Cibercriminalidad y perspectiva victimológica: un enfoque general explicativo de la cibervictimización

AutorJosé R. Agustina
CargoUniversitat Internacional de Catalunya. Barcelona, España
Páginas143-178

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I Introducción: arquitecturas digitales y naturaleza humana; tecnología y delito

Vivimos en la actualidad inmersos en una sociedad que ha experimentado cambios vertiginosos en un lapso de tiempo significativamente breve. Desde la Sociología, la Psicología y las ciencias del comportamiento humano, la Política o el Derecho, entre otras disciplinas, se viene tratando de asimilar y comprender la novedad, más o menos radical, de un nuevo paradigma relacional en las interacciones personales y sociales. La proliferación y generalización en el uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación es ya una realidad que, inexorablemente, sigue avanzando, inmiscuyéndose en nuestra vida cotidiana, permeándolo todo. Con frecuencia se hace mención a una "brecha digital" inter-generacional; sin embargo, además de que dicha brecha en breve dejará de existir, la tecnología afecta de hecho a toda la población. Y a todo este conjunto de cambios derivados de la era digital no es ajeno el ámbito de la delincuencia y, por consiguiente, de la victimización.

En las líneas que siguen trataré de describir, con una finalidad centrada en la prevención del ciberdelito, el modo en que el comportamiento de la víctima en el ciberespacio incide decisivamente en el elevado riesgo de victimización, tratando de señalar algunos factores ambientales predictores de la victimización online1. Para ello, esbozaré, en primer lugar, los motivos que explican por qué el diseño de las arquitecturas digitales

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incrementan notablemente las oportunidades delictivas que facilitan la cibervictimización y cómo las notas definitorias del ciberespacio afectan sensiblemente en las actividades cotidianas de las personas y, más aún, en la inclinación del ser humano a adoptar estilos de vida de mayor riesgo. Seguidamente, trataré de mostrar que la perspectiva victimológica reviste una singular importancia no solo en la explicación del evento delictivo sino en las estrategias de prevención y en la atribución de responsabilidad jurídico-penal. La perspectiva de análisis desde la que abordaré tanto dichas cuestiones como las restantes se apoya, de modo principal, en la teoría de las actividades cotidianas2 y en la teoría de los estilos de vida3, así como en el conjunto de enfoques criminológicos englobados en las teorías de la oportunidad. Ciertamente muy cercana a las teorías de la oportunidad se halla la teoría formulada por Jaishankar4, en la que trata de mostrar por qué las personas se comportan de modo diferente cuando se trasladan del espacio físico a al espacio virtual. Factores criminógenos fundamentales presentes en el ciberespacio, a su juicio, son la falta de disuasión asociada a la anonimidad, así como la propensión delictiva de algunas personas que se sienten reprimidas en el mundo real a liberarse online y cometer delitos en el ciberespacio.

A continuación, me centraré, partiendo de las características criminógenas de las arquitecturas digitales, en la descripción del conjunto de rasgos (psicológicos, antropológicos y sociológicos) que definen el perfil de las víctimas o, cuando menos, de determinados grupos de víctimas. Dicho análisis estará enfocado a describir cómo el entorno influye en el modo de pensar, querer y actuar de las personas. Finalmente, me referiré de forma sintética a las estrategias de prevención de la ciberdelincuencia (o mejor, de la cibervictimización), concluyendo mis reflexiones con una revisión crítica de ciertos estereotipos en relación con el perfil del ofensor y de la víctima.

Ante el avance de nuevas formas de delincuencia que se asocian al creciente aumento de usuarios en Internet, ya sostuve en otro lugar5que la Criminología debería acometer con determinación el estudio de los factores criminógenos que facilitan la comisión de actos ilícitos. Las ar-

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quitecturas digitales generan una atmósfera de anonimato que protege, promueve y alimenta nuevos modos de atentar contra las personas e instituciones. Además, por la propia constitución de la red y las posibilidades de intercomunicación que suponen las TIC, las conductas delictivas adquieren una potencialidad lesiva que viene a multiplicar los posibles daños a terceros. En este sentido, resulta necesario profundizar y deter-minar las relaciones existentes entre (i) el modo de configurar los límites y las reglas que se aplican en ese espacio virtual y (ii) la consecuente atracción o generación de delincuencia que comporta. Sin embargo, las estrategias de prevención situacional topan con los límites derivados de la privacidad de los usuarios de Internet, la libertad de expresión y la libertad de navegación.

