La ciudadanía como fundamento del resurgimiento de una sociedad de clases

AutorAlberto Carrio Sampedro
Cargo del AutorUniversidad de Oviedo

La ciudadanía como fundamento del resurgimiento de una sociedad de clases 1

1. Planteamiento

Toda discusión que desee aproximarse al fenómeno migratorio actual sin falsos ambages ha de partir de la vinculación existente entre lo que se ha convenido en denominar "políticas de cierre de fronteras" o, más peyorativamente, "de control de flujos" y la forma política que le es propia a las sociedades que las adoptan. En efecto, en la actualidad, el debate suscitado en torno al fenómeno migratorio se centra en la incomodidad que, de una u otra manera, provoca la inmigración en las denominadas "sociedades de acogida". Mientras en no pocas ocasiones tal debate adquiere, lamentablemente, expresiones y caracteres xenófobos, en otras denota lo que podría entenderse como una reacción ética2 de algunos ciudadanos occidentales frente a las políticas de inmigración elaboradas por sus propios parlamentos. Pero estas críticas, que generalmente se dirigen contra el tratamiento diferenciado de los extranjeros, reflejan un cierto estado social de mala conciencia que parece querer obviar dónde se hunden las raíces del problema. En la controversia se echa de menos una discusión más sincera, más radical si se prefiere, que haga especial referencia a las verdaderas causas que originan los movimientos migratorios actuales; afrontar desde un punto de vista realista esta problemática precisa partir del análisis crítico de las razones que empujan a miles de personas a buscar fuera de sus lugares de nacimiento una forma de subsistencia más digna (infra, aptdo. 2).

La inmigración es un fenómeno ciertamente complejo, que requiere ser analizado desde múltiples enfoques que permitan llegar a formarnos un juicio medianamente racional sobre la misma. Así, no debe perderse de vista que la situación en la que se encuentran los inmigrantes tiene mucho que ver con los derechos que les puedan o quieran ser reconocidos por las sociedades en las que se insertan. En un segundo punto será interesante, pues, detenerse en el análisis de este aspecto, para examinar la tensión existente entre los derechos humanos y los derechos del ciudadano, entendida, desde aquí, como una prolongación de la dialéctica dada entre normas éticas y morales (aptdo. 3).

Una aproximación a la discusión generada en torno al mayor o menor reconocimiento de estos derechos muestra que ésta dista mucho de ser pacífica, ya que en el seno de las sociedades de acogida se reproducen, coadyuvando al incremento de la complejidad, múltiples cuestiones, no sólo jurídicas, sino también económicas y políticas. Situados en alguna de estas perspectivas es desde donde se podrán poner en entredicho ciertas concepciones que, a nuestro parecer, no son más que interesadas ideologías que se siguen manteniendo con respecto a la forma de entender la democracia y los derechos realmente existentes en nuestras sociedades. En la tercera parte (apdto. 4), trataremos de evidenciar la escasa utilidad que presentan ciertas doctrinas jurídicas idealistas, que pretenden ver en el Derecho el único punto de apoyo sobre el que asentar la palanca que permita cambiar el sentido de la política económica mundial. No en vano, probablemente sólo sea aparente la contradicción que existe entre la actual negativa a la concesión de derechos políticos a una parte de la población cada vez más numerosa, con lo que se considera un rasgo estructural de las economías capitalistas, cual es la "existencia de una mediación institucional del poder que implica una separación de lo político y lo económico"3.

Ésta y otras realidades no menos discriminatorias, y aun en la consciencia del poco atractivo que puede presentar hoy el concepto de clase, permiten aventurar la idea, por otra parte poco novedosa, de lo que bien podría considerarse como el nacimiento de una nueva clase social (aptdo. 5).

2. Causas estructurales de la inmigración

2.1. Las necesidades humanas: huída de la pobreza

Las migraciones humanas, al menos las voluntarias, si es que alguna se puede concebir de esta manera, siempre han venido motivadas por el instinto de mejora en la calidad de vida de las personas. Reparemos tan sólo, para justificar esta afirmación, en las causas económicas subyacentes a las no tan lejanas migraciones europeas. Dos ejemplos tan aparentemente disímiles como pueden ser el caso de los colonos holandeses que entre los siglos XVII y XVIII invadieron las tierras de Sudáfrica, y el de los irlandeses e italianos que en el siglo XIX llegaron a las costas de Estados Unidos, bien pueden servirnos para ilustrar esta tesis.

