El protagonismo de la colegialidad en la institucionalización de la Monarquía Universal

AutorJulián Valero Torrijos
Páginas95-155

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1. Hacia el fortalecimiento de la Monarquía Universal: la pugna entre la centralización y el efecto disgregador de las particularidades de los reinos

La organización pública alumbrada por los Reyes Católicos a fines del siglo XV prolonga sus principios informadores al reinado de los primeros representantes de la Casa de Austria, continuidad que supuso un elemento decisivo en la tarea institucionalizadora de un nuevo desafío político: la Monarquía Universal. El relativo respeto a las peculiaridades propias de cada uno de los Reinos que la integraban -no debe olvidarse que, a pesar de esta actitud aparentemente tolerante, los Reyes Católicos iniciaron un proceso de fortalecimiento institucional del poder real que también se proyectó en la Corona de Aragón- implicaba un potencial elemento disgregador de gran intensidad por cuanto la dirección unitaria que exigía un proyecto político tan colosal debía ejercerse a partir del reconocimiento de identidades diferenciadas1. Inmerso en este contexto no resulta extraña, tal y como recuerda el cronista Alonso de Santa Cruz, la prudencia del Rey Católico al recomendar a su nieto que no hiciera «mudanza alguna en el gobierno y regimiento de dichos reinos»2.

En opinión de L. SÁNCHEZ AGESTA, el pensamiento político del siglo XVI se encontraba dominado por una concepción unitaria del Estado en la que cada una

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de las partes integrantes se entendía entrelazada con las demás a través de vínculos jerárquicos3, manifestación orgánica que tuvo una indudable trascendencia en tanto que justificación de la entidad propia y separada de la Monarquía Universal como proyecto político aglutinador de los diversos Reinos que la formaban que suponía una reacción frente al particularismo medieval. Sin embargo, J.A. MARAVALL ha matizado que este universalismo político-moral de base cristiana se irá modulando conforme avanzó el reinado de Carlos I, manifestándose la superación de la universalidad plena y el reconocimiento de los contrastes4.

Bajo estos planteamientos, la variedad que inicialmente caracterizaba la organización pública de principios del siglo XVI se verá incrementada como consecuencia de las aspiraciones imperiales de Carlos I, por lo que la exigencia de crear nuevos lazos organizativos que articularan realidades tan diversas no hacía sino acentuarse. En efecto, no sólo la Corona de Aragón aportaba sus singularidades institucionales -aspecto ya presente en el reinado anterior- sino que la progresiva incorporación a los territorios castellanos y aragoneses de los Países Bajos, el Franco Condado, Alsacia y las posesiones austriacas de la casa de Habsburgo en manos de Carlos I, así como la posterior anexión de Portugal en tiempos de Felipe II, dificultaron en gran medida la tarea aludida de configurar una superestructura que diera soporte a la nueva Monarquía que por entonces se alumbraba.

Si bien es posible rastrear una serie de principios comunes a lo largo del reinado de los Austrias en España, la extensión del período histórico cuyo estudio se aborda a continuación -siglos XVI y XVII fundamentalmente- exige realizar una serie de precisiones que deben ser tenidas en cuenta a la hora de formular cualquier conclusión con un pretendido valor general para toda esta etapa. Dada la importancia que correspondía a la figura del Monarca en un Estado Absoluto como es el propio de esta época, debe destacarse la influencia de su personalidad a la hora de realizar cualquier interpretación de las estructuras organizativas en que se concreta el poder público: las pretensiones imperiales y los numerosos viajes de Carlos I a lo largo de sus diversas posesiones europeas condicionaron, especialmente en los primeros años de su reinado, su efectivo conocimiento de la realidad castellana, circunstancia que tuvo una gran incidencia en el levantamiento comunero, acontecimiento de gran trascendencia desde el punto de vista de la articulación de la Monarquía en su conjunto debido al peso de Castilla en su seno; la minuciosidad con que Felipe II supervisaba todos los asuntos que pasaban por sus manos explica, en cierta medida, la relevancia alcanzada por los Secretarios bajo su reinado por cuanto, de un lado,

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se convirtieron en efectivo apoyo del Monarca ante la imposibilidad física de ocuparse directa y personalmente de todos los asuntos que llegaban a la Corte procedentes de las vastas posesiones de la Monarquía, labor instrumental que alcanzaría una singular importancia en el funcionamiento de los Consejos; la apatía por los asuntos de gobierno característica de los Austrias Menores encumbró a un primer plano al Valido en tanto que figura política en cuyas manos residió durante amplios períodos la efectiva dirección de la organización pública, situación que supuso una importante alteración como consecuencia de la mediación entre el Rey y el resto de la estructura organizativa superior de la Monarquía, especialmente por lo que se refiere a la relevancia institucional de los Consejos y al nacimiento del Secretario del Despacho Universal. Sin embargo, esta relación no puede establecerse con exclusión de otros muchos factores que, interrelacionados, explican la concreta configuración de la organización pública en una época determinada.

A pesar del indudable valor simbólico que presenta el Monarca como aglutinador directo de comunidades políticas tan heterogéneas como Castilla, Aragón o, especialmente, las posesiones imperiales europeas incorporadas con Carlos I, no es menos cierto que se trata de un vínculo que, por sí solo, carecía de la consistencia necesaria para dotar al conjunto de la Monarquía de la homogeneidad necesaria para su correcto funcionamiento. Tal y como vimos en el capítulo anterior, bajo el mandato de los Reyes Católicos se colocaron los cimientos que permitieron consolidar el predominio del poder real en la organización pública mediante la generalización del sistema de Consejos, la colegiación y profesionalización de la Administración de Justicia5y, desde el punto de vista territorial, a través del fortalecimiento de los agentes reales unipersonales y la intervención directa en la organización municipal, medidas todas ellas que nos permiten certificar en esta época el nacimiento del Estado moderno en nuestro país. Sin embargo, es preciso constatar que en dicha época no llegaría a desplegarse por completo la organización pública en que aquél se plasmaría debido a las obvias limitaciones temporales de la extensión del reinado, al carácter excesivamente personalista de la unión de las Coronas de Castilla y de Aragón y, singularmente, a las especiales restricciones del poder real en esta última. Así, dejando a un lado los Consejos territoriales de los dos principales Reinos, sólo en el ámbito religioso y militar -Consejos de la Inquisición y de Órdenes Militares- llegaría a cuajar la figura consiliar como planta apropiada para los niveles organizativos superiores; el proceso...

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