Ciertamente, el ciberespacio sigue siendo en la actualidad un lugar oscuro que fomenta el anonimato. Sin embargo, en la medida en que la preocupación por el ciberdelito va en aumento, cobra mayor fuerza la idea de que ciertos cambios estructurales en las arquitecturas digitales podrían suponer un giro repentino «del mismo modo a como sucedió con la irrupción de la luz de gas y la electricidad» en las oscuras calles de las ciudades en las que se propiciaba la comisión de delitos. Por tanto, desde esa perspectiva, deberían buscarse modos de arrojar luz sobre los usuarios en el ciberespacio6.

No obstante, la adopción de mecanismos de transparencia y control en la navegación por Internet, atentaría contra la mencionada libertad de navegación, en la medida en que el establecimiento de un principio de privacidad limitada conllevaría una menor libertad de actuar sin ser identificado. En esta discusión, la tensión entre libertad (privacidad) versus seguridad (prevención) ha centrado el debate social y político. Así, el dilema es claro: se debe optar entre una mayor libertad de navegar por la red, libre de controles, sin necesidad de identificación alguna, y una mayor tolerancia respecto al aprovechamiento que algunos obtienen de las nuevas oportunidades delictivas, con naturales a un espacio donde el anonimato tiene claros efectos criminógenos7. En este sentido,

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la red es -dentro de la tipología de lugares acuñada por Brantingham y Brantingham8- tanto un lugar criminógeno, en el sentido de que por sus mismas condiciones genera delincuencia (crime-generator), como un espacio propicio que atrae al delincuente a cometer sus delitos (crime-attractor), en el que existen menores riesgos de ser detectado y abundan distintos objetivos altamente atractivos.

Sin embargo, no parece que las sociedades actuales vayan a decantarse por la opción de convertir Internet en un lugar seguro a ultranza, en el que las personas se desenvuelvan con luz y taquígrafos, a pesar de que existan propuestas en favor de una mayor seguridad y se pretendan introducir ciertas mejoras. Por ese motivo, cobra una mayor importancia centrarse en cómo proteger a las víctimas potenciales frente a los riesgos que caracterizan los entornos virtuales y ahondar en las causas que llevan a las personas a un uso imprudente de las TIC y de Internet. La cuestión estriba, entonces, en analizar la vulnerabilidad de las víctimas y corregir los déficits en la utilización de las TIC, corrigiendo su natural inclinación a no tomar en consideración los riesgos derivados de su propia conducta.

De este modo, debemos plantearnos qué resortes de la naturaleza humana se ven influidos por las arquitecturas digitales. A este respecto, Marcus Felson propuso desde una perspectiva general estudiar detenidamente la naturaleza humana para comprender el comportamiento delictivo, examinando cómo varían las situaciones humanas (en función del contexto) y el modo en que éstas influyen en nuestra comprensión del delito. Sus reflexiones son aplicables tanto a la explicación de la inclinación al delito por parte del ofensor, como a la inclinación de las víctimas a adoptar comportamientos sin las necesarias cautelas.

En primer lugar, consideremos la visión del hombre desde el punto de vista de su fragilidad humana básica. No es más que la concepción bíblica relativa a que los seres humanos son moralmente débiles y requieren todos y cada uno de ellos ayuda de la sociedad para resistir a las tentaciones y presiones que reciben. Así, las personas con creencias morales tienen dificultades en la práctica para adecuarse a sus propias referencias, siendo capaces de hacer el bien y el mal. El problema práctico reside en cómo ayudar a las personas a superar sus debilidades a través de una determinada estructura social que reduzca las tentaciones. Ciertamente, algunas personas

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son más "frágiles" que otras, pero todas poseen algún grado de fragilidad y vulnerabilidad. Esta afirmación resulta bastante diferente a decir que las personas no poseen creencias lo bastante firmes sobre lo que está bien y está mal. Por el contrario, se refiere a que las personas tienen dificultades para poner en práctica sus creencias morales, es decir, para resistir frente a la tentación

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¿Y cómo se aprovecha el ofensor de las fragilidades de la víctima? Desde antiguo se resaltaron dos formas tradicionales por las que se podía cometer un delito: duobus modis fit iniuria: aut vi, aut fraude. Como muestra esta conocida máxima, extraída de la obra de Marco Tulio Cicerón10, se venía considerando que, en realidad, todo delito -y, por tanto, toda victimización- puede reducirse a una única disyuntiva en su modalidad comisiva. Así, el daño...

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