El problema, con todo, nos es conocido desde más antiguo. La explotación -cuando no expoliación-llevada a cabo durante siglos en los ricos territorios de los países hoy tornados en emisores de personas migrantes viene de antaño. Para no mencionar siquiera la oscura época de la conquista de América - y el consiguiente saqueo de los yacimientos de oro y plata o el exterminio y esclavitud de la población aborigen en nombre de Dios y del Imperio español-; dejemos simplemente constancia de lo que ya a finales del siglo XIX se hacía eco la literatura marxista, cuando anunciaba que el capitalismo no podría "subsistir y desarrollarse sin una constante ampliación de su esfera de dominio, sin colonizar nuevos países y arrastrar a los antiguos países no capitalistas al torbellino de la economía mundial"4.

Hoy, sin embargo, los datos de la desidia los facilitan las cifras macroeconómicas manejadas por instituciones internacionales menos sospechosas de tener interés alguno en subvertir el orden internacional. Como sin aparente sonrojo afirma el último informe del Banco Mundial, "nuestro mundo se caracteriza por una gran pobreza en medio de la abundancia"5. La afirmación, cuantificada por el propio organismo, arroja el nada desdeñable balance que sitúa en la parte negativa de la cuenta de resultados a una quinta parte de la población mundial que se ve condenada a sobrevivir con menos de un dólar al día6. En el lado del haber, para compensar el posible descuadre, habrá que colocar el ingreso anual de 200.000 millones de dólares por parte de los países desarrollados en concepto de pago de la deuda externa.

La denominada mundialización o globalización económica, de la que hoy tanto se habla y pocos desean explicar7, parece ser la actual culpable de tanta barbarie8. Pero lo supuestamente novedoso de la situación se trueca en ajado con sólo rastrear un poco en sus orígenes. Desde 1947, tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial (BM)9 son organismos especializados de las Naciones Unidas, instrumentos permanentes de cooperación económica vinculados a la ONU mediante una acuerdo de cooperación en los términos que establece el artículo 63 de la Carta10. Desde entonces, se encuentran entre sus objetivos primordiales "la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional", así como "estimular el desarrollo de los medios y fuentes de producción en los países de escaso desarrollo"11.

La realidad, sin embargo, se dibuja con colores menos llamativos, aunque con trazos más gruesos. Desde la creación de estos organismos, la principal petición frente a ellos de los países en desarrollo, reiterada y recogida en los textos de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y de la Asamblea General12, ha sido la posibilidad de obtener mejores recursos financieros a un coste más asequible, así como el aumento del capital del Fondo y del Banco. La única respuesta obtenida ha sido la negación constante de préstamos, alegando para ello la desastrosa política de ajustes que se llevaba a cabo por los gobiernos de estos países.

Así las cosas, no ha de extrañarnos el aumento creciente de la desigualdad entre el Norte y el Sur. Menos aún la huída desesperada de esas dos terceras partes de la población mundial que corren peligro de morir por inanición hacia los países septentrionales, cuya mayor amenaza consiste en perecer a causa de alguna enfermedad coronaria producida, generalmente, por el consumo superfluo de alimentos.

2.2. Las respuestas humanas: incremento de las desigualdades

Los anteriores datos estadísticos no hacen más que reforzar la terquedad de lo obvio. En la situación actual, revestidas por el mismo manto jurídico, conviven fuertes sanciones económicas -bajo las que se hacen respetar las normas de comercio internacional y las restricciones a la exportación de productos procedentes del denominado tercer mundo-, con la impunidad de la que gozan las constantes "violaciones de las convenciones en vigor sobre derechos sindicales de la ONU, o las de prohibición de trabajo infantil"13. Ello debería hacernos recapacitar acerca de la realidad que referimos cuando hablamos de los derechos efectivamente existentes.

Tomar conciencia de la realidad que supone un mundo gobernado por criterios económicos exige, asimismo, percatarse de que el espacio reservado para la toma de decisiones por parte de puntuales gobiernos estatales que aspiraran a cambiar el estado de la cuestión - como en estos momentos parece proponerse el recién estrenado equipo de gobierno brasileño- con el intento de limitar el poder económico y corregir "las enormes desigualdades que se generan en los mercados cuando se les abandona a su propia lógica"14, no ha hecho sino reducirse hasta el punto de la ridiculez.

Ciñéndose a esta realidad que, desde luego, podrá intentar disimularse, pero difícilmente negarse, parece un discurso mezquino aquel que apela al vacuo argumento de los Derechos Humanos como única herramienta eficaz para salvar esta situación. Los Derechos Humanos estatuyen un catálogo de bienes jurídicos que deben ser perseguidos por sí mismos, pero que difícilmente podrán ser alcanzados si no vienen acompañados de otras medidas más eficaces que permitan, de una vez por todas, su efectiva puesta en funcionamiento y obligada observación. Porque hoy por hoy, frente a ellos, también hemos de oponer, como...

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