarse en la capital de su provincia como punto menos expuesto. Page 1429 El Registrador de Tremp, víctima de exacciones pecuniarias y violencias personales. El de Montilla, salvando su vida milagrosamente entre las llamas del Registro. El de Medina del Campo, arbitrariamente separado por una Junta revolucionaria. El de Cuéllar, robado en fondos propios y ajenos. El de Albocácer, perdiendo los fondos del impuesto, que se le llevaron después de otras exacciones. En Castellón, los Registros de Albocácer y de Nules, saqueados. El de Sort, facultado para trasladarse a Lérida como asilo de refugio. En Becerreá y otros, por mano airada se quitan hojas y se destruyen libros [...]». Y la Gaceta añade: «Los Registros civiles son, en un número que asusta, un montón de cenizas [...]. Muchos Notarios, con justo motivo, están ausentes de su residencia, en donde son el blanco de aviesas iras y se hallan gravemente expuestos».

Los registradores se dirigen al congreso de los diputados

Al margen de estos desórdenes violentos, que durante unos años hicieron difícil el funcionamiento regular de los Registros, la nueva institución iba poniendo en pie el nuevo sistema inmobiliario. Las dificultades técnicas que a cada paso surgían eran resueltas separadamente por cada Registrador y en algunos casos, los menos, acudiendo en consulta a la Dirección General. La Dirección, comprensiva en un primer momento con las dificultades planteadas por los Registradores, resolvió muchas de esas consultas. En el año 1863 contestó a cerca de 700. «Y no eran en su mayor parte las consultas -escriben los Letrados de la Dirección Galindo y Escosura- escrúpulos monjiles: fundábanse en casos no previstos por el legislador; en las condiciones especialísimas y en los originales contratos a que da lugar la constitución diversa de la propiedad y de los derechos de familia en las provincias forales, que habían de ajustarse por la nueva Ley a un molde igual e inflexible; en la oscuridad de algunos artículos de la Ley Hipotecaria y en las contradicciones reales o aparentes entre otros artículos; en el desacuerdo de no pocos con la legislación común [...]».

Las preocupaciones de los Registradores de la segunda mitad del siglo XIX oscilaron entre las dificultades técnicas de la llevanza del Registro y las insuficiencias de su estatuto personal. Las primeras dieron lugar a debates jurídicos de notable altura científica, como puede comprobarse en las revistas técnicas de la época -La Reforma Legislativa. La Crónica Legislativa. Revista Jurídica, Gaceta de Registradores, Gaceta del Notariado...-. En ellas puede verse cómo los Registradores profundizaron en la interpretación de las reformas hipotecarias de 1869 y 1877 y cómo, en algunos casos, se habían anticipado a la solución legal.

Page 1430Pero en el otro campo, el del estatuto profesional, no se producía avance alguno. El régimen económico de los Registros y las necesidades asistenciales de los Registradores estaban muy deficientemente resueltos o absolutamente ignorados. Para resolverlos era necesaria la agrupación o asociación de todos los Registradores. Se multiplicaban las iniciativas individuales o locales, siempre estériles por la falta de representatividad. Entre otras muchas de esas iniciativas puede destacarse la de los Registradores de Pontevedra, que elevaron al Congreso de los Diputados una exposición sobre el estado de los Registros en 1878. El escrito revela con fidelidad las...

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