Carmelo Lisón Tolosana. Antropología e historia: la construcción científica de un pensamiento innovador, crítico y original

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01. Mensaje, historias, actividades y encuentros en el caminar de Don Quijote y Sancho

Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizo a su vasallo por la causa ya referida pasase adelante; y puesto que el mozo estaba en Flandes, adonde se había ido huyendo, por no tener por suegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su lugar a un lacayo gascón, que se llamaba Tosilos, industriándole primero muy bien de todo lo que había de hacer.

De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a cuatro vendría su contrario, y se presentaría en el campo, armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba, y aun por toda la barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado palabra de casamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y se prometió a sí mesmo de hacer maravillas en el caso, y tuvo a gran ventura habérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pudiesen ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y así, con alborozo y contento, esperaba los cuatro días, que se le iban haciendo, a la cuenta de su deseo, cuatrocientos siglos.

Dejémoslos pasar nosotros (como dejamos pasar otras cosas), y vamos a acompañar a Sancho, que entre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo. [...]

Y Ricote, sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones:

-Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando que su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros; a lo menos, en mí lo puso de suerte, que me parece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemos ausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos. Ordené, pues, a mi parecer, como prudente (bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y se provee de otra donde

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mudarse); ordené, digo, de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo, e ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran solo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos, que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave, al parecer de algunos; pero al nuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea; y en Berbería, y en todas partes de África donde esperábamos ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos (y son muchos) que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria. Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia. Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta; juntéme con estos peregrinos, que tienen por costumbre venir a España muchos dellos, cada año, a visitar los santuarios della, que los tienen por sus Indias, y por certísima granjería y conocida ganancia. Ándanla casi toda, y no hay pueblo ninguno de donde no salgan comidos y bebidos, como suele decirse, y con un real, por lo menos, en dineros, y al cabo de su viaje, salen con más de cien escudos de sobra, que trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones, o entre los remiendos de las esclavinas, o con la industria que ellos pueden, los sacan del reino y los pasan a sus tierras, a pesar de las guardas de los puestos y puertos donde se registran. Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo, lo podré hacer sin peligro, y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto de Francia, y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros; que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir. Y lo que me tiene admirado es no saber por qué se fue mi mujer y mi hija antes a Berbería que a Francia, adonde podía vivir como cristiana [Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. Prólogo y notas de Alberto Sánchez. Editorial Noguer, Barcelona, 1976, pp. 907-908, 910-912].

02. En qué medida debe la mitología socorrer a la historia - Ilustración de los inicios de la historia romana

Los inicios de las historias, que narran cosas afines al siglo poético, si bien algunas narran cosas milagrosas o improbables, contienen algo de verdad, que se debe contar de acuerdo con estos principios de la mitología, según mostramos al hablar de Teseo reivindicado en las fábulas. De entonces nos queda Rómulo, que floreció antes de Homero, pues éste vivió en tiempos de Numa.

Es hijo de Rea: y siendo Rea la misma que Ops [...], es hijo de una mujer óptima, o sea, de una heroína, nacida de los reyes de Alba. Y Rea es sacerdotisa: pues... los héroes y heroínas fueron sacerdotes (de ahí tal vez se mantuvo entre los latinos sacerdos como de género ambiguo), pues Numa instituyó posteriormente a las vestales.

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Rómulo nació de Marte: esto es, de un plebeyo que militaba junto a su héroe.

Fue arrojado, por ende, a la corriente, como un monstruo: según la costumbre heroica. [...] No le dio muerte el río Tíber: se le aplicó, pues, a Rómulo la tradición del diluvio universal y que de él se salvaron algunos hombres, a saber: Noé con su familia.

Fue educado por una loba: y le fue aplicada a Rómulo la tradición del amor promiscuo, que practicaban los sin ley; por ello continuaron llamándose lupae (lobas) las meretrices y lupanar el prostíbulo entre los latinos.

Rómulo fue ocultamente educado por Fáustulo: se le aplica a Rómulo la tradición de la vida de las primeras gentes escondidas en los bosques sagrados, como fue también criado y educado ocultamente Teseo por su madre Etra.

Para fundar una ciudad ocupa el Palatino, al objeto de observar los auspicios del cielo: la tradición de los primeros palacios, o sea, de las torres regias de los poetas [...] aplicada a una colina, y por la que más tarde se denominó «Palatino».

El vallado con el que ciñe la ciudad es la propia ara de las primeras ciudades.

Pues Remo, que burlándose de su escasa altura atravesó de un salto el vallado y, recibiendo la muerte de manos de Rómulo, consagra con su sangre los muros de la ciudad, es la tradición de los violentos sin ley, que, después de transgredir las aras de los fuertes y habiendo recibido la muerte de manos de éstos, fueron las primeras víctimas de las aras. Y por eso fue vencido Remo por Rómulo con la toma de auspicios en la fundación de la ciudad, porque Remo no tenía auspicios, no era del orden de los reyes. Pues el hecho de que Rómulo y Remo eran hermanos gemelos criados por la misma loba es una tradición poética, más casta que alguna otra conservada entre los griegos de que tanto los héroes como los hombres provinieron de la misma multitud sin ley, aunque aquéllos fueron anteriores a éstos. Y la contienda surgida entre Rómulo y Remo por ser gemelos sobre cuál de los dos tomaría los auspicios sobre la ciudad fue resuelta por los auspicios, y se extendió a los orígenes de Roma la tradición de que las primeras repúblicas fueron teocracias, en las que los primeros patres, pares entre sí, dirimían sus controversias con los juicios de los dioses, es decir, con los auspicios.

Abre el bosque sagrado, al que acuden a refugiarse arcadios y frigios: la tradición sobre los primeros vagabundos del interior y de ultramar trasladada a los prófugos hacia el asilo de Rómulo. [...]

La fábula de que los aliados de Rómulo fueron originarios de la tierra romana es la misma fábula de los gigantes que hemos narrado en el Rómulo...